Querida Carmen: Me dices que vuelves al PSOE. Siempre te he apreciado mucho. Llevamos años debatiendo, metidos en la pelea de construir la alternativa a las varias derechas y definir un nuevo proyecto de país justo, democrático e igualitario; como a ti y a mí nos gusta decir, más allá de la lógica del capitalismo […]
Querida Carmen:
Me dices que vuelves al PSOE. Siempre te he apreciado mucho. Llevamos años debatiendo, metidos en la pelea de construir la alternativa a las varias derechas y definir un nuevo proyecto de país justo, democrático e igualitario; como a ti y a mí nos gusta decir, más allá de la lógica del capitalismo y abierto a la perspectiva socialista.
Me das tres tipos de argumentos que acompañan y justifican tu decisión de retornar al PSOE. Antes que nada, expresarte mi respeto; por así decirlo, mi desacuerdo fraternal. Tu primer argumento es que crees -lo has vivido así- que Pedro Sánchez significa, no solo un giro a la izquierda del PSOE, sino algo más: un nuevo PSOE más allá de las lindes de la socialdemocracia europea tradicional. El segundo argumento tiene que ver -es tu opinión- con el poco caso que Podemos en general y Unidos Podemos en particular, le han prestado a los socialistas de izquierda. El tercero es mucho más concreto: vuelves para luchar por la convergencia y la unidad de las diversas izquierdas en un programa común. Vayamos por partes.
La primera cuestión merece la pena debatirla a fondo; que Pedro Sánchez viene por la izquierda y que hay una percepción social que así lo entiende, no ofrece dudas. Sánchez, desde una soledad evidente, ha ganado una batalla política frente a un complejo de poderes encabezados por la vieja guardia del PSOE y por Susana Díaz. Es -lo diría así- el PSOE más del régimen, el más ligado a los poderes fácticos, defensor a ultranza del proyecto de restauración en marcha. Aparentemente, lo que los medios dicen y, en parte replica la actual dirección del PSOE, es que ellos son una oposición nítida a la derecha desde políticas claramente de izquierdas. Es más, ellos son la izquierda, la verdadera, la llamada a representarla, si no en exclusiva, sí, al menos, de modo mayoritario. El acento se pone -no es casualidad- en una izquierda de gobierno frente a otras que no lo serían o lo serían insuficientemente. Evaluar estas posiciones no es fácil, estamos demasiado acostumbrados a fuerzas políticas que defienden una cosa en la oposición y hacen otra en el gobierno. El punto de partida que a ti y a mí nos une tiene más que ver con un análisis de fase, con la disyuntiva básica: ruptura democrática o restauración, reforma de lo existente o transformación dirigida, encaminada a una salida democrática de la crisis del régimen del 78.
Sabes perfectamente que yo no pido la luna, que las batallas políticas son siempre concretas y que tienen que ver sustancialmente con las correlaciones de fuerzas. Pedirle a este PSOE que defienda un proceso constituyente y cambios sustanciales en la estructura del poder existente, empezando por la monarquía, no parece verosímil y cierra el debate antes de comenzarlo. Lo que planteo es otra cosa, radical también. El nuevo PSOE ¿está dispuesto realmente a enfrentarse, no solo a la derecha política, sino a la derecha económica? es decir, a eso que tú y yo hemos llamado la trama, núcleo del poder económico y mediático que está imponiendo en este país un doble veto: a las políticas que se oponen al modelo neoliberal y a la participación de Unidos Podemos en un gobierno unitario. No hablo de oídas, se lo dijo Sánchez a Jordi Evole con mucha claridad después de su forzada dimisión.
Hay otro asunto no menor. Me refiero a la pretensión del PSOE de ocupar el espacio de la izquierda en situación de monopolio. Como hemos hablado tantas veces, esto tiene que ver, fundamentalmente, con el bipartidismo como modo específico y concreto de organizar el poder político en España. ¿Cuántas veces en los últimos 20 años hemos tenido que soportar el chantaje discursivo de un PSOE que nos decía, una vez sí y otra vez también, que si se votaba a IU, a Podemos o a Unidos Podemos, ganaría el PP? Era el chantaje del voto útil que tenía en su centro una enorme mentira: el voto útil lo sería también si crecieran opciones a su izquierda y luego se pactara con ellas un programa de gobierno preciso y concreto. Claro que había un problema, el sistema electoral. ¿Por qué no lo quiso cambiar el PSOE cuando pudo? Porque le beneficiaba. ¿Cuál era el tipo de beneficio? Permitía al PSOE aliarse con los poderes económicos dominantes y propiciar políticas que no salieran de los límites de lo tolerado por los que mandan y no se presentan a las elecciones. Sistema electoral y bipartidismo es lo que ha permitido una alternancia que impidió una verdadera alternativa a la derecha económica, a los poderes mediáticos y, en muchos sentidos, a la derecha en sentido estricto .
