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Prólogo a El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, de Juan Valdés Paz

Buenas nuevas sobre un viejo tema: política, administración y socialismo

Fuentes: Rebelión

I. El siglo xix cubano es ininteligible si no se estudia el complejo del azúcar y la política colonial de la esclavitud. El siglo xx se entiende en la Isla si se investiga el complejo del sistema político y los discursos hacia la reforma agraria. Cuba vivió al menos cuatro modernizaciones políticas a lo largo […]

I.

El siglo xix cubano es ininteligible si no se estudia el complejo del azúcar y la política colonial de la esclavitud. El siglo xx se entiende en la Isla si se investiga el complejo del sistema político y los discursos hacia la reforma agraria. Cuba vivió al menos cuatro modernizaciones políticas a lo largo del siglo xx (1902, 1940, 1959 y 1976) y sucesivos proyectos de desarrollo, todos los cuales se realizaron contra el plano de fondo de la estructura de su agro. La Revolución de 1959 fue el intento más radical de la historia nacional de liberar al país de su dependencia secular del campo, haciendo que la política multiplicara las reses, los cafetales, el arroz y el azúcar y pudiera, desde este presupuesto, industrializar la nación. Los contenidos de la revolución se han de buscar, por tanto, en su desarrollo institucional y en la calidad del debate sobre el potencial de la hierba «pangola», frente a la «hierba de Guinea», para hacer más eficientes los pastizales. Así, la radicalización socialista debía producir consecuencias revolucionarias – podría decirse casi milagros-, al mismo tiempo en lo político y en lo económico. De hecho, la Revolución anunció su pretensión literal de conquistar dos records mundiales: construir un verdadero modelo democrático, independiente, en medio de la Guerra Fría, y producir carne y vino cubanos (para lo cual se comprometía a obtener cinco reses por hectárea al mismo tiempo que cultivar la vid en la Isla2), en el contexto de un concepto olvidado: la transición socialista.

La transición servía en la fecha, con pretensiones abarcadoras, para imaginar el horizonte del proyecto y pensar la manufactura del proceso. Ernesto Che Guevara, autor clásico del marxismo sobre el tema, analizó, en la órbita intelectual del concepto, la cultura del trabajo, la calidad de la teoría marxista, el desarrollo industrial, la institucionalización política, la administración económica, la educación de la juventud, la participación de los trabajadores en la toma de decisiones, la formación de cuadros, el burocratismo, la democracia y la planificación socialistas.3 Carlos Rafael Rodríguez completó esta línea de estudio, cuando escribió sobre la transformación de la agricultura y la configuración de las clases sociales en la Revolución.4 Sin embargo, después de décadas de enorme discusión -dentro de la cual tiene gran significación la obra de Fernando Martínez Heredia- escasos autores defienden hoy la majestad del concepto «transición». A juzgar por su desuso, parecería que ha perdido capacidad explicativa. No obstante, lo que se discutía como tal refiere más al futuro que al pasado: qué entender hoy por socialismo en Cuba.

II.

La obra del autor de este libro recupera aquel magno programa de investigación. Si un periodista demandara: dígame en pocas líneas cuáles son los aportes decisivos de Juan Valdés Paz (La Habana, 1938) a la historia intelectual de su país, sería necesario responder: sus obras sobre la agricultura cubana y el sistema político revolucionario, al igual que su elaboración teórica sobre cómo la pequeña toalla utilizada por los negros y mulatos de su barrio para secarse el sudor es incomparablemente mejor que el pañuelo, y cómo ello constituye un aporte del pueblo de Pogollotti a la cultura nacional. Pero ese periodista «no ha nacido aún» en Cuba. Valdés Paz es otro clásico invisible para los periódicos cubanos. Con todo, es mejor hacer con detenimiento el balance de su obra sin generalizaciones escolares: leer La transición socialista en Cuba (Buenos Aires, 1993), Procesos agrarios en Cuba. 1959-1995 (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997),5 sus antologías Alternativas de izquierda al Neoliberalismo y Cuba: Construyendo el futuro, ambas publicadas por El viejo topo (Barcelona) y muchísimos trabajos dispersos en revistas de una vasta geografía. Su obra, como casi todas, es su biografía: Valdés Paz trabajó en tintorería y comercio (1952-1960); ejerció de maestro (1958); y sería nombrado administrador de ingenio y delegado regional de la agricultura (1960 y 1962). A partir de entonces, su «estrella» de funcionario iría en ascenso: fue director de supervisión de cooperativas cañeras (1962-1963); director nacional de producción privada y cooperativa (1963-1965), hasta llegar a ser director ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) (1965-1969). A partir de ese momento, comenzó su vida de académico: formó parte, tardíamente, del célebre Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana.6 Tras la decisión que determinó el cierre del Departamento y la clausura de su revista Pensamiento Crítico (1971) hizo el camino de los elefantes: volvió a la agricultura, como viceministro para los Recursos Humanos del INRA-MINAG (1971-1979), al tiempo que se graduó de sociología (1974). A partir de 1980 dejó nuevamente el campo por los libros: se convirtió en investigador del Centro de Estudios sobre América, pero una vez impugnado este, en cumplimiento del destino insular del eterno retorno (1996), pasó a la plantilla del Instituto de Historia de Cuba hasta 1999. Desde entonces, afirma estar «jubilado». Después de este repaso, se puede concluir: es uno de los más rigurosos investigadores cubanos en ciencias sociales, o más bien un verdadero prócer de la tradición heterodoxa del marxismo cubano.

