«Escape minero: diviértete en un escape room con una historia diferente ambientada en un entorno industrial«. «Visita teatralizada: […] podremos trasladarnos al Pozo Sotón en el pasado, a finales de los años 60». «Cumpleaños minero: ¡pásatelo pipa en una fiesta de cumpleaños única e inolvidable!». «Alquiler de instalaciones: Sotón ofrece sus instalaciones a empresas y organizaciones de todo tipo para desarrollar actividades diversas». La página web del Pozo Sotón ofrece, entre otras, estas opciones a quienes visiten esta emblemática explotación minera de la cuenca del Nalón, convertida hace unos años, por antiguos trabajadores, en exitoso señuelo turístico del concejo de San Martín del Rey Aurelio, en el corazón de Asturias. Condensa el Sotón de algún modo el momento actual de la región, una zona que vio desmantelarse su industria y ahora tienta, a duras penas, recuperar el vigor y dejar de ser subsidiada, de maneras que incluyen dar valor a su patrimonio industrial para exprimir el maná turístico.
En 2012, una Marcha Negra de mineros que concluía irrumpiendo, de noche, en la Puerta del Sol de Madrid, con banderas desplegadas, linternas encendidas y Nel pozu María Luisa o El pueblo unido jamás será vencido en las gargantas, entre aplausos de una muchedumbre de madrileños, componía una estampa crepuscular; un rayo postrer de épica proletaria clásica en el ocaso de una Asturias bicentenaria que agonizaba. Seis años después, echaban el cierre dos de los últimos tres pozos: el Santiago y el Carrio; el último, Nicolasa, permanece abierto con una actividad mínima, destinada a abastecer la central térmica de La Pereda. Fue un proceso de medio siglo de duración: el iniciado a finales de los años cincuenta, cuando la liberalización de la economía española durante la fase tecnocrática del franquismo, tras los años de la autarquía, sentenció a un carbón no competitivo en los mercados mundiales, pero con cuya extracción no podía acabarse de golpe en una región en la que –»verde de montes y negra de minerales», como escribió de ella Pedro Garfias– el carbón representaba algo así como el cobre para Chile o el azúcar para Cuba; la materia prima cuyo casi monocultivo lo vertebraba todo.
Una doble realidad
Asturias comenzó entonces a escuchar, a leer, a obsesionarse con un vocablo que no ha dejado de conjugarse en los seis decenios transcurridos: reconversión. La crisis de la siderurgia y la de los astilleros desencadenadas por los shocks del 73 se añadirían más tarde a la minera para conformar un escenario apocalíptico; una policrisis interminable acompasada a la contestación de un vigorosísimo movimiento obrero. «Humo, fuego, en Naval Gijón; astilleros pasan a la acción», cantaba Ska-P en los noventa, década que hizo de la mayor ciudad del Principado, de sus batallas campales entre huelguistas y policías, una protagonista recurrente de los telediarios. Las barricadas se hicieron parte cotidiana del paisaje de la comunidad; parapetos de un combate que no conseguiría detener el desmantelamiento, pero sí arrancar lo que el historiador Rubén Vega, especializado en la historia sindical asturiana, describe como «una prórroga, un aplazamiento, de una generación».
Asturias vive desde entonces –reflexiona– una especie de doble realidad que cuesta entender desde fuera: «Nos pasamos la vida quejándonos de lo mal que va todo, de la crisis, pero el que viene de fuera no ve gente tirada por las calles pidiendo limosna, ni delincuencia, sino que vivimos en los bares y los restaurantes». La solución de esta ecuación son las pensiones y prejubilaciones de los antiguos mineros, metalúrgicos y constructores de barcos. Asturias es la segunda autonomía de España, tras el País Vasco, con las pensiones más altas; y el desahogo familiar por ellas propiciado, sumado a la falta general de oportunidades laborales, explica otra estadística inusual: alrededor de la mitad de la juventud asturiana cursa estudios universitarios. El trabajo que estos posibilitan, lo disfrutan, con frecuencia, más allá de Pajares e incluso de los Pirineos, en diásporas madrileñas o londinenses.
¿Reconversión verde?
La tierra de oportunidades que Asturias llegó a ser, en el tiempo en el que atraía emigración en lugar de emitirla, nunca ha vuelto a serlo. Nada reconvirtieron las sucesivas reconversiones, por motivos que incluyen lo difícil de la empresa, la incompetencia de sus gestores y la lisa y llana corrupción; desvío a buchacas privadas, como la del histórico José Ángel Fernández Villa –secretario general del Sindicato Obrero Minero de Asturias (SOMA) entre 1979 y 2013–, de los dineros enviados para regenerar el tejido productivo.
«La impresión», considera Rubén Vega, «es que nunca hubo realmente una estrategia para Asturias». Coincide en el diagnóstico José Manuel Zapico, secretario general de Comisiones Obreras, que lamenta, de las reconversiones pasadas, la «falta de planificación, de coordinación, tremenda». «Se hicieron cierres y despidos antes de generar alternativas. Aquí, el orden de los factores sí altera el producto. Hubo también falta de control y de una visión a medio-largo plazo de cómo había de ser la Asturias del siglo XXI. Y seguimos sin aprender de los errores del pasado: la reconversión vinculada a la transición energética está siendo un proceso similar», añade el sindicalista langreano.
