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Arañas y visigodos, un acercamiento al racismo de Federico Krutwig

Fuentes: Rebelión

Si hay algo positivo en el llamado proceso independentista catalán que se desarrolló hace unos meses ha sido un cierto estímulo para volver los ojos a los teóricos del nacionalismo, no sólo catalán, y hallar en ellos algunas tesis que podrían explicar ciertas coordenadas de esta «explosión nacionalista», sobre todo en lo que se refiere […]

Si hay algo positivo en el llamado proceso independentista catalán que se desarrolló hace unos meses ha sido un cierto estímulo para volver los ojos a los teóricos del nacionalismo, no sólo catalán, y hallar en ellos algunas tesis que podrían explicar ciertas coordenadas de esta «explosión nacionalista», sobre todo en lo que se refiere a la actitud frente al «otro», al excluido de la nación de referencia. Y ciertamente, a veces ocurre que se realizan descubrimientos sorprendentes sobre algunos postulados que han permanecido ocultos, entre otras cosas quizá, debido a la vergüenza que podrían suscitar entre los acólitos de estas doctrinas, siempre dispuestos a exhibir ante sus enemigos expedientes democráticos intachables.

Uno de los pensadores del moderno nacionalismo vasco fue Federico Krutwig. Nacido en Guecho en 1921, es el autor de «Vasconia. Estudio dialéctico de una nacionalidad«, ensayo que supuso en su momento (fue publicado en 1963) en una gran medida el replanteamiento teórico del nacionalismo vasco, en un intento por alejarse de la óptica reaccionaria del PNV, encontrando un eco importante en cierta militancia de ETA. Tanto es así que Krutwig, acabaría siendo, al menos según su propia versión, el redactor de las tesis políticas y organizativas de la V Asamblea de ETA (diciembre de 1966-marzo de 1967), tan sólo retocadas superficialmente (seguimos la versión del propio Krutwig1) por Julen Madariaga. Fedrico Krutwig participaría en la segunda fase de esa V Asamblea en la que ETA adoptó el esquema organizativo de los cuatro frentes que Krutwig-Maradiaga propusieron y en la que la organización armada profundizaría en su nacionalismo, alejándose de las tesis más obreristas y marxistas que se habían impuesto en la IV asamblea, llevada a cabo en 1965.

Pues bien, aparte de ser el principal inspirador de la V Asamblea y autor de «Vasconia«, por lo cual ya merece un espacio propio en la Historia del nacionalismo vasco, Krutwig escribió otras obras. Una de las últimas, al menos la última publicada (póstumamente, por otra parte) fue «Años de peregrinaje y lucha» dada a la luz por la editorial Txalaparta en 2014, pero escrita aproximadamente hacia 1987, según se deduce de su lectura.

Que Krutwig apostó por el puro nacionalismo frente al marxismo (a pesar de que en los documentos de ETA que él asumió se defendiera retóricamente un vago socialismo utópico) no ha sido nunca ningún secreto. Lo que revela esta última obra suya es no obstante (además de una fobia casi enfermiza hacia el marxismo, al que califica a veces de virus, de enfermedad,2 utilizando una terminología médica desgraciadamente bien conocida en el ámbito político) su xenofobia atroz, algo que comparte no por casualidad con el padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana, y con teóricos conspicuos del nacionalismo catalán. No obstante, el racismo de Krutwig (entendido no sólo como odio o desprecio a otras etnias y/o culturas o a grupos humanos diferentes, sino como una jerarquización de las mismas en cuanto a virtudes o defectos) es bastante «sui generis» respecto al catálogo de pueblos superiores e inferiores que todo racista suele esgrimir. Por un lado identifica a los pueblos chino, alemán e italiano como virtuosos y a otro lado, como dignos de desdén, al español3, el ruso, el argelino y algún otro cuya existencia el lector incluso quizá desconozca. Pero la singularidad de las fobias racistas de Krutwig se acentúa, ya que en el momento en que él escribe no incluye a su en teoría propio pueblo, el vasco, entre los virtuosos.

En la elaboración de su geografía particular de la excelencia colectiva, Krutwig tiene en cuenta como criterio rector sobre todo a la cultura; según él es la cultura la que define la virtud de un pueblo o su adecuación al mundo actual. Hay pueblos cultos e incultos; aunque también hay pueblos de una gran cultura (como el español), la cual no obstante resulta inadecuada para el mundo moderno.

