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Aves de huracán

Fuentes: Rebelión

«¿Qué negra traición nos ha traído aquí, o qué felicidad nos ha conducido?» William Shakespeare (La tempestad, 1612) Dicen que no hay escena más bella, ni a la vez más triste, que la de una bandada de aves de mar atrapadas en el ojo de un poderoso ciclón tropical. La afamada ambientalista estadounidense Marjory Stoneman […]

«¿Qué negra traición nos ha traído aquí, o qué felicidad nos ha conducido?»
William Shakespeare (La tempestad, 1612)
Dicen que no hay escena más bella, ni a la vez más triste, que la de una bandada de aves de mar atrapadas en el ojo de un poderoso ciclón tropical. La afamada ambientalista estadounidense Marjory Stoneman Douglas, en su libro Hurricane, nos habla no solo de cómo estos animales alados llevan siglos viajando con los huracanes en el mar del trópico, sino de que prosiguen con su conducta habitual y majestuosa aun en el hábitat temporero y restringido que se forma en el corazón mismo de la turbulencia atmosférica. Por encima de las aves en pleno vuelo, se encuentra el aro del ojo del huracán; del cual penden, en el mismo medio del trópico, bellos mechones de nubes heladas y mágicas cascadas de hielo polvorizado. Dicen que es como una llovizna de estrellas diminutas, alumbradas por la luz solar. Para añadir a la belleza, bien cielo arriba, cubriendo toda la masa en remolino de nubes, hay un fino velo de cristal de hielo, que por la forma de sus extremos serpenteados semeja las plumas majestuosas de un gallo fino, como lo describiera el genio jesuita Benito Viñes en Cuba en 1893.
Es únicamente la violenta e impenetrable pared interna del huracán, con sus ráfagas espiroidales y torbellinos de aire caliente, la que hace que las aves de mar presientan que algo anda mal, muy mal. El final del viaje no puede ser sino un duelo con la muerte. Por el momento, insospechadas, las aves de mar planean en las suaves brisas del ojo del ciclón tropical, y se lanzan precipitadamente al mar con sus finos y duros picos a pescar la comida que les traen las olas. Es uno de esos momentos peculiares en que las aves de mar se comportan un poco como los seres humanos, encandiladas por las apariencias pasajeras, desentendidas de los designios ocultos de lo que no es perceptible de inmediato.

