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Caliban: recepciones y polémicas en el siglo XXI

Fuentes: La Ventana

Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Caliban. Roberto Fernández Retamar Escrito y publicado hará pronto cuarenta años, considero que Caliban. Apuntes sobre la cultura de Nuestra América (1971), es el más universal de los ensayos producidos por un intelectual cubano después de 1959. Su recepción y difusión fueron instantáneas, y sus […]

Nuestro símbolo no es pues Ariel,
como pensó Rodó, sino Caliban.
Roberto Fernández Retamar

Escrito y publicado hará pronto cuarenta años, considero que Caliban. Apuntes sobre la cultura de Nuestra América (1971), es el más universal de los ensayos producidos por un intelectual cubano después de 1959. Su recepción y difusión fueron instantáneas, y sus páginas fundadoras iluminaron como un reguero de pólvora los caminos de los estudios subalternos y poscoloniales.

Al decir del destacado critico marxista estadounidense Fredric Jameson:

    Su clásico Caliban, después de todo, (…), es el equivalente latinoamericano del libro de Said Orientalismo (al que precede por unos seis o siete años) y generó una inquietud y un fermento similares en el campo latinoamericano; mientras su elocuencia sostenida y apasionada, el profundo aliento de su vocación polémica, lo marcaron estilística y formalmente como un momento único en los avatares de esa forma moribunda, el moderno panfleto cultural.[1]

Por cierto, que la comparación del ensayo de Retamar con el libro del palestino Said no es una idea original de Jameson, sino que como confiesa el propio autor, esta semejanza de propósitos le fue señalada indistintamente por John Beverley, Ambrosio Fornet y Desiderio Navarro.[2]

Las circunstancias coyunturales para la escritura de Caliban han sido explicadas ampliamente por Retamar en varias ocasiones, y hunde sus raíces en la década luminosa y batalladora de 1960, «aquel momento hermoso en que en muchos países la vida intelectual estuvo, al menos en considerable medida, hegemonizada por la izquierda».[3]

El año 1971, bueno es recordarlo, fue declarado por la ONU «Año Internacional de la Lucha contra el Racismo y la Discriminación Racial» y en Nuestra América, las luchas de los pueblos por su liberación sacudían el continente: en Bolivia contra la dictadura de Hugo Bánzer, en Uruguay con la fundación del Frente Amplio por Liber Seregni, en Chile el presidente Allende nacionaliza la banca privada y la gran minería del cobre y en Colombia los estudiantes protestan contra las privatizaciones. En el plano de la cultura, el poeta chileno Pablo Neruda fue galardonado con el premio Nobel de Literatura, mientras que en Cuba se producen los sucesos del «caso Padilla», deja de publicarse la importante revista Pensamiento crítico y tiene lugar el Primer Congreso de Educación y Cultura que normaría, con dolorosas consecuencias, la cultura cubana de los años 70.

Cuatro décadas después, el símbolo Caliban ha tomado caminos y expresiones que reflejan la diversidad cultural y la fragmentación ideológica del mundo contemporáneo, y ha devenido en nombre de una revista católica española para jóvenes (cuyo subtítulo se proclama la revista del nuevo milenio), de un blog dedicado al análisis de la historia de Estados Unidos y el análisis académico del imperialismo norteamericano, y también de una publicación electrónica cubana dedicada a la historia y el pensamiento. Asimismo da nombre a editoriales, grupos de teatro, casas productoras de cine, una banda de rock metalcore alemana, personajes monstruosos de novelas, películas y videojuegos, y a una de las lunas del planeta Urano descubierta en 1997. Una entidad francesa de adictos a los robots y la inteligencia artificial se denomina Asociación Caliban.

No obstante esta multiplicidad calibanesca, los finales del siglo XX y principios del XXI han sido escenario de varios intentos intelectuales por releer al concepto-metáfora Caliban, en la dimensión que le otorgó Fernández Retamar y otros autores, como símbolo de la resistencia cultural de Nuestra América. En el presente texto ofreceré varios ejemplos de estas recepciones, en muchas de las cuales la relectura del Caliban de Retamar trata de limar o desmerecer sus filos descolonizadores.

