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Apología de Gorgias

Fuentes: Rebelión

Olvidamos al hacer antropología que los pueblos primitivos contemporáneos son los pueblos sobrevivientes, que las ideas que nos hacemos de los hombres derivan de las culturas que no fueron eliminadas, por lo que se hace evidente que al científico en su laboratorio le arrebataron varios elementos. Aquello que pudo ser chocó con las aristas de […]

Olvidamos al hacer antropología que los pueblos primitivos contemporáneos son los pueblos sobrevivientes, que las ideas que nos hacemos de los hombres derivan de las culturas que no fueron eliminadas, por lo que se hace evidente que al científico en su laboratorio le arrebataron varios elementos.

Aquello que pudo ser chocó con las aristas de lo que fue, aquello que puedo ser chocó con las aristas de lo que se impuso y lo que se impuso, tiene ahora para justificarse aquello que dejó como testimonio de lo real del ser humano.

El Sistema entonces selecciona una «realidad» no sólo mediante un discurso, sino expurgando las pruebas del discurso antagónico y una serie de instituciones que se convierten en instituciones por su capacidad de atesorar y transmitir, seleccionan y adulteran aquello que les conviene, al tiempo que ocultan y destruyen.

Las instituciones pueden ser Iglesias o Estados y en nuestro País tenemos sobrados ejemplos de documentos adulterados o desaparecidos para la mayor gloria de la historia oficial, pero esta práctica viene de lejos, desde el nacimiento del primer Estado y la primera Iglesia.

Entonces tenemos aquí el problema de lo «real», desde que elementos de la realidad determinan lo real como manera doblemente eficiente de anular otro discurso y otra realidad.

La filosofía griega fue un campo fértil para infinitas interpretaciones de lo real, para enunciar realidades, que significa crear realidades, pero aquel fermento, aquella libertad de la cosa más preciada, la imaginación, chocó con las duras aristas de la vida cuando se impuso un dogma que actuó como una losa sobre el pensamiento.

Los pilares del dogma del Sistema fueron Platón y Aristóteles, y por eso el Sistema se encargó de perpetuar sus obras. Ellos establecieron lo real, las reglas del pensamiento de lo real, y el sometimiento de la palabra a lo real y al pensamiento de lo real.

El de ellos «es» el pensamiento que nos legaron los griegos, aunque con certeza, una mano podó aquello de Platón y Aristóteles que no era necesario y agregó aquello que debía ser real. Platón y Aristóteles son en rigor dos arquetipos. La mano que podaba aquello que dejaba de ser real, sometió al fuego una parte de la memoria humana.

Entonces ¿aquello que se ha eliminado, puede ser reconstituido? ¿Si un hombre le ha dicho al oído palabras a otro, esas palabras no forman parte de una vez y para siempre del tejido del universo? No necesitamos leer a Foucault o Spinoza para incorporar el pensamiento de Foucault y Spinoza, pues la vida no elige un sólo camino, sino que prefiere la exuberancia y por amor a la exuberancia, determina que lo real anule realidades para que lo real resurja enriquecido. Un renacimiento no es una vuelta al pasado, la resurrección es el paso a una nueva vida, un nuevo plano abierto al infinito.

De Gorgias nos queda la obra de los escritores en los que influenció, que también son, en cierto sentido, una manifestación de Gorgias, y los relatos que sobre él nos dejaron y dos breves textos.

Lo real anula realidades para que lo real resurja enriquecido. Acaso sea mejor que no quedara nada de Gorgias para que debamos reconstituirlo. Existe una edición de Gredos titulada «Sofistas. Testimonios y fragmentos», trescientas páginas de un libro de bolsillo. De una escuela vital del pensamiento no ha quedado nada. Para el reino de la cantidad, que es el reino que vivimos, los sofistas no existen, pero hay otro reino que impone sus leyes desconociendo las leyes del reino de la cantidad y el lector podrá considerar, luego de leer esta Apología, cuál es el reino de leyes más sabias.

