La arquitectura hostil es una tendencia de diseño urbano donde los espacios públicos se construyen o alteran para desalentar su uso. Los más afectados por esta estrategia son las personas sin techo y los jóvenes. Esta tendencia está más típicamente asociada como medio de repeler a las personas sin techo, por ejemplo, en la forma […]
La arquitectura hostil es una tendencia de diseño urbano donde los espacios públicos se construyen o alteran para desalentar su uso. Los más afectados por esta estrategia son las personas sin techo y los jóvenes. Esta tendencia está más típicamente asociada como medio de repeler a las personas sin techo, por ejemplo, en la forma de «pinchos antisintecho», los cuales son colocados en superficies planas para impedir su uso como lugar de descanso. Hay seres humanos que sobran.
Este fin de semana leyendo sin saber cómo, he podido acceder a una pagina web argentina titulada APU Agencia Paco Urondo. Periodismo militante, donde aparecía un artículo, para mí impactante, Arquitectura hostil: la ciudad como un territorio sin pobres, de la periodista Nadia Mayorquín. De verdad sobrecoge el nivel de crueldad al que puede llegar el ser humano.
Señala Nadia que en Buenos Aíres se diseñan bancos de cemento que simulan ser confortables, hiedra de plástico que simula naturaleza viva para embellecer el paisaje urbano, pinchos en los aparadores y hasta zumbidos de alta frecuencia. Estrategias urbanísticas que intentan desalentar las conductas no deseadas por el poder. La arquitectura hostil es una tendencia de diseño urbano donde los espacios públicos se construyen o alteran para desalentar su uso. Hay un mobiliario de vocación disciplinaria. Los más afectados por esta estrategia son las personas sin techo y los jóvenes. Esta tendencia está más típicamente asociada como medio de repeler a las personas sin techo, por ejemplo, en la forma de «pinchos antisintecho», los cuales son colocados en superficies planas para impedir su uso como lugar de descanso. Ya en el extremo del crueldad humana habla de «Basureros inteligentes» que por su diseño hermético pretenden servir «para evitar que la gente se meta y saque basura», según lo expresó Eduardo Macchiavelli, ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires. Solamente lo puedan usar los vecinos y los comerciantes que disponen de una tarjeta magnética. En la Avenida Corrientes se han instalado 18 de estos artefactos inteligentes. La imagen que aparece a continuación se comenta sola.
Mas lo descrito en Buenas Aires se ha convertido en algo común en otras muchas ciudades del mundo, como en Nueva York. Este domingo La Vanguardia publicaba un reportaje titulado Mejor te traes la silla de casa. El subtitulo es muy claro «A medida que crece la población de los sintecho, Nueva York intensifica la «arquitectura hostil», esas armas de diseño para excluir a la gente del espacio público. Se comenzó a diseñar hace una par de décadas, cuando la polarización de la desigualdad distanció a los superricos de los pobres. En la calle 87, cerca de la Tercera Avenida de Manhattan, en una valla se han instalado unos pinchos metálicos para impedir que la gente se siente. Lo curioso es que los vecinos los utilizan para amarrar sus perros. En la calle 77 hay una valla con barra antiasiento. Bancos verticales que van contra la naturaleza de un banco en la calle 86. Alféizar con pinchos en edificio residencial en calle 86 y Park. Un banco para tumbarse de los de diseño de «cara amigable» según el arquitecto Tobías Armborts. El objetivo es evitar que utilicen el espacio público los alrededor de los 79.000 sintecho neoyorkinos. Los llamados homeless, un triste atractivo de la «ciudad de los rascacielos», donde la miseria contrasta con la reluciente riqueza, y miles de personas, incluso niños y ancianos, carecen de una casa. Todas estas personas sin techo que abundan cada vez por nuestras ciudades, recuerdan a aquellas que el gran novelista inglés del siglo XIX, Charles Dickens, reflejó en sus novelas Oliver Twist o La pequeña Dorrit. Obras en las que ejercitó la crítica a la pobreza y a la estratificación social de la era victoriana.
