La España que se fraguó en la década de 1980 ha devenido en una combinación explosiva en la que Cádiz se ve como síntoma y reflejo de todo ello.
La huelga del sector del metal en Cádiz es un reflejo de los problemas económicos, sociales y demográficos de fondo que se fueron tejiendo durante los años de nuestra frágil democracia. A lo largo de ellos se tomaron decisiones que han acabado siendo muy negativas para nuestro devenir. La España que se fraguo en los 80 ha devenido en una combinación explosiva que requiere una acción decidida por deshilvanar la práctica totalidad de las hechuras tejidas por las redes de poder patrias. Sus consecuencias, ya las conocemos: desindustrialización, deslocalización, financiarización extrema, rentismo como motor económico y una España vaciada y sin futuro. Cádiz como síntoma y reflejo de todo ello.
Para entender los efectos de la desindustrilización, desde estas líneas siempre me he apoyado en los estudios del economista coreano Ha-Joon Chang, posiblemente el mayor experto mundial en Economía del Desarrollo, y sin duda alguna uno de los economistas heterodoxos más relevantes en el panorama actual. Siguiendo el análisis del economista Ha-Joon Chang, España desde mediados de los 80, justo con la entrada en vigor del Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea, es un ejemplo de por qué el libre mercado y la globalización, tal como se ha diseñado no funciona. Se exigió a España una reconversión industrial y una liberalización y apertura de sus mercados de bienes y servicios, que unidos a la libre movilidad de capitales, acabó siendo absolutamente nefasta para nuestro devenir futuro. El papel que nos “asignaron” implicaba una desindustrialización masiva, una tercerización de la economía y una bancarización excesiva.
Ausencia de una política industrial activa
Frente al caso español, Chang analiza el caso de su país de origen, y concluye que, a diferencia de España, Corea en las últimas décadas hizo crecer diversas industrias nacientes gracias a aranceles, subsidios y otras formas de apoyo hasta que fuesen lo suficientemente fuertes para soportar la competencia internacional. Todos los bancos estaban en poder del gobierno, por lo que podía dirigir el crédito a los distintos sectores productivos. Algunos grandes proyectos fueron ejecutados directamente por las empresas estatales, aunque el país tenía un enfoque pragmático, más que ideológico, en lo que respecta a la propiedad estatal de los medios de producción. Si las empresas privadas trabajaban bien, perfecto. Pero si no invertían en sectores importantes, el gobierno no tenía ningún reparo en crear empresas estatales. Y si las empresas estaban mal dirigidas, el Gobierno las adquiría, las reestructuraba, y por lo general luego las vendía.
El Gobierno coreano también tenía el control absoluto sobre el comercio exterior. Vigilaban fuertemente la inversión extranjera, acogiendo con los brazos abiertos las inversiones en algunas áreas y cerrando completamente sus puertas a otras, de acuerdo con los imperativos del plan nacional de desarrollo. Como señala Chang, «el milagro coreano fue el resultado de una mezcla, inteligente, pragmática, entre el aguijón del mercado y el dirigismo económico”. Todas estas lecciones básicas fueron olvidadas por nuestros dirigentes.
La desindustrialización masiva, la tercerización de la economía y una bancarización excesiva, que aceleró e infló la burbuja inmobiliaria, devino en un modelo productivo sustentado o en actividades intensivas en mano de obra o en otras rentistas –turismo, y burbujas diversas-. Ello no era óbice para que este modelo conviviera con un sector manufacturero patrio exportador extraordinario –nuestras exportaciones no dejan de crecer desde 1994- que, ante la inacción de nuestros gobiernos, fue paulatinamente asaltado por capital foráneo. Como consecuencia, las decisiones de inversión, de plantilla y de salarios de dichas joyas se empezaron a fijar allende nuestras fronteras.
El modelo productivo, clave para entender las relaciones de trabajo
El modelo por el que se optó en los 80, unido al asalto a nuestras joyas de la corona, ha afectado a las relaciones de trabajo, y al factor trabajo en sí, y mucho. O son actividades de bajo valor añadido, o somos meros ensambladores, y en aquello que realmente somos muy competitivos, empieza el capital extranjero a controlarlo y las decisiones se fijan fuera, con la amenaza continua de deslocalización de la producción que ello implica.
Por eso la respuesta de las élites patrias siempre ha sido la misma, la búsqueda de mercados laborales flexibles con la disrupción de sindicatos y trabajadores, a través de las enésimas reformas laborales. El problema es que no ha supuesto ninguna mejora de competitividad sino simplemente una caída de la participación de los trabajadores en la renta nacional en beneficio del capital y de los más acaudalados. Para entender está idea recomiendo el último libro de Michael Pettis, el otrora economista jefe de Credit Swiss First Boston y en la actualidad profesor de finanzas en la Universidad de Pekin: “Trade Wars Are Class Wars: How Rising Inequality Distorts the Global Economy and Threatens International Peace.”
La España vaciada como reflejo
Permítanme introducir un tercer elemento, el diseño geográfico del poder económico y político de nuestra querida España, que se ha traducido en una profunda ineficiencia. En la capital del Reino se fragua todo aquello que permite vivir a las élites económicas patrias, básicamente rentistas, a costa de sus conciudadanos. Son las mismas que antaño, en la 1ª Restauración Borbónica, diseñaron una red ferroviaria o de carreteras que convergiera, aún sigue convergiendo, en Madrid. Les basta con acudir a Madrid para, moviendo las fichas adecuadas, en ministerios, organismos, o consultoras y lobbies diversos, lograr sus objetivos. Es un diseño cuasi-único que además de servir a los intereses de las redes de poder, despuebla y empobrece al resto del país. Como ya defendimos desde estas líneas, si queremos promover un cambio de modelo productivo, hacer frente a la España vaciada, promocionar una sociedad abierta, y mejorar las condiciones de vida de nuestros ciudadanos, una condición necesaria, aunque no suficiente, es la descentralización de los ministerios, organismos e institutos públicos más allá de Madrid, especialmente aquellos relacionados con la pasta.
El diseño económico, sectorial, y geográfico del modelo productivo patrio ha supuesto, en definitiva, y como corolario, que el sector privado sea incapaz de generar empleo suficiente, mientras las autoridades económicas abandonaban, a su vez, salvo en el País Vasco, el uso de la política industrial activa –es obvio que no se han leído el libro Mariana Mazzucato El estado emprendedor: Mitos del sector público frente al privado (“The Entrepreneural State Debunking Public Vs Public Sector Myths”)-. Y todos estos frentes, desde la desindustrialización, hasta la España vaciada, pasando por la financiarización de casi todo, se reflejan en un descontento social cada día más evidente y creciente. Por eso, lo de Cádiz ha sido otro aviso más, un síntoma que solo puede atajarse deshilvanado las hechuras tejidas por nuestras redes de poder, y donde el Estado sin duda debe de optar por directamente ser el motor industrial de nuestro país. Todo lo demás, apaños.