Y empezando con el listado de pueblos inferiores una de las dianas de las invectivas del gechotarra es el pueblo ruso. Su primera aparición en la obra es de la mano del pueblo chino (y de mongoles y manchúes, que tampoco salen bien parados). El autor compara a ambos: «(…) noté una vez más lo que es ser un pueblo culto, con muchos siglos de cultura, y lo que es un conjunto de salvajes, que han eliminado a su propia aristocracia (de mérito), lo que llamaría para no confundir con lo que solo sería la nobleza, quizá con una palabra sinónima como sería beltistocracia (gobierno de los mejores). Una rosticidad4, grosería que ha caracterizado a la plebe rusa, sigue latiendo en todos los burócratas rusos. La diferencia quizá estribe en que en China el pueblo en su conjunto era la masa culta, que tuvo la desgracia de sufrir invasiones y conquistas de mongoles y manchúes, que no eran cultos, mientras que en Rusia el pueblo eslavo era una masa inculta, y la beltistocracia había sido siempre extranjera, de origen griego o alemán5«.

Esta comparación entre chinos y rusos la vuelve a hacer en la página 217. En ella de China dice que es un lugar «donde habita un pueblo con una vieja cultura«, mientras que los rusos son «unos salvajes, ni aún hoy en día bien educados. (…) Éstos son eslavos, que desde antiguo no han sido otra cosa que «esclavos» o «siervos», a quienes aún no se les ha caído la coraza de su vil vulgaridad«. Con el pretexto pues de que el Pisuerga pasa por Valladolid aprovecha el bueno de don Federico para caer de un burro a todos los pueblos eslavos, no sólo a los rusos. No explica por qué el pueblo chino es culto y los pueblos eslavos no. Pero ahí queda eso.

Otro de los blancos favoritos de Krutwig son los pueblos norteafricanos y árabes. El vizcaíno pasó una temporada en Argelia como delegado de ETA. De nuevo, ponderando al pueblo chino, no se le ocurre mejor método de alabarlo que compararlo con otro, según este teórico, de peor condición. Las pullas en este caso las sufrían (demostrando con ello ser un huésped poco agradecido) sus anfitriones, los argelinos. Krutwig, admirado de las obras de traídas de agua que se llevaron a cabo en el pueblo de Tha Tchai, expresa su opinión de que tan inmensa tarea habría sido imposible de realizar en Argelia. Veamos por qué: «En este país, en tal situación, lo primero que haría un argelino seria levantar una empalizada, especialmente para guardar en el interior a las mujeres. Luego, si fuera muy de mañana, se pondría a tomar el té con menta, y quizá, si hubiera un grupo de ellos con una taza de té, sacarían -claro está- un juego de dominó, que no puede faltar, y se pondrían a colocar ficha tras ficha. Al mediodía, como hace mucho calor, se hubieran quedado a la sombra, y a la tarde… ¿Para qué empezar si ya no hay tiempo para hacer nada? La diferencia estaba ahí. En Tha Tchai había chinos y no argelinos.» Ya de paso, sin venir a cuento, tira contra los andaluces, que serán blanco también de su ojeriza, recogiendo la tampoco original idea de que Andalucía es una especie de apéndice africano: «el milagro chino (…) no podrá ser el milagro andaluz, porque estos están más cerca de los argelinos que de los chinos«6.

Como bien demuestra la experiencia cotidiana, las saetas de un racista pueden dirigirse hacia cualquier lado hasta alcanzar objetivos insospechados. Krutwig nos da ejemplo de ello. Objeto de su implacable animosidad racial son los aostanos, es decir, los habitantes del valle de Aosta, una región del noroeste de Italia, una excepción dentro de la excelsa colectividad italiana. Nos dice don Federico con su «fino» bisturí cientifista: «Entre ellos hay un 35% de la población con un bajísimo coeficiente intelectual, y que al mirarles se cree tener delante de uno a un auténtico neardental, al menos tal y como los representan en las reconstrucciones (…). (…) el aspecto de infrahumano o humanoide de esta gente no ha variado (…). (…) como son unos cretinos, unos auténticos humanoides, cohabitan con el ganado, y esto todo ello porque no se corresponden cien por ciento con el género del homo sapiens«.7