III.

El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano es el compendio de las búsquedas del autor, realizadas durante dos décadas, sobre el sistema político, la democracia, el socialismo, y la participación popular en Cuba. El análisis de Valdés Paz es diferente al realizado por otros autores sobre temas conexos, por varias razones: ha historiado y sistematizado el desarrollo institucional cubano, desde la construcción del poder revolucionario a partir de 1959 hasta el presente con una perspectiva holística, que ha elaborado al fin la historia crítica de la institucionalidad política revolucionaria más completa producida dentro de la Isla hasta hoy.7 Sin embargo, no es apenas una historia del desenvolvimiento institucional sino un ensayo de interpretación del tipo de régimen político realmente existente en Cuba.

El concepto de sistema político es muy útil para dar cuenta del entramado de temas relacionados con la producción de poder y con el establecimiento del sistema de reglas habilitado para su circulación y/o redistribución. Surgido en el ámbito de la ciencia política norteamericana, tuvo una contradictoria existencia en el marxismo estadocéntrico, pues consigue ir más allá del examen sobre el Estado, para indagar en el tipo de actores, instituciones, normas y procedimientos que gestionan, en el conjunto de sus interinfluencias, la toma de decisiones públicas en una comunidad política concreta. El concepto sirvió de inicio para llevar al extremo la distinción entre lo estatal y lo político y estudiar la autonomía del campo de lo político, y de lo político mismo, sin agotarlo en la actuación estatal ni referirlo normativamente a un lugar en específico: lo político habita en una relación, por tanto, todo es politizable: el Estado hace parte de lo político, y no a la inversa, como lo fue durante su historia medieval.

El hecho es asaz importante: permitió construir la diferencia entre policía y política, ambos términos con raíz etimológica común en polis: la primera como sinónimo de administración de lo realmente existente (regir una cosa dada), la segunda como creación y recreación de lo real (regir una cosa gestada). El sentido de la política, como decía Hannah Arendt, es la libertad. La mera administración, en esa tradición, hace descender lo político a la dimensión de paz, seguridad y orden. Sin embargo, para la polis, el «cuidado de la vida y la defensa no eran el punto central de la vida política y eran políticas en un sentido auténtico solo en cuanto las resoluciones sobre ellas no se decretaran desde arriba sino que se tomaran en un común hablar y persuadirse entre todos».8 A partir de esta diferencia, se alcanzó una tesis: la construcción democrática tiene lugar en el campo ampliado de lo político, supone el desarrollo de la política sobre la administración y el desenvolvimiento de la segunda bajo el control de la primera.

En la cronología del discurso intelectual producido en la Isla, el concepto de sistema político parece haber sustituido al de transición a partir de los años ochenta, para después convivir e incluso ser sustituido a su vez por el de sociedad civil, ya en los noventa. Sin embargo, conforman una serie, pues tratan sobre lo mismo: el ser de la política no es el deber ser de sí misma. En Cuba, también, el concepto de sistema político (SP) entró por la puerta de servicio. La discusión resultó muchas veces una suerte de aritmética política según la cual eran parte del SP el Estado, el Partido, las organizaciones sociales y de masas, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y las Organizaciones No Gubernamentales organizadas por el Gobierno (ONGOG), pero no, por ejemplo, las organizaciones disidentes ni la iglesia católica, por carecer, según ese enfoque, de estructuración, membresía suficiente y capacidad de influencia en la toma de decisiones a partir de su propia legitimidad de base. Julio Fernández Bulté resultó el defensor más riguroso de esta posición, que permitía comprender dentro del SP a los poderes actuantes respecto a la política estatal, fuese como afirmación o como negatividad, estos últimos por vía de la resistencia y de su capacidad reactiva para ser «tomados en cuenta».9 Con todo, el punto de vista sobredimensionaba el componente estatal del sistema político, y servía menos para comprender el campo de lo político.

