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Reseña de En War, Sebastian Junger

Cara y cruz de la guerra

Fuentes: Rebelión

Un nuevo libro sobre la guerra, escrito por un periodista que en varias ocasiones acompañó en sus misiones de combate en Afganistán a una Sección de la 173ª Brigada Paracaidista del Ejército de EEUU, ha venido a engrosar la amplia lista de textos bélicos iniciada por el mítico Homero cuando decidió dejar constancia para el […]

Un nuevo libro sobre la guerra, escrito por un periodista que en varias ocasiones acompañó en sus misiones de combate en Afganistán a una Sección de la 173ª Brigada Paracaidista del Ejército de EEUU, ha venido a engrosar la amplia lista de textos bélicos iniciada por el mítico Homero cuando decidió dejar constancia para el futuro de las vicisitudes político-militares del sitio de Troya.

En War, Sebastian Junger no solo describe con agilidad y perspicacia todo lo que rodea al combate, desde la perspectiva de un observador que hasta entonces nada sabía de la guerra y de todo lo que ésta implica, sino que utiliza sus conocimientos en otros campos de las ciencias humanas para penetrar en el interior de la mente de los soldados y explicar qué es lo que pasa por ella en los momentos más decisivos.

Algunas cosas de las que se sorprende son obvias para todos los que han conocido la experiencia del combate real o los que lo han analizado desde muchos puntos de vista a lo largo de los siglos, sobre todo después de que el mundo asistiera horrorizado a aquella carnicería bélica que fue la Primera Guerra Mundial, a partir de la cual se multiplicaron extraordinariamente los textos narrativos y analíticos sobre el fenómeno social de la guerra.

Nada nuevo descubre el autor al señalar que, en casi todas las guerras, los soldados no luchan hasta la muerte por una bandera, por una idea o por algún otro símbolo. Ni siquiera por la Patria. El compañerismo, la abnegación y la entrega de la vida se subliman, sobre todo, hacia el compañero. Por el que combate a su lado. La esencia de la formación básica del combatiente la expresa acertadamente Junger cuando escribe que las decisiones personales que en cada momento ha de tomar un guerrero, a veces con urgencia y casi siempre bajo la presión de la muerte, «no se basan en lo que es mejor para él sino en lo que es mejor para el grupo. Porque si todos actúan así, el grupo sobrevivirá; si no, muchos morirán». Y remacha: «Esto, en esencia, es el combate».

Un hecho de armas narrado de pasada en ese libro ha causado ahora cierto revuelo en EEUU, cuando la Casa Blanca decidió la pasada semana conceder la Medalla de Honor a un soldado -hoy sargento- que en 2007 puso en gravísimo riesgo su vida para salvar la de sus compañeros durante una violenta emboscada en tierras afganas. Es la primera medalla de esta categoría -la máxima condecoración militar en EEUU- concedida a un soldado vivo desde la guerra de Vietnam. La confirmación de la concesión habrá de pasar por un largo trámite de revisión de todas las circunstancias del hecho, que puede retrasarla bastante tiempo. Pero el sargento Salvatore Giunta ha pasado a ser considerado hoy como uno de esos mitos de heroísmo militar, tan necesarios para el pueblo de EEUU.

Junger también advierte una paradoja de la guerra: el compañerismo impide que ésta se convierta en un salvajismo total, pero esa sensación de hermandad, esa fuerte idea de protección grupal que suscita, pueden convertir en salvajes a los hombres o hacer que actúen como tales. A poco de publicarse el libro en cuestión, una terrible noticia ha venido a confirmar esa hipótesis. Doce soldados del Ejército de EEUU han sido procesados por constituir o encubrir lo que el juez instructor denominó un «equipo asesino», un grupo de soldados que mataban afganos al azar y por pura diversión y guardaban sus dedos como trofeos de guerra.

Es estremecedor leer en el documento de acusación la brutalidad con la que estos soldados actuaban y cómo el compañerismo se puede pervertir hasta convertirse en delincuencia. El asunto se descubrió el pasado mes de mayo, como consecuencia de una brutal paliza que había recibido un soldado que denunció a sus superiores el uso de hachís y alcohol de contrabando por algunos de sus compañeros en los dormitorios que compartían. Por compañerismo -declaró- se había mantenido en silencio durante algún tiempo, antes de cursar el parte, pero la brutalidad y las amenazas de sus compañeros aumentaron, lo que motivó su denuncia. Ésta fue la que permitió descubrir la existencia del citado equipo asesino, que había matado hasta entonces a tres afganos, solo por entretenimiento.

Se ha sabido que el sargento principal responsable de los hechos, que había estado alardeando ante sus soldados de las barbaridades que anteriormente había realizado en Iraq, sondeó a los componentes del pelotón a su mando sugiriéndoles «lo fácil que sería tirar una granada contra alguien y matarlo». Eso hicieron en tres ocasiones. En una de ellas, además, depositaron un kalashnikov junto al cadáver para justificar el asesinato.

Así es la guerra. Entre la desinteresada abnegación y el más vil asesinato, cabe todo un espectro de actividades humanas capaces de enaltecer a unos y denigrar a otros. Al regresar a casa, concluida la guerra, unos llevarán consigo las semillas del odio y la violencia, pero pocos de los que ejercieron la abnegación habrán sobrevivido para poder contarlo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.