Pero el tamaño de las dianas racistas de Krutwig no es pequeño y llega a cubrir subcontinentes enteros: «Los sudamericanos me parecieron en su inmensa mayoría unos pueblos compuestos de hombres infantiles, poco maduros según nuestro punto de vista«8. Luego aclara que ese «nosotros» se refiere a la gente cultivada, con lo cual nos viene a certificar que los sudamericanos no lo son. Y esto no sólo lo expresa de forma aislada. En otro pasaje, en la página 171, criticando al Che Guevara y su aventura boliviana, nos aclara que es norma general en todos los sudamericanos la falta de cultura, no acabando ahí la serie de invectivas contra el colectivo.

Por supuesto que su desdén hacia lo hispanoamericano está íntimamente relacionado con el que siente hacia el pueblo español (excluido de él a los ciudadanos vascos y navarros, por supuesto, como ya se ha advertido en nota a pie de página), algo que no debe sorprendernos en un teórico de uno de los nacionalismos ‘periféricos’. Y es que su desprecio contra los «españoles» lo extiende a todos los pueblos de habla española, los cuales estarían contaminados por la lengua y la cultura españolas9, y también por algo mucho más importante pero de difícil explicación, lo que me dará el placer de ceder la palabra, una vez más, a don Federico, el cual nos revelará el basamento fundamental de su pensamiento etnicista. Teorizando sobre la diferencia entra táctica y estrategia en los grupos guerrilleros y sobre la ‘inteligencia’ en la conducción de una guerra, la cual suele estar ausente, según Krutwig, en los movimientos guerrilleros populares, se expone lo siguiente en una nota a pie en las páginas 129 y 130 de la obra que estamos comentando: «En el caso de los pueblos de habla castellana, este defecto se ve además multiplicado por algo que es propio de la cultura española y que actúa en el mismo sentido. (…) la cultura castellana, al ser una cultura verista, es una cultura del ‘joankizuna’10; es decir, del futuro que se escapa del nosotros, puesto que toda cosa que se ha objetivado -y los veristas sólo actúan sobre realidades objetivas- tiende desde el momento de su objetivación hacia su autoeliminación. Mientras que toda acción inteligente actúa sobre el ‘ethorkizuna’; es decir, sobre lo probable o posible, aún sin objetivar. La cultura española impide ver a las personas que han sido educadas en ella todo lo que se refiera al ‘ethorkizuna’, y esto es debido a una razón anatómica. Hoy sabemos por los estudios realizados sobre el cerebro y las neuronas que todo ser trae al momento de nacer una serie de posibilidades ‘in potentia’ de las que solamente algunas llegan a realizarse; es decir, llegan a ser ‘in actu’. En realidad, el hombre trae en las células de su cerebro una cantidad predeterminada de neuronas. Estas tienen en principio, y según el tipo, diferentes ramificaciones ascendentes de las que la práctica selecciona algunas, y las demás degeneran y desaparecen. Esto hace que, incluso en gemelos monocigóticos, la experiencia pueda fijar diferentes ramas trepadoras que conducen hacia las partes superiores de las neuronas, y, en consecuencia, el fenotipo que se desarrolle en ambos gemelos resulta a veces bien diferente. Por esta razón tiene tanta importancia saber qué tipo de educación se va a dar a los niños. Platón ya lo había notado, y hablando de la necesidad de que los niños no sean considerados personas libres antes de que se hayan realizado como personas para llegar a saber en el futuro pensar abstractamente, mirando el ‘ethorkizuna’. Esta fue justamente la excelsa labor que ha realizado la cultura griega. En la Europa moderna, podríamos decir que han sido los pueblos germánicos los que han seguido con el legado de la Grecia clásica. Y de esto tenían consciencia tanto los autores alemanes como los ingleses. También Italia, debido a la cultura renacentista, y a pesar de la labor destructora llevada a cabo por España tras el triunfo del jesuitismo, ha conservado bastante esa fuerza capaz de abrir una ventana hacia el ‘ethorkizuna’, mientras que las personas educadas a la española son incapaces ni de darse cuenta de esta realidad en el más mínimo grado, igual que un ciego de nacimiento es incapaz de saber qué son los colores.

