«La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida», nos dejaba dicho José Martí. Fueron esas las palabras que recordé cuando, por enterarme tarde del fallecimiento del fotógrafo Liborio Noval, no pude estar junto a su féretro en los momentos tristes de la despedida. Comprendí así que todo cuanto […]
«La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida», nos dejaba dicho José Martí. Fueron esas las palabras que recordé cuando, por enterarme tarde del fallecimiento del fotógrafo Liborio Noval, no pude estar junto a su féretro en los momentos tristes de la despedida. Comprendí así que todo cuanto había hecho él -en su trabajo como reportero gráfico, como testimoniante visual de circunstancias y personajes de aquella épica que nos envolvió a casi todos los cubanos, en el periodismo de guerra y en tareas gremiales y sociales que solía asumir con pasión- le otorgaba condición de permanencial, para que siempre pudiéramos verlo vivo y entregado al ejercicio del oficio y al compromiso social sentido como mandato.
A Liborio no solamente lo conocí hace ya un buen tiempo, sino que laboramos juntos en el periódico Granma; y, en diversas ocasiones realizó las fotos para mis artículos de crítica y las crónicas que durante más de 30 años publiqué allí de modo frecuente. Era -con Osvaldo Salas, Beruvides, Oller y Valiente- de los fotógrafos que en ese órgano de prensa le hacían visible al lector la noticia, tanto de actualidad política y económica como cultural. Después, coincidimos en reuniones, inauguraciones de exposiciones y como miembros del Consejo Asesor de ADAVIS y del Consejo Nacional de la UNEAC. Recuerdo perfectamente a Noval tratando de hallar el ángulo de mira más eficaz, preocupado por la caída de la luz sobre el objetivo, interesado en captar el elemento distintivo de un lugar o persona, moviéndose de uno a otro lado para convertirse en «dueño» del campo visual elegido. E, igualmente, mantengo en mi memoria su imagen de conversador lacónico, vivaz y muy preocupado por los problemas y sucesos significativos de su Patria y del mundo.
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Con Liborio estamos ante el caso del profesional que disfrutaba el conocimiento técnico del medio trabajado. Su interés por estar al tanto de lo que sucedía en el «reino» de las cámaras, los lentes, los sistemas de revelado y las películas lo convertía en un trasmisor de informaciones útiles. Aprender un mecanismo, elegir un procedimiento y descubrir una alternativa de aprehensión y reproducción constituían «aventuras diarias» que desplegaba con la sonrisa abierta y el tabaco acompañante. Sus estampas de variados tipos -noticiosas, paisajísticas, simbólicas, de retrato y costumbristas- nos revelan el control que tuvo de las convenciones del buen hacer fotográfico, el ojo adiestrado, una sensibilidad signada por el tono romántico, y ese deseo por la representación icónica, precisa, intensa y trascendente, que lo acercaban a la denominada foto «live» y así mismo a la científica. El universo de funciones aunado por su actividad de fotógrafo -que iba más allá de la búsqueda subjetiva, la manipulación o el simulacro expresivo propios del artista; y que generaba instantáneas (repensadas al imprimirlas) donde la información fugaz no entorpeciera su posterior transformación en documento- lo sitúan en una armoniosa encrucijada de reportero, mediador, investigador, propagandista y poeta del lente.
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Dentro de las coyunturas que marcaron su existencia, básicamente en tiempos de poder revolucionario y estado socialista, y de acuerdo con un modo de ser natural y directo, desprovisto de conceptualizaciones y retóricas, Noval encarnó opciones realistas y analíticas del hacer fotográfico, que procedían de una tradición universalizada integrada por grandes nombres como O’Sullivan, Winter, Petit, Casasola, Cartier-Bresson, Capa, Bourke-White, Miller, Smith y el grupo «f/64». Para él, accionar una cámara era tomar partido, indicar, decir, responder a una ideología interiorizada, fundir ciencia con conciencia, patentizar su identificación con el status quo oficial, dar cuenta de lo ocurrido, evitar las visiones indirectas o polisémicas, fijar un enfoque habitual de belleza y entregar evidencias visuales a historiadores y gente común que alguna vez deseen ver y valorar nuestra época. Y tal como se incluyen algunas de sus fotos en la iconografía que captó a la Revolución popular de los 60, también habrá que incluir otras en colecciones que comprendan a la naturaleza, el retrato, los signos de jerarquía y el ambiente cotidiano de Cuba. Su producción fotográfica, además de devenir suma de datos sensoriales para la Historia, aportará certezas al rompecabezas antropológico que nos identifica.
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