Así tenemos el ejemplo del crítico literario estadounidense Harold Bloom, quien en su monumental estudio sobre el autor de La TempestadShakespeare: The invention of the Human (1998)-, expuso que la obra que representa el enfrentamiento entre Próspero y Caliban ha sido «arrastrada a la destrucción» por parte de los multiculturalistas, las feministas, los marxistas y los nouveaux historicistas («los sospechosos habituales», acota) quienes «conocen sus causas pero no las obras de Shakespeare». En sus palabras: «La Tempestad no es ni un discurso sobre el colonialismo, ni un testamento místico.»[4]

De esta afirmación, demasiado obvia si solo se interpreta literalmente, se infiere, a juzgar por el tono beligerante de la prosa de Bloom, que las apropiaciones literarias que a lo largo del siglo XX han hecho de dicha obra escritores como Aimé Césaire, George Lamming, Edward Kamau Brathwaite, Roberto Fernández Retamar y Luis Britto García, entre otros, son deplorables explicaciones, ideológicamente perversas, de una de las últimas obras de Shakespeare.[5] Bloom, quien no vacila en proponer a Shakespeare como el modelo a seguir para toda la literatura occidental, se siente «irritado» porque se haya tomado a Caliban como una «alegoría antiimperialista» en el Tercer Mundo, por lo que llama «la contemporánea escuela del resentimiento».

Ahora resulta que los humillados y ofendidos, los colonizados y subalternos, no solamente debemos olvidar o perdonar la impiedad de los imperios, sino que además si no lo hacemos somos unos rencorosos que tratamos de narrar la historia acudiendo a metáforas literarias.[6]

En el Diccionario de Filosofía Latinoamericana, patrocinado por la UNAM, la entrada correspondiente a «Caliban», sostiene que: «La discusión relacionada con si Shakespeare, a través de su Caliban, hacía referencia explícita a la América recientemente descubierta ha sido larga y pedregosa, de tal forma que algunos intelectuales han recurrido a su imagen para realizar una analogía con América Latina».[7]

Y continúa diciendo:

    La intelligentsia de América Latina ha retomado la imagen de Caliban como una metáfora de la realidad latinoamericana. Algunos autores, al darse cuenta de que en nuestra literatura no ha existido un modelo que refleje con consistencia y nitidez nuestra realidad, han recurrido a La Tempestad de William Shakespeare para crear un modelo de identidad que se asemeje a lo que cada uno considera como dialéctica latinoamericana. Caliban es un símbolo que, aun siendo recurrente en los autores latinoamericanos, es importado del Viejo Mundo. Caliban mismo sufre una transportación y una metamorfosis. La afinidad podrá ser con los indígenas o habitantes de Nuestra América, pero finalmente Caliban es una creación europea y no tanto de América Latina. La cultura latinoamericana es más calibanesca (véase «Calibanismo») por las interpretaciones y por la creación de Caliban como arquetipo, que por la esencia misma del personaje shakespereano.

Como se colige de la cita anterior, pareciera que Caliban es netamente europeo, una imagen extraña a nuestro continente que tuvo que ser transformado para asimilarlo a las realidades americanas, y su reducción al mundo indígena nos revela las limitaciones interpretativas de este diccionario y la sesgada lectura que realiza de los autores que cita, principalmente de Lamming, Cesaire y Retamar. El propio Retamar abordó y dilucidó esta cuestión en su ensayo cuando dice: «Al proponer a Caliban como nuestro símbolo, me doy cuenta de que tampoco es enteramente nuestro, también es una elaboración extraña, aunque esta vez lo sea a partir de nuestras concretas realidades. Pero ¿cómo eludir enteramente esa extrañeza?».[8]

La investigadora mexicana Liliana Weinberg, apuntaba en un texto de 1994 una doble genealogía calibanesca en Latinoamérica: la que corresponde a la constituida por el Caliban de Darío y Rodó, autores que retoman la oposición materialismo-espiritualismo y la «constituida por el Caliban de Aníbal Ponce, Fernández Retamar y de Leopoldo Zea a partir del Discurso desde la marginación y la barbarie (1983), en las cuales, de acuerdo a las líneas de ensayo anticolonialista, se privilegia el enfoque de una relación colonizador-colonizado».[9] Es sospechoso que esta autora prescinda en su clasificación de nombres tan significativos como Lamming, Cesaire y Brathwaite, pero lo verdaderamente sorprendente, a mi juicio, es su opinión de que: «La lectura inmediatamente política y centrada en el Caribe que hace Fernández Retamar del mito de Caliban ha sido superada por la relectura universalizadora del problema de Caliban que nos ofrece Leopoldo Zea».[10]

