Sra. Susana Aulet: Veo que pretende conocerme muy bien. Si es así, sabrá que no suelo responder a comentarios sobre mi trabajo, mis opiniones o mi persona como el que usted ha hecho publicar, pues creo, ante todo, que cada cual tiene el derecho de tener y emitir una opinión. Pero -si me conociera bien- […]
Sra. Susana Aulet:
Veo que pretende conocerme muy bien. Si es así, sabrá que no suelo responder a comentarios sobre mi trabajo, mis opiniones o mi persona como el que usted ha hecho publicar, pues creo, ante todo, que cada cual tiene el derecho de tener y emitir una opinión. Pero -si me conociera bien- sabría además que voy a dejar de hacer lo que habitualmente hago cada día de mi vida, trabajar, para dedicar un tiempo a responder algunos de sus criterios y opiniones vertidos en su comentario. (Más adelante, cuando escribía lo que sigue, sentí la sinrazón de mi acto. ¿Por qué tengo que estar escribiendo esto? Y concluí que, a pesar de ese sentimiento, no tenía otra opción que hacerlo, pues esta ha sido la gota que ha colmado la copa: cualquier pretexto ya parece bueno para lanzar diatribas contra mi trabajo literario y periodístico, como si hacer este tipo de comentarios sobre ese trabajo no fuese algo casual, sino oscuramente programado).
Lo primero que salta en esas líneas que enseguidita se le escribieron (a pesar de las cosas muy serias que pretende decir), es su error al atribuirme la autoría del texto «La generación saltada». Y es algo curioso, con ese conocimiento que tiene de mi obra, pues, como le respondí al Sr. Max Lesnik el pasado 9 de marzo, y luego al periodista Fernando Rasverg (que reprodujo ese texto y luego mi desmentido en Cartas de Cuba, 14 de mayo), «El artículo en cuestión, «La generación saltada» apareció por primera vez, según podrá comprobar en Internet, sin firma, en enero del año pasado [2013], en el blog de un tal Jorge Arocha. No sé por qué otro equivocado lo puso a circular con mi nombre. (…)por ejemplo, Kaos en la Red[1] lo comenta como artículo anónimo, y usted bien sabe que no es mi costumbre hacer cosas así. He firmado artículos más duros. Incluso el blog Visión desde Cuba, que firma alguien que se considera «cubana, martiana, fidelista y socialista» no me lo atribuye, pues nunca nadie lo ha visto publicado con mi nombre…». En su afanoso conocimiento de mi obra, ¿nunca vio usted estos desmentidos? Pero, además, ¿no le resultó evidente que la prosa de ese texto no tiene nada que ver con la mía, con mi «pluma filosa y elegante», como usted la llama? ¿Cómo es posible que solo ahora usted leyera ese texto que circula desde hace casi dos años para que enseguidita se le escribieran esas líneas?
Puedo pensar entonces -por lo antes dicho sobre la autoría y la fecha de circulación del artículo- que el hecho de tomar «La generación saltada» es apenas un pretexto para lo que le interesa a usted. Por lo tanto, no le importará demasiado ese desliz, pues en su afán encontrará otros ejemplos, de mi autoría, para demostrar lo mismo. Pero no deja de resultar curioso que esta sea una contienda en la que, al parecer, todo vale: confundir entrevistas, usar artículos que no escribí, interpretar libremente (torcidamente) mis opiniones, desconocer mi trabajo, releer novelas escritas hace 20 años y publicadas, premiadas y reeditadas en Cuba… Pero, como en este caso el artículo no es mío, salto sobre sus opiniones al respecto, pues no tengo nada que decir de algo que no escribí. Y voy a otros asuntos de sus líneas que se le escribieron y que me interesan más, pues me aluden, a mí y a muchos otros que pertenecemos al gremio de la cultura -al que usted no pertenece, según dice, creo que con cierto orgullo de su parte. Y disculpe si me equivoco en esa apreciación.
No obstante, así, de pasada, como me conoce tan bien, es raro que no recuerde que en la década de 1980, cuando estuve un año como corresponsal en Angola, envié periódicamente a Juventud Rebelde, donde entonces trabajaba, crónicas sobre el trabajo de los colaboradores civiles cubanos en ese país, en especial los médicos y maestros. Qué pena que no las haya leído y no supiera que, como mucha gente de mi generación, yo también estuve allí y quizás incluso pudiera saber (creo haberlo dicho en alguna entrevista) que de esa experiencia conservo un trauma acústico irreversible en mi oído izquierdo, sufrido en un vuelo hacia el sur de Angola. Y, como el resto de mi generación, que corté caña, recogí tabaco, hice guardias etc., etc.