En España no nos quedamos atrás. No vamos a ser menos. La Fundación RAIS -Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral- calcula que hay en España unas 30.000 personas sin techo, el mayor estado de vulnerabilidad y desprotección posible. Cáritas en el informe ¿En qué sociedad vivimos? eleva la cifra a 40.000. Por ello, los observamos por todas las ciudades españolas. De septiembre de 2018 es un reportaje de El País, titulado Una guía de la arquitectura contra los pobres en España, realizado por José Manuel Abad Liñán. David Alameda y Javier Galán. Las ubicaciones analizadas con este tipo de arquitectura son A Coruña, Albacete, Alicante, Almería, Barcelona, Bilbao, Cádiz, Castellón, Córdoba, Madrid, Girona, Granada, Huesca, Ibiza, Jaén, Las Palmas, Lleida, Logroño, Madrid, Málaga, Murcia, Oviedo, San Sebastián, Sevilla, Tarragona, Tenerife (varias localidades en la isla), Valencia, Valladolid, Vigo, Vitoria y Zaragoza. Insertan algunos dibujos de este diseño arquitectónico: bancos con apoyabrazos para que no se puedan tumbar: una superficie resguardada queda inutilizada con unos pinchos; e igualmente un soportal con rejas. Y otros artilugios crueles…
En mi ciudad, Zaragoza, hace unos años en la Avenida Clavé había una zona ajardinada muy agradable con una fuente, bancos, arbolada que producía sombra para el verano. Mas, al estar habitada por transeúntes sin techo, fue desmantelada y convertida en una zona inhóspita, porque así lo demandó la vecindad. También es cierto que eran frecuentes los altercados. No obstante, la responsabilidad es de la Administración por dejar tirada en la calle a gente aquejada de enfermedades psicológicas o de alcoholismo. Son seres humanos.
Todo lo descrito es una prueba del nivel de deshumanización al que se puede llegar en esta sociedad actual, especialmente en el ámbito de las ciudades. Hay seres humanos que sobran. Lo explicaba muy bien Bauman Zygmunt en el 2005 en su libro Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Me fijaré en la reseña que hace de tal libro Sonia Cajade Frías en la Revista de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid de 2010. Bauman plantea una de las paradojas más inquietantes de la modernidad: la producción de una cultura de «residuos humanos», toda una masa de «poblaciones superfluas» de emigrantes, refugiados y demás parias. Antes, esta generación de residuos superfluos era desviada y reabsorbida por otros lugares a los que todavía no había llegado el proceso de modernización. Sin embargo, en las actuales condiciones de globalización, de extensión de la modernidad a todo el planeta, lo anterior se ha vuelto imposible, pues aquellos lugares se encuentran actualmente también «llenos». De este modo, la eliminación, el reciclaje -o cuando menos «invisibilización»- de los residuos no deseados se ha convertido en uno de los principales problemas de las sociedades contemporáneas para el que es necesario buscar «soluciones locales a problemas producidos globalmente». Estos procesos de «modernización perpetua, compulsiva, obsesiva y adictiva» extendidos a todo el planeta han dado lugar a una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos humanos. Mientras la producción de residuos humanos persiste en sus avances y alcanza nuevas cotas, en el planeta escasean los vertederos y el instrumental para el reciclaje de residuos». De ahí la creciente preocupación por cuestiones como la inmigración y las solicitudes de asilo, así como por los fenómenos de superpoblación en distintas zonas del planeta, todo lo cual centra la atención social e institucional hacia las fronteras construidas y genera una potente «industria de la seguridad» temerosa de la rebelión de los márgenes.
Termino con unas reflexiones. En su libro Vidas al descubierto. Historias de vida de los sintecho, las sociólogas Elisabet Tejero y Laura Torrabella, nos advierten de la posibilidad de que cualquier persona, en una determinada época de su vida, puede llegar a encontrarse en una situación de sintecho. Tal como ha señalado Beck, las teorías de la sociedad del riesgo nos advierten sobre la universalización y democratización de los riesgos, no solo de perder posiciones de bienestar, sino, de manera más radical, verse inmerso en una situación de pobreza y exclusión. Nadie está libre, por diferentes circunstancias, de verse obligado a dormir entre cartones en un cajero.