Las recientes crueles y draconianas medidas del presidente Bush contra Cuba no son otra cosa que una vuelta más para apretar la tuerca del bloqueo. La Ley Helms-Burton, que los cubanos llaman La Ley de la Esclavitud, se aprobó en 1996 por el Congreso norteamericano, aunque muchos de los senadores y representantes que votaron en […]
Las recientes crueles y draconianas medidas del presidente Bush contra Cuba no son otra cosa que una vuelta más para apretar la tuerca del bloqueo.
La Ley Helms-Burton, que los cubanos llaman La Ley de la Esclavitud, se aprobó en 1996 por el Congreso norteamericano, aunque muchos de los senadores y representantes que votaron en su favor ni leyeron ni estudiaron su contenido. Apostó por la destrucción de la nación cubana, y el restablecimiento del dominio neocolonial de Estados Unidos en Cuba.
Si leemos detenidamente esa legislación veremos que el espíritu y la letra presentes en ella son muy similares al que tienen las casi 500 páginas del llamado «Informe de la Comisión de Ayuda para una Cuba Libre» firmado por Bush el pasado 14 de mayo. Este último no es más que un complemento de la injerencista y brutal Ley Helms-Burton.
Las mismas manos y cerebros criminales que estuvieron metidos en la Ley Helms-Burton son las que han logrado el reforzamiento de ese engendro anticubano. No por ninguna casualidad, entre las voces que alabaron la implantación de las nuevas medidas dictadas por la Oficina de Bienes Extranjeros del Departamento de Estado han estado las de los miserables senadores de origen cubano Lincoln Díaz Balart e Ileana Ross Lehtinen, que, sin recato de vergüenza alguna, han dicho que «Bush es el mejor amigo de Cuba».
Estos mafiosos y ricachones de Miami, soñadores del retorno al pasado batistiano, defensores de cualquier acto terrorista y criminal contra la Cuba actual -Díaz Balart recientemente en un programa de TV abogó por el asesinato de Fidel Castro–, a quienes jamás les ha interesado en lo absoluto la suerte de Cuba y de su pueblo, sólo sus bolsillos, están de fiesta en estos días porque en medio de la campaña electoral que tiene lugar en Estados Unidos han logrado arrastrar a la actual administración de Washington a que refuerce el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, establecido por la Ley Helms-Burton.
No les bastaba que tal legislación haya establecido intentar cortar el flujo de inversiones extranjeras hacia nuestro país, especialmente en el área del turismo, y negar, por ejemplo, la entrada al territorio de Estados Unidos, como medida de castigo, a ciertos extranjeros involucrados en inversiones en Cuba, incluso a sus familiares más cercanos.
A la luz de la óptica de los fascistas que en 1999 asumieron el poder de la Casa Blanca, tras el escandaloso fraude electoral del estado de La Florida, esos castigos contemplados en la Ley Helms-Burton no eran suficientes. Y, por eso, aconsejados por los compinches de la mafia anticubana, han actuado ahora contra las remesas y los viajes a Cuba de los emigrados cubanos residentes en Estados Unidos. De hecho, se trata de un endurecimiento de la siniestra Ley Helms-Burton.
Lo establecido sobre esos dos aspectos por la Ley Helms-Burton, en su sección 112, ha sido considerado poco eficaz por la ultraderecha política norteamericana y la mafia anticubana. En ese documento se habla sobre «el restablecimiento de las remesas familiares y los viajes a Cuba», pero se establecen condiciones inapropiadas e inaceptables para la concesión de lo que llama «reinstitución de licencias generales para las remesas y para los viajes». Se exigía, por ejemplo, al gobierno de Cuba que promueva el funcionamiento de pequeñas empresas en todo el país, la liberación de presos políticos (contrarrevolucionarios), el reconocimiento del derecho de asociación, etc., en fin, decisiones políticas que corresponden únicamente a un Estado independiente y soberano, como es el de Cuba, y no al Congreso ni al Presidente de Estados Unidos.
Lo cierto es que tal formulación, anexionista e injerencista en su esencia, no fue capaz de impedir un flujo de remesas y de viajes a Cuba de emigrados de origen cubano residentes en Estados Unidos. Ahora, el gobierno de los Estados Unidos multiplica los obstáculos para que los familiares en Cuba de esos ciudadanos reciban ayuda económica o puedan encontrarse con ellos, al menos una vez al año como venía sucediendo en los últimos años. Las medidas dispuestas por Bush son despiadadas. Violan los derechos de esos emigrantes y los discrimina en una mayor medida. Los cubanos residentes en Estados Unidos sólo podrán viajar cada tres años a Cuba, a partir del último viaje que realizaron. Las medidas, pues, tienen carácter retroactivo. Cada viajero sólo podrá estar como máximo 14 días en Cuba. Sólo podrá gastar en Cuba 50 dólares diarios. No podrá, a su regreso a Estados Unidos, llevar ningún producto adquirido en Cuba. En el concepto de familia se acabaron los tíos, los primos o los sobrinos. De un plumazo dejaron de ser familia. Según la clasificación imperial de Bush, familia sólo son los padres, hijos, esposos, hermanos y abuelos de los emigrados.