El tercer asunto es tan conocido que no merecería mucho la pena discutir sobre él. Se trata de aquello de «programa, programa, programa». Por mucho que se intente ridiculizar esta fórmula política, hoy sigue estando vigente porque pone el acento en los contenidos de la unidad, en las propuestas concretas para superar el modelo neoliberal. Esta es la sustancia de un acuerdo posible. Todos sabemos que no es fácil, por eso muchos de nosotros defendemos una estrategia de unidad popular, en el lenguaje «allendista» tuyo y mío: llegar al gobierno no significa tener el poder, hace falta construir poderes sociales, contra hegemonía capaz de impulsar en la sociedad civil un apoyo real a un gobierno que tendrá poderes limitados. Los contenidos del posible acuerdo tendrían que ver con cinco cuestiones que aquí solamente los enuncio: la primera discutir, debatir y concretar programáticamente nuestra relación con la Unión Europea, con los Tratados que la definen y, es lo decisivo, constitucionalizan las políticas neoliberales. La segunda cuestión tiene que ver con el modelo productivo y de poder existente en nuestro país; son las relaciones de poder los que implican un determinado modelo productivo y de sociedad, no al revés. La tercera está relacionada con el Estado Social y la garantía constitucional de los derechos sociales fundamentales. Es un tema central y un gobierno de progreso tendrá aquí su gran desafío. La cuarta tiene que ver con la construcción de un verdadero Estado Federal. Se puede decir de muchas maneras pero la condición previa para resolver los dilemas de las varias cuestiones nacionales del Estado español es el ejercicio del derecho a decidir, pero también tiene que ver con otras cuestiones muy importantes, las garantías del mismo, el respeto a las minorías y la voluntad de definir un tipo de Estado democrático, socialmente avanzado y solidario. La quinta cuestión, la apuesta por un nuevo orden económico internacional justo e igualitario, capaz de garantizar los derechos humanos fundamentales, la paz entre las naciones y países en momento donde se acelera la carrera de armamentos, se agrava la crisis ecológico-social del planeta y la guerra aparece como una posibilidad cada vez más real.
Resumiendo mucho. El proyecto que hemos conocido de Pedro Sánchez ha sido claro desde el principio: limitar, reducir el peso político y electoral de Unidos Podemos; para eso era necesario polarizarse fuertemente con el PP, hegemonizar la oposición y reclamar para sí los valores y el imaginario exclusivo de la izquierda. Se negó a cualquier intento de gobierno de coalición con Rajoy y cuando pudo hacer una propuesta alternativa lo hizo de la mano de Ciudadanos. No fue casualidad, había un cálculo preciso: pactar con los grandes poderes económicos-mediáticos, desgastar a UP y ganar tiempo para asegurar su poder interno. ¿Pactar qué?: Que él era el único capaz de derrotar a UP y el único capaz de asegurar la restauración en marcha. Sabemos lo que pasó. ¿Ha cambiado realmente Pedro Sánchez? No lo sé. Sabemos que su consistencia ideológica no es especialmente fuerte. Dicho esto, hay que señalar inmediatamente que no es la primera vez que alguien viene por la derecha y acaba haciendo políticas contrarias a lo políticamente dominante, forzado por las circunstancias y por las nueva correlación de fuerzas internas y externas y, no es menor, por necesidad de revancha. Sánchez ha construido una mayoría clara en los órganos dirigentes de su partido, sigue teniendo en los barones y en la baronesa un frente interno problemático y, lo fundamental, ha revitalizado, politizado un partido y una base electoral que vegetaba entre la resignación y la nostalgia.