En medios académicos radicados fuera de Cuba, la más profunda indagación sobre el sistema político cubano se debe a Jorge Domínguez, con su obra sobre los componentes del SP y su evolución a lo largo del proceso revolucionario, poniendo el énfasis precisamente en el campo de lo político.10 Pero no es su posición la predominante en este tipo de exégesis, que, con los presupuestos propios de la ciencia política liberal, acopia, procesa e interpreta no obstante un conjunto de temas apenas tratados en el país, desde la circulación de las élites políticas, hasta el perfil de las fuerzas armadas y del Partido Comunista de Cuba, pasando por el de la iglesia católica. Sin embargo, salvo excepciones, buena parte de esa literatura hace sin quererlo el elogio más desmedido de la figura de Fidel Castro, cuando lo coloca como su único tema de interés, al tiempo que considera a la sociedad cubana apenas un efecto mecánico del discurso de la élite. Por consiguiente, este enfoque suele ser también reductor en el diagnóstico del campo de lo político en Cuba.

El debate sobre la sociedad civil, verificado en los años noventa, complementó la discusión sobre el SP y mostró con mayor claridad sus intenciones y sus límites. El marco teórico de la sociedad civil permitía ampliar más aún la comprensión sobre lo político al incorporar el análisis sobre el mercado, dimensión que apenas cabía en el contrapunteo sobre el SP, pues su origen teórico liberal permitía analizar la «política económica», pero no sus «condicionamientos socioeconómicos». Al mismo tiempo, amplió el rango de los temas en debate: de la organización familiar a la cultura política, pasando por los intelectuales, los nuevos sujetos sociales y el proceso de la hegemonía y arrojó contribuciones esenciales como las de Rafael Hernández, Jorge Luis Acanda y Aurelio Alonso.11 Sin embargo, extender el campo temático produjo al mismo tiempo grandes generalizaciones sobre el SP -pasaba a ser solo una dimensión más de lo pensado-, y se pospuso el tipo de examen casuístico exigido por la complejidad de la institucionalidad política, con lo que quedaba a la intemperie un número enorme de temas.

A partir de esta historia, Valdés Paz encara su investigación desde una crítica profunda sobre el estado de las ciencias políticas en Cuba: «las ciencias políticas son las más atrasadas de todas las ciencias sociales en el país» y su madurez habrá de medirse «por su aplicación a la realidad cubana». Para Valdés Paz el escenario es muy grave: «Quizás no podamos identificar ni media docena de estudios sobre la realidad política cubana que partan de fuentes primarias o de comprobaciones observacionales en el terreno»;12 la mayor parte de tales estudios se basa en testimonios, libros escritos por otros o discursos pronunciados por terceros. En este libro aparece, con la metódica característica de su autor, una agenda de las ciencias políticas cubanas construida para combatir cruentas omisiones, cuando reclama mayores y mejores repasos sobre: la historia del orden político existente en Cuba en 1959, la historia política del país, el Derecho político y el constitucionalismo cubano, por ejemplo.

Quien lea sus páginas encontrará, entonces, las líneas gruesas con que Valdés Paz ha logrado analizar el sistema político cubano de un modo definidamente propio: a) afirma el carácter relativo de la noción de sistema, puesto que todo sistema es subsistema de otro -el SP lo es respecto al sistema social, como a su vez contiene él mismo otros subsistemas, b) registra cómo una misma institución, a través de sus funciones, participa de más de un sistema -como es el caso del Estado-, c) distingue entre el sistema «realmente existente» y lo que el sistema dice sobre sí mismo mediante sus «modelos»: el sistema político puede ser representado mediante sus instituciones, pero todas son siempre partes o dimensiones de la realidad del SP, que no agotan la definición de su perfil. A partir de este horizonte, el autor complejiza la noción gramsciana de «Estado extenso», o «extendido», y facilita tanto historiar mejor los sistemas como confrontar «la realidad» con «el modelo» que ha prometido el sistema. Como resultado, tenemos una historia analítica de lo que el proceso «dice ser», de lo que «es» y de lo que «debería ser».

IV.

La serie transición-sistema político-sociedad civil tiene la virtud de pensar el horizonte del modelo y no darlo por supuesto, como sucede cuando solo se analiza en clave de su «gobernabilidad». Quiere decir, pregunta hacia dónde se dirige el proceso, y cuáles son los medios escogidos para avanzar en ese sentido. Con su indagación transdisciplinar, Valdés Paz coteja de modo permanente la construcción del proceso con los objetivos del proyecto.

En 2009 «El proyecto» es nombrado por las lenguas de Babel: en el propio discurso oficial conviven varios proyectos, algunos de ellos contradictorios entre sí, por no contar la vasta diversidad conflictual entre los proyectos existentes en la sociedad cubana. El libro de Valdés Paz es una propuesta de reconstruir el proyecto, para colocarlo en los imaginarios de la sociedad sobre sus futuros, de modo que pueda reconstruir sin ambages la utopía del socialismo y restituir el tamaño de su promesa, y, al mismo tiempo, presentar las maneras de un programa pragmático que pueda aprovechar las energías y los saberes sociales con alcance práctico bajo este presupuesto: la política contra la administración, y la administración contra la burocracia.

