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Cien voces para volver al grunge

Fuentes: El diario.es

Un libro reconstruye mediante cientos de entrevistas las condiciones que permitieron que Seattle se convirtiera en los años 90 en el centro de la música rock

¿Dónde estabas tú cuando lo petó Nirvana? Si eras televidente y español, probablemente estabas viendo a Beatriz Pécker en Rockopop, a punto de dar paso al nebuloso y polvoriento videoclip de Smells like teen Spirit. Si eras Kurt Cobain, estabas preocupado por si la estructura ruido-calma-ruido que habías tomado de Pixies se consideraba una apropiación intolerable. Si eras un peatón en Seattle, estabas en la acera de la calle, preguntándote por qué en los radiocasetes de los coches sonaba a todo trapo un disco que aún no estaba a la venta. Esa anticipación, antes de lanzarse en la montaña rusa, fue el instante nuclear del Grunge. El autobombo del sello musical Sub Pop había modelado con su avalancha de fanzines un mito inexistente que resultaba estar a punto de materializarse. Un relato confeccionado con palabras maquetadas y grapadas iba a conquistar el mundo de un bocado.

No dirás falso testimonio

Todo El mundo adora nuestra ciudad realiza un retrato detallado del Grunge y de la escena musical de Seattle, una ciudad donde no paraba a tocar ninguna banda en gira americana. Una urbe portuaria -y por tanto, con fácil acceso a las drogas-, de paredes tiznadas y edificios sin restaurar, sin asomo de que allí aterrizarían más adelante empresas como Microsoft, Starbucks y Amazon. Con una lluvia constante que invitaba a recortar los bajos de los pantalones mientras te refugiabas en una tupida camisa de franela, una vestimenta de emergencia que se convertiría en piel de tribu urbana.

Mark Yarm trenza doscientas cincuenta entrevistas sin añadir una sola palabra propia; ese es el formato de «historia oral», muy en boga en la literatura musical gracias al seminal Por favor mátame: historia oral del punk. En cierta medida, es una ampliación de la historia oral del sello Sub Pop que el autor publicó en la fenecida revista Blender. El libro expone testimonios paralelos y muestra en ocasiones relatos contradictorios. No hay forma de saber si Jason Everman, el guitarrista pre-fama de Nirvana, se fue o lo echaron. En el Grunge el mito tiene tanto peso como los hechos porque en muchas ocasiones los sucesos se modelaron al relato, hasta extremos tan vistosos como Marc Jacobs desfilando los atuendos del grunge en las pasarelas de moda.

Renegar de la palabra

La palabra Grunge se usó para englobar perfiles muy distintos: el rock clásico de Pearl Jam, el duro de Soundgarden, el metal urbano de Alice in Chains y el punk melódico de Nirvana, por citar solo a los cuatro que tuvieron más éxito. «El Grunge no es un estilo» dice el periodista Jeff Gilbert, «es quejarte con la sexta cuerda afinada en Re». En el libro, todos los entrevistados reniegan de la palabra y dudan que nadie la quiera reclamar como suya. Se rastrea hasta un fanzine de 1981, donde la usa el luego cantante de Mudhoney, una casualidad que sirve como escapatoria. Grunge fueron todos los que estaban en el lugar cuando la ola tomó cuerpo, y por eso en el libro hay sitio para todas las bandas, desconocidas o influyentes: L7, Mudhoney, Tad o Melvins.

 

Grunge era una cualidad estética apropiada para el bajo presupuesto de los años noventa. Son grunge las tipografías con defectos, las guitarras con distorsión, la progresiva deformación de las imágenes cuando pasan repetidas veces por la fotocopiadora. En la época, tener linea de teléfono necesitaba aportar un dineral y en consecuencia la gente se comunicaba mediante octavillas y mediante fanzines. La red social de bar y fotocopia tenía esa textura imperfecta, perseverante y ruidosa.

El libro narra la historia completa dejando espacio a los hitos menos conocidos del movimiento: la bola de fuego que formó la banda fundacional U-Men prendiendo combustible en la superficie de un lago, la formación por Bruce Pavitt del fanzine Subterranean Pop que desembocaría en el sello Sub Pop, la progresiva formación de grupos y regrupos -con tanto movimiento que se acuñó el nombre «bandas de revancha», montadas sin más motivo que haber sido expulsado de otra-, la explosión del movimiento, la llegada de las multinacionales dispuestas a fichar a cualquier secundario con peso en el movimiento de moda, y la decadencia con fuertes tonos de tragedia, con la muerte de componentes de multitud de grupos derribados por la atracción fatal de la heroína.

  Me odio y quiero morir

El Grunge se conserva como una cicatriz en la historia del rock porque trazó menosprecio en todas las direcciones. Tuvo el marchamo de haber matado todas las músicas. Los grupos de rock con peinados cardados, que habían reinado en los ochenta, maldijeron durante años a Butch Vig, el productor del álbum Nevermind, acusándole de haber arrasado su negocio. Los puristas acusaron a Nirvana de haber matado el Punk. En plena ola del éxito, los grupos grunge odiaban a su público: los chavales de barrio rico que les despreciaban en el instituto, que les consideraban «basura blanca» ahora les jaleaban en los conciertos.

El ambiente deprimente de Seattle fue crucial en las letras de las canciones, y por eso sorprende descubrir en el libro que lo que más había en la escena musical de Seattle era cachondeo. Mucho humor entre la gente que navegaba el mundo gris. No necesitabas saber tocar para tener un grupo, y si cumplías los ventipico ya eras un anciano. «La angustia adolescente ha dado sus frutos», cantó Cobain en el arranque de In utero, «ahora estoy viejo y aburrido». El Grunge reunía la fatalidad con el sarcasmo. Cuando Sub Pop celebró su 15 cumpleaños lo hizo con el eslogan «10 años de buena música».

Casetes en autoreverse

La historia oral del Grunge es un relato de un grupo de gente que deseó lo imposible y cumplió su deseo contra pronóstico, plagado de consejos vitales y avisos para navegantes. Jennifer Finch, la mujer que presentó Cobain a Courtney Love, ahora predica para evitar repeticiones: «no te acuestes con lo que quieres ser».

Un libro sobre un concepto que los participantes se niegan a concretar parece formular una paradoja, pero es la forma de abordar lo inesperado: una cultura suburbana aislada y autoproducida que termina copando las listas de medio mundo. Las camisetas que rugen con letras de serigrafía que «el punk no ha muerto» no tienen gemelas defendiendo el Grunge. Fue una etiqueta que incluyó a todos los participantes, a todos los estilos, a todos los estratos. Ahora que ha quedado atrás, ha vuelto a su punto de origen. El Grunge vuelve a ser, ante todo, un mito sostenido con palabras. Una historia.

Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/libros/Cien-voces-volver-grunge_0_492751663.html