Cuentan que Gorgias vivió ciento nueve años y murió cuando quiso morir. Si el lector considera que este hecho curioso no está vinculado a las ideas del sofista, aún no ha encontrado el vínculo entre el cuerpo y la psique, o cree que existe un cuerpo separado de la psique. Ahora, al ser preguntado sobre la causa de su longevidad, Gorgias respondió «Jamás he hecho nada por placer», sin embargo, otro testimonio dice: «Preguntado Gorgias de Leontinos sobre la razón de que hubiese vivido más de cien años, respondió: porque jamás he hecho nada para complacer a otro».

Entonces tenemos esa semblanza contradictoria del sofista, como si alguien escribiera una novela y el protagonista jamás apareciera por sí mismo, sino por las sucesivas oleadas de los que hablan de él y cada una deja algo valioso en nuestra playa, aunque lo difame, aunque se ensañe con el hijo de los hombres.

Entre los textos cruciales del griego, nos quedaron esquemas escritos a posteriori donde Gorgias afirmaría que lo real, no existe, que si existiera, sería incognoscible y si fuera cognoscible, sería incomunicable.

En una primera lectura, afirmar que nada existe es un disparate. Si nada existiera Gorgias no podría siquiera negarlo, pero al decir eso, no dice eso. En otro tiempo y en otro lugar un sabio vio a dos hombres discutir acerca de una bandera que ondeaba al viento: «Es la bandera la que se mueve». «No, es el viento el que se mueve». El sabio contestó: «Lo que se mueve es la mente».

El lector argumentará que si está en plena calle y un camión se le viene encima, no le servirá de mucho argüir que el camión no se mueve. Fuera de dudas el sabio obraba en consecuencia y por eso se exilió para evitar un castigo real, no imaginario. Ahora, el sabio chino, así como el sabio griego, veía el mundo nivelado y recto y asistía al movimiento de la mente, lo que equivale a decir que no veía el mundo que nosotros vemos, pues el necio no ve el mismo árbol que ve el sabio.

Sabio es aquel que ve el árbol respirar, pues el sabio escucha el latido del Universo y sabe reconocer la voz del Universo. Nosotros vemos las paredes de nuestra casa como algo inamovible, pero el sabio las ve ondear. ¿Cuál es la verdad? ¿Qué es la realidad? ¿Cómo transmitirle al otro que uno siente al universo respirar y que respira al unisono con el Universo?

Mas nada existe y si existiera, sería incognoscible y si fuera cognoscible, sería incomunicable y todo esto, aún si fuera falso, alguien no quiere que se diga, pues no les conviene a los promotores de lo real, a los que han hecho la realidad, a los que han creado los escritores que nos quedaron y los pueblos que sobrevivieron. No les conviene a los emperadores de la realidad pues esa idea rompe la realidad única, rompe la verdad absoluta y si se rompe la verdad absoluta, nace la duda y la duda es algo que el Poder debe manejar con cuidado, pues el que impone una verdad no es amigo de esa cosa tan humana que hemos llamado «duda».

Hay escritores como Aristóteles o Dostoievski que han dejado una vasta obra y hay otros, igualmente importantes como Rimbaud y Gorgias, que nos han dejado unos pocos textos pues como se dijo, en la tierra de la verdad el número no tiene derecho a la palabra.

De Gorgias quedó una Defensa de Palamedes, injustamente acusado por Odiseo, nada menos, y un Encomio a Helena, acusada por todos los griegos de ser la responsable de la guerra de Troya.

Tenemos entonces una cultura en que unos cuantos misóginos pederastas (y lo digo ateniéndome a los hechos) decían que el cuerpo perfecto era el del hombre y que el de la mujer era una réplica fallada. Tamaño delirio se origina en un trauma, y por lo tanto, no acusemos a esos griegos sino al trauma y además, consideremos que venían de una cultura donde las diosas tenían tanto poder como los dioses, pero la fuerza de las cosas, el predominio de lo real llevó al exilio de las diosas y en ese ataque al poder femenino, una mujer hermosa pasó a ser la culpable de la guerra por definición.

