En la llamada Ronda Uruguay del GATT [1] del año 1993, se desató una ardua batalla entre Estados Unidos y la Unión Europea, representada fundamentalmente por la posición francesa y apuntalada por Canadá, en torno al problema de la incorporación o no de los bienes y servicios culturales en la larga lista de productos destinados […]
En la llamada Ronda Uruguay del GATT [1] del año 1993, se desató una ardua batalla entre Estados Unidos y la Unión Europea, representada fundamentalmente por la posición francesa y apuntalada por Canadá, en torno al problema de la incorporación o no de los bienes y servicios culturales en la larga lista de productos destinados a formar parte de una franja arancelaria común.
Después de tensas sesiones, los puntos de vista franceses fueron aceptados y se logró incorporar la cláusula de la excepción cultural. Los países europeos supieron alinearse detrás de la posición francesa y lograron mantener cuotas de difusión nacionales, tanto en televisión como en radio, y conservar el sistema de ayudas financieras para la protección de la producción y difusión cinematográficas.
Es evidente que no es lo mismo intercambiar automóviles, bicicletas, televisores, refrigeradoras y latas de atún que productos culturales, sobre todo audiovisuales, dado que éstos trasladan una fuerte carga cultural e ideológica. El intercambio es sin duda enriquecedor pero bajo una condición: la igualdad. Lo que se verifica, sin embargo, es que el intercambio es marcadamente desigual y los flujos mayoritarios van en una sola dirección. En el mercado cinematográfico, por ejemplo, las películas norteamericanas representan el 97% del consumo en los Estados Unidos; es decir que el público norteamericano solamente consume un 3% de películas extranjeras; estas cifras no solamente reflejan un intercambio escandalosamente desigual sino también un lamentable empobrecimiento cultural del pueblo norteamericano. En Francia, uno de los países europeos mejor parados en ese sentido, cerca del 50% de películas son de origen norteamericano, mientras que en América Latina éstas representan en promedio el 85% y en el Perú 93%. En el comercio televisivo la situación es similar.
Lo que está en juego es la identidad de las culturas. ¿Se puede acaso aceptar la desaparición de las identidades específicas? Y hablamos de desaparición y no de enriquecimiento cultural mutuo como sería deseable a partir de un intercambio equilibrado y equitativo. La globalización no está enriqueciendo a todas las partes sino que está generando una peligrosa homogeneización en función de la cultura dominante, es decir la norteamericana. Según el cineasta francés Robert Guédiguian nos enrumbamos hacia un «desastre ecológico» [2], en el que la mayoría de países tienen territorios ocupados por un poderoso ejército foráneo, una red de colaboracionistas y también, afortunadamente, algunos que resisten.
El problema no es nuevo en realidad. «Fundamentalmente, desde los años 20, entre las dos guerras, muchos países tomaron conciencia de la importancia de tener políticas de defensa de sus culturas por, digamos, la importancia, el peso, que tomaban ciertas industrias, entre ellas, la industria cinematográfica. Por ejemplo, en Francia, en Inglaterra, en Alemania y en otros países europeos, en el periodo entre las dos guerras, hubo políticas nacionales de protección del cine, de producción del cine, porque estaba muy vinculado a la idea de identidad cultural» [3]. Después de la segunda guerra mundial son diversos los países que en algún momento legalizaron medidas de protección de sus cinematografías, sobre todo aplicando la llamada «cuota de pantalla» [4] (entre otros, en Corea, Canadá, México, Brasil, Argentina, España y Perú), mediante diversas modalidades de financiamiento o subvenciones (la mayor parte de países europeos, Canadá, México, Argentina, Brasil, Chile, algunos países asiáticos y africanos) y el mecanismo de la «exhibición obligatoria» [5] en el Perú.