«Volviendo al arte de la guerra, por esta razón vemos que los españoles, tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo, y en este ya de una forma ridícula, como es el militar bananero, son incapaces de pensar una estrategia. Hasta los generales no saben pensar más allá del «cuartelazo»; es decir, del golpe bobo y bruto. Otra cosa bien diferente pasó con el Alto Estado Mayor prusiano, cuyos jefes no solo estudiaban ‘Gymnasia’, la cultura clásica, sino que hasta leían a Kant.»

Antes no sabíamos por qué para don Federico unos pueblos son mejores que otros, ahora hemos avanzado un poco, aunque sea a costa de soportar los ataques a la inteligencia de los españoles (o mejor dicho, a la falta de inteligencia de los españoles y de los hispanoamericanos), a los cuales parece haber dedicado un estudio más profundo que a los rusos o a los argelinos (serán cosas de la proximidad). Estas palabras son importantes porque, como decía antes, nos dan la clave del pensamiento racista de Federico Krutwig, una clave nada original por cierto y, a la fecha en que escribía, completamente trasnochada y absolutamente desprestigiada desde el punto de vista político, moral y por supuesto científico.

Dichos planteamientos se relacionan con los frustrados intentos de una parte de la ciencia, intentos que arrancan en el siglo XIX, por demostrar que unas personas son psíquicamente distintas a otras y que esa diferencia se basaba y se plasmaba en muchas ocasiones, como el propio Krutwig «revela» en los aostanos o en los españoles e hispanoamericanos, en conformaciones fisiológicas determinadas (anatómicas, en palabras de Krutwig), las cuales además podrían ser hereditarias y que habrían conformado a los diferentes grupos de manera distinta entre sí11. De ahí a la jerarquización de esos grupos humanos solo había un paso, paso que por supuesto dieron muchos no sólo en el siglo XIX sino durante la primera mitad del siglo XX, paso que también da Krutwig, aunque a su particular manera.

En realidad esos postulados no eran más que intentos de dar marchamo «científico» a unos prejuicios étnicos justificativos de la dominación que unas sociedades han ejercido sobre otras, dominación que se ha dado desde el comienzo mismo de la historia, pero que tomó una relevancia mayor desde la expansión de los países occidentales por todo el mundo a partir de fines del siglo XV, y el encuentro con otras sociedades con un nivel de desarrollo tecnológico menor y una organización social completamente distinta; expansión y encuentro que estimularon, en el ambiente intelectual del humanismo y del nacimiento de la ciencia moderna, la reflexión sobre la diversidad y la identidad humanas. De tal manera, el cientifismo racista no sería más que una manera presuntamente rigurosa de polemizar con la ética de la hermandad humana que arranca precisamente en esta época con hitos como la bula «Sublimis Deus» que Pablo III promulgó en 1537 o la famosa Controversia de Valladolid12, que se continúa con el moderno Derecho de Gentes y que culmina con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y los movimientos abolicionistas de la esclavitud.

El magma de las ideas de Krutwig lo constituyen diversas corrientes científicas y médicas que como decíamos nacen en el siglo XIX, corrientes como por ejemplo el higienismo, la psiquiatría social, la llamada «medicina social», cuyos fundamentos fueron adoptados por el degeneracionismo13 y la eugenesia. El degeneracionismo defendía que una parte de la población había «degenerado» debido a que los adelantos científicos y médicos propiciaban la neutralización de los mecanismos de selección natural, permitiendo así sobrevivir en lugar de desaparecer automáticamente a individuos inadaptados (Krutwig de hecho utiliza esta palabra, «degeneración», para referirse al sistema neuronal). Esa degeneración lógicamente es un proceso que se da a través de las generaciones y cuyo vehículo es la herencia de esos caracteres que se atrofian. Planteada la cuestión en estos términos la aparición de la eugenesia era en cierto modo la consecuencia lógica de esa vía cientifista, pues si se aceptaba que ciertos rasgos anatómicos y comportamentales y con ellos ciertos individuos y grupos habían degenerado, lo más lógico era regenerar bien esos rasgos, bien los individuos o bien los grupos humanos.

