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Aprendiendo a sumar

Fuentes: Rebelión

Una de las consecuencias de los resultados electorales de mayo ha sido precipitar las convocatoria de elecciones generales. Pedro Sánchez, como otras veces en el pasado, ha hecho un órdago a la grande. Su decisión ha pillado a las fuerzas a su izquierda con el pie cambiado, casi como una maldición. Sin embargo, es poco probable que las cosas fueran mejores dentro de seis meses y la decisión de Sánchez obliga a la izquierda transformadora a afrontar sus problemas para encontrar una salida al laberinto en el que está atrapada. Y es así como deberíamos afrontar el 23J, sacudiéndonos la rutina y mirando más allá del previsiblemente caluroso verano.

Si hay una característica general en la izquierda, desde sus militantes a sus votantes, es la escasa ilusión y confianza en el futuro, en la posibilidad de cambiar las cosas. Militar, desde hace tiempo, es más una penitencia que una alegría. ¿Por qué? ¿Se puede cambiar eso? ¿Qué hacemos en estas elecciones?

¿Una sociedad de derechas?

“Se ha derechizado el espacio político de la izquierda”, “la sociedad es de derechas”… estas palabras son habituales entre la izquierda transformadora. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de la sociedad no vota a la derecha, sino que da su apoyo a la izquierda o se abstiene. En la Comunidad de Madrid, el PP tiene mayoría absoluta con el 33% de los votos del censo electoral. El apoyo al conjunto de la derecha sube hasta el 39%. De hecho, Díaz Ayuso ha perdido votos en relación a 2021, pero la izquierda también.

No se trata de negar que las fuerzas conservadoras, cada vez más radicalizadas, tienen un apoyo social firme, que llega hasta sectores de la propia clase trabajadora. Eso sucede desde  mediados de los años 90 del siglo pasado. Al contrario, hay que analizar y reflexionar por qué lo tienen, qué significa el voto a Vox. Pero hay que poner las cosas en su justa medida: la mayoría de la sociedad no vota a la derecha.

La abstención en las zonas de renta alta oscila entre el 15 y el 20%, mientras que en los barrios más humildes de clase trabajadora, esta puede llegar a superar el 60%. En consecuencia, la primera pregunta que hay que responder es por qué la izquierda no es capaz de movilizar todo su apoyo potencial.

Enfocar así la cuestión es muy distinto a lamentarse por la derechización de la sociedad, o echarle la culpa a una clase trabajadora “derechizada”, porque nos da esperanza en que es posible cambiar esa realidad, en que hay espacio para crecer y transformar la actual situación. Esa fue la clave en los ayuntamientos del cambio: la movilización de ese sector de la sociedad permitió derrotar a la derecha.

El misterio del gobierno de coalición

Tras el 28M han circulado textos y vídeos planteando que se retirase la subida del salario mínimo y todas las medidas de avance logradas por el gobierno de coalición. Semejante forma de plantear las cosas nos lleva a un callejón sin salida.

Por supuesto que hay que defender lo que se ha logrado ¿cómo no va a ser mejor un SMI de 1.100 euros que volver al del PP, con 700 euros? ¿cómo no va a ser mejor una subida de las pensiones del 8,5% que el 0,25 del gobierno de Rajoy? Los logros que se han obtenido deben servirnos de argumento para animar a todo el mundo a votar, y a hacerlo por SUMAR, pues no da igual quién gobierne.

Pero “si hemos logrado avances ¿Por qué el PSOE y Unidas Podemos cada vez tienen menos apoyo electoral?”, se pregunta buena parte de la militancia. Las cosas no son tan sencillas. Es un hecho que el nivel de empleo alcanzado es de 20,6 millones de personas afiliadas a la Seguridad Social, una cifra inédita. Si la derecha gobernase diría que “España va muy, pero que muy bien”. También es un hecho que el número de contratos temporales ha disminuido hasta el 17,3%, el menor en 35 años. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de los salarios son demasiado bajos y que, incluso con la subida del SMI, las condiciones de vida y trabajo de gran parte de la clase trabajadora son muy precarias. Y con la inflación, aunque las medidas del Gobierno la han atenuado, ha habido una pérdida generalizada de poder adquisitivo.

Otro hecho muy significativo: en 2022 se redujo el número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social en 840.000 personas. Es un avance, pero lo relevante es que, a pesar de ello, 12,3 millones de personas están en esa situación. Se ha pasado del 27,8 al 26% de la población en esa situación. Es decir, la mayoría de la población que estaba en una situación muy precaria sigue estándolo.

Las medidas del gobierno de coalición han ido muy por detrás de las necesidades sociales. Para los estratos más pobres de la clase trabajadora, en particular, la realidad es que no han notado ningún cambio con el gobierno de coalición. Esa es una de las razones por las que la abstención es enorme en los barrios más humildes. No tienen esperanza en que nada pueda cambiar, aunque gobierne la izquierda.

