En el llamado «discurso de la universidad» (17/11/05), Fidel Castro habló de la corrupción en su país y de los riesgos que corre la construcción del socialismo si no se corrige. «O vencemos esos problemas, o morimos», declaró, según la nota de Gerardo Arreola en este diario (19/11/05). La corrupción principal a la que se […]
En el llamado «discurso de la universidad» (17/11/05), Fidel Castro habló de la corrupción en su país y de los riesgos que corre la construcción del socialismo si no se corrige. «O vencemos esos problemas, o morimos», declaró, según la nota de Gerardo Arreola en este diario (19/11/05). La corrupción principal a la que se refirió es la que existe entre quienes viven del mercado negro, directo o indirecto, y en el que participan tanto personas de a pie como funcionarios públicos. Una de las medidas anunciadas para combatir ese problema es acabar con los subsidios al consumo de bienes y servicios con el objeto de que éstos no sean contrabandeados o revendidos con beneficios personales y privados de lo que es y debiera seguir siendo público y en favor del conjunto de la sociedad.
Felipe Pérez Roque, en alusión al «discurso de la universidad», recordó el 23 de diciembre, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento), lo que ya había dicho Fidel: que la revolución podría ser reversible, «y no por el enemigo, que ha hecho todo lo posible por hacerlo, sino por nuestros errores» (nota de Arreola, ídem, 26/12/05).
La toma de conciencia de los principales dirigentes cubanos de que existe corrupción y por ésta desigualdades inaceptables en un sistema como el que se ha querido construir, es un signo importantísimo de que se quieren hacer las cosas bien y no caer en los vicios generalizados y nunca combatidos de los países europeos llamados socialistas antes de la caída del Muro de Berlín y de la propia Unión Soviética.
En esos países se desarrolló una burocracia privilegiada que se enriqueció mediante la corrupción en el ejercicio de sus cargos en la administración estatal y paraestatal, tanto central (nacional) como local. El problema no fue nuevo ni un hallazgo de los críticos del «socialismo» soviético y de sus satélites europeos. Fue un problema que ya había observado Lenin en los últimos años de su vida, que criticó desde la izquierda Trotski, que destacaron muchos intelectuales que, habiendo tenido razón, fueron calificados por la misma burocracia en cuestión como agentes anticomunistas, títeres del imperialismo, del nazismo en su momento y de la CIA más adelante. Varios de esos críticos fueron encarcelados en la misma Unión Soviética o en sus respectivos países, acusados de crímenes que no habían cometido, enviados a campos de trabajo en lugares apartados de Siberia, perseguidos por traición a la patria y hasta asesinados, sin un ápice de autocrítica de esas burocracias que no sólo siguieron teniendo privilegios, sino que, al ver el derrumbe del sistema social que supuestamente estaban construyendo, no vacilaron en facilitar la privatización de todo lo que estaba en manos del Estado (debiendo estar en manos de la sociedad si de veras se hubiera querido construir el socialismo).
El supuesto socialismo de esos países, en una palabra, no se derrumbó por las presiones del imperialismo, que nunca dejaron de existir, sino por la contrarrevolución que estaba adentro y ocupaba las más altas jerarquías de la burocracia civil y militar. El enemigo, pues, estaba en el interior, y quienes lo denunciaron pagaron su audacia con su vida o su libertad. Los que ordenaron el silencio a la crítica son los mismos que ahora, en el capitalismo de la Federación Rusa o de los países «ex comunistas», destacan como hombres ricos y poderosos o como socios de éstos.
Por esta experiencia, cada vez más conocida, es que las declaraciones de Fidel Castro y de su canciller Pérez Roque cobran singular importancia. «O vencemos esos problemas, o morimos» es la clave del asunto. Cierto es que desde hace años se han denunciado algunos problemas de corrupción y especulación con el mercado negro de bienes y servicios; y que esas críticas fueron desdeñadas por los dirigentes gubernamentales, o por lo menos no se hicieron públicos los reconocimientos oficiales de ese fenómeno. Pero no es demasiado tarde que ahora se quieran corregir esos problemas, y sin duda se corregirán, pues Fidel Castro es, todavía, una autoridad moral y política reconocida por la mayoría del pueblo cubano, pese a la oposición que se haya venido desarrollando y que no toda es de derecha.
Algunos cubanos, dentro y fuera de su país, sobre todo los segundos, quisieran que la isla regresara al capitalismo, y en el periodo especial apostaron por esa vuelta de tuerca. Es natural que mucha gente vea más verde el pasto de su vecino y que no todo mundo comulgue con la idea del socialismo. Pero hay otros cubanos, al parecer la mayoría, que no piensa así, que quieren de verdad el socialismo, al mismo tiempo que ansían por ver sus ventajas sin restricciones impuestas tanto por el bloqueo estadunidense como por quienes han encontrado en el sistema las formas de tener ciertos privilegios mediante la corrupción.
El bloqueo económico de Estados Unidos hacia Cuba no lo puede evitar unilateralmente el gobierno de Castro, pues es un capricho irracional de los mandones de Washington desde hace varias décadas. Pero los privilegios y las desigualdades sociales derivados de conductas inmorales de quienes, a la sombra del poder, sacan ventajas, es algo que sí se puede combatir si existe la vocación de hacerlo. Y todo indica que ésta sí existe y que se quiere corregir lo que, por desgracia, se dejó crecer por varios años -pues no creo que haya surgido de un día para otro. Algo nuevo veremos en Cuba, y parece que será positivo.