Sin embargo, no se trata únicamente de un conflicto cultural pues otro factor importante está en juego: el económico. Este es el factor condicionante que explica la política norteamericana. En efecto, la industria cinematográfica norteamericana es la segunda fuente de ingreso de divisas en Estados Unidos y el sector cultural representa el 6% del PBI y emplea a 1.300.000 personas. El afán de asegurar mercados en el exterior y la necesidad de ampliarlos conducen a la primera potencia mundial a oponerse férreamente a la excepción cultural. «Desde este lugar de liderazgo presiona en los organismos internacionales de comercio para que los países asuman compromisos de liberalización en los sectores de bienes y servicios culturales, lo que significaría un duro golpe a las industrias nacionales» [6].
Corea, por ejemplo, se está defendiendo con uñas y dientes ante la presión norteamericana. En la reestructuración del tratado bilateral entre ambos países, la potencia mundial le está exigiendo al país asiático que elimine la cláusula de excepción cultural y la cuota de pantalla. Idénticas presiones se han ejercido sobre Australia y Chile. Por otro lado, Jack Valenti, mandamás de la poderosa Motion Pictures American Association (MPAA) -cuyos representantes forman parte de todas las delegaciones negociadoras-, expresa en los más diversos foros y países su firme oposición a tarifas, cuotas y otras barreras comerciales artificiales que interfieren con la competencia mercantil. A veces las reacciones no se hacen esperar: «Cineastas, artistas, escritores y políticos de 15 países rechazaron este miércoles las ‘incalificables amenazas’ hechas por la asociación de cinematografía de Estados Unidos (MPAA) contra México por medidas tomadas para promover el cine mexicano. Figuras como el cineasta mexicano Arturo Ripstein, el argentino Eliseo Subiela y la actriz española Marisa Paredes llamaron al gobierno mexicano a no ceder a las presiones, en una carta abierta publicada en el diario La Jornada. El texto sale al cruce de una carta enviada al presidente de México, Vicente Fox, por el presidente de la MPAA, Jack Valenti, en la cual cuestionó la decisión de las autoridades mexicanas de destinar un peso (0,10 centavos de dólar) de cada boleto de cine a la promoción de la industria nacional. Valenti amenazó con suspender la realización de rodajes de películas de Hollywood en locaciones mexicanas y la participación en cintas mexicanas» [7].
Así, ante la presión, se han ido generando focos de resistencia como lo atestiguan diversos acuerdos y alianzas. La Red Internacional de Políticas Culturales (RIPC) es un ejemplo; ha sido creada con el fin de «fomentar la toma de conciencia sobre la importancia que tienen la diversidad e identidad culturales para el desarrollo socioeconómico» [8]. En marzo último se ha firmado un acuerdo franco-quebequense y la Organización Internacional de la Francofonía se ha alineado en defensa de la diversidad cultural. En diversos países se han creado recientemente «coaliciones culturales». La Coalición Chilena por la Diversidad Cultural, por ejemplo, acaba de lograr la eliminación del tema bienes y servicios culturales del Tratado de Libre Comercio (TLC). Ya en abril del año pasado, los creadores y productores culturales le habían enviado una carta abierta al presidente Ricardo Lagos en la que puntualizaban lo siguiente: «Es fundamental que Chile resguarde su soberanía para definir sus propias políticas culturales, salvaguardando el ámbito de la producción y distribución cultural como una excepción en los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea, y en las próximas reuniones de la OMC» [9]. Ahora último, en Colombia, Proimágenes en movimiento, un fondo público y privado de promoción cinematográfica, y el Ministerio de Cultura han planteado una clara posición al establecer que «Colombia promueve la creación y la producción cinematográfica local como expresión estratégica de identidad nacional en dos sentidos básicos: el de una actividad cultural generadora de memoria comprensiva del pasado, propiciadora de identidad cultural y de resistencia al abrumador influjo audiovisual externo y el de una industria de alta potencialidad económica» [10].