En España, esas corrientes arraigaron en la primera mitad del siglo XX. Luis Huerta, uno de sus cultivadores, cruzaba el límite desde el territorio en que se consideraba la degeneración de la morfología más externa del individuo a aquel otro en que lo que degenera es la propia inteligencia humana (límite que Krutwig en su obra también cruza). Huerta afirmaba que la clase obrera es inferior en el ejercicio, hábito y habilidad de la inteligencia así como en la cantidad de conocimientos y que esa falta de práctica intelectual produjo una atrofia en la capacidad misma del intelecto, capacidad que por supuesto se transmitió de generación a generación14. Con este tipo de análisis, en palabras de la historiadora Francisca Juárez González «se pretende justificar una propuesta de actuación científica amparada desde la política que neutralice a estas clases sociales, y con un programa de acción consistente en medidas fomentadoras de la natalidad entre los individuos aptos, evitando de paso la reproducción de los indeseables. La acción eugénica se completaría así con la construcción de una nueva moralidad, que apoyada en su indudable carácter científico, y en una aparente progresividad, defiende sin embargo unos valores clasistas (…)»15. Por tanto, como bien expone Francisca Juárez, estos postulados se irán adaptando para clasificar también a las clases sociales en superiores e inferiores, aunque eso sí, la corriente principal de este movimiento tenía como objetivo marcado la ordenación de los grupos humanos según otro criterio, potenciando el concepto de «raza», basada esta en pilares tan poco sólidos como la pertenencia a una supuesta misma cultura, el uso de un mismo idioma, la posesión de un tipo de tono de piel, o cualquier otro que al «científico» degeneracionista de turno le pareciera de lo más razonable. Así por ejemplo, y por limitarnos al caso español, y siguiendo a la ya citada profesora Juárez, Nicolás Amador, otro eugenista del primer tercio del siglo XX, distinguía entre razas superiores e inferiores y desaconsejaba, en bien de la eugenesia, su mezcla. Criterio este que fue seguido por algún que otro gobierno occidental anterior a 1933, año de la llegada al poder del movimiento político que llevará a la práctica el eugenismo de manera más brutal (el Partido Nacinal Socialista Alemán).

Pues bien, ahora ya parece quedar claro en qué coordenadas ideológicas se inscribe el racismo de Krutwig, unas coordenadas cercanas a estas referencias degeneracionistas, pues para el gechotarra el ambiente (en este caso cultural) impide a los españoles e hisponoamericanos (y suponemos que a los rusos y a otros pueblos) desarrollar su organismo de una manera tan perfecta como los alemanes o los chinos, poseedores estos de unos cimientos culturales adecuados para el perfeccionamiento neuronal16. Pero aún se puede concretar más y emparentar las ideas de Kutwig con las del gran eugenista por excelencia del solar patrio, D. Antonio Vallejo Nájera. Este médico militar ha pasado a la historia, entre otras cosas, por ser el jefe del Gabinete de Investigaciones Psicológicas creado en 1938 en la España nacionalista gobernada por el general Franco, cuyo objetivo fue «asentar empíricamente la convicción preestablecida de la naturaleza psicosocial degenerativa e inferior del adversario»17, es decir de los republicanos españoles y sus aliados los brigadistas internacionales. Vallejo-Nájera sostenía que factores educacionales, o sea meramente ambientales, podían causar la degeneración de una «raza», en este caso, en acuerdo con Krutwig, de la española. Para Vallejo-Nájera «la expresión raza poseía un carácter singular. Nada que ver con las tesis biologistas de franceses, británicos o alemanes. Singular porque la raza no correspondía a un grupo biológico humano sino a una sociedad -la de la época de la caballería-, a un grupo social -la aristocracia- y a una forma de gobierno fundamentada en la disciplina militar y depositaria de unas presumibles virtudes patrióticas destruidas por el sentido plebeyo de la burguesía y las clases bajas. Destrucción lenta que, según parece, produjo cambios incluso en la morfología de los individuos, en su fenotipo: «absorbidos los restos de la pequeña nobleza por la burguesía engendrada por una democracia aplebeyada, el instinto de adquisitividad (sic) apertrofiábase en virtud de las cualidades ancestrales excelsas. El fenotipo amojamado, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ventrudo, sensual, versátil y arribista, hoy predominante»18.

