Cuando Vicente Miguel Carceller tenía 19 años, relanzó la revista satírica La Traca en 1909. Aquel joven no había cursado estudios superiores ni había alcanzado la mayoría de edad –por aquel entonces había que esperar a los 21– pero tenía algo muy claro: la prensa también podía estar al servicio del pueblo. Solo había que hacerla accesible.
El analfabetismo a principios del siglo XX era común entre la clase obrera, pero no era un impedimento para desarrollar su espíritu crítico. El descontento con el régimen de Alfonso XIII no hacía más que crecer, la distancia entre una Iglesia conectada a las élites del poder y la clase obrera era ya abismal y una masa social cada vez más amplia pedía una poco de oxígeno y, por qué no, un medio de comunicación que le movilizase. Carceller aunó todo aquello y le añadió su particular sentido del humor.
La Traca se convirtió enseguida en un semanario de éxito, lleno de viñetas y artículos irreverentes y valientes, con una alta carga de republicanismo y anticlericalismo. Alcanzó una tirada espectacular, con medio millón de ejemplares, y fue leída primero en toda Valencia y después en todo el país. Y en 1940 la publicación desapareció. Carceller fue fusilado sin contemplaciones por el nuevo régimen franquista y, con su represión, también fue borrado cualquier el rastro de la revista.
La historia de Carceller, de su editorial, de su publicación satírica como arma política y del fatal destino que aquello le acarreó puede verse ahora en el documentalCarceller. El hombre que murió dos veces, que obtuvo ocho candidaturas en los últimos Goya. No ha sido fácil encontrar material para recomponer la vida del editor valenciano y el recorrido de La Traca. Si puede contarse ahora es gracias a un grupo de personas que dieron con una pista y siguieron el rastro, extrañadas por la falta de información y fascinadas por la figura de aquel hombre.
Mientras Antonio Laguna, historiador, encontraba en un almanaque de los años 30 un artículo sobre «el periodista que se hizo millonario explotando su ingenio», Rafael Solaz, investigador, se topaba en un antiguo desván con un ejemplar de la revista, pensando que sería «un tratado de pirotecnia» antes de desempolvarla. El primero descubrió el fenómeno de Carceller en 1990 y no fue hasta 2015 en el que publicó la biografía Vicente Miguel Carceller, el éxito trágico del editor de La Traca. Y con ambos se reunió Ricardo Macián, director del documental, en un trabajo donde la memoria histórica va de la mano de «la memoria emocional», al contar con el testimonio de familiares de los protagonistas, como la nieta del editor o la hija de Bluff, dibujante de La Traca que también fue fusilado.
Un semanario para la gente de traca
La revista, «un semanario para la gente de traca» tal y como decía su subtítulo, arrasó y le costó más de un disgusto a Carceller. Las multas eran constantes, pero el editor supo tomarse la censura como una broma y una estrategia para conseguir lectores. Publicaban la cuantía que estaban obligados a pagar, el motivo del castigo y, sobre todo, se reían de quienes intentaban silenciarles. Se burlaban de la muerte y publicaban falsas esquelas, ya fuese del reinado de Alfonso XIII –»La muy funesta señora Doña Monarquía Española, viuda de cien reyes, que la diñó el 14 de abril de 1931, víctima de sus crímenes y habiendo recibido la solemne patá del paciente Pueblo Español«– o del propio editor, del que se dio cuenta su fallecimiento por haberse dado un atracón de langostinos en mal estado.
Clausurada durante la dictadura de Primo de Rivera, La Traca reabrió en 1931 publicando en español –hasta el momento se escribía en valenciano– consolidándose como un hito en la prensa, llegando a todos los rincones del país. Tras el estallido de la Guerra Civil, el contenido valencianista, antimonárquico y mordaz contra la Iglesia cambió para ponerse en servicio de la defensa de la República. Los mensajes satíricos contra el franquismo «caricaturizaban al enemigo y le transmitían a los republicanos en primera línea y en la retaguarda que los enemigos no eran tan finos como quizás se podían imaginar por las armas que llevaban», explica Antonio Laguna.
La Traca llegó incluso a recibir respuestas de los golpistas. El sanguinario Queipo de Llano se mostró muy ofendido en Radio Sevilla después de que la revista le apelara como «el general borrachín». Y en la misma línea en la que Carceller se reía siempre de todo, publicó en sus páginas esta noticia: «El borracho Queipo de Llano ha dicho desde Radio Sevilla que ha de venir a Valencia para coger al director de La Traca y hacerlo ochenta pedazos. Que venga, no le temo. Me encontrará entre dos barriles de manzanilla. Seguro estoy que al verme me desprecia olímpicamente y se lanza a fondo contra la manzanilla. ¡Es lo suyo!».