En un momento de su texto usted dice: «En un país hoy más urgido de pensamiento que nunca, acribillado por carencias de todo tipo y empeñado en corregir sus rumbos con el concurso de todos sus hijos, el discurso de Padura, en mi opinión,
lejos de nutrirnos como nación o irrigarnos el surco del pensamiento crítico, nos desorienta y desmoviliza. Nos cae encima como una niebla que oculta las piedras más difíciles y tremendas del camino a recorrer» (los subrayados son míos). Y yo me pregunto: ¿quién es usted para propalar esa opinión suya en nombre de los demás cuando pasa a la segunda persona del plural como le (me) critica al autor de «La generación saltada»? ¿El hecho de que tenga una visión crítica de muchas realidades que vivimos los cubanos todos los días, y que las exprese, «desorienta y desmoviliza» o hace pensar en los problemas que vivimos cotidianamente los que vivimos en este país? Usted, tan informada, parece que no leyó el reciente artículo del profesor Esteban Morales sobre el tema de la crítica en Cuba, pues quizás le habría dedicado sus líneas a él. Y, por supuesto, no es mi literatura la que genera corrupción, marginalismo y otros males que usted menciona y que existen en nuestro contexto, como usted misma asegura.
Más adelante, agrega: «Coincido absolutamente con él cuando afirma que «Conocer una realidad como la cubana es un desafío. Resulta demasiado peculiar, singular, sin paralelos como para poder entenderla por comparación u oposición,
o para intentar explicarla a partir de un par de prejuicios, a favor o en contra «http://www.lanacion.com.ar/
nacimiento» y atascado en insolubles pantanos sociales. Pensará a Cuba como un estado que comercia tranquilamente con el mundo, sin bloqueo económico ni leyes del gobierno norteamericano destinadas a impedir el normal acceso del país al mercado mundial. Conducido por la pluma filosa y elegante de Padura, ese lector concebirá a un pueblo que jamás ha sido bombardeado, atacado, incendiado, saboteado y defenestrado por el gobierno de los EU con su correspondiente saldo de civiles asesinados, viudas, huérfanos y sobrevivientes mutilados. Por la mente del lector de Padura que no vive en Cuba desfilarán los emigrantes cubanos como seres que huyen de la persecución política o la exclusión social y desafían, en precarias embarcaciones, las corrientes de un Golfo que los separa del «paraíso» en la península de la Florida. Ignorará ese lector que, a diferencia del tratamiento dado a los haitianos que arriban a las costas de los EU, desesperados de hambre y de olvido, los emigrantes ilegales cubanos al tocar tierra norteamericana encuentran allí una alfombra de bienvenida y un
concierto de trompetas anunciadoras de la gloria gracias a una ley perversa que Padura, inexplicablemente, omite en sus bien documentadas novelas».
Bueno, señora, la que piensa todo eso es usted. Si yo hablo de las singularidades de la realidad cubana y de la imposibilidad de entenderla a partir de prejuicios, alguien menos enfebrecido podría sacar conclusiones diametralmente opuestas a las suyas. La que dice que podemos ser considerados peculiares porque vivimos bajo un gobierno dictatorial, etc., es usted. La práctica de la censura suele hacer esas lecturas. Poner en la mente de los otros lo que está en las suyas (los censores). Ya he sufrido varias veces ese tipo de ejercicio de ver lo que se quiere ver para censurar a otros.
Pero la percepción suya que más me interesa resaltar es la relacionada con la de que mis «afanes (…) están signados por una derrotista convicción de que todo, hasta nacer en esta isla, ha sido en vano». ¿De qué me acusa? ¿De renegar de mi pertenencia cultural y nacional? Eso es algo muy serio, como se imaginará, o como bien sabe cuando lo dice. Si quisiera renegar de mi país, por supuesto que hace años no viviría aquí, no hubiera atravesado de punta a cabo el período especial montado en una bicicleta china y comiendo un pan por día, pero, más, no hubiera escrito una novela como La novela de mi vida, que considero un homenaje a la cubanía, novela de la cual usted también hace lecturas torcidas, por no decir difamatorias. Debería saber que si algo tengo, y mucho, es sentido de pertenencia a este país y su cultura. Tal vez por eso sigo viviendo aquí, en el barrio y en la casa donde nací -y que amplié por «esfuerzo propio», fruto de mi trabajo de todos los días. Tal vez por eso me interesa escribir en Cuba y sobre Cuba. Tal vez por eso me arriesgo a recibir «reprimendas» como la suya y otras, porque creo que, como cubano, tengo el deber cívico y el derecho ciudadano de cuestionarme mi realidad. Y, constitucionalmente, a expresar esos cuestionamientos.