Krutwig piensa que se atrofian las neuronas, Vallejo-Nájera, el rostro y el abdomen. Vallejo-Nájera, a diferencia de Krutwig, precisaría más en otros textos: «la raza es adquisición cultural derivada del ambiente social«19. Y si bien don Federico no utiliza el concepto de raza (sí el de etnia), parece indiscutible que sostener que un tipo de cultura o un tipo de educación, (los célebres factores «ambientales»), influyen sobre el fenotipo neuronal y ello en el desarrollo o degeneración de ciertas capacidades intelectuales no es más que avalar toda esa corriente de cientifismo cuasi místico que quedó enterrado en 1945 bajo los escombros de Berlín. Y si cierto es que en la historia de la ciencia este tipo de corrientes pueden verse como un camino que en su momento se corrigió, lo que parece asombroso es que un intelectual, o alguien que pretendía serlo, a la altura de los años ochenta defendiera esos puntos de vista.

No obstante nuestro asombro desciende de grado cuando recordamos una vez más que Krutwig se mueve en las corrientes ideológicas nacionalistas (al igual que Vallejo-Nájera), las cuales en fechas muy avanzadas han seguido dando perlas apreciables en su versión periférica, como aquella que el «hereu» Jordi Pujol, en 1976, después de todo lo que había caído no sólo en España, sino en toda Europa, se atrevía a publicar: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido […], es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir su falta de mentalidad«20.

Krutwig, al igual que Vallejo-Nágera, como todos los racistas, no deja de ser víctima de un complejo narcisista, tal y como defendía Freud («En la abierta antipatía y aversión que la gente siente hacia los extranjeros con quienes debe tratar, reconocemos la expresión del amor a sí mismo, del narcisismo«21). A juicio de Gordon Allport, que compartimos, «en todos nosotros hay una disposición a estimar nuestro propio modo de existencia y en consecuencia a subestimar (o atacar de modo activo) lo que nos parece constituir una amenaza para él22 Algo de eso hay en Krutwig: un narcisismo elevado a una potencia extrema que queda constatado en el hecho de que, no casualmente creemos, dos de los pueblos por él ensalzados, el italiano y el alemán, son aquellos de donde parte de su familia proviene. Su padre, según él mismo cuenta, es de origen franco-alemán; su madre, de origen italiano. Lógico pues en un narcisista que considere a los pueblos de sus ancestros como superiores.

En cuanto a las elecciones de las distintas dianas de su desprecio es claro que el pueblo español, como pueblo opresor (pues otro rasgo reaccionario de Krutwig al que este artículo no ha querido acercarse es que quienes oprimen son los pueblos, no las estructuras de poder), debe ser vapuleado de lo lindo. No obstante, otros objetivos de sus saetas (o de sus alabanzas) habrá que referenciarlos a lecturas indigestas o a la tradición del racismo occidental; o quizá simplemente al capricho o a veleidades personales. Y aquí viene a cuento recordar esa escena de la película «La vida es bella«, dirigida por Roberto Benigni, en la que se nos revela el absurdo de todo racismo, cuando el protagonista intenta explicar a su hijo la prohibición a entrar en un comercio a judíos y perros. El niño, en su inocente lógica, no comprende tal interdicción y al padre no le queda más remedio para tratar de explicarla que internarse en el único territorio en el que transita el odio racial: el disparate, el desatino, la incongruencia. El padre le dice a su hijo que cada cual tiene sus antipatías personales y que él mismo no permitiría nunca entrar a su librería ni a visigodos ni a arañas, porque los visigodos le tenían frito al pobre hombre. Pues a Krutwig, como a todos los racistas, le tenía frito media humanidad, aunque se murió sin saber por qué.23

Notas:

1 Krutwig, Federico: Años de peregrinaje y lucha, Tafalla, Txalaparta, 2014, pp. 103-128

2 «En ETA, con la entrada del virus marxista, el movimiento vasco degeneró. En vez de mirar a unos fines más elevados que hiciesen que la lucha tuviera unas miras más dignas, se rebajaba todo a la altura de la chusma (…)«. Krutwig, Federico: op.cit., pág 272.

