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A propósito de un soneto laudatorio a Enrique Líster

Antonio Machado: la pluma del escritor como pistola política

Fuentes: Rebelión

Ponencia presentada por el autor durante las V Jornadas sobre la Cultura de la República Española, celebradas en Madrid.

El pasado mes de enero, junto con mi amigo Santiago Alba Rico, tuve la ocasión de escribir a dos manos para Rebelión un artículo en el que defendía la labor de los intelectuales como arma política, es decir, el arte y la estética puestos al servicio de la ética, algo que en estos tiempos de ausencia de compromiso, despolitización rampante y pensamiento único, cada vez se está volviendo más difícil de encontrar.

En aquel artículo, que utilizaba como punto de arranque un hecho concreto, a saber, un ataque injustificado contra la Revolución cubana escrito por el novelista Juan José Millás, que pocos días antes había aparecido en El País, Alba y yo reflexionábamos sobre la desbandada hacia la derecha de buena parte de los escritores y artistas occidentales y poníamos este hecho en contraposición con otras épocas, cuando buena parte de quienes se dedicaban a la cultura tenían el corazón anclado a la izquierda. Leo ahora textualmente algo de lo que allí decíamos:

«Cada vez van siendo menos los intelectuales capaces de resistir públicamente a las presiones a que se ven sometidos, por parte de quienes los contratan, para que día tras día repitan mentiras que terminan por adquirir marchamo de verdad merced al monopolio de los medios burgueses, en los que ni el país ni la persona difamados jamás tienen acceso ni derecho a defenderse. Lo normal en Occidente -y en España en particular- es que tales medios de comunicación tengan en nómina a una serie de intelectuales que cambiaron de chaqueta sin perder el aura de izquierdismo y que desde su confortable situación primermundista se erigen a sí mismos en celosos guardianes de las libertades en abstracto allende los mares, siempre dispuestos a lanzar anatemas moralizantes contra Bolivia, Cuba o Venezuela. En contraste, cualquiera diría que, para ellos, las tremendas desigualdades sociales y económicas que proliferan como un cáncer en nuestras democracias representativas forman parte del Derecho natural, pues no parecen provocar su indignación». [1]

La derechización del pensamiento parece ser hoy la regla general, mientras que la excepción, que siempre confirma toda regla, son los cuatro gatos que aún defienden posiciones de izquierda en la farándula de las artes. Y, justamente para glosar de pasada ese compromiso social, que antes era «lo normal» y ahora es la excepción, se me ocurrió citar a pie de página en aquel artículo un conocido soneto que Antonio Machado escribió durante nuestra guerra civil, en el que puso sus versos al servicio de la República ensalzando la figura de Enrique Líster. Helo aquí:

A LÍSTER, JEFE EN LOS EJÉRCITOS DEL EBRO

Tu carta -oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte-,
tu carta, heroico Líster, me consuela,
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.

Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,

de monte a mar, esta palabra mía:
«Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría».

Y, como por casualidad, fue aquella cita machadiana lo que provocó que me invitasen y hoy me encuentre aquí en estas jornadas sobre la cultura en la República Española. Ahora, a setenta años de distancia de la Segunda República, y dado que se me pide que explique de manera más extensa aquella breve cita a pie de página, quiero empezar poniendo en el debido contexto un poema como éste y me temo que mis comentarios no van a ser totalmente laudatorios.

El soneto de Machado que acabo de leer me parece (y me duele reconocerlo) bastante malo y, por supuesto, muy por debajo de la producción de aquel grandísimo poeta. Hoy en día, leerlo en el contexto social español actual implica para mí la necesidad de poner entre comillas algunas afirmaciones que hay en él que sólo se mantienen sentimentalmente (y no olvidemos que la revolución -esto lo dijo Marx, no yo- se hace con la cabeza, no con el sentimentalismo, que es el más burgués de los dispositivos retóricos). Con el debido respeto, creo que si en 2007 y en las condiciones reales que existen en nuestro país un poeta que desease la implantación de una hipotética Tercera República dijese que la pistola de un militar, por muy de izquierdas que éste fuese, es superior al raciocinio sería una barbaridad absoluta; pues la violencia, algo que tuvo pleno sentido en un momento como aquél, bajo las bombas fascistas y con muy poco tiempo para pensar, hoy está fuera de lugar, y hago hincapié en que me estoy refiriendo al contexto actual de España (otra cosa sería si hablásemos de Iraq o de Palestina o del Líbano o de tantos otros lugares en los que la violencia sí está hoy perfectamente legitimada como arma de resistencia frente al ocupante).