Siempre es mejor leer el original, pero adelanto un resumen del propio autor sobre los rasgos de su horizonte: «La transición socialista supone un modelo orientado hacia la autogestión y el autogobierno, es decir, hacia la participación creciente de las masas en todas las formas de la gestión social».13 Sus principales desafíos se encuentran, siempre según el autor de este libro, en diferentes dimensiones, aquí sistematizadas: en el sistema jurídico: perfeccionamiento de los mecanismos de control constitucional, mayor desarrollo legislativo que asegure los derechos ciudadanos y limite los poderes discrecionales de las instituciones y funcionarios, desarrollo de un Estado de Derecho; en el sistema político: autonomía efectiva de los poderes del Estado, particularmente de sus órganos representativos y de la administración pública respecto del Partido, en favor de la función dirigente de este, mayor participación y representatividad de la población en las instituciones políticas, mayor desarrollo del Gobierno Local, perfeccionamiento de la Administración Pública; en el sistema económico: creación de un mercado nacional altamente regulado, constitución de un sistema empresarial autónomo bajo control tanto del Estado como de la sociedad civil, diversificación y ampliación de las formas de gestión y un mayor desarrollo y extensión de la gestión cooperativa, instauración de un modelo de incentivación basado en el trabajo personal como principal fuente del ingreso y el consumo, desarrollo del sistema impositivo sobre bases progresivas, en el sistema civil: ampliación y diversificación de las instituciones de la sociedad civil, desarrollo del movimiento comunitario, institucionalización de la opinión pública; en el sistema ideocultural: mayor desarrollo autónomo de las instituciones de investigación social, en el sistema familiar: mayor participación de las familias en las estrategias de desarrollo y estrategias de reunificación familiar.14

Ahora, la importancia de un autor como Valdés Paz radica no solo en su argumentación explícita, sino también en las líneas analíticas que sugiere.

V.

Este libro, sin extenderse en el concepto en su sentido teórico más estricto, reabre la discusión socialista sobre el Estado de Derecho, tema tenido bajo clausura durante décadas por la prevalencia del marxismo soviético en Cuba, que lo presentó como una farsa burguesa, superable históricamente por los méritos, nunca comprobados, de la dictadura del proletariado. Cuando hizo acto de presencia en el discurso cubano, se presentó como «Estado de Derecho socialista», y resultó un logro respecto al concepto de «legalidad socialista», término más restringido que había nombrado el complejo de la primera institucionalización en los años setenta. La fórmula «Estado de Derecho socialista», reconocía la necesidad tanto de ordenar legislativamente el país como de disciplinar la actividad política según esa normativa. En Cuba, Hugo Azcuy y Julio Fernández Bulté fueron quienes más avanzaron en la recuperación teórica de los contenidos del Estado de Derecho para el socialismo, mientras que, en la práctica, su realidad consiguió desarrollos contradictorios.

En sus albores, el Estado de Derecho reflejó este complejo: elaborar con legitimidad el derecho y sujetar la política a ese derecho legítimo, o, dicho con más ortodoxia: enlazar la existencia de una Constitución, el reconocimiento de derechos fundamentales y el establecimiento de la división de poderes. Tres son sus corolarios fundacionales. 1. Libre es el hombre que no obedece a otros hombres, sino a leyes; 2. Se ha de asegurar el imperio abstracto e impersonal de la norma, como clave de la seguridad jurídica, y la igualdad en su aplicación, para combatir el despotismo; 3. El poder debe ser sometido a la norma. A resultas, Bobbio y Mateucci pudieron dictar el concepto con estilo escolar: «Un Estado de derecho es aquel que se subordina a normas decididas por un órgano democráticamente representativo».15

El hilo conductor que permitió entonces defender el Estado de Derecho para el socialismo en Cuba es el mismo seguido por Valdés Paz: el programa del republicanismo. Si Fernández Bulté estuvo influenciado por el republicanismo de raíz latina, reelaborado sobre la base de estudios contemporáneos del Derecho Público Romano,16 Azcuy realizó el análisis marxista más sofisticado en su época sobre la República socialista configurada por la Constitución de 1976, nunca editado en Cuba hasta hoy,17 mientras que Valdés Paz lo encuentra en una relectura, también actual, del marxismo en clave republicana, en la búsqueda de la relación entre revolución y democracia en el marxismo.18

El republicanismo socialista contemporáneo, en rigor, se distingue de -porque busca integrarlas- las versiones clásicas de las tradiciones liberal, democrática y marxista: la libertad es entendida, recordemos, por el liberalismo como protección de la libertad individual frente a la esfera pública; por la democracia como el cotejo de la autonomía con la isonomía -el poder del ciudadano para darse normas, iguales para todos, por sí mismo-, y por el marxismo como la superación del contenido clasista del poder político a manos de su gestión directa a través de la autogestión y el autogobierno. El republicanismo socialista, por su parte, se distingue de esas interpretaciones por un rasgo definitorio, que acaso las completa: proclamar la ausencia de dependencia respecto al arbitrio de un tercero como el reino de la libertad.19