Además, el desaliento afecta a los sectores más avanzados de la izquierda. La extrema insuficiencia de la ley de vivienda —¿qué necesidad había de presentarla como “histórica”?—, las actuaciones deleznables como la matanza de la valla de Melilla, la represión de luchas como la de los astilleros de Cádiz, la incapacidad de derogar la ley mordaza sin ambages, el trato a los pueblos saharaui y palestino, y, sobre todo, la participación en la guerra de Ucrania que ha desatado una oleada belicista, aquí y en toda la UE, han tenido un efecto nefasto en amplios sectores de la izquierda. Incluso en materia de sanidad publica, algo decisivo, ¿qué ha hecho el Gobierno para establecer un marco que impida su degradación? El PSOE se ha negado a cortar los conciertos con la sanidad privada.

Todo eso pasa factura y ha contribuido a desanimar a los activistas, a la propia militancia y a los sectores más conscientes de los votantes de la izquierda. En gran medida, la radicalización de algunas de las organizaciones juveniles de la izquierda transformadora es consecuencia de estos hechos y, desgraciadamente, supone saltar de la sartén al fuego, como la negativa a participar en las elecciones por “burguesas”. No es casual que los jóvenes sean uno de los sectores que más se aleja de la participación en las organizaciones de la izquierda y es un síntoma clarísimo de que no estamos haciendo las cosas bien.

La desmovilización de la izquierda

Pero todo no es achacable al Gobierno, aunque sea muy importante. En realidad, es un proceso dinámico en el que intervienen varios factores. Desde diciembre de 2015, la izquierda transformadora experimenta una caída paulatina y el 28M ha sido la rúbrica institucional de ese problema.

Las expectativas que había entonces, de superar al PSOE y derrotar a la derecha, que los Ayuntamientos del cambio certificaban como algo posible, se vieron frustradas. Y, desde entonces, ha caído la participación de la militancia —que fue la primera en acusar las decepciones— y, paulatinamente, también ha ido cayendo el apoyo electoral.

En ese sentido, la participación en el Gobierno, con las direcciones de las organizaciones volcadas en la labor institucional, ha agravado la tendencia a la desmovilización y al aislamiento de nuestras organizaciones, alimentando un auténtico círculo vicioso en el que seguimos atrapados. Y, como siempre sucede, si cae la movilización y la participación militante, más tarde o más temprano, se pierde el apoyo institucional.

La situación interna de las organizaciones también ha sufrido un proceso similar y paralelo, conforme disminuía la participación se reforzaban las prácticas burocráticas, la obsesión por el control interno y por los puestos en las instituciones. Sólo así es posible entender la ceguera con la que se afronta la cuestión de la unidad, que parece más un rastro o una partida de mus, a ver qué se logra sacar en las listas, que la construcción de un proceso unitario social y político. Eso ha hecho un daño enorme a la ilusión en el proyecto de SUMAR.

El hecho de que en las candidaturas no se prime el lograr que todas las fuerzas se sientan bien representadas , y todo el cruce de acusaciones, no hace más que desalentar a la militancia y a nuestros votantes. El veto a Irene Montero es algo disparatado, o de cualquier otra persona, máxime cuando es el blanco del PP y Vox, y sólo alimenta el problema. Y propuestas como dejar a IU Madrid en la novena posición, sólo acrecienta el malestar y dificulta la campaña.

Debemos ser conscientes de esa realidad, pero no para lamentarnos, sino para ver cuál es el camino para superarla.

A pesar de la desmovilización electoral, estamos viendo conflictos destacados en distintos terrenos. Desde la lucha por la sanidad pública, que en zonas como Madrid ha llegado a ser masiva, hasta huelgas de los trabajadores de Mercedes Benz o Michelin en Vitoria y otros conflictos laborales por unas mejores condiciones de trabajo, que evidencian que hay la necesidad y la ocasión de levantar una alternativa.

Votar a SUMAR es un acto en defensa propia

A pesar del daño que las malas dinámicas han hecho a la propuesta de SUMAR, no debemos acudir a las elecciones con una actitud resignada y fatalista, a cubrir el expediente o a ver si salvamos los muebles. Es necesario partir del reconocimiento de la realidad, por supuesto, pero hay que hacer las cosas de otra forma y situarlo dentro de un plan que vaya más allá del corto plazo que marca el 23J.

Hay que empezar por insistir en que no da igual que gane o pierda la izquierda en su conjunto, ni da igual que se debilite el espacio de la izquierda transformadora. Si gana la derecha habrá un retroceso drástico en los derechos sociales, laborales y democráticos, y eso hay que decirlo. Y si se movilizase el mismo apoyo que tuvimos en 2019, la derecha sería derrotada. Sí, es posible vencerla. Pero, además, si el PSOE no tiene en frente una izquierda real con fuerza en el Congreso y en la calle, su política girará a la derecha. Por eso, el 23J hay que ir a votar, aunque sólo sea en defensa propia.