3 Cuando Krutwig habla del pueblo español excluye de él a los vascos y navarros. Como buen nacionalista vasco, para Krutwig el pueblo vasco lo forman los habitantes de las actuales comunidades autónomas vasca y navarra, así como los de la parte occidental del Departamento de Pirineos Atlánticos de la República Francesa donde aún hoy un número pequeño de habitantes se expresa en vascuence.

4 Así, en la obra de Krutwig.

5 Íd.: pp.34-35.

6 Íd.: p. 222.

7 Antes de continuar se ha de aclarar que la traslación de las citas se ha repasado concienzudamente para ofrecer al lector la redacción exacta de la obra de Federico Krutwig. Con esta observación se quiere remarcar que las singularidades gramaticales que pueda detectar el lector en ellas tienen su origen en la pluma del señor Krutwig. Por otro lado, el autor de este artículo, debido a la naturaleza de las ideas del señor Krutwig y a su particular concepto del rigor, no acierta a saber si el término «cretino» hace referencia a una enfermedad mental, a un tipo morfológico concreto o simplemente a un insulto. La desorientación del autor de este artículo acerca de la formación científica de Federico Krutwig puede quedar disculpada por la afirmación que éste sostiene de que algunos italianos forman parte de otra especie animal distinta a la del resto de la humanidad. Lástima que el señor Krutwig muriera sin aportarnos la filiación de esta nueva especie, suponemos que del género «homo», aunque a estas alturas ya dudamos de todo.

8 Íd: pág 167.

9 Uno de los puntos débiles en la teoría del nacionalismo vasco, así como del catalán, es que considera que tanto los vascos y navarros como los catalanes no son comunidades hispanoparlantes, cuando hoy día el ciento por ciento de los habitantes de esas regiones hablan español, mientras que no todos ellos son, por cierto, hablantes de las respectivas lenguas regionales. Es un detalle que se suele pasar por alto pero que a mi juicio es capital (es decir, que no es precisamente un detalle).

10 «Joankizuna» es un neologismo creado por el propio Federico Krutwig por analogía de la palabra eusquérica «etorkizuna» (Krutwig, a pesar de haber sido miembro de la Academia de la Lengua Vasca, prefiere saltarse la norma de la institución a la que perteneció y escribir «ethor» y «ethorkizuna», con hache intercalada). Esta última, como sustantivo significa «porvenir», «futuro», y utilizado como adjetivo se refiere a lo futuro, a lo venidero, y se forma con el verbo «etor», que significa venir. Utilizando pues la misma estructura gramatical Krutwig antecede al sufijo «-kizuna» el verbo «joan», que significa «ir», «irse», «dirigirse», «salir», «partir», «marchar», etc., creando así una palabra inexistente en vascuence y cuya traducción dejo imaginar al lector, si bien Krutwig aclara en su texto qué quiere expresar con ella.

11 Recordemos que el concepto de fenotipo (utilizado por Krutwig en su exposición) en genética hace referencia a cómo se expresa el genotipo en función de un determinado ambiente. El fenotipo constaría de elementos físicos y comportamentales; el genotipo a su vez no es más que la información genética de un individuo. Por tanto, fenotipo y genotipo están íntimamente relacionados, aunque realmente esa relación no se conoce en profundidad. Por ejemplo, diferentes tipos de gatos pueden tener genes diferentes para la forma de las orejas que hacen que unos las tengan más curvadas que otros. No obstante, un cambio en el ambiente también puede afectar al fenotipo; así aunque podamos pensar que los flamencos son genéticamente de color rosa, en realidad ese color viene dado por el tipo de alimentación. El fenotipo no es siempre visible sino que puede hacer referencia a un órgano del individuo, por ejemplo el funcionamiento de las encimas o el grupo sanguíneo. Otra diferencia básica entre genotipo y fenotipo de un organismo es que el genotipo solamente se puede observar cuando se analiza el ADN, mientras que el fenotipo puede ser observado en la apariencia externa de un ser vivo o de un órgano de este.