Y es que el huracán del trópico, tal y como nos señalan la ciencia y la literatura a través de los siglos, es un vasto anfiteatro de aire turbulento que se desplaza a menudo repleto de aves de mar atrapadas en su interior. Ningún ser humano, que se sepa, ha visto el preciso instante en que una suave brisa se convierte en huracán. Tampoco está entre las destrezas de nuestra especie el predecir con exactitud el cómo y el dónde este fenómeno atmosférico ha de nacer. Son otros animales, en particular las aves y los peces, los dotados de esta capacidad de predicción, de ese sexto sentido. Algunos estudios hablan de que, para las aves, los huracanes son como cajas sonoras que pueden escucharse a cientos de millas de distancia, debido al fenómeno de los infrasonidos de los vientos en turbulencia. Otras investigaciones indican la pericia de los animales alados para captar hasta las variaciones más insignificante en la presión barométrica. Antes de que los seres humanos comprendiéramos el lugar de las leyes de la termodinámica en la evolución de los huracanes, ya las aves las valorizaban al organizar su diario vivir. El problema, al menos para muchas aves de mar, es la dialéctica, la unidad del ser y la nada.
La bióloga boricua Myrna Aponte se enfada cada vez que alguien habla del «mal tiempo y el buen tiempo», en referencia a los huracanes del trópico. Estos últimos, insiste ella, no son ni buenos ni malos. En todo caso, aportan a la sobrevivencia del planeta. Y son de una belleza tridimensional indescriptible.
Sea como sea para las aves de mar, el instante mismo de formación del ciclón tropical debe ser a menudo ambiguo y confuso. Y es que el ojo del huracán comienza a existir tan pronto como los vientos emprenden su oscilación en vórtice y las nubes se elevan llenas de calor latente y en forma de espiral. Es la unidad simple del ser y no ser; tormenta y calma formándose al unísono, aunque Hegel no era entendido en meteorología. Las aves de mar, nos dice Stoneman Douglas, quedan en ese momento atrapadas entre las paredes de nubes y vientos que van rápidamente definiendo los límites exteriores del ojo del huracán. Ya maduro el fenómeno atmosférico, el escape para las aves se torna imposible; no les queda otra que el seguir volando en el interior del «anfiteatro», haciendo exactamente lo mismo que harían en su ausencia: describiendo círculos en el aire y rescatando comida de las olas y la superficie del mar. En un sentido nada ha cambiado en la rutina de estos animales alados, excepto que, sin percibirlo, son llevados por el huracán en su avance sobre océanos y mares. Hasta llegar, muchas veces, a la muerte. Les pasa, pero no lo saben.
Nos referimos aquí, sobre todo, a las aves hermosas pelágicas de extenso vuelo migratorio, que viajan a menudo secuestradas en el ojo de los ciclones tropicales. Algunas de estas migran por miles de kilómetros en altamar sin nunca ver ni pisar tierra. Son incansables y poseen alas largas que les dan una propulsión rápida y extraordinaria. Gustan de alimentarse y acicalarse en las aguas calientes y tropicales; en las que, también, se forman y trasladan los huracanes. De ahí la propensión a caer en el cautiverio de los ciclones en los meses calientes. Para estas aves, el hábitat restringido del ojo del huracán sobre el mar no representa problema inmediato alguno. De hecho, ni perciben que van de viaje. Entre las aves prisioneras, nos dice Stoneman Douglass, se destacan las aves de pardela, que vienen en distintos tamaños. Estas anidan en los extremos más lejanos (la región de los Azores, Groenlandia, el Cabo de Buena Ventura, las Antillas), y cruzan el planeta de manera rápida siguiendo las corrientes intercontinentales de los vientos. Se incluyen aquí también las llamadas aves petreles, que son de considerable tamaño y largo vuelo. Estas anidan en las zonas frías del sur del Atlántico, pero emigran al norte en los veranos, pasando por las zonas propensas a huracanes. Se les ve a menudo correteando tras las olas efímeras que dejan los barcos. Otras aves tropicales, de vuelo poderoso y conexión con el mar, caen con frecuencia detenidas en el ojo del ciclón tropical. Entre ellas, las aves fregatas y los pájaros trópicos de pico amarillo. Se les conoce en la literatura de mar como «pájaros de huracán».
El estado de calma de estas aves cambia de forma drástica cuando el fenómeno atmosférico se acerca a tierra firme. Al divisar la costa, su vuelo pierde toda majestuosidad. Entran de súbito en pánico. El instinto las lleva a querer volar con fuerza, y sin planear, a través de lo que Viñes llama la «pared posterior del vórtice de la tormenta». Se impone llegar con premura al océano que se aleja. Mas aquí, las poderosas alas de las aves de mar son impotentes. Las paredes que rodean el ojo del huracán están hechas de las ráfagas más fuertes, que van formando violentos torbellinos, mientras el calor del mar sube a alta velocidad. En la zona aledaña al ojo, las lluvias son también más intensas y no siguen un patrón definido. Ocurre aquí, aunque de manera extrema, lo mismo que con la turbulencia que sentimos en los aviones, provocadas por el llamado windshear o cambio de velocidad y dirección vertical del viento en un tramo corto de vuelo. Por más que las aves de mar se esfuerzan, aleteando para regresar al mar, más inútil se torna el empeño. Pierden la fuerza y el sentido de dirección. Muchas mueren en medio de la lucha por penetrar la pared posterior del ojo del huracán. Las más fuertes terminan, a menudo, atrapadas en las corrientes más elevadas de los vientos huracanados. Estos las llevan, ya casi muertas y sin dirección clara, sobre tierra firme a continentes y lugares remotos en que no pueden sobrevivir. A veces se estrellan indefensas contra montes elevados. Allí mueren. Les falta el mar abierto, que es su verdadero hábitat…

Bibliografía

Emanuel, Kerry. (2005). Divine Wind: The History and Science of Hurricanes. Oxford University Press: New York.

Stoneman Douglass, Marjory. (1958). Hurricane. Chapel Hill: North Carolina.

Viñes, Benito. (1895) Investigaciones relativas a la circulación y traslación ciclónicas de los huracanes de las Antillas. Real Colegio de Belén: La Habana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.