Valdés Paz hace en Cuba la función de un elegguá sobre este tema: abre los caminos. Con esa comprensión, se corrigen desde el socialismo los límites del Estado de Derecho. Este concepto, fruto tardío de la Ilustración, participó en los combates de la burguesía revolucionaria por la democracia frente al absolutismo. En su evolución, por fundar su autoridad no solo en la existencia misma del poder, sino en un deber ser de fines trascendentales, fue llamado a participar con toda legitimidad en el logro de objetivos cuya posibilidad de cumplimiento exigía de un repertorio de recursos situado más allá del individuo, o sea, fue llamado a actuar en positivo en interés de los ciudadanos -a administrar más en los campos antes «neutrales» de la cultura y de la economía, aun cuando defendiera su prima ratio: proteger la libertad contra el despotismo a través de la ley. El Estado de Derecho poseía así un horizonte intelectual y político muy abierto, pues aspiraba a culminar históricamente la evolución hacia la identidad democrática entre Estado y Sociedad, tras abolir las diferenciaciones propias del siglo xix liberal, fundadas a partir de la dicotomía entre lo político contra lo social. La idea de democracia de Jacob Burkhardt (1870) explica bien el compendio: «democracia, esto es: una cosmovisión producto de la confluencia de mil fuentes distintas y muy variada de acuerdo a la estratificación de sus sostenedores pero que es consecuente en una cosa: en que para ella el poder del Estado sobre el individuo nunca puede ser suficientemente grande, de modo que borra las fronteras entre Estado y sociedad, adjudicándole al Estado todo lo que la sociedad previsiblemente no hará, pero queriendo mantenerlo todo permanentemente discutible y móvil con lo que termina reivindicando para determinadas castas un derecho especial al trabajo y a la subsistencia».20 En esta definición aparecen los rasgos de la democracia que conocerá el siglo xx bajo el nombre de Estado Social de Derecho: la referencia clasista, la protección de derechos individuales, el control de la actuación política estatal, el reconocimiento de la necesidad de redistribuir poder, y la urgencia de brindar cobertura de mínimos sociales a determinadas clases para hacer viable su integración política. Sin embargo, el enunciado terminó siendo, a resultas de su evolución liberal, la muralla del poder capitalista contra un nuevo contrato social: una vez en el poder, la burguesía se blindó a sí misma con el propio programa con que lo había conquistado. Por ello, buena parte del desarrollo del Estado de Derecho recayó en el Derecho Administrativo: el Estado de Derecho significaría el rasero para la legitimidad de la actuación estatal respecto al ciudadano, pero lo ha constreñido cada vez más a la administración del estatuto de poder realmente existente.

VI.

De lo escrito por Valdés Paz se desprende que el socialismo ha de ser también kantiano, aunque, por supuesto, no solo. Ciertamente, ha sido necesaria una gran dosis de locura histórica para rehusar al sabio de Königsberg, con su fundamentación de la existencia de las leyes públicas en la razón y la libertad individuales. El Estado de Derecho era así el compromiso con la progresión hacia lo político, campo liberado para la actuación humana, y hacia la autonomía moral del ciudadano. 21 A este conjunto imprescindible, Valdés Paz agrega la herencia política cubana sobre el tema, con los nombres cimeros de José Martí, en el siglo xix, y de Raúl Roa García en el pasado siglo.

La diferencia entre república y democracia resultaba obvia para Martí, que observó con detenimiento el desarrollo oligárquico en las recién constituidas repúblicas americanas, pero también en Europa y los Estados Unidos. Para Martí el concepto de República no se agotaba en su dimensión política, que permitiría el establecimiento de una «República colonial», sino el marco completo de la libertad nacional, social y personal: la forma institucional capaz de cubrir, con su filosofía democrática, todas las relaciones sociales. Por tanto, procuró «desde la raíz salvar a Cuba de los peligros de la autoridad personal y de las disensiones en que, por la falta de la intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización, cayeron las primeras repúblicas americanas».22 El mismo motivo tiene la insistencia de Roa en la soberanía popular como presupuesto del Estado de Derecho: «El Estado de Derecho deja de existir en el instante mismo en que los gobernantes actúan sin sujeción a un ordenamiento jurídico que proteja y garantice a los gobernados de las extralimitaciones, caprichos o abusos del poder. De ahí que no se conciba el estado de derecho sin constitución, ni un go­bierno democrático sin consentimiento popular libremente manifestado».23 Si se pretende el socialismo de la libertad, afirmaba Roa, es imprescindible la construcción de una República, democrática a la vez que socialista: esto es, la edificación de un Estado de Derecho, con distinción de funciones, sistema de garantía de los derechos ciudadanos y representación múltiple de la ciudadanía, erigido sobre los pilares de la justicia social y de la participación ciudadana.24 Desde esta herencia, Valdés Paz insiste hoy en la participación popular, en la institucionalización de la opinión pública, y en los efectos malsanos de proclamar una ideología de Estado.

VII.

