Transgénicos y vacunas comestibles
Ultimamente, la ciencia y la comida suelen posar cada vez más cerca. No sólo en las fotos de libros de cocina sino también en las revistas dominicales (y del corazón también) que no dejan escapar la posibilidad de retratarlas en el mismo cuadro (aunque casi nunca lo consigan exitosamente) así como la oportunidad de divagar sobre las bondades de deglutir ciertas frutas y no otras. Así, por ejemplo dicen -y lo peor es que muchos les creen- que el aroma de las almendras induce la pasión femenina; que el anís potencia la sexualidad masculina; que la canela actúa como un fuerte afrodisíaco y que hace tiempo en España al membrillo se le atribuían virtudes para atraer el amor por haber sido dedicado alguna vez y hace tiempo a la diosa Venus. Como se ve, la ciencia no salió en la foto.
Que estas revistas naufraguen al exhibir los encuentros científico-culinarios no quiere decir que estos cruces no existan. De hecho, hace tiempo que en los laboratorios se metieron con tomates, bananas, zanahorias y soja para ver qué pasaba si quitaban un gen y sacaban otro, a través de ingeniería genética. A lo que salió de todo eso, le encajaron la etiqueta de «alimentos transgénicos», dos palabras que juntas gozan de muy mala fama aunque ellas mismas no hayan hecho mucho para merecerlo.
La verdulería biotecnológica cada día es más grande. Ya hay cultivos que resisten plagas, enfermedades y suelos inhóspitos. También son cada vez menos exóticas las plantas que producen alimentos ultranutritivos y las que sobreviven cada vez más a sequías, nevadas, suelos de alta salinidad y lluvias granizadas. Y no son pocos los cultivos modificados genéticamente (tal es su nombre propiamente dicho) para retrasar su «fecha de expiración» y así dilatar el tiempo de almacenamiento y transporte.
Los adictos a la cerveza deberían estar agradecidos con estos nuevos emprendimientos. Su figura no se verá alterada (o agraciada con la «barriga de bebedor») en el caso de degustar cervezas dietéticas fermentada con levaduras mejoradas genéticamente.
Ensalada de frutas
La biotecnología y sus cultores no son tan nuevos. Y sus ideas, menos. Hace varias décadas, por ejemplo, un grupo de productores de California (Estados Unidos) crearon luego de miles de intentos (y sin tocar un solo gen) un híbrido de naranja y pomelo que bautizaron «orangelo». Pocos tuvieron la suerte de hacerse un jugo de esta neofruta, pues los horticultores no lograron cultivarlo masivamente como para venderlo en los mercados. El mismo destino corrió la «tomapa» o «jitopapa», una planta en cuya parte de arriba crecen tomates y en sus raíces, papas. Pese a su atractivo «2 en 1», muy pocas tomapas terminaron en ensaladas o tortillas. La nueva fruta que tuvo mejor suerte fue la «chironja» que apareció, sin que ningún ser humano haya jugado con sus semillas, en una zona montañosa de Puerto Rico y fue descubierta por el especialista en frutas Carlos G. Moscoso, cuando entrevistaba a un puñado de hacendados en noviembre de 1956. La nueva variedad surgió de la combinación -se cree accidental o espontáneamente- de naranjas (llamadas «chinas») y toronjas (pomelos). No tardó en ganarse su lugar en los mercados fruteros del mundo. Al fin de cuentas, las chironjas son más coloridas, más dulces y más fáciles de pelar que los pomelos.
Frutilla nao tem carozo
La moda de las frutas es tan ciclotímica como la moda de ropa. Hay meses en los que las mandarinas se llevan todos los mordiscos, y otros días en que para el postre apetecen más las manzanas. Pero al parecer, la que quiere hacer comer el polvo al resto de las frutas es la banana. Para hacerla más apetitosa y más interesante, a los de la empresa estadounidense Chiquita Internacional se les ocurrió algo fuera de este mundo: vender bananas con gusto a frutilla. Fernando Aguirre, presidente de la distribuidora, anunció que el año que viene empezarán a comerciar las nuevas bananas. Incluso, agregó que planean probar también con otros siete nuevos sabores, tamaños y texturas. «Ahora necesitamos saber qué les gusta a los consumidores», comentó. Cómo lograrán tales sabores, no lo dijeron. Lo que todos se preguntan es por qué mejor no se dedican a vender frutillas y listo.
Las vacunas silenciosas
Además de volcar sus productos en los mercados, las biofábricas vegetales también dentro de muy poco proveerán a farmacias, que, si quieren sobrevivir, deberán empezar a contratar verduleros. Es que la industria agrobiotecnológica promete causar estragos con la segunda generación de cultivos transgénicos, a ser llamados «alimentos funcionales». No sólo no engordarán ni caerán mal a los estómagos más frágiles sino que curarán de un solo mordisco a los enfermos. Poco publicitada, esta nueva revolución silenciosa ya ve en la mira bananas y tomates-vacunas. A eso apuntan los científicos de la Universidad de Cornell (Estados Unidos), que ya anunciaron su pretensión de desarrollar bananas-vacunas contra la hepatitis, aunque no hicieron comentarios sobre las formas de regular la dosificación.
Muchos dudan de que la transpolación del «modelo Dolly» al mondo banana (la segunda fruta más popular en el mundo detrás del tomate) arroje resultados a corto plazo. Lo que sí es seguro es que habrá protestas para rato.