En efecto, en los últimos años vuelve a hablarse de reconversión en Asturias: la que, motivada por la adición a los problemas estructurales de los desencadenados por la pandemia de COVID-19, la crisis logística posterior o la guerra de Ucrania, incluiría el cierre, por la aluminera Alcoa, de su planta de Avilés; el de la planta langreana de Vesuvius; la desconexión de las centrales térmicas de Soto de la Barca y Lada, o los sucesivos recortes en la planta asturiana de ArcelorMittal, pilar de la economía regional. También la liquidación final –en un proceso «bochornoso» en palabras de Rubén Vega, que implicó que trabajadores de la factoría votaran el despido de compañeros– de la fábrica gijonesa de Tenneco tras una movilización que recordó a combates de otro tiempo y llegó a revertir el cierre anunciado inicialmente, en 2013.
Para Vega, en cualquier caso, no cabe hablar ya de reconversión, un término en el que reverberan connotaciones de resistencia que hoy brillan por su ausencia. «Lo que hoy se reconvierte lo reconvierte el mercado. Las reconversiones vienen determinadas por la capacidad de resistencia de los trabajadores. No se reconvierten los sectores débiles, sino los fuertes», opina.
A esta reconversión en ciernes se le añade con frecuencia un adjetivo: verde. Se la enmarca en la descarbonización y el combate contra –o la adaptación a– el cambio climático; y hay quien deposita en ella esperanzas de que, esta vez sí, Asturias salga de ella con gráficos empinados hacia arriba, en lugar de hacia abajo. En la Junta General del Principado de Asturias, el parlamento autonómico, llega a hablarse, de una manera un tanto frívola, de aprovechar la «oportunidad» del cambio climático. Fábricas de componentes vinculados a las energías renovables o una HUNOSA (la empresa estatal creada en 1967 para asumir el control de las minas) reorientada hacia la biomasa o la geotermia se cuentan entre las ideas que se lanzan desde hace años al aire del debate público regional.
Llega a hablarse de convertir las galerías de los antiguos pozos en invernaderos o centros de big data. Pero –según denuncia Zapico– sigue poniéndose el carro de los cierres y los despidos antes que los bueyes de la innovación. «Tenemos por ejemplo –valora– un problema de soberanía energética en el país y la capacidad de generación eléctrica que teníamos, el hueco que han dejado las centrales térmicas, no ha sido sustituido. Nuestras industrias electrointensivas siguen necesitando electricidad estable y competitiva, pero hemos pasado de ser una región que exportaba electricidad a una importadora, sin garantía de suministro, además». Entretanto, las antiguas localidades y comarcas industriales siguen despoblándose. No lo hace Gijón, que crece en población debido a la migración interior, pero sí Aviles o, sobre todo, los municipios mineros. La que fue capital de la minería asturiana, Mieres, tiene hoy exactamente la mitad de población que tenía en 1960, y no deja de decrecer. A la vista de semejante panorama, es difícil no entregarse al pesimismo.
«¡Con lo que fuimos…!» es allá, como en el resto de comarcas exmineras asturianas y leonesas, un lamento recurrente, un mantra fúnebre colectivo. Juan Ponte, su concejal de Cultura –impulsor de un programa que ha convertido a Mieres en referencia cultural del norte de España, e incluye la conversión de los antiguos pozos en galerías de arte o espacios para la celebración de certámenes de gastronomía creativa–, cuenta que asumió el cargo proponiéndose a deshacer al concejo de esa melancolía paralizante, que suele redundar en un problema de mentalidad que también dificulta la recuperación asturiana: soñar, en un territorio en el que se acostumbraron a que una gran fabricona lo vertebrara todo (la mina, la siderurgia, los astilleros, hacían florecer a su alrededor toda una red de industrias y negocios auxiliares, incluida la hostelería), con una fabricona nueva que, como un deus ex machina, venga a vertebrarlo todo otra vez.
Si hay una solución para Asturias, probablemente pase, no por una gran solución, sino por una agregación de soluciones pequeñas y medianas. Ponte cita a Noemí Sabugal, autora del ensayo Hijos del carbón: «No es que nos neguemos a que una gran fábrica vuelva a producir en nuestras comarcas, sino que la posibilidad de que eso pase es como la de que te toque la lotería». A juicio del concejal mierense, el camino pasa por equidistar entre dos posiciones igualmente habituales en Asturias, igualmente nocivas a su juicio, y, en el fondo, igual de neoliberales: por un lado, «la fetichización de la I+D+i, un mantra vacío, hueco, que es como el barril de cierta fábula que citaba Lenin, que de tan vacío que iba era ensordecedor»; por otro, la nostalgia, «enredarse en el pasado sin pensar en el presente, ni en el futuro; una melancolía consectaria de una cierta modulación del fin de la historia, de la idea de que la historia se paralizó, se congeló, y ya no hay más que hacer, ya no hay esperanza, y por lo tanto solo cabe idealizar ese pasado que no volverá. Todo fue maravilloso en la época de la extracción del carbón y no se piensa en sus partes negativas: los accidentes mineros, el machismo, los altos niveles de contaminación…».
Asturias sigue buscando su sitio en medio del fragor del siglo XXI, encerrada en una escape room de la que lleva una vida entera buscando la salida.
Fuente: https://www.lamarea.com/2023/01/23/asturias-la-reconversion-eterna/