Por último quiero referirme a sus opiniones sobre el trabajo literario, el mío en particular y el de cualquier escritor en general. Ya sé que usted no pertenece al gremio, que es una humilde cubana, pero también veo que maneja prejuicios contra el trabajo artístico que, casualmente, han estado sobre el tapete de la opinión del «gremio» en los últimos días. Ante todo me parece muy tendenciosa la contraposición que hace entre su filiación y la mía (de intelectual): da la impresión de que todavía estamos en el decenio negro cuando se utilizan esas retóricas y se aplican esas divisiones. Y luego me parece muy peligroso intentar decirle a los escritores sobre qué sectores de la realidad deben escribir y que el hecho de escoger unos u otros puede erosionar su responsabilidad intelectual. La realidad de un país es muy compleja y contradictoria, y precisamente de esas complejidades y contradicciones se vale muchas veces el artista para realizar su trabajo. Y el hecho de que ese trabajo mío que usted condena como visceralmente pesimista haya recibido en siete ocasiones el Premio Nacional de la Crítica Literaria, que en varias oportunidades haya sido congratulado con el Premio Puerta de Espejos (que se concede por los lectores a los libros más leídos en la red nacional de bibliotecas del país), que haya sido estimado para que la Casa de las Américas me dedicara su Semana de Autor de 2012 (único escritor cubano hasta ahora) y que, en su conjunto haya sido merecedor del Premio Nacional de Literatura de 2012 (que poseo con orgullo, por si no lo sabe o si no ha leído mis opiniones al respecto) parece que provoca efectos diferentes en muchas otras mentes menos suspicaces y deseosas de ver lo oscuro. En esas mentes que, por ejemplo, me convirtieron en el segundo delegado más votado para la integración del Consejo Nacional de la UNEAC durante el último congreso de ese «gremio».
Además, ¿le va a negar al artista -o al ciudadano más común- el derecho al pesimismo, a la tristeza, a la nostalgia? ¿Se le va a decir al creador sobre qué debe crear y sobre qué no debe hacerlo porque puede resultar pesimista? ¿No le parecen extemporáneos esos juicios, como aquellos otros que alguna vez no endilgaron de ser «intimistas» y cosas por el estilo?
Señora Aulet: ¿qué pretenden personas como usted con textos como este? ¿Desvelar mis aviesas intenciones o levantar un patíbulo político-ideológico? ¿Quieren que me vaya de Cuba? Si quisiera irme de Cuba, nadie podría impedírmelo: las leyes de este, mi país, me permiten hacerlo. Respecto al «patíbulo», sí debo recordarle que por «opiniones» como la suya, en ese socialismo europeo de cuya existencia o esencia usted duda, un escritor podía ir a dar con sus huesos al gulag.
No quiero entrar ahora en especulaciones, pero me parece evidente que el hecho mismo de que yo exista, viva y escriba en Cuba creo que consigue molestarles mucho a usted y a otros policías del pensamiento; que el hecho de que haya obtenido premios dentro y fuera de Cuba les irrita; que el hecho de que, siendo un autor cubano que vive en Cuba mis libros se estén publicando en 20 idiomas, los encabrona; que haber sostenido por años una forma de escribir y pensar de la que ahora, justo ahora, algunos se alarman y deciden condenar, les parece hasta peligroso para la unidad nacional… ¿Qué pretenden?
Tengo la sensación de que usted y otros como usted no acaban de entender que no estamos en 1971, pero también tengo la certeza que a pesar de gentes como ustedes, este país es diferente. Pero, como fuerzas oscuras, siguen empeñados en asustar y, si es posible, intentar reprimir. Sé de algunos que, incluso en lugares semi-publicos o semi-privados (es igual), recientemente se han ufanado de haberme puesto un «correctivo». Obviamente piensan igual que los censores de otros tiempos, a pesar de que estamos, sí, en otros tiempos. Pero seguimos en Cuba. Y, al menos yo, lo hago trabajando, con mis manos y mi mente, sin pretender aplastarle la cabeza a nadie.
Lamentando haber tenido que escribirle esto, queda de usted,
Leonardo Padura Fuentes
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.