«La participación quiere decir que se es parte del poder, es decir, nos estamos refiriendo a una forma de distribución del poder»,25 asegura Valdés Paz. Tal necesidad reclama concreciones, por ejemplo, en el nivel de la organización económica: ¿cuál es el poder de los trabajadores en la actividad económica?, ¿cómo se representan?, ¿cómo incide esa representación en la empresa? En un plano general, la participación para Valdés Paz exige: un marco jurídico en la comunidad concreta de que se trate; un espacio institucional; una estrategia expresiva de la voluntad política de que exista participación, y la formación ciudadana en una cultura de la participación.

La participación política exige entonces establecer y ampliar la esfera pública. Valdés Paz se cuida en este punto de reclamar solo el incremento del conocimiento, la información, la reflexión sobre la sociedad y sobre el propio sistema político, y un mayor desarrollo autónomo de las instituciones de investigación social. El autor defiende el concepto de esfera pública propio del legado marxista crítico, que tiene su origen en Rosa Luxemburgo. La revolucionaria polaca llegaría a defender la existencia de una «esfera pública proletaria», no solo en defensa de las libertades de conciencia y de expresión, sino como el marco entero de la construcción de hegemonía en el socialismo. Después de la experiencia socialista real del último siglo, se ha perdido la memoria de lo contenido en ese análisis, y hoy puede dar la impresión, justificada, de tratarse de un artilugio para defenderla: llamarle proletaria para que nadie se atreviese a recortarla. Para Valdés Paz, también antologador de una selección de textos de Luxemburgo -en proceso de edición-, «la esfera pública del socialismo no es la imagen liberal de una «esfera comunicativa» ni la neoliberal de «un espacio no estatal» sino un espacio intercepto de todos los sistemas sociales, al cual todos tributan». Es el espacio donde se «define y realiza el bien público», y que si bien «es un espacio acotado por el orden jurídico vigente, sus poderes lo determinan la soberanía popular y la cultura».26 La ampliación de esa esfera pública en Cuba contaría con la fortaleza de la cultura política desarrollada por la Revolución sobre estas bases: «La intransigencia en los principios, la unidad del pueblo, la confianza en la fuerza irreductible de las masas y la sostenida voluntad de llevar adelante un proyecto propio de sociedad»,27 en palabras de Valdés Paz. Por el contrario, su no existencia, o existencia muy recortada, hace imposible la construcción democrática socialista.

Para un socialista democrático, como es el caso de este hijo ilustre de Pogolotti, el problema de ser un liberal es, también, el de ser solo un liberal. Pero el socialismo puede y debe aprender de la experiencia liberal: Hans Kelsen explicó cómo la democracia liberal devendría autoritarismo si no actualiza de modo permanente el nexo del Estado con el individuo: si no actualiza la norma fundante de ese Estado, otorgada por los ciudadanos. El autoritarismo de un régimen de matriz liberal no provendría, en esa doctrina, de la actuación justa o injusta del Estado, incluso del Estado de Bienestar, sino de la ejecutoria de este en nombre de contextos de sentido que la ciudadanía no reconozca como suyos. De ahí deriva la necesidad de actualizar la «norma fundante», pues sino ella «sujetaría» a sus hacedores a una voluntad pasada cuando solo puede resultar legítimo el gobierno de su voluntad presente.28 Así, queda habilitada, desde la teoría, la esfera pública como espacio sistemático de concertación de elementos contradictorios de sentido y la democracia como «la mayor extensión posible de la ciudadanía activa, es decir, como la autonomía».29

La ansiedad por teorizar una esfera pública del socialismo ha contado en Cuba con brillantes pero escasas requisitorias, como la de Desiderio Navarro,30 pero su precario desarrollo en la práctica hace olvidar también la pobreza de la teoría existente sobre ella. Un desafío esencial para el futuro del socialismo cubano, según Valdés Paz, será entonces desarrollar una ideología de la Revolución y no una doctrina de estado, «suficientemente heterodoxa y ecléctica como para dar cuenta de la diversidad social, la historia y culturas nacionales, las experiencias socialistas, nuestra cultura política y la permanente «batalla de ideas» contra el capitalismo y el sectarismo».31 Una ideología de estado es la religión del estado. El carácter laico del mismo es tan imprescindible respecto a lo eclesial, como en lo atinente a lo ideológico: la sociedad ha de pensar por el estado, nunca a la inversa. Esto plantea otro dilema: «diseñar e implementar una política cultural que promueva la creación y el consumo de bienes culturales sobre la base de valores humanistas, identitarios y universales; que promueva formas más elevadas de conciencia y conducta, incluidas una cultura del debate y una conciencia ecológica».32

VIII.