Dicho lo cual, lo que sí puede todavía defenderse de aquellos versos de Machado es la idea de que el poder no se negocia, sino que se toma y, si es preciso, por las armas, como muy bien sabía mi siempre admirado Ernesto Guevara. Yo, por supuesto, estoy de acuerdo con esa idea marxiana, porque lo que no resulta posible es negociar con quienes no están dispuestos a negociar. Pero el problema de la escritura es que, como afirma la locución latina, verba volant, scripta manent, y si se adoptase la violencia como norma sin tener las ideas claras con respecto a cuál es la función de ésta en el tiempo y en el espacio -que es el peligro de una lectura ahistórica y sentimental del elogio a la pistola de Lister- estaríamos abriendo la caja de los truenos. Esto que digo, por ejemplo, lo han sabido siempre muy bien algunos grandes personajes revolucionarios recientes (pienso en Nelson Mandela o, más cerca de nuestro ámbito cultural, en el Subcomandante Marcos, de quien cito estas palabras: «Definitivamente, un militar, me incluyo entre ellos, es un hombre absurdo e irracional, porque tiene la capacidad de recurrir a la violencia para convencer» [2]. Y cómo no recordar aquí al comandante Fidel Castro, quien no dudó ni un momento en utilizar la violencia para romper las cadenas, pero la abandonó tras lograr el objetivo: Cuba, como bien sabemos, sustituyó muy pronto las pistolas por médicos, maestros y alfabetizadores como armas de progreso).

Que en pleno fragor de la batalla, Machado se dejase tentar por la sentimentalidad es incluso comprensible, pero creo que hoy debemos tomar distancia. Creo también que a Machado se le fue la mano desde el punto de vista retórico en ese verso donde se refiere a la resistencia al fascismo como «lucha santa», pues eso equivale a definir en términos religiosos algo que no tuvo nada que ver con la religión y sí bastante con la praxis revolucionaria.

Este soneto, por mucho que suene bien a los oídos y el texto fluya como un río tranquilo, pues lo escribió un magnífico versificador, y por mucho que yo reivindique la figura de Machado, tiene todos los defectos de un texto laudatorio y hagiográfico (como eran las vidas de los santos en el siglo XVI). «Heroico Líster», «noble corazón en vela», «español indomable», etc. son apelativos que podrían encontrarse exactamente con las mismas palabras en un soneto dedicado a Franco por cualquier fascista de la época. Se trata de palabras que no dicen nada del personaje, que no analizan, sino que proponen una sensación vivida como emoción por quien lo mira como símbolo. Todo intelectual de izquierdas debería tener mucho cuidado a la hora de utilizar o crear símbolos, sobre todo para no sustituir con éstos el análisis de cualquier situación. Es decir, y para decirlo de otro modo, todo intelectual de izquierdas debería preocuparse, sobre todo, de analizar, no de simbolizar. Por eso, más que este poema circunstancial de nuestro poeta, del que hoy propongo aquí una lectura distanciada y comprensiva a setenta años de distancia, lo que sí me gustaría reivindicar de don Antonio Machado es su compromiso ético con la República y con lo que ésta significaba como apertura de espacios de libertad en aquella España que tuvo la osadía de creer en la esperanza.

Por eso, si queremos que estas jornadas dedicadas a la cultura en la Segunda República tengan un eco y una repercusión en nuestra praxis actual y no se conviertan en nostalgias de una felicidad perdida, quiero terminar alejándome de lo que hay de religioso en este soneto y reivindicando su aspecto más laico, a saber, la urgente y necesaria lucha por la libertad, y ello para que podamos empezar a pensar, en frío y desde 2007, no en el regreso a un pasado que ya no existe, sino en la posibilidad de reconducir una situación que hoy ya no es la misma que en 1936. Y digo esto porque, según mi experiencia, cuando se habla o se reivindica la Segunda República suele hacerse con demasiada emoción y poca reflexión, lo cual es algo que a los neoconservadores de la derecha española les da carnaza a fuerza de torpeza teórica y epistemológica.

Termino ya: a mí también me emociona este soneto y ver la bandera tricolor de la República y escuchar «No pasarán»; incluso el sonido de mi móvil no es un timbre, sino La Internacional, pero trato de tener claro que esas cosas son sólo símbolos y que la nostalgia no produce ideas, y ello aunque se trate, como en este caso, de don Antonio Machado, que fue un hombre bueno, abierto y razonable, pero que en su soneto a Líster no estuvo a la altura de las circunstancias.

Notas
[1] Talens, Manuel y Alba Rico, Santiago, «El escritor que malgastó la gracia de la palabra» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=44442).
[2] Véase «La entrevista insólita» (http://www.ezln.org/entrevistas/20010309.es.htm).

Manuel Talens es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala.