–Escriban porque la literatura deja testimonio directo e indirecto, como en Macondo, tres mil muertos pero no pasó nada -aconseja un Grillo-. Macondo se ha hecho un mundo vago y sin tierra donde, muchas veces, las mujeres no gritan. Pero la mujer en la marginación debe gritar para superar su autocensura, para superar su miedo. […]
–Escriban porque la literatura deja testimonio directo e indirecto, como en Macondo, tres mil muertos pero no pasó nada -aconseja un Grillo-. Macondo se ha hecho un mundo vago y sin tierra donde, muchas veces, las mujeres no gritan. Pero la mujer en la marginación debe gritar para superar su autocensura, para superar su miedo.
Muchas hispanoamericanas que han escrito en medio de dictaduras, representan la estética de lo exacto llevado al extremo, como Renée Ferrer, una paraguaya poeta, novelista y cuentista que casi nadie conoce, y que desde hace más de cuarenta años sobrevive escribiendo, buscando, desde La Asunción, la valenza catártica de la palabra. Creando una fórmula mágica, en medio del silencio y la soledad de un mundo cuadrado y obligado al mutismo, muchas veces por el banal machismo o por la ceguera de las grandes editoriales.
Entonces Grillo, que no es un insecto sino el apellido de otra mujer que escribe, dice:
-Sí, la mujer grita en momentos de conmoción, como cuando pare una criatura. La voz de una mujer es la voz de los oprimidos.
Y Grillo insiste:
–Al frente de un telegrama de George Bush que sugiere a los anti-castristas «resistan». Resistamos nosotros ante el Protectorado cultural de los Estados Unidos. Resistamos, no nos dejemos condicionar para que el imperialismo no todo lo compre, y no todo lo soborne.
¡No, al silencio!, mujeres, resistamos, que algunas han sido capaces de exteriorizar sus gritos, resistamos a Bush y su mediocridad para gerenciar el mundo.
-En Paraguay -contesta Renée- las mujeres que desde los años sesenta empezamos a escribir estuvimos influenciadas por Josefina Platt, una renovadora de la poesía paraguaya. Y escribimos mucho durante los tiempos de la dictadura con la esperanza de que nos leyeran. Pero muchos de nuestros libros se quedaron en el olvido, mas allí está la obra, escondida. En los momentos de crisis, de grandes problemas, tenemos esa opción, o escribimos o morimos sepultadas de locura.
– Yo -continua Renée Ferrer, moviendo unos ojos muy azules, que, inclusive, dicen que llora- me considero una escritora, y cuando escribo no me encasillo.
-¿Sobreviviente entre los patriarcas?-le pregunto.
-Casi, pero una vez compuse un libro donde ninguna sílaba, ningún sujeto denunciaba mi sexo, era un trabajo sobre la catástrofe nuclear, y el protagonista era un hombre. No quería que supieran que el libro había sido escrito por alguien de sexo femenino. Quería que se juzgara por un trabajo literario y no por un trabajo escrito por una mujer.
– ¡Mujer!- le digo a Renée, que enseguida me contesta:
-Ah, también escribí «Los nudos del silencio», es una novela mía, debió ser un cuento, pero se convirtió en novela. Tiene diferentes niveles de lenguaje, cuando habla el torturador, el lenguaje es plano. En cambio, cuando le toca hablar a la burguesa paraguaya, al igual que a la prostituta, otra protagonista, el lenguaje se transforma, haciéndose lírico. Cada personaje da la versión de su vida y vuelve al pasado, mientras un saxofón articula y mueve los personajes porque es una novela polifónica.
Entonces no nos queda otro remedio que escribir, porque «aquí en Macondo no pasa nada».