Cabriola: salto que dan los que bailan cruzando varias veces los pies en el aire. Cualquier salto, brinco o pirueta que se ejecuta con ligereza.
Las pantallas de las grandes corporaciones se encargaron de que llegaran a nuestros hogares. Ahí los pudimos ver: centenares de «cubanoamericanos» como les denominan, en sendas y efímeras maniobras. Sin distinguir entre la bandera cubana, de Martí, y las barras y las estrellas que se despliegan amenazantes en cuarteles y fortalezas en Irak.
Vociferando, festejando la posible muerte de un dirigente político de talla universal. Ya lo han hecho antes, numerosas veces, alentados por los intereses y los dólares que les apoyan.
¿Qué tiene que ver esta gente, y su grotesca exhibición, con la mayoría de los latinoamericanos? Muy poco. Las mayorías, en nuestros pueblos, siguen sufriendo miseria, falta de oportunidades y de salud, carencia de educación y de condiciones dignas de vida. Precisamente las lacras contra las cuales ha perfilado su obra la Revolución Cubana y su líder principal, sin duda la figura latinoamericana de mayor relevancia e influencia en el Siglo XX (y parte del siglo XXI): Fidel Castro Ruz. Como siempre, resentidos, mediocres y envidiosos afilarán plumas y lenguas, fabricando cualquier mentira con todo descaro, como el plumífero que recientemente se hizo eco en La Nación de la infamia difundida por la Revista Forbes acerca de la «fortuna» de Fidel. Aleteos torpes de escuderos del poder imperial.
¿Se acuerdan de la caída del «socialismo real» y los festejos en Miami? Ya hacían números, los ambiciosos y explotadores, de cómo volverían a Cuba a apropiarse de tierras y propiedades. Ya celebraban la caída de un sistema que según ellos no sobreviviría sin el apoyo soviético. El error sigue siendo el mismo: creer que una revolución que ha afirmado a Cuba como el país más independiente de América Latina y posiblemente del mundo, proceso de profundas transformaciones y hondas raíces, solo puede ser producto de una figura excepcional que no sabemos que dotes tendrá, en esa lógica, para haber logrado lo que no pudieron otros, o que solo puede ser posible por la ayuda del exterior y la sumisión a otras voluntades. Desafía la imaginación como estos sectores terminan magnificando aún más la figura de Fidel. Pareciera que ellos fueran quienes esperan que Fidel sea inmortal.
Subestiman, una vez más, la entereza, la voluntad, la dignidad y la inteligencia de un pueblo que se ha afirmado en una y mil batallas, con grandes limitaciones, por supuesto, y también cometiendo errores, a veces serios, que muchas veces han tenido la valentía y la honestidad de rectificar. Es fácil, por supuesto, cuando no se arriesga prácticamente nada, soltar frases y juicios ligeros acerca de un proceso tan complejo, que ha implicado tanto sacrificio, o exigir, con insoportable arrogancia, condiciones imposibles a quienes están en el horno que quema.
Los que han soltado a los buitres en la calle ocho de Miami, en su caduca danza macabra, lo que han hecho es evidenciarse ante el mundo: con su afán de revancha, su talante fascista y anexionista, su repudiable dependencia ante la gran potencia y, para agregar algo más, como si fuera poco, su mal gusto y falta de sensibilidad. Así se ha interpretado, por supuesto, desde la isla, donde hasta la «oposición moderada» ha sabido ser más respetuosa. ¿Qué cubano o cubana podría sentirse seguro si lo que puede caerle desde Miami son estos personajes?
No hay causalidades. Se nos quiso hacer creer que «la gente» festejaba los serios problemas de salud de Fidel Castro, que se acercaba la hora de la «libertad» ¿»mayamera?» pero no era cualquier gente, ni siquiera se trata de un sector mayoritario en el mismo Miami. Es una operación psicológica, para hacerle creer al mundo que, una vez más, la revolución cubana está a las puertas de su desaparición y que «todo el mundo lo celebra», pero es un rejuntado de buitres, que se quedará hambriento, una vez más.
Ciertamente no son tiempos sencillos, y retos sumamente complejos se le presentan a los cubanos y las cubanas, sobre todo en un mundo como el actual, en que los sectores guerreristas y explotadores actúan, matan y actúan. Nadie puede predecir como será el futuro, y sabemos que la realidad es móvil y dinámica. Nada está garantizado de antemano. Pero de lo que estoy seguro es que la historia cubana transitará por los caminos de la dignidad y de la humanidad compartida, en una fiesta de millones, y no por los de una sórdida y triste, por más ligera, cabriola de buitres.