No se trata aquí de ver cuál lectura resulta más pertinente o superadora de las demás, pero me cuesta trabajo admitir que la propuesta del filósofo mexicano sea más universal, por el solo hecho de intercambiar los roles del colonizador-colonizado, en virtud de la imposibilidad de ambos de sostener un diálogo:

    No es posible establecer un diálogo en la medida en que no se pueda reconocer en el otro no un elemento de la naturaleza a ser conquistado, un ser inferior, extraño y bárbaro, sino un par, un igual, portador de lenguaje y con derecho a diálogo. Un modo de universalizar el problema del colonizado y la relación hegemónica con el otro es el que encuentra Zea en la dificultad del diálogo y en su conversión paradójica, de lengua impuesta en grito: «La resistencia, la subversión, la conspiración no son obra del supuestamente monstruoso Caliban, sino del propio Próspero».

Dentro de esta propuesta, el estado ideal para el dialogo se alcanzaría cuando «Próspero tome conciencia de la realidad y conozca al verdadero Caliban» e, inversamente, que Caliban haga de la palabra de Próspero «un instrumento de su propio discurso liberador». Convertir a Próspero en subversivo y a Caliban en bárbaro que puede transformarse en civilizado al aceptar el lenguaje del colonizador constituye, dentro de la tradición calibanesca emancipadora, una aporía demasiado ardua para insistir en ella.

En uno de los ensayos más acuciosos sobre el tema del caníbal en la cultura occidental, el colombiano Carlos Jáuregui rastrea todas las pistas del calibanismo y su reformulación en el contexto de los movimientos descolonizadores y progresistas en América Latina. En su examen de la propuesta de Retamar, opina que su calibanismo no es ajeno al arielismo que impugna, y para demostrarlo dice: «La ocasión misma que da lugar al ensayo, el llamado caso Padilla, es una pugna arielista».[11] Más adelante señala que las dos grandes tradiciones simbólicas del tronco shakespereano, la arielista y la calibanesca anticolonial y revolucionaria, pecarían de androcéntricas y machistas en sus presupuestos, lo que exigiría una «feminización» de Caliban y dar mayor relieve a personajes como Miranda o la bruja Sycorax.

Amén de reconocer el ensayo de Retamar como «el último gran ensayo nacional latinoamericano» y «uno de los textos obligados de la historia colonial latinoamericana»,[12] Jáuregui lo sitúa como una reedición arielista «en el horizonte conceptual de la Teoría de la dependencia y del marxismo cubano de los 60» y descalifica su supuesto hispanismo lingüístico, la disolución étnica y su androcentrismo, deudores de las posturas evolucionistas y desarrollistas marxistas de su autor.

Sin embargo, su crítica rebasa el texto retamareano para llegar a la afirmación de que la Revolución cubana fue un Caliban convertido en Próspero «en la medida que no abandona el proyecto ilustrado ni el horizonte del desarrollo. Este es el problema y la tragedia intima de la inversión semántica de Caliban y del proyecto político revolucionario cubano».[13] No puedo menos que pensar en una postura de un idealismo extremo en Jáuregui, si en verdad piensa que un Estado deja de ser revolucionario al proponerse desarrollar un país o industrializarlo, o que es «arielista» porque democratiza la cultura y enaltece el papel de los intelectuales.

Creo que una de las respuestas más inteligentes a las objeciones planteadas por Jáuregui, la dio el mexicano Víctor Barrera Enderle, cuando afirma que Caliban debe entenderse como representante de las múltiples otredades que habitan Latinoamérica, incluyendo por supuesto la lengua, el color de la piel y el género de los oprimidos. En su opinión: «Lo importante en este caso es hacer la lectura desde y en las particularidades de un sujeto descentralizado, capaz de expresar y describir sus deseos, sin mediaciones ni imposiciones (…)» y asegura que

    Mientras no se discutan, en las esferas políticas y jurídicas, ni los problemas de género ni las diferencias culturales de los pueblos y comunidades marginadas, se seguirá reproduciendo la conciencia unilateral del colonizado. Se requiere también la recuperación de dimensiones subsumidas en los discursos oficiales: lo estético, lo crítico, lo autorreflexivo. La polifonía es la vía más fértil.[14]

Otras muchas censuras realiza Jáuregui al Caliban de Retamar, pero en todas rezuma un cierto «rencor», para usar las palabras de Bloom, cuando no un intelectualismo grandilocuente que lo lleva a afirmar que se trata de un texto escrito bajo la impronta del Quinquenio Gris. Opino, por el contrario, que el texto de Retamar es uno de los pocos ensayos verdaderamente luminosos de aquel período, junto a Ese sol del mundo moral de Cintio Vitier, en los que la historia, la ideología, la cultura y la ética realizan diálogos fecundos y aportadores a la historia del pensamiento continental. En el caso de Caliban, su trascendencia en la historiografía cubana y latinoamericana, como exponente de la historia de luchas y del pensamiento emancipador en el mundo colonial y neocolonial, es incuestionable.

