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La pérdida de la identidad artística y cultural en el seno de nuestros espacios

Arte y cultura en la izquierda chilena

Fuentes: Rebelión

A Víctor Jara, quien se esforzó por entregar al pueblo un arte y una cultura verdaderamente revolucionarias, y odió profundamente el «arte» que sume al hombre en la servidumbre y la enajenación capitalista.


«Bailaremos marinera
refalosa, zamba y son
si somos americanos
seremos una canción»

La izquierda está acostumbrada a la más exasperada y lerda de las críticas. Está acostumbrada a la crítica cretina y a la crítica constructiva. Particularmente en el terreno de la cultura, sin embargo, la izquierda ha sido desmedidamente alabada; para quedar bien consigo misma y con sus detractores. Esto es perfectamente válido, tomando en cuenta que la identidad de izquierda siempre es superior a la identidad capitalista. Pero debemos advertir los riesgos de que esa misma identidad cultural y artística se vea superada o más bien, absorbida en la mera tradición folklórica, mientras el mounstro de la identidad cultural capitalista amputa a nuestros artistas, nuestros cantautores, nuestros bailes, nuestras fiestas.

El peligro está en que nuestros sentidos del gusto estético o artístico se desvía progresivamente hacia la industria cultural masiva. Este fenómeno (la industria cultural) tiende a convertir el arte y la obra de arte en una mercancía, y al autor artístico, es decir, a lo que tradicionalmente se conoce como el artista, en un puro negociante. Así los criterios típicos del mercado (oferta, consumo, demanda, precio) quedan ligados también a la esfera del arte. «Los productos del espíritu – señaló en los sesentas el filósofo alemán Teodoro Adorno – en el estilo de la industria cultural ya no son también mercancías, sino que lo son integralmente. Este cambio es tan enorme, que produce cualidades enteramente nuevas. En definitiva, la industria cultural ya no está obligada a buscar un beneficio inmediato, que era su motivación primitiva». La industria cultural transforma no sólo la forma en que se difunde el arte en la sociedad, la forma en que éste se expresa frente al otro, al observador del arte (no necesariamente «el crítico»), sino que también transforma el gusto, el modo de percibir lo bello y lo no-bello y lo determina objetivamente, desde fuera.

El método utilizado por la industria cultural es bastante típico; poner en el mercado un objeto de consumo que hace pasar (descaradamente) por «creación». ¿Qué creatividad puede existir en un objeto artístico cuyo objetivo es la «dependencia y servidumbre» del ser humano?

En uno de sus escritos sobre arte y estética, José Carlos Mariátegui planteó firmemente (quizás con un poco de turbulencia anti-académica, típica en el autor peruano) que «En el mundo contemporáneo coexisten dos almas, la de la revolución y la decadencia. Sólo la presencia de la primera confiere a un poema o a un cuadro valor de arte nuevo». La tarea de la izquierda es precisamente contrarrestar la decadencia mediante el robustecimiento de una nueva cultura, o de una que reafirme la cultura de izquierda.

Puede ser que un dato anecdótico nos ayude a comprender mejor la situación cultural de la izquierda: Hace poco asistí a la celebración de un aniversario político importante para nuestro país, y me sorprendió escuchar a un joven afirmar, en un tono notoriamente despectivo, que la fiesta era similar a las que hace la derecha fascista en las poblaciones. Lo más curioso es que el joven no estaba vinculado a la izquierda, ni tenía identidad de izquierda. Era un visitante que había venido a «pasar el rato» a una actividad seductora. En definitiva, el comentario muestra la incapacidad, en algunas ocasiones, de diferenciar nuestras instancias culturales e identitarias de las que la industria cultural fomenta.

En Cuba, la lucha contra la penetración cultural norteamericana ha sido infranqueable. Los congresos de la Unión de Jóvenes Comunistas y del Partido Comunista Cubano han tenido como tema específico ésta penetración cultural, que ha desvalorizado profundamente el valor de la música autóctona de la isla, y desautorizado a los artistas nacionales frente al conjunto de la sociedad, hasta tirarlos al tacho de la «fomedad» y el aburrimiento. Precisamente la mayoría de los artistas e intelectuales cubanos de hoy insisten sobre la posibilidad de que la revolución caiga a partir de un consenso cultural contra-revolucionado provocado por la penetración ideológica, cultural y moral de los valores del imperio norteamericano. La industria cultural es pragmática, como toda filosofía burguesa por esencia, y busca la utilidad mediata e inmediata (a favor del sistema) de sus productos. Es perfectamente posible que el imperialismo considere posible destruir la revolución desde la subjetividad, desde el sentido común que habita en la gente.

Uno de nuestros instrumentos principales de pelea antihegemónica, en el sentido más amplio del término, debe ser el espacio que confiere a la cultura y el arte. Más allá de las disquisiciones sobre la estética y la realización del arte como objetivación humana, el arte revolucionario es profundamente humanista, y por ese hecho es revolucionario. El arte antihumanista se esconde bajo el mercado y se viste con el manto absurdo de la moda.

La cultura y el arte son, como muchos otros (desde los partidos de fútbol hasta la filosofía), un espacio de «batimiento» y debate entre muchas posiciones. Nuestro deber comunista es siempre defender la cultura humanista revolucionaria ante la cultura burguesa anti-humanista, decadente, degradante y perversa. Es la tarea a la que se entregaron muchos; Neruda, Brecht, Breton, Viglietti, Leo Brouwer y sobre todo, nuestro Víctor Jara, quien murió por el arte revolucionario y, chocantemente, fue asesinado por quienes mediante una dictadura siniestra, instalaron la cultura de la muerte: Cultura que no sólo se ejerce matando sino también bombardeando todos los espacios de la cotidianidad con la basura álgida que constituye el arte y la cultura capitalista.

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Claudio Aguayo