En primer lugar están en lo cierto, existe tal belleza que podría generar guerras y hasta la destrucción del universo. En esto estarán de acuerdo hasta los misóginos pederastas. En segundo lugar, si esa mujer por su sóla belleza provocó tal desastre, al atacarla, están reconociendo el poder de la mujer. En tercer lugar, si lo real es que una mujer provocó la guerra y no la codicia de los hombres armados, entonces lo real no existe y eso puede demostrase mediante palabras y en cuanto al uso de las palabras, existió un gran maestro llamado Gorgias, creador de la retórica, la práctica esencial de una democracia.

Arguye nuestro sofista que Helena no pudo ser culpable, que en todo caso ella al igual que Paris y todos los demás, actuaron bajo el imperio de los dioses ante los cuales los hombres no pueden nada. Ya con esto da para exculparla pero agrega que si Paris la secuestró, igualmente es inocente pues una mujer no puede resistir la fuerza de un hombre, y a este argumento agrega uno que sospecho, fue la primera vez que se enunció, o es el testimonio escrito más lejano que podamos encontrar.

Gorgias dijo que Paris usó de sus palabras de tal manera que hechizó a Helena. Podríamos decir algo acerca de las palabras que son como un hechizo para el hombre y la mujer enamorados, pero no lo diremos, y de esa forma haremos que «nada» exista. El hombre que en su tiempo manejaba mejor la palabra, decía que «la palabra es un gran señor que con un cuerpo pequeño y totalmente invisible realiza acciones sobrehumanas».

Si ahora viene un sofista y toma un tema en el cuál estamos todos de acuerdo y argumenta con total eficiencia una posición disparatada, puede que no cambiemos de opinión, pero con certeza admitiremos que un conjunto de palabras ordenadas según las leyes de la retórica, pueden hacernos ver un mundo inexistente. Entonces, de lo que se trata es de admitir que no vemos el mundo, lo que vemos es un conjunto de palabras ordenadas según las leyes de la retórica. Ahora, ¿hemos sido nosotros los que enunciamos el discurso?

La realidad, como un muro hecho de arena, se desmorona y en lo real, aparece la voz del poeta que añadía un último argumento en defensa de la mujer hermosa, que era una defensa de todas las mujeres sin las cuales, no habría guerreros ni tantas otras cosas. Dice Gorgias que Helena actuó bajo el imperio del amor y cuando el amor, cuando esa diosa terrible aparece en escena, el criterio de los hombres se esfuma como una gota en una plancha al rojo.

Mucho podríamos decir acerca de este último argumento del sabio Gorgias, pero el tiempo huye y al parecer, no podemos atrapar el tiempo, o eso nos han dicho. ¿Qué otras cosas nos habría enseñado Gorgias si su obra no hubiera sido sometida al fuego purificador? ¿Qué cosas supo el joven que ayudó a su maestro en un encantamiento? Nada se pierde y la flor más querida, es aquella escondida en el monte. Su esencia permanece y el hombre que enfrentó al Sistema sabía del poder de la palabra, pues el necio no ve el mismo árbol que ve el sabio.

Llegamos al final de nuestra historia para decir que Helena sufrió de un encantamiento y que los griegos asistieron a una defensa de Helena, que fue un encantamiento por medio de la palabra, una palabra que alcanza ese poder sólo si fluye de una fuente incorruptible como Gorgias, el que dijo: «Quité con mi discurso la infamia sobre una mujer; permanecí dentro de la norma que me propuse al comienzo del discurso: intenté remediar la injusticia de un reproche y la ignorancia de una opinión. Quise escribir este discurso como un encomio de Helena y un juego de mi arte» .

¡Oh, Gorgias de Leontinos! ¿Quién te ató la sandalia de cuero y ajustó la túnica púrpura, cuando compareciste ante los dioses para crear nuevos mundos con palabras?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.