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Sucesor de Magoon, Welles y Caffery

Bush nombra otro procónsul para Cuba

Fuentes: Rebelión

El gobierno de George Bush acaba de designar a Caleb McCarry como «coordinador para la transición cubana», cargo cuya función esencial «es acelerar la desaparición de la tiranía de Castro». Condoleezza Rice entregó a McCarry su nuevo empleo en una ceremonia ante cubano-miamenses. No es nada nuevo, ni asombroso. Condoleezza sigue una tradición muy arraigada […]

El gobierno de George Bush acaba de designar a Caleb McCarry como «coordinador para la transición cubana», cargo cuya función esencial «es acelerar la desaparición de la tiranía de Castro». Condoleezza Rice entregó a McCarry su nuevo empleo en una ceremonia ante cubano-miamenses.

No es nada nuevo, ni asombroso. Condoleezza sigue una tradición muy arraigada de las relaciones entre ambos países: situar a un procónsul diligente que se encargue de administrar la isla de manera conveniente a los intereses norteamericanos y eche las bases para una eventual anexión al territorio continental de Estados Unidos.

Desde mediados del siglo XIX Cuba había pasado a ser un país dependiente de Estados Unidos en lo económico, mientras que solamente en lo político seguía siendo un apéndice de España. El 3.7 por ciento de su producción se comerciaba con la metrópolis mientras que más del 90 por ciento del intercambio se realizaba con Norteamérica. El presidente Jefferson había dicho que Cuba sería «tomada naturalmente o se entregaría a nosotros por sí misma». El presidente Monroe manifestó que Cuba era un «apéndice natural de Estados Unidos». El presidente Polk inició gestiones para comprar la isla de la corona española.

Cuando el ejército español estaba vencido por las fuerzas cubanas el presidente McKinley decidió intervenir para obtener la mejor tajada con el menor esfuerzo. Los cubanos llevaban tres años en armas y los interventores yanquis hicieron una guerrita de sólo ciento doce días y con ello impusieron la ocupación de la isla.

El general John Rutter Brooke recibió el control directamente de manos del último gobernante español, el Capitán General Jiménez de Castellanos, y comenzó su reinado prohibiendo a los mambises la celebración regocijada de la retirada de las tropas españolas. Ese fue el primero de una larga lista de prefectos. Su sucesor el general Leonardo Word se preocupó por la educación y mandó a traducir directamente del inglés los libros de texto usados en las escuelas estadounidenses sin añadir ninguna referencia a Cuba.

Tras este vino un juez, Charles Magoon, especulador financiero, propietario de bienes raíces, que instauró la venalidad en una escala colosal. En poco tiempo dilapidó los doce millones que habían quedado en el erario público tras los primeros años de gobierno republicano. Instauró la práctica de otorgar nombramientos en cargos públicos sin exigir trabajo alguno por el salario devengado. «Botellas» se les llamó a esas sinecuras. Creó la Guardia Rural para apalear campesinos descontentos. Emitió bonos contra el tesoro cubano que fueron cubiertos por sus amigos y parientes del Presidente Taft y contrató para servicios y construcciones a numerosas compañías norteamericanas.

Cuba pasó a ser una república formal no sin que antes se le arrancara la concesión de una parte de su territorio en torno a la bahía de Guantánamo para establecer una base naval y se le forzó a admitir, mediante la Enmienda Platt, el derecho de Estados Unidos a intervenir en el país cuando cualquier situación que juzgase desestabilizadora lo aconsejase.

El siguiente césar fue el general Enoch Crowder quien vino a Cuba, durante la presidencia de Menocal, y desde su oficina en el acorazado Minnesotta, dictaba las órdenes de cómo debía gobernarse la república. Impuso nuevas tarifas azucareras que perjudicaban a la economía cubana pero favorecían a los inversionistas norteamericanos. El nuevo presidente, Alfredo Zayas, pronunció un discurso inaugural ante el Congreso que había sido redactado, en parte, por el propio Crowder.

Cuando la dictadura de Gerardo Machado ensangrentó el país vino el nuevo pretor, Benjamín Sumner Welles, quien maniobró para que el ejército, bajo el sanguinario Batista, asumiese el control de Cuba. Jefferson Caffery, el siguiente sultán, manipuló a las esferas políticas para derrocar al gobierno de Grau-Guiteras que había otorgado el voto a la mujer, decretado la jornada laboral de ocho horas y nacionalizado la Compañía de Teléfonos.

En la última etapa de Batista el embajador Arthur Gardner logró que se enviase una misión militar norteamericana y se otorgasen amplios suministros de armamento a la dictadura para combatir a los insurgentes, tarea en la cual le siguió el aristócrata Earl Smith.

A lo largo de la historia cubana siempre han existido estos agentes que de manera directa, o maquinando en la sombra, han sido interventores, asesores, diplomáticos, gobernadores o mediadores pero la intención ha sido la misma: subordinar a Cuba a Estados Unidos y cumplir los sueños de Jefferson y Monroe

Caleb McCarry tiene suficientes antecedentes para proceder a imitar a sus predecesores en un nuevo intento de limitar la soberanía cubana, entrometerse de los asuntos internos, en el cancelar las posibilidades de desarrollo nacional a favor de los empresarios yanquis. Sólo que esta vez existe una revolución en el poder.

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