Para mí, Carlos Rafael era, antes del triunfo de la Revolución, aquel comunista inteligente que desconcertaba a la burguesía cubana. No podía entonces imaginar por un momento que llegaría a conocerlo personalmente, y que, en los avatares del proceso, nuestros caminos se cruzarían más de una vez. Primero, cuando se me encargó dirigir el Teatro […]
Para mí, Carlos Rafael era, antes del triunfo de la Revolución, aquel comunista inteligente que desconcertaba a la burguesía cubana. No podía entonces imaginar por un momento que llegaría a conocerlo personalmente, y que, en los avatares del proceso, nuestros caminos se cruzarían más de una vez. Primero, cuando se me encargó dirigir el Teatro Nacional; más adelante, en las labores de la Reforma Universitaria; y, finalmente, cuando trabajé en la secretaría de la UNESCO por varios años. Conocerlo y poder intercambiar con él sobre asuntos políticos o relacionados con la cultura fue, sin duda, un privilegio que siempre he sabido apreciar.
Pero está también el impacto de su obra y su proyección, en particular en la política internacional, y sus fundamentadas y deslumbrantes intervenciones en los más disímiles escenarios del planeta. Fueron esas décadas inimaginables de la Revolución en que los discursos e intervenciones de algunos de nuestros dirigentes eran seguidos con avidez por todos nosotros. Y la palabra de Carlos Rafael estaba, sin duda, entre ellos. También es necesario que no deje de decirse: un sano orgullo de revolucionario cubano era la natural reacción a aquellas lecturas en que -guiados por Fidel- la fidelidad a los principios y el internacionalismo nos identificaban en el mundo entero.
Particularmente queridos me son aquellos recuerdos cuando, junto con Antonieta, Carlos podía asistir a las funciones del Teatro Nacional en aquella sala Covarrubias que, a veces, terminaban con el afamado café con leche de 23 y 12. Eran conversaciones relajadas e incisivas donde no faltaba nunca su proverbial humor criollo. En aquellos tiempos, siempre nos mostró su apoyo y estímulo, en medio de ese «mundo extraño» que fueron los primeros tiempos de la Revolución, cuando todos los días nos era dado hacer algo extraordinario, pero también difícil y complicado.
Con el decursar de los años, y después que finalizaron las tareas de la Reforma Universitaria, nos cruzábamos raramente; pero, en ningún momento, dejó de responder una llamada ni de ser solidario y compañero. Era asimismo ese revolucionario abierto y preocupado, receptivo a las alertas y críticas -tan esenciales para la salud de cualquier revolución-, que después sabía encauzar sabiamente, incluso cuando era necesario que llegaran a Raúl o Fidel.
En realidad, Carlos Rafael logró conformar, con su quehacer y su vida, esa extrañísima unidad de ser un gran político y un descollante intelectual que puso sus dotes y habilidades al servicio y la causa de los oprimidos.
Uno de los secretos del marxismo y el leninismo creadores de la Revolución cubana ha consistido en saber articular sabiamente, y sin confusos eclecticismos, la concepción fundada por Marx y Engels con el pensamiento de Martí y la tradición nacional revolucionaria en general. Es un eje que vislumbró en primer lugar Mella, y que Fidel ha llevado a su gran cúspide. Y en este centenario de Carlos Rafael, es esencial que se diga que él fue uno de los políticos e intelectuales que más contribuyó a la lúcida imbricación de esas matrices con rigor y profundidad, sin falsos y superficiales modismos, y sustentada en su cultura multifacética y ancha visión.
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/4892/carlos-rafael-comunista-integral