La cuestión es que votar es imprescindible, como la unidad, pero no basta. Y ahí es donde debemos empezar a hacer las cosas de otra forma.

Las distintas fuerzas que integran la coalición SUMAR tienen que reunirse en las ciudades, pueblos y barrios, y plantear una campaña conjunta orientándose hacia los sitios donde mayor es la abstención para tratar de movilizar a quienes nos votaban hasta hace poco. Y habría que apelar, en primer lugar, a no permitir que el PP y Vox puedan aplicar su injusta política a costa de la sanidad pública, los derechos laborales, la población migrante, la destrucción del medio natural, los derechos democráticos. Por eso es un voto en defensa propia.

Pero hay que contar con la gente, haciendo encuentros abiertos a toda la ciudadanía y a las entidades sociales (AAVV, ecologistas, sindicatos…) para que pueda implicarse en la campaña, y crear GRUPOS DE APOYO A SUMAR. Y no dárselo todo decidido, sino que la campaña se decida y realice de forma colectiva. Poniendo en práctica una tarea conjunta, sin contraponerlo a que cada fuerza política, cada colectivo y cada persona tenga la libertad para hacer aquello que crea que puede tener más fuerza y aquello que siente. Además, promover una atmósfera de participación sin que nadie tenga que ocultar si es de IU, Podemos, Chunta, Más Madrid o la fuerza que sea, ni tampoco que sea menos si no milita en ningún partido. Todo el mundo en pie de igualdad.

Hay que unir la campaña a las reivindicaciones del movimiento real: SUMAR por la sanidad pública, SUMAR contra el apartheid y el genocidio del pueblo palestino, SUMAR por unas pensiones dignas, SUMAR por el empleo digno y con derechos, SUMAR por el derecho real a la vivienda, etcétera. Y, en cada comunidad autónoma o cada provincia, concentrar a todos quienes se mueven en cada ámbito, en un solo gran acto, que permita comprobar que son muchos y muchas quienes están luchando por cambiar las cosas, y que tenemos que unir fuerzas… Cada organización política y cada colectivo social debe acudir con sus lemas, sus insignias y con lo que estime oportuno, siempre que sea respetuoso hacia los demás. Esa es la forma de unir a la diversidad.

Todo eso podría ayudar a un mejor resultado electoral y a sentar las bases para dar continuidad a esa labor común.

Construir la unidad desde abajo y desde ahora

No se trata de dar un cheque en blanco a nadie ni a nada, sino de construir la unidad para vencer a la derecha y poner en práctica una política real de transformación social. Hemos de ser muy conscientes de que si derrotar a la derecha es imprescindible, ser capaces de transformar la sociedad y dar solución a los problemas de la inmensa mayoría es, en última instancia, decisivo. Si defraudamos abrimos la puerta al desencanto y la reacción. A partir de ese objetivo es necesario plantear la unidad para luchar por:

  1. Objetivos concretos
  2. Con libertad de crítica
  3. Con métodos democráticos
  4. Elaborando un programa común
  5. Con la participación en pie de igualdad de los movimientos sociales,
    sindicales y de todas las personas.

Si logramos un gobierno de izquierda otra vez, cuya participación en el mismo debería ser objeto de un debate colectivo, eso no debería equivaler a desmovilización sino todo lo contrario, inspirándonos en el lema del movimiento de pensionistas: “gobierne quien gobierne, nuestros derechos se defienden”.

La campaña electoral, a pesar de las dificultades y la premura de tiempo que habrá, debe ser un primer paso en esa dirección. Después tendremos cuatro años para transformarlo en un movimiento político y social, y un programa, capaz de conquistar la mayoría y transformar la sociedad. Porque lo gobiernos nunca van más allá de lo que la fuerza social que los respalda es capaz de conquistar.

En ese ámbito, una fuerza como IU podría jugar el papel de levantar una alternativa que se plantee una transformación socialista y democrática de la sociedad, un programa que una la lucha por lo inmediato con la superación del capitalismo. Y, además, ser un modelo de métodos democráticos y coherencia que ayude al conjunto a crecer.

Desde luego, muchos tenemos diferencias serias con quienes creen que se pueden resolver las cosas de común acuerdo con la patronal o sin tocar el capitalismo, pero es posible luchar juntos por objetivos concretos y, mediante métodos democráticos, que sea la experiencia práctica la que vaya dando la razón o quitándola a quien corresponda.

Y es que, igual que necesitamos unidad, necesitamos la libertad de crítica y unos métodos democráticos, para poder ir avanzando en un programa y una política capaz de resolver los problemas sociales y ecológicos que sufre nuestra sociedad, y que no defraude a la mayoría social cuando choque con el sistema.

No va a ser fácil empezar a trabajar así en las pocas semanas que nos quedan hasta el 23J, pero merece la pena hacerlo pues, a la vista de la experiencia de estos años, no hay otro camino que aprender a SUMAR para transformar.

Jordi Escuer, miembro de la Coordinadora de IU Madrid

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.