12 Se conoce así al debate entre Juan Ginés de Sepúlveda y Fray Bartolomé de las Casas que tuvo lugar en la capital castellana en 1550-1551, en que se defendió por parte del primero la inferioridad de los indígenas americanos respecto a los europeos y su igualdad por parte del segundo. Para una visión general de la cuestión ver Manero Salvador, Ana: «La controversia de Valladolid: España y el análisis de la legitimidad de la conquista de América» en Revista electrónica iberoamericana, Vol. 3, n.º 2, Centro de Estudios de Iberoamérica, 2009, pp. 85-114. Consultado en internet: https://www.urjc.es/images/ceib/revista_electronica/vol_3_2009_2/REIB_03_02_A_Manero_Salvador.pdf

13 Ver Juárez González, Francisca: «La eugenesia en España, entre la ciencia y la doctrina sociopolítica» en Asclepio, Vol LI-2-199, pp 117-131.

14 Juárez, op. cit., pág 120.

15 Íd.: pág 121.

16Si bien es cierto que Krutwig no menciona la herencia de estos rasgos, el resultado de la degeneración es idéntico al producido por la herencia puesto que los hispanos son incapaces de salir del círculo vicioso que les impone su cultura.

17 Vinyes Ribas, Ricard: «Construyendo a Caín. Diagnosis y terapia del disidente: las investigaciones psiquiátricas militares de Antonio Vallejo Nágera con presas y presos políticos», en Ayer, n.º 44, 2001, pág 228.

18 Vinyes Ribas. Ricard: op. cit. pág 233.

19 Ibid.

20 Pujol, Jordi: La inmigración, problema y esperanza de Cataluña. Barcelona, Nova Terra, 1976. En ediciones posteriores se eliminaría estas frases. Por otro lado, ya hemos mencionado el desprecio que hacia los andaluces Krutwig manifiesta en su obra.

21 La cita de Freud se encuentra en Allport, Gordon: La naturaleza del prejuicio, pero la recojo de Grossi Queipo, Francisco Javier: «Racismo, prejuicio y discriminación: una perspectiva psicosocial», en VV.AA.: Cooperación al desarrollo y bienestar social. Eikasia ediciones, Oviedo, 2004, p. 445.

22 Ibidem.

23 Una breve nota final para comentar un apunte previo. Se ha dicho en este texto que Krutwig, en uno de sus sorprendentes postulados, considera que a la sazón el pueblo vasco no vivía uno de sus mejores momentos. En esto muestra otra asombrosa coincidencia con la opinión que Vallejo-Nájera sostenía sobre el pueblo español. Así por ejemplo dice Krutwig en la página 304 de su libro: «Pero estar hoy en día defendiendo postulados y deducciones marxistas (…) tan sólo es posible que lo efectúen retrasados mentales. No es de extrañar que esto suceda en Euskalherria, donde el síndrome de Down es tan frecuente». Otra muestra, esta vez en las páginas 307-308: » (…) el nivel cultural que nos ofrecen los diferentes pueblos del Estado Español es tan bajo que difícilmente lo podemos considerar europeo, y entre ellos el pueblo euskaldun no ocupa tampoco una posición dignamente culta (…)». Y refiriéndose concretamente al País Vasco añade en la página 308: «Aquí la realidad es que, con un elemento humano tan poco preparado, con un pueblo compuesto en realidad por una gran cantidad de analfabetos, la democracia degenera en ‘okhlokratia’; es decir, en un gobierno de la chusma» . Más en la página 314: «(…) a los vascos habría que darles la máxima condecoración en rechazar todo lo que significa progreso». Y en la página 315: «Pocos países habrá en el mundo con un porcentaje tan alto de imbéciles». Para concluir, la situación vasca, a consecuencia de su decadencia cultural a la altura de los años ochenta era tal para el señor Krutwig que, de pasada, en las páginas 312 y 313 llega a diagnosticar al pueblo vasco un mal anatómico parecido al que sufren los españoles: «Así pues, es consecuencia lógica el que existan en Euskalherria tantos drogadictos, porque, siendo personas sin contenido cultural en el cerebro [se refiere a los vascos], no tienen un cuadro de referencias con el que interpretar la naturaleza. No poseen nada que sea superior, sino tan solo la parte más ínfima del cerebro animal, aquello que el hombre tiene en común con los animales, hasta los inferiores. Son justamente las células del neocórtex las que «realizan» por medio de una selección cultural que ellos ya ni lograrán efectuar.»

Joaquín Rodríguez Burgos. Licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid.

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