He intentado no glosar en demasía este libro, aunque en verdad es mucha la tentación. He insistido por tanto en líneas teóricas abiertas por su autor, aunque no alcancen suficiente tratamiento en sus páginas. Ya al final de estas palabras, prefiero reseñar un problema que Valdés Paz ilumina: Cuba ha tenido una experiencia altamente estatizada: el Estado llegó a ser hasta el año 1989 el empleador del 95% de la fuerza de trabajo del país. En este horizonte, pensar la distinción entre lo estatal y lo público, y, después, la necesidad de demostrar la eficacia de la gestión de un sector público es un deber de Cuba no solo con sus habitantes sino con la posibilidad de defender intereses colectivos en cualquier geografía. La forma eficaz de combatir ideológicamente la gestión mercantil capitalista de la sociedad y la política es brindar alternativas materiales eficaces: Valdés Paz las encuentra en la socialización de la propiedad y en la eficacia de la gestión pública -que no solo estatal-, en aras de lo cual dedica un capítulo al rubro de la centralización/descentralización de la gestión estatal. Valdés Paz contribuye así de modo esencial al ámbito latinoamericano, en el cual varios procesos políticos se han abocado a gestionar sectores públicos ampliados.

Por otra parte, con frecuencia se ha hecho un énfasis sesgado en el contenido aperturista de la reforma constitucional de 1992,33 pero se olvidan peligros propios de esa apertura: el texto reformado «no impone un tope sobre las tasas de interés financiero, no controla salarios y precios, no establece un salario mínimo, no impide la entrada de empresas privadas internacionales en cualquier sector de la economía cubana, no interpone barreras al comercio internacional, no constitucionaliza las regulaciones económicas rutinarias y no promulga restricciones sobre el desarrollo de mercados laborales flexibles».34 También por ello, Valdés Paz busca retomar en todo su largo el análisis público sobre dos temas esenciales de la construcción socialista: la burocracia y la planificación. Para tal fin, aporta dos precisiones relevantes: a) la burocracia no es el supernumerario de empleados, sino la ausencia de poder social para tomar decisiones y controlarlas, quiere decir, la falta de control democrático por parte de la sociedad no solo sobre la instancia estatal, sino sobre todas las dimensiones de poder que intervienen sobre la vida cotidiana; b) la participación es un instrumento esencial en la conducción del proceso social pero ha de ser también un medio para que el plan no constriña la iniciativa popular: la participación en la planificación deviene un punto crucial.35

El socialismo se pensó, desde los socialistas utópicos, como la política que permitiría superar la dominación sobre los hombres y las mujeres a favor de la administración de las cosas, idea retomada por Marx y Engels, que no ha conseguido habitación propia desde entonces. En su historia, el socialismo no solo mantuvo el prestigio fatal del orden sobre la «anarquía» de la libertad, sino que administró bastante mal las cosas. Con este fin, Valdés Paz recuerda, con Lenin, cómo el socialismo y la electrificación eran parte de un mismo y único programa: hacer crecer la hierba pangola, conservar el agua, producir frijoles y construir un partido; tiene todo que ver con la política: la democracia conserva el agua y produce buenas hierbas y mejores palabras, la falta de ella produce marabú, derroche burocrático de los recursos y la falsa unanimidad del silencio. Con su libro, Valdés Paz exige la determinación de la política sobre la policía: más política y mejor administración. Allí encuentra la oportunidad tanto de comer mejor como de liberar la vida de la polis, posibilidad que, tercamente, da en llamar socialismo.

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1 Este texto es el Prólogo a El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, de Juan Valdés Paz, Ruth Casa Editorial/ Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2009, 229 pp.

2 Rene Dumont, Cuba ¿es socialista?, Editorial Tiempo Nuevo, 1970, pp. 37-99.

3 Ernesto Che Guevara, Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), Ocean Sur, 2008.

4 Carlos Rafael Rodríguez, Cuba en el tránsito al socialismo. 1959-1963, Editora Política, La Habana, 1979.

5 De su autoría podrá leerse más adelante El proceso de organización agraria en Cuba.1950-2006, actualmente en proceso de edición.

6 Desde adolescente y hasta hoy, Valdés Paz es un lector compulsivo y tiene la adicción fatal de los bibliógrafos: ha acumulado la biblioteca especializada en ciencias sociales acaso más completa de las existentes en Cuba, pero a diferencia de tantos, presta sus ejemplares con generosidad, e incluso los regala selectivamente a sus amigos/discípulos/admiradores, al mismo tiempo que conoce a todos los vendedores de libros viejos de la ciudad, todos los cuales le llaman por su nombre y apellido.

7 Ver las obras de Hugo Azcuy, Haroldo Dilla, Jorge Domínguez, Rafael Hernández, Fernando Martínez Heredia, Julio Fernández Bulté, Miguel Limia, Velia Cecilia Bobes, Fernando Álvarez Tabío, Rafael Rojas, Thalía Fung, Fernando Cañizares, Juan Vega Vega, Jesús García Brigos, Ricardo Alarcón, Rafael Duharte, Marifeli Pérez Stable, Debra Evenson, René Fidel González, Reynaldo Suárez, Nelson P. Valdés, Lisette Pérez, Martha Prieto, Julio Antonio Fernández Estrada, entre otros muchos autores.

