Ahora comprendo cuál era el ángel que entre nosotros pasó: era el más terrible, el implacable, el más feroz. Ahora comprendo en total este silencio mortal. Ángel que pasa, besa y abraza. Ángel para un final. Silvio Rodríguez I ¿Quo vadis Cuba? El 2019 no fue el último año de la década como creen algunos, […]
Ahora comprendo cuál era el ángel
que entre nosotros pasó:
era el más terrible, el implacable, el más feroz.
Ahora comprendo en total este silencio mortal.
Ángel que pasa, besa y abraza.
Ángel para un final.
Silvio Rodríguez
I
¿Quo vadis Cuba?
El 2019 no fue el último año de la década como creen algunos, sin embargo, tuvo una serie de compromisos importantes. Fue el del aniversario sesenta del triunfo de la revolución y también el del treinta de la caída del muro de Berlín, que inició el derrumbe del campo socialista.
Fue el tercer año del gobierno de Donald Trump, que arreció la hostilidad hacia la Isla, pero igualmente en él se celebraron los treinta y tres del anuncio del Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, los veinticinco de la dualidad monetaria, los veinticuatro de la creación del holding Gaesa, los doce del estreno del Proceso de actualización de la economía cubana, los ocho de la puesta en marcha del experimento interminable de Artemisa y Mayabeque y los seis de que se aprobara el decreto de creación de la zona de desarrollo del Mariel.
Tuvo el honor también de ser el año en que se aprobó una nueva Constitución de la República, que declaró a Cuba como Estado socialista de Derecho y, al mismo tiempo, en el que descubrimos que un concepto no siempre se ajusta a la realidad. El ministro de Educación Superior lo dejó muy claro cuando invocó al artículo 5, que designa al Partido Comunista «fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado», como el verdadero horizonte legal de la burocracia.
Fue un año de congresos grises y deslucidos como el de la FMC o el de la CTC. Este último, en particular, extremadamente manipulador y demagógico al silenciar la discusión sobre la necesidad de un aumento salarial desde las propias bases sindicales. No obstante, como para confirmar el poco peso de los sindicatos en la vida política y social, el imperioso aumento fue decretado por el presidente Miguel Díaz-Canel, que demostró así que podemos prescindir de una amplia y costosa red de funcionarios y burócratas relacionados con la esfera sindical.
El aumento de salarios -que en algunos casos acrecentó hasta cuatro veces lo devengado-, al pasar los meses evidenció que el abismo entre el costo de la vida y los salarios nominales había absorbido el incremento sin que las utópicas intenciones de ahorrar para pasar vacaciones en un hotel, o tener un seguro para la vejez pudieran consumarse.
Fue un año de consignas, en que nos convocaron a pensar como país y donde se repitió hasta el cansancio que somos continuidad. Las redes sociales y la blogosfera, sin embargo, potenciadas por la autorización de los datos móviles durante el 2019, nos decían otra cosa: hay muchas Cubas en una Cuba y necesitamos ser dialécticos, lo que implica dos elementos: las continuidades y las rupturas.
Casi finalizando el año se aprobó un cronograma legislativo que se extenderá hasta el 2028. Si las reformas habían marchado con lentitud por la carencia de un marco constitucional, según se explicó al requerir una nueva Constitución, esta demora de casi nueve años para poner al día la legislación es inexplicable. ¿Seguirán demorando entonces las reformas que deben atenerse a las leyes por venir?
El presidente ha pedido vivir «los próximos días y horas como si triunfara la Revolución otra vez». Carlos Marx responde:
«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal».[1]
II
Censura premonitoria
Habían transcurrido apenas tres años del triunfo de la Revolución cuando, en 1962, Luis Buñuel filmaba en México El ángel exterminador. Considerada una de las cien mejores películas de habla no inglesa de la historia del cine, responde a los códigos surrealistas de su director que incorporaba los sueños y el inconsciente a su obra.
El ángel exterminador parte de un guión de Luis Alcoriza y Luis Buñuel. Un grupo de burgueses de la ciudad de México son invitados a una cena en la mansión de los Nobile después de asistir a la opera. Los cocineros y sirvientes abandonan la residencia tras finalizar su trabajo; en cambio, los invitados, por algún motivo desconocido, no pueden hacerlo. Su encierro va sacando lo peor de ellos, sus más bajos instintos.