En realidad, la inquietud por el lado de la gente de cine se ha hecho sentir desde hace varios años. «En el Foro Mundial de Cineastas (Córcega, 1999) se acordó la defensa de la excepción cultural y el Foro Mundial Audiovisual (Río de Janeiro, 2001) se pronunció críticamente con respecto a la globalización de la cultura bajo el lema ‘Otra mirada es posible’. Los países iberoamericanos también ha hecho sentir su voz, a través de la Declaración de las Organizaciones Profesionales de las Américas (Cartagena de Indias, 2002), la Declaración de la Conferencia de Autoridades Cinematográficas Iberoamericanas (CACI), (Porlamar, Estado Nueva Esparta, 2002), el Proyecto de Comunicación dirigido por la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (FIPCA) (Isla Margarita, 2002) a la CACI y la participación de cineastas iberoamericanos en el Foro de Cineastas Euro-latinoamericanos (Río de Janeiro, 1999)» [11].
Se podrían llenar páginas y páginas sobre los esfuerzos que se realizan para contrarrestar la ofensiva norteamericana, pero la tarea es sumamente difícil dado que Estados Unidos conserva aliados por doquier y es capaz de utilizar los más diversos métodos, incluyendo el chantaje. Las conquistas obtenidas en 1993 son pues relativamente frágiles. En la Unión Europea las cosas no están tan claras. Frente a la posición radical de los franceses -el presidente Jacques Chirac calificó de profunda aberración mental que los bienes culturales sean considerados como mercancías corrientes- se pueden distinguir puntos de vista opuestos como ocurre con Holanda, Suecia y Gran Bretaña. En los últimos años, la presencia de Berlusconi en Italia y Aznar en España han reforzado los aires pro-norteamericanos.
Lo sucedido en el GATT parece ya lejano y la batalla prosigue ahora en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC) [12]. Algunos cambios se han ido verificando en el transcurso del tiempo. Por un lado, el concepto de excepción cultural ha ido cediendo su lugar al de diversidad cultural, a insistencia de Canadá. Por otro lado, Canadá y Francia han trasladado el tema de la OMC hacia la UNESCO, por considerar que la primera no es la instancia idónea al tener al comercio como centro de interés mientras que la cultura encuentra un lugar más apropiado en la segunda.
A la hora de discutir el tema de las políticas culturales vale la pena hacer alusión a dos documentos presentados en el año 1997. «El primero, que a pesar de no ser un informe oficial, sino un texto propuesto a los Estados miembros, de gran refinamiento analítico y sensibilidad frente a los riesgos emergentes, realizado por la UNESCO en 1997 y dirigido por Javier Pérez de Cuéllar, denominado proféticamente Nuestra diversidad creativa, ubica a la diversidad como el territorio en el cual se produce el desarrollo, la creación, la creatividad y especialmente la construcción de una nueva ética global. El segundo, elaborado asombrosamente por el Banco Mundial, el cual se titula ‘Informe sobre el desarrollo mundial’, reinstala la centralidad del Estado como instancia de regulación y crecimiento social y económico» [13]. Estos documentos dejan abrigar esperanzas en el campo de las pugnas contra el neoliberalismo y la defensa de la diversidad cultural, dado que, según Mattelart, «la excepción cultural es la heredera de una filosofía del servicio público, por eso no se puede dejar la cultura como tampoco la educación, la salud y el medio ambiente a lógicas puramente comerciales» [14].
A mediados de octubre se clausuró la 32ª Asamblea General de la UNESCO y aprobó por unanimidad la realización en el año 2005 de una Convención Internacional sobre la cuestión de la diversidad cultural. Igualmente se sugirió al Sr. Koïchiro Matsuura, director general de la UNESCO, elaborar un informe preliminar y un proyecto de una convención sobre la protección de la diversidad de los contenidos culturales y de las expresiones artísticas, los que deberán ser presentados en la siguiente Asamblea General a llevarse a cabo dentro de dos años [15]. Merece un comentario el regreso de los Estados Unidos a la UNESCO después de veinte años de alejamiento. Los funcionarios del organismo internacional se sienten felices porque el aporte de los norteamericanos va a significar un aumento considerable del presupuesto de la institución, mientras que en círculos periodísticos hay más bien preocupación porque se intuye que el regreso tiene como principal motivación la de impedir el triunfo de los planteamientos en torno a la diversidad cultural.
