El Cardiocentro Pediátrico William Soler no puede comprar productos a determinadas compañías norteamericanas que, en algunos casos, son las únicas que los fabrican.
A Danae Toribio la traen, desde Bahía Honda, en Pinar del Río, hasta el Cardiocentro Pediátrico William Soler. Tiene cinco años cuando los médicos determinan realizar una primera cirugía. Después le sigue otra, y otra. Con 26 años todavía es atendida, como todos los pacientes de esta institución, por el programa nacional de rehabilitación cardiaca en la especialidad de pediatría.
«En esta última operación no pudieron cambiarme el conducto completo, tuvieron que ponerme un parche. La atención de los médicos, de las enfermeras es muy buena. Siempre tratan de resolvernos hasta donde pueden», dice.
El doctor Francisco Carballés García, vicedirector docente del Cardiocentro, define su patología como «una cardiopatía compleja, de las llamadas críticas en recién nacidos. La tercera operación fue por problemas de obstrucción del conducto del ventrículo derecho al tronco de la arteria pulmonar que se le había puesto: se fue calcificando, se fue obstruyendo y hubo que reintervenirla. Ahí el bloqueo desempeñó su funesto papel, porque tuvimos que crear nosotros el conducto que le fuera factible».
Hace 22 años comenzaron las intervenciones quirúrgicas en la institución médica. La existencia de un programa de atención al niño cardiópata, que comprende al centro y a la red cardiopediátrica organizada en todas las provincias del país, ha dejado una marca elocuente: disminuye significativamente la incidencia de la fiebre reumática; aumenta la calidad de vida; el programa de diagnóstico prenatal detecta más de un 80% de los casos, mientras el de rehabilitación ha dado seguimiento a cerca de 4 000 pacientes -un 98,7% de ellos estudia o trabaja. Más de 1 000 son adultos.
Así se expresa el apoyo que hemos recibido del Ministerio de Salud Pública y del Gobierno revolucionario, destacó en conferencia de prensa Eugenio Selman-Housein Sosa, director del Cardiocentro.
Sin embargo, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incluye a la institución en una categoría especial: como «hospital denegado» el centro no puede comprar productos a determinadas compañías norteamericanas que, en algunos casos, son las únicas que los fabrican.
Neyda Toribio, madre de Danae, reclama la atención de los implicados en la permanencia del bloqueo económico y financiero contra la Isla. «Yo quisiera que mi hija se sintiera mejor -explica- porque los médicos se sacrificaron mucho por ella en su operación, aunque no pudieron cambiar el conducto completo. Ella se siente bien, pero no todo lo bien que podría estar».
Para Maydolis Cepero, una joven que a los cuatro meses fue operada y viene desde Las Tunas a chequearse anualmente, el bloqueo es algo injusto para todos. «Las personas que tienen responsabilidad con esa política no se comportan como seres humanos, son monstruos que no miran, no analizan el daño que están haciendo, sobre todo a los niños, que son los que más necesitan», insiste.
A las empresas NUMED, AGA y BOSTON SCIENTIFIC el bloqueo les impide continuar suministrando los dispositivos utilizados en procedimientos de diagnóstico y de tratamiento por cateterismo intervencionista, que evitan muchas veces el riesgo de una operación.
De acuerdo con el doctor Selman-Housein, a causa de estas medidas no queda más remedio que someter a cirugía a algunos niños, y otros están esperando, incluso desde hace varios años, la solución del problema.
No obstante, los números dibujan un mapa del esfuerzo médico: la mortalidad infantil debido a cardiopatías descendió de más de 3 por cada 1 000 nacidos vivos en 1985, a 0,6 a partir del 2005. Por encima de un bloqueo injusto, Nereida Toribio confirma su esperanza: «Tengo seguridad en los especialistas, tengo la fe más grande que puedo tener».