Cuando logran romper la fuerza inexplicable que no les permitía salir, asisten a una misa para agradecer su liberación. Pero Buñuel, en una estructura narrativa circular reinicia el proceso, la puerta de la iglesia no se abre por la sencilla razón de que nadie lo hace. No hay remedio, la condición humana vuelve a tropezar en la misma piedra. Buñuel, a través del surrealismo, diseña una condición humana pesimista e irredenta, una parábola sobre la descomposición de una clase social encerrada en sí misma.
A pesar de que era una sátira o comedia negra sobre la burguesía, la exhibición del filme originó una encendida controversia entre Blas Roca y un grupo de jóvenes cineastas del Departamento de Programación del ICAIC. El viejo dirigente comunista se oponía a las películas que pudieran sembrar dudas y trasmitir pesimismo a los espectadores.
Tantos años después, y en un contexto que a veces despunta surrealista, casi puede considerarse profético aquel intento de censura. La burocracia paulatinamente se ha venido convirtiendo en una clase, con modo de vida muy diferente al de la mayor parte de la ciudadanía, lo que es evidente entre sus retoños más nuevos. Es una clase que no desea perder ningún privilegio político que le impida el derecho a administrar la propiedad que legalmente se reconoce como social, pero es una clase que no logra transitar felizmente caminos de reforma, todos se van cerrando al final sin conseguir los objetivos propuestos.
El economista Juan Triana Cordoví en un artículo analiza con certera mirada la fuente de las contradicciones entre el declarado deseo de avanzar y los retrocesos: «Con la existencia de culturas políticas e ideológicas resistentes a «actualizarse», con comportamientos incluso personales marcadas por aprendizajes anteriores, con prejuicios, con legislaciones muchas veces obsoletas, pero aún vigentes, con espacios grises que permiten «interpretaciones personales» y que condicionan, dificultan, retrasan los mejores propósitos que un país pueda tener y hacen extraordinariamente difícil alcanzar la coherencia deseada y con intereses personales creados difíciles de renunciar».
La Constitución del 2019 aumentó los cargos por designación y blindó a la burocracia ante la ciudadanía al considerar contenidos pétreos o inmutables cualquiera de los concernientes al sistema político. Ello, unido a la relativa apertura en cuanto a las formas de propiedad, y a la posibilidad de que unas formas se conviertan en otras, le otorga un peligroso estatus a los dirigentes políticos, sean o no de la denominada generación histórica. Así se fortalece una clase encerrada en sí misma, que condiciona los cambios a la posibilidad de ver afectados sus privilegios.
III
Ángel para un final
En el 2030 se pretende arribar a una meta hipotética prometida desde hace varios años, el puerto de llegada será un socialismo próspero y sostenible. Sin embargo, en este 2020 que hoy comienza existen síntomas que hacen pensar en otra gran puerta que se cerrará.
La convocatoria de la burocracia sindical a discutir el plan y el presupuesto de la economía durante los primeros meses del año indican que todavía nos siguen considerando una especie de parvulillos, que repiten a coro lo que dicta el maestro. ¿Para qué discutir lo que ya fue aprobado por la Asamblea Nacional? ¿No sería lógico haberlo hecho antes? Hace exactamente un año escribí el artículo En el pórtico del 2019, allí decía: «En el umbral del 2019 es imprescindible convencer de nuevo, pero no con los ardientes discursos de un liderazgo carismático propio de una época ya fenecida; sino con un plan científicamente elaborado, donde las cubanas y cubanos vean reflejadas sus necesidades y aspiraciones y donde sean actores participantes y no meros espectadores».
El 16 de abril pasado el presidente llamó a los miembros de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) a «poner pensamiento» para desatar las fuerzas productivas en el país. A pesar de esto, la insistencia en que estamos en medio de una coyuntura adversa impuesta por fuerzas exteriores ha sido una constante del discurso político que invisibiliza los graves problemas estructurales de la economía cubana y se opone en la práctica a liberar las fuerzas productivas.
Ignorar la teoría marxista conduce a que quienes nos gobiernen no entiendan que son las relaciones de producción existentes las que obstaculizan las fuerzas productivas, y ellas tienen en su centro a las relaciones de propiedad, determinadas por el sistema político, que aquí es inmutable. Es la clásica imagen de la serpiente que se muerde la cola, o mejor, la puerta que se cierra como un ciclo sin fin, como una escena infinita dirigida por Buñuel.
Nota:
[1] Carlos Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte.
Fuente: http://jovencuba.com/2020/01/01/angel-para-un-final/