Respecto a las remesas sólo podrán enviarse 100 dólares mensuales a aquellos que clasifican como familia, pero siempre y cuando no sean miembros del Gobierno o del Partido Comunista de Cuba, ni dirigentes de los CDR o de la CTC, a cualquier nivel, ni miembros del MININT y las FAR, ni aquellos que tengan responsabilidades en la radio, la televisión y la prensa. Prácticamente son centenares de miles de cubanos que tienen tales status que están excluidos como receptores de remesas, según la concepción de Bush, sus asesores y sus consejeros miamenses, sin contar a sus hijos que también son discriminados por estas medidas de Bush.
Hay otras medidas restrictivas sobre los viajes a Cuba que no aparecen en la Helms-Burton y que afectan a los ciudadanos estadounidenses, entre ellas la cancelación de la licencia general que permitía a académicos y profesionales viajar a Cuba para una investigación o evento; limitar los viajes de estudiantes de colleges y universitarios; eliminar los viajes con gastos pagados por el gobierno de Cuba y sus instituciones, e incluso pagados por gobiernos o instituciones de terceros países; y considerar ilegal viajar a Cuba desde otro país, con cualquier aerolínea o medio de transporte.
¿Constituye eso un respeto a las libertades de que habla la Constitución de los Estados Unidos? ¿Son realmente libres, como dice la propaganda de Washington, los ciudadanos que viven en Estados Unidos? La política hacia Cuba demuestra que no lo son ni los inmigrantes ni tampoco los ciudadanos estadounidenses.
¿De qué democracia se habla que existe en Estados Unidos? ¿Qué modelo de democracia es el que se le vende al mundo? Porque estas últimas medidas con relación a Cuba no han sido siquiera consultadas al Congreso. Han sido obra exclusivamente del Sr. Presidente de los Estados Unidos. En estos días se ha recordado que cuando Clinton estaba al frente de la Casa Blanca, en el año 2000, se despojó al Presidente de los Estados Unidos de la facultad de regular los viajes a Cuba y esa facultad se le otorgó al Congreso. Por eso, algunos se han preguntado si, en los momentos actuales, se ha producido un golpe anticonstitucional en Estados Unidos.
¿Es respetuoso realmente el gobierno de los Estados Unidos con lo establecido en la Carta Universal de los Derechos Humanos? Lo que se ha legislado con relación a los viajes de los norteamericanos y de los ciudadanos de origen cubano que residen en Estados Unidos, demuestra palpablemente que no. Las actuales autoridades de Estados Unidos son violadores de los derechos individuales de los ciudadanos norteamericanos y de los familiares de los cubanos en Cuba y en Estados Unidos. Violan, en fin, la Constitución de los Estados Unidos y, de paso, lo legislado internacionalmente por Naciones Unidas.
Podríamos decir, a modo de conclusión, que Bush habla sin moral alguna de libertades, democracia y derechos humanos. Su política hacia Cuba lo desnuda completamente. Pero no solo eso. También lo demuestra su errónea y agresiva política en el mundo que se expresa, entre otras cosas, en el constante aumento del poder militar de Estados Unidos para destruir la humanidad, la pretensión de imponer una tiranía mundial, el uso de la fuerza y el terror, las guerras de conquista y saqueo de recursos de otros pueblos, como el petróleo de que se han apoderado en Iraq, las acciones contra el medio ambiente, y el desprecio y desconocimiento a los principios y normas de instituciones internacionales como la ONU.
No son pocos los analistas, incluso dentro de Estados Unidos, que consideran que esas políticas erróneas de Bush pueden resultarles caras en sus aspiraciones de reelección en noviembre. Si eso ocurriera, ¿tendrán valor los Lincoln Díaz-Balart e Ileana Ross Lehtinen de decir, como lo acaban de proclamar desvergonzadamente en estos días, que George W.Bush es el mejor amigo del pueblo cubano? De estos canallas anexionistas y servidores del Imperio se puede esperar cualquier cosa.
El pueblo cubano no puede jamás tener de amigo a un verdadero fascista. Y estamos seguros que el pueblo norteamericano, por la tradición existente en ese país, tampoco. Ya se aprecia en Estados Unidos una creciente ola de repudio a la gestión de Bush, a su genocida guerra en Iraq, a las torturas en las cárceles iraquíes, afganas y en la Base Naval de Guantánamo, y más recientemente, a sus crueles medidas contra Cuba que afectan la libertad de viajar de los norteamericanos.