En una cuerda diferente a las anteriores, Carlos Alberto Torres, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Central de Los Angeles, sostiene que Caliban -y no Ariel- debe ser el símbolo del intelectual crítico latinoamericano, comprometido teórica y prácticamente con los procesos de cambio social y no al servicio de los poderes oligárquicos:

    Alguien que ofrece a la sociedad como su espejo, los aspectos críticos que deberían ser confrontados para mejorar los mecanismos de sociabilidad, para mejorar los mecanismos de producción, para mejorar los mecanismos de intercambio político. (…) todo intelectual crítico debería cuestionar la «mercantilización» de las actividades humanas. Es imperioso que intelectuales críticos, creando imaginarios sociales no lo hagan solamente a partir de la rica tradición ensayística de América Latina sino también a partir de la investigación empírica rigurosa.

Y añade:

    Me parece que un intelectual crítico es alguien que es capaz de aprender, y no solo de enseñar, es alguien que es capaz de vincularse cotidianamente con los sectores populares y con los movimientos sociales, y es alguien que es capaz de capturar en una frase parte del imaginario colectivo popular desorganizado y devolver ese imaginario colectivo organizado de una manera más orgánica, para que los mismos productores de ese pensamiento tengan capacidad de repensarlo y actuar para cambiar las condiciones inaceptables de las raquíticas democracias latinoamericanas.[15]

Para Carlos Alberto Torres, en una propuesta que me parece atendible, el Caliban-intelectual crítico debería conjugar la triple condición del sabio, en el sentido académico; del pensador, haciendo honor a la vasta tradición latinoamericana en este campo y de ser un militante por la emancipación de los pueblos como Caliban. Paulo Freire es el ejemplo supremo que Torres identifica en esta postura. Estimo que Roberto Fernández Retamar es también un paradigma vivo de esta afirmación.

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Notas:

1- Fredric Jameson, «Prefacio» a Caliban and Other Essays, traducido por Edward Baker y publicado en Minneapolis por University of Minnesota Press, 1989. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/caliban/caliban.html
2- Roberto Fernández Retamar, Todo Caliban, La Habana, Fondo Cultural del ALBA, 2006, p. 115.
3- Idem, p. 102.
4- «Ideology drives the bespoilers of The tempest. Caliban, a poignant but cowardly (and murderous) half-human creature (his father a sea devil, whether fish or amphibian), has become an African-Caribbean heroic Freedom Fighter. (…) Marxists, multiculturalists, feminists, nouveau historicists -the usual suspects- know their causes but not Shakespeare’s plays (…) The tempest is neither a discourse on colonialism nor a mystical testament. Bloom, Harold, «The Tempest», en: Shakespeare: The Invention Of The Human, New York, Riverhead Books, 1998, p. 662.
5- Véase una inteligente refutación de Bloom en: Arnaldo E. Valero, «Caliban: entre los sospechosos habituales y la práctica colectiva de lo político», en: http://webdelprofesor.ula.ve/humanidades/arnval/articulos/caliban.html
6- Véase una valoración de los criterios de Bloom, en la entrevista realizada por Maité Lorenzo a Carlos Jáuregui titulada «Nuevos caníbales y calibanes», publicada en: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=print&sid=2442
7-http://www.ccydel.unam.mx/pensamientoycultura/biblioteca%20virtual/Diccionario/caliban.htm
8- Roberto Fernandez Retamar, Todo Caliban, p. 36.
9- Liliana Weinberg, «La identidad como traducción. Itinerario del Caliban en el ensayo latinoamericano», disponible en: http://www.tau.ac.il/eial/V_1/magis.htm
10- Ibídem.
11- Carlos Jáuregui, Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2005, p. 53.
12- Ídem, p. 721.
13- Ídem, p. 728.
14- Victor Barrera Enderle, «Caliban y civilización», en su Literatura y globalización, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2008, pp. 27-28.
15- Carlos Alberto Torres, «Entre Ariel y Caliban: intelectuales críticos y poder», en: www.international.ucla.edu/lac/cat/caliban.pdf

Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5716