Ayer participó en el foro digital del diario español, El Mundo. Pasó lo que sabíamos: más que del ámbito intelectual de su más reciente novela –El lado frío de la almohada -, a Belén Gopegui le tocaría contestar preguntas y provocaciones sobre la Revolución cubana. La Isla es ahora el escenario de los personajes de […]
Ayer participó en el foro digital del diario español, El Mundo. Pasó lo que sabíamos: más que del ámbito intelectual de su más reciente novela –El lado frío de la almohada -, a Belén Gopegui le tocaría contestar preguntas y provocaciones sobre la Revolución cubana.
La Isla es ahora el escenario de los personajes de Belén, autora que ha publicado aquí Lo real -Arte y Literatura, 2003-, una obra que muestra su indiscutible talento literario, una visión múltiple y sensible de la realidad, la propuesta de una concepción mágica de las palabras. Con toda justicia, Francisco Umbral escribió de ella en una de sus columnas para la prensa española: «Desde los primeros libros viene uno pensando que esta chica es la mejor novelista de su generación.»
Umbral debe saber mucho más que cualquiera de nosotros sobre asuntos del peso literario de cada cual, pero a mí ya me pareció que ella era de lo mejor que había leído en autores de su generación. Tengo a mano Lo Real, y releo poco antes de escribir esta nota: «…El sol, el mar, La oscuridad, la estepa, El hombre y su deseo, La airada muchedumbre, ¿Qué son sino tú misma?», y me vuelve a fascinar esa prosa que no parece escrita, sino musicalizada, y que toma cuerpo mayor cuando valora sin tono panfletario las esencias de la humanidad que somos, la posibilidad de sanar las innumerables miserias del mundo. Con altura literaria, esta mujer nos habla de que esa es su vocación y su promesa.
Hago esta salvedad, para decir que Belén no precisa probar ahora su valor como novelista. No lo necesita, mal que le pese a eso furiosos críticos que intentan demeritar toda su obra y condenarla al noveno círculo del infierno, ese que crea pavor en el universo de las letras -el de la «literatura del compromiso»-, por el hecho inaudito de exponer valientemente una visión de Cuba sin acudir al chancleteo tropical, la jinetera, los balseros o el discurso «conciliador» de los Posada Carriles ilustrados.
Admito que seguí con fascinación este encuentro de Belén con los lectores del diario El Mundo, jugándose su crédito ante los mimados del mercado literario español. «No somos muy pocos los que defendemos a Cuba -dijo-. No tenemos tribunas, no tenemos púlpitos como sí los tienen las Rosa Montero y compañía que nos acusan de ser doctrinarios. Pero somos muchos, a veces quizá demasiado dispersos. En cuanto a los medios de comunicación de grandes grupos, imagino que Cuba ha sido abandonada porque en este momento ya ha empezado a cundir al voracidad, el deseo de obtener beneficios si se produjera la llamada transición que buscan.»
No basta el talento y la lucidez. Hay que tener mucho valor para decir lo que ella dijo, para darles voz a los desconocidos y para compartir con enorme coherencia moral nuestras tristezas y nuestras alegrías.