Compañera:
La batalla por la unidad hay que darla con sinceridad y hasta el final. La percepción social es que con Sánchez gana un partido socialista que gira a la izquierda, que defiende los derechos sociales y que se opone con firmeza a las políticas del PP. Más allá o más acá de lo que se puede intuir o pensar de este nuevo PSOE, es necesario responder al desafío de la unidad. ¿Cuál debería ser nuestra táctica política? Hacer de la unidad, de las alternativas y del proyecto un debate de masas, que nos acerque a las demandas de los ciudadanos y ciudadanas, que politice de nuevo a una sociedad que da señales de desencanto de la política y que, es la paradoja de la realidad, demanda políticas alternativas, posibles, viables y radicales. La clave, la de siempre, huir del repliegue y del politicismo. Replegarse significa desconectarse del debate real, de las percepciones sociales mayoritarias y de las demandas sinceras de unidad de una ciudadanía que quiere y necesita cambios reales en sus vidas. Politicismo, significa adaptarse sin principios, girar hacia la unidad aparentando desconocer las dificultades objetivas de los procesos unitarios y, sobre todo, eludiendo que la clave esta está en una la propuesta política que crea una correlación de fuerzas adecuada para ello. Como podría decir el Sánchez que buscaba la reelección, el tacticismo elude la importancia de la autonomía del propio proyecto y la necesidad de consolidarlo social y organizativamente.
Hay una cuestión que me dices de pasada y que me lleva a viejos debates con Iñigo; me refiero a eso de que la ventana de oportunidad se está cerrando y que, de ser verdad, favorecería aún más una dialéctica unitaria con el nuevo PSOE. Tengo más que dudas sobre las dos cuestiones. ¿Se ha cerrado la crisis del régimen con la victoria de la restauración? Creo que no, pero sí acepto que esta, la restauración, ha avanzado y mucho. Sobre la segunda, tengo menos dudas. No creo, para nada, que si la restauración se consolida, tengamos que favorecer un acuerdo con el Partido Socialista. Más claramente: pactar con el PSOE para intentar recuperar una cierta capacidad ofensiva que la realidad no da, me parece puro tacticismo e ir, a sabiendas, a un mal acuerdo que rebajaría nuestro programa y que agudizaría el conflicto con nuestra base electoral y social.
Lo que está pasando es otra cosa que no te atreves a decir, aunque sé que la piensas: la coyuntura política nos está llevando a una etapa defensiva, de guerra de posiciones y de cerco mutuo con el PSOE. En mi tradición, el lenguaje falsario siempre ha cumplido un papel fundamental que consistía en no reconocer nunca las derrotas, los retrocesos y el cambio de la correlación de fuerzas que, por definición, unas veces posibilita el avance y otras veces obliga a una estrategia defensiva. Esto de «ir de victoria en victoria hasta la derrota final» o de «avanzar sobre la retaguardia» me llegaría a aburrir si no fuera por sus pésimas consecuencias prácticas. A la defensiva te sitúan, no te sitúas, nada tiene que ver con el pesimismo o el optimismo sino con una valoración correcta de las fuerzas en campo.
Pues bien, creo que hemos entrado en una etapa defensiva del movimiento que va a exigir por nuestra parte de mucha energía, de capacidad hegemónica y de una dirección política extremadamente eficiente. ¿Qué es lo que provoca esta vuelta a la guerra de posiciones y al cerco mutuo? Básicamente tres razones que no puedo explicarte con el detalle que el tema merecería: la primera es la propia recuperación económica. Me salto todos los debates sobre esta cuestión. Solo indicar una cosa: todo proceso de crecimiento -por muy débil que éste pueda ser- genera una coalición favorable al mismo, una ideología y un conjunto de expectativas. Nuestro problema de fondo es que se puede estar rompiendo la alianza entre sectores significativos de las viejas y nuevas capas medias y las clases trabajadoras excluidas de la recuperación. La segunda es más evidente, pero que nos puede llevar también a muchos equívocos. Me refiero a preguntarnos ¿qué tipo de pasividad es la que hoy vivimos? Es claro que la movilización social ha descendido mucho y no parece que estemos ante un nuevo ciclo de la misma. El acento quiero ponerlo en que la sociedad está cambiando mucho, y no necesariamente para peor. Se podría decir que hay un cierto desencanto, una desmoralización por la ausencia de cambios reales y un pesimismo que puede convertirse en cinismo. En el centro, la ruptura generacional y sus diversas salidas. La tercera razón la estamos discutiendo desde el principio, el nuevo PSOE de Pedro Sánchez. Añadir solo una reflexión: Sánchez es un offsider del sistema, alguien que puede jugar a la vez a Macrón y a Mèlenchon, alguien que disputa a Unidos Podemos la hegemonía en la izquierda y que, en un momento dado, puede girar hacia el centro con todas sus consecuencias.
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