Una historia para no olvidar de dónde venimos
Las críticas constantes a Franco y las fuerzas militares sublevadas situaron al editor y al dibujante Carlos Gómez Carrera, alias Bluff, en el punto de mira de los fascistas. Bluff fue ilustrador de La Traca yuno de los mejores dibujantes de principios del siglo XX. En 1936, tras el golpe de Estado, se encontraba trabajando en La Libertad , cuya sede en Madrid fue bombardeada por el bando nacional. Lejos de huir del país, viajó a Valencia para trabajar junto a Carceller. Tras la entrada de las tropas golpistas en la región en abril de 1939, ambos resistieron y publicaron pocos meses después el que sería el último número del semanario. Una vez encarcelados, se les ofreció la posibilidad de colaborar en el periódico de la prisión Redención. Carceller se negó. Bluff aceptó con la promesa de que así le reducirían la pena a doce años. Ambos fueron fusilados el 28 de junio de 1940 y sus cuerpos arrojados a la fosa común de Paterna.
Recuperar la historia de La Traca y el final de sus protagonistas en un documental ha sido un ejercicio «para recuperar no sólo la dignidad, sino la posibilidad de que los familiares conozcan su pasado, de dónde vienen«, explica el director del documental a infoLibre. En la cinta, las investigaciones históricas de Laguna, Solaz o Lamberto Ortiz, experto en la obra de Bluff, permiten seguir el hilo argumental. Y junto a la biografía, aparece el componente humano de la mano de la nieta de Carceller, Tina Rabanal Miguel, y la hija de Bluff, Olivia Gómez de Yule. El hombre que murió dos veces no sólo fue fusilado. El miedo a la represión hizo que su entorno le condenara al olvido.
En el caso de Carceller, la experiencia en la cárcel fue traumática. Tras su entrada en prisión, su esposa inició los trámites para poder excarcelarlo sin éxito. Entre las torturas a las que el editor fue sometido se incluyeron la de «tragarse su propio periódico». En la posguerra se impuso un muro de silencio. Y hasta ahora. «Nos dimos cuenta de que los familiares no sabían nada», explica Ramón Macián. La aparición de la nieta en la cinta viene acompañada de un encuentro con Alejandra Soler, activista y maestra durante la Segunda República, que participó en el documental con 103 años. «No había guion, pero sabía que si las juntaba saldría algo muy bonito, porque cuando hablaba con Alejandra era como si alguien del pasado te estuviera hablando del presente, de su presente. De esa unión surgió lo que Tina dice que pasó: ‘Es como si estuviera viendo hablar a mi abuelo'», recuerda Macián.
La hija de Bluff huyó junto a su madre y su tía a Estados Unidos cuando ella tenía tres años. Por aquel motivo, apenas guarda recuerdo de su padre. «Lo único que sabía es que era un dibujante muy bueno», cuenta en el documental. Si no supo acerca de su asesinato, fue porque “la tragedia y la amargura se las queda uno por dentro, para mi madre debió ser muy difícil”. Carlos Gómez Carrera fue condenado a muerte por hacer dibujos con doble sentido. Más concretamente, por dibujar sombreros. En una viñeta, que ya había publicado años antes en un periódico de corte conservador, a un hombre se le vuela el sombrero, dando a parar con el viento detrás de un muro. Al asomarse a la pared, el protagonista descubre que hay multitud de bombines en el suelo. El alegato fue que aquello «representaban a los fusilados del bando nacional, porque los republicanos no llevan sombrero», detalla Lamberto Ortiz en el documental.
Blasco Ibáñez, periodista, escritor y político al que Carceller admiraba y que llegó a colaborar en La Traca, decía que el olvido era una de las fuerzas que nos ayudan a vivir. En el caso de Carceller, el hombre que murió dos veces, se trata de justo lo contrario. Recuperar el borrado histórico y recordar que la libertad de expresión ha llegado hasta nosotros gracias a personas que dieron su vida es, para los familiares del editor y los que investigaron su obra, el motivo por el que seguir buscando «verdad, justicia y libertad«, en palabras de Alejandra Soler, que murió pocos meses antes del estreno del documental.
Fuente: https://www.infolibre.es/cultura/carceller_1_1220149.html