8 Hannah Arendt, ¿Qué es política? (trad. Rosa Sala Carbó), Ediciones Paidós, Barcelona, 1997, p. 84.

9 Julio Fernández Bulté, Teoría del Estado y el Derecho, (volumen Teoría del Estado), Editorial Félix Varela, La Habana, 2001, capítulo V, pp. 185-224

10 Jorge Domínguez, Cuba: Order and Revolution , The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1978 y Cuba hoy. Analizando su pasado, imaginando su futuro, Editorial Colibrí, Madrid, 2006.

11 Rafael Hernández, Mirar a Cuba. Ensayos sobre cultura y sociedad civil, Letras Cubanas, La Habana, 1999; Jorge Luis Acanda, Sociedad civil y hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002, y Aurelio Alonso, El laberinto tras la caída del muro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006

12 Las dos citas pertenecen a «Ciencia Política: Un estado de la disciplina», p.9 y 11 respectivamente. Todos los textos citados de Juan Valdés Paz se encuentran en la presente edición. Se consignan solo por su título y la página.

13 «Desarrollo institucional en el «Período Especial»: continuidad y cambio», p.43.

14 Ibid., p.45.

15 Norberto Bobbio y Nícola Matteucci, Diccionario de Política, Siglo XXI, México DF, 1987

16 Julio Fernández Bulté, Filosofía del Derecho, Editorial Félix Varela, La Habana, 1997, y «Democracia y república. Vacuidades y falsificaciones», Temas, no. 36, La Habana, 2004, pp. 94-103.

17 Hugo Azcuy, «Análisis de la Constitución Cubana», en Papeles de la Fundación de Investigaciones Marxistas, No. 14, 2da época, Barcelona, 2000, pp. 9-144

18 Ver Jacques Texier, Democracia y revolución , Kohen y Asociados Internacional, Buenos Aires, 1994

19 Ver Antoni Doménech, El eclipse de la fraternidad, Editorial Crítica, Barcelona, 2004.

20 Citado en Carl Schmitt, El Concepto de lo Político , edición digital en:

http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/CarlSchmitt/CarlSchmitt_ElConceptoDeLoPolitico.htm .

21 Ver Inma nuel Kant, Metafísica de las Costumbres , (3era edición), Tecnos, Madrid, 2002, pp. 237-240.

22 José Martí, «Carta al presidente del club José María Heredia» (Nueva York, 25 de mayo de 1892), OC, t. 1, La Habana, 1991, p. 458, ver también «Pueblos nuevos» (Patria, 14 de mayo de 1892), OC, t. 28, p. 303. Ver Ibrahim Hidalgo Paz, «Democracia y participación popular en la República martiana», en Temas, no. 32, La Habana, 2003, pp. 110-117 y Ramón de Armas, «La república cubana de Martí», en La revolución pospuesta, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp.57-73.

23 Raúl Roa García, «En Guáimaro un día», en Viento Sur [Trabajos y artículos], Editorial Selecta, La Habana 1953, reproducido en Retorno a la alborada [Crónicas y ensayos], tomo 2, prólogo por Samuel Feijóo, Universidad Central de las Villas, La Habana, 1964, pp.182-184

24 Ver Julio César Guanche, «La libertad como destino. El republicanismo socialista de Raúl Roa», en Raúl Roa: Imaginarios, Ana Cairo, comp., Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, pp. 305-328.

25 «Apuntes sobre centralización y descentralización en el socialismo», p.60.

26 «Cuba: La izquierda en el gobierno, 1959-2008», p.212.

27 «Cuba. La constitución del poder revolucionario. 1959-1963», p.129.

28 Hans Kelsen, El Estado como integración. Una controversia de principio, Tecnos, Madrid, 1997, p. 132.

29 Ibid.

30 Ver Desiderio Navarro, «In medias res publicas: Sobre los intelectuales y la crítica social en la esfera pública cubana», La Gaceta de Cuba, No. 3, La Habana, 2001, pp. 40-45, reproducido en Las causas de las cosas, Letras Cubanas, La Habana, 2006 y La política cultural del periodo revolucionario: memoria y reflexión, (compilación y prólogo de Desiderio Navarro), Centro Teórico Cultural Criterios, La Habana, 2007.

31 «Cuba: La izquierda en el gobierno, 1959-2008», p. 214.

32 Ibid., p. 215

33 Es mi propio caso en Julio César Guanche y Julio Antonio Fernandez Estrada en «Se acata pero se cumple, Constitución, República y socialismo», Temas, no. 55, La Habana, 2008, pp. 125-137.

34 Jorge Domínguez, «Una Constitución para la transición política de Cuba: la utilidad de conservar (y enmendar) la Constitución de 1992», en Cuba hoy, analizando su pasado, imaginando su futuro, Colibrí, Madrid, 2006, p.366.

35 «Apuntes sobre centralización y descentralización en el socialismo», pp.48-63.

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