En los dos años que vienen, tanto la UNESCO como la OMC van a ser escenarios de combates insistentes con miras a las respectivas asambleas del año 2005. ¿Y el Perú en todo esto? La pregunta lamentablemente no parece tener una respuesta clara, aunque uno pueda intuir hacia dónde apuntan nuestro gobierno y nuestros políticos. El reciente retiro del G-22 dice bastante. Y la situación es francamente preocupante porque se vienen varios asuntos de candente interés: TLC, ALCA, UNESCO, OMC. Todos ellos relacionados con la excepción cultural y la diversidad cultural.
René Weber es cineasta, integrante del grupo Chasqui, profesor de la Universidad de San Marcos, director de la revista de crítica de cine Butaca Sanmarquina. Este artículo fue publicado en la revista peruana Nos+otros, nº 3, enero de 2004, pp. 51-54. Disponible en http://www.nosotrosperu.net/edi/n3/11.htm. Se reproduce con la autorización de Nos+otros.
NOTAS
[1] Acuerdo general sobre tarifas aduaneras y comercio. El GATT se creó en 1947 con la finalidad de liberalizar los intercambios comerciales.
[2] René Weber: «Otra mirada es posible. Reflexiones sobre la excepción cultural», Butaca sanmarquina, n° 14, Cine Arte del Centro Cultural de San Marcos, Lima, diciembre de 2002, p. 13.
[3] Armand Mattelart: «Alianzas para superar la fragmentación», entrevista en la revista Chasqui, n° 82, p. 5, www.comunica.org/chasqui/82/mattelart+82.htm
[4] Obligación de las salas cinematográficas de pasar películas nacionales durante una cantidad determinada de días al año.
[5] Entre 1973 y 1992, la Ley 19327 obligaba a las salas de exhibición cinematográfica a presentar tanto corto como largometrajes peruanos aprobados por la Comisión de Promoción Cinematográfica (COPROCI).
[6] Liliana Moreno: «La Argentina es lo que escribe, filma y canta», Clarín.com (Periodismo en internet), Buenos Aires, 22 de junio 2003, http://old.clarín.com/suplementos/zona/2003/06/22/z-00215.htm, p. 2.
[7] «Cineastas de 15 países rechazan las presiones de Hollywood sobre México, 04 de marzo 2003», www.rebelion.org/ cultura/cine040303.htm
[8] Se trata de un foro informal e internacional en el cual los ministros nacionales y responsables de la cultura pueden analizar e intercambiar puntos de vista sobre asuntos culturales y elaborar estrategias para promover la diversidad cultural. La conforman cerca de sesenta países, entre ellos Argentina, Brasil, Camerún, Canadá, Croacia, Cuba, España, Filipinas, Francia, Italia, Líbano, Marruecos, México, Mozambique, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica, Suecia, Suiza y Vietnam. Ver www.incp-ripcvisu.php?id=.org
[9] En www.paginadigital.com.ar/articulos/2002rest/2002terc/cartas/chi8-4.html
[10] En www.proimagenescolombia.com/pantalla088.htm
[11] René Weber: op. cit., p. 13.
[12] Fue creada en 1995 y reemplazó al GATT; engloba a unos 130 países.
[13] Patricio Rivas: «La excepción cultural, Entre la mercantilización y la identidad», www.attac.cl/noticias/2003/09_setiembre/tlc_y_cultura.html
[14] Armand Mattelart: op. cit., pp. 6 y 7.
[15] Más información en www.mondialisations.org/php/public/art_visu.php?id=9377&lan=E