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La Fábrica de Sueños

Cinco columnas escritas inicialmente para El Magazín (III)

Fuentes: Rebelión

11. Anthony Bourdain: «¿Qué vine a hacer a Vietnam?» Aunque para el Sistema todo argumento, no opinión, disidente frente al pensamiento único es «teoría de la conspiración», les dejo esta nota en Democracy Now, portal de Amy Goodman, con el discurso del propio Bourdain al recibir en 2014 un premio del Consejo de Asuntos Públicos […]

11. Anthony Bourdain: «¿Qué vine a hacer a Vietnam?»

Aunque para el Sistema todo argumento, no opinión, disidente frente al pensamiento único es «teoría de la conspiración», les dejo esta nota en Democracy Now, portal de Amy Goodman, con el discurso del propio Bourdain al recibir en 2014 un premio del Consejo de Asuntos Públicos Musulmanes: «Estoy enormemente agradecido por la respuesta de la gente de Palestina, en particular por hacer lo que me pareció una cosa común, algo que hacemos todo el tiempo: mostrar a la gente de a pie hacer cosas cotidianas. […] El mundo ha sido testigo de muchas cosas terribles que ha sufrido el pueblo palestino, pero ninguna más vergonzosa que robarles su humanidad. Las personas no son estadísticas. Eso es todo lo que queremos mostrar.» Había estado en Gaza, antes de trasladarse a París para filmar uno de los episodios para su programa de TV Parts Unknown, por CNN. Allí apareció, en un hotel, «suicidado por ahorcamiento», a los 61 años. La herida, texto suyo en el libro En busca del plato perfecto, en el que revela el dolor de ser feliz y privilegiado en un mundo tan desigual y violento: «Depresión es una síntesis de su relación [la de Bourdain] con el mundo». Qué extraordinario humanista el que hay (y conste, no digo había) detrás de la figura de chef que él representaba para mucha gente. Texto tan desgarrado como desgarrador sobre los horrores de la guerra y sus secuelas sobre el ánimo de todo ser humano sensible e inteligente.

«Ya estaba acostumbrado a los amputados, a las víctimas del agente naranja, a los hambrientos, pobres, chicos de calle de seis años de edad, que usted encuentra a las tres de la mañana gritando ‘Happy New Year! Hello! Bye-Bye‘, en inglés, y después apuntan hacia sus bocas y hacen ‘bum bum’. Quedo casi indiferente a los chicos hambrientos, sin piernas, sin brazos, cubiertos de cicatrices, desesperanzados, durmiendo en el piso, en triciclos, a la orilla del río. Pero no estaba preparado para el hombre sin camisa, con un corte de cabello en forma de pudín, que me detiene a la salida del mercado, extendiendo la mano. En el pasado él sufrió quemaduras y se volvió una figura humana casi irreconocible, la piel transformada en una inmensa cicatriz bajo la corona de cabellos negros. De la cintura para arriba (y sabe Dios hasta dónde) la piel es una sola cicatriz; él no tiene labios, ni nariz, ni cejas. Sus orejas son como betún, como si estuviese sumergido y moldeado en un alto horno, siendo retirado poco antes de derretirse por completo. Mueve sus dientes como una calabaza de Halloween, pero no emite un solo sonido a través de lo que un día fue una boca. Siento un puño en el estómago. Mi ánimo exhuberante de los días y horas anteriores se desmorona. Quedo paralizado, parpadeando y pensando en la palabra napalm, que oprime cada golpe de mi corazón. De repente nada más es divertido. Siento vergüenza. ¿Cómo pude venir hasta esta ciudad, hasta este país por razones tan fútiles, lleno de entusiasmo por algo tan… sin sentido, como sabores, texturas, culinaria? La familia de aquel hombre debe haber quedado pulverizada, él mismo transformado en un muñeco sin gracia, como un modelo de cera de Madame Tussaud, la piel escurriendo como vela goteando. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Escribiendo un libro de mierda? ¿Sobre comida? ¿Haciendo un programita leve e inútil de TV, un showcito de bosta? La ficha cayó de una vez y quedé despreciándome, odiando lo que hago y el hecho de estar allí. Inmovilizado, parpadeando nerviosamente y sudando frío, siento que todo el mundo en la calle está observándome, que irradio culpa e incomodidad, que cualquier paseante va a asociar las heridas de aquel hombre a mí y a mi país. Espío a los otros turistas occidentales que vagan por allí con sus bermudas Banana Republic y sus camisas Polo de Land’s End, sus confortables sandalias Weejun y Bierkenstock, y siento un deseo irracional de asesinarlos. Parecen malignos, comedores de carnicería. El Zippo con la inscripción pesa en mi bolsillo, dejó de ser gracioso, se volvió una cosa tan poco divertida como la cabeza encogida de un amigo muerto. Todo lo que coma tendrá sabor de cenizas de aquí en adelante. ¡Jódanse los libros! ¡Jódase la televisión! Ni siquiera consigo dar un dinero al pobre. Tengo las manos trémulas, estoy inutilizado, preso de la paranoia… Vuelvo corriendo al cuarto refrigerado del New World Hotel, me enrosco en la cama aún deshecha, quedo mirando al techo con los ojos llenos de lágrimas, incapaz de digerir o entender lo que presencié e impotente para hacer cualquier cosa al respecto. No salgo ni como nada por las siguientes 24 horas. El equipo de TV cree que estoy teniendo un colapso nervioso. Saigón… aún en Saigón. ¿Qué vine a hacer a Vietnam?» (Traducción del portugués: LCMS).

Bourdain fue alguien que el mundo capitalista conoció, ante todo, como «chef», aunque en realidad era un extraordinario y atípico ser humano, mejor dicho, un humanista, de quien, además, se dice, que se suicidó, pero eso no es creíble. Sí, un humanista que estuvo siempre más cerca de los seres anónimos que de los poderosos, de las «partes desconocidas» que de los «lugares play», de la dignidad que de la indignidad travestida en impostura. De quien se dice que se «suicidó por ahorcamiento», hecho que se puede poner en duda si se investiga un poco su trayectoria vital, su percepción del mundo, su posición crítica, reflexiva, visionaria y, ante todo, las causas políticas que defendía. Baste saber que en 2014 recibió un premio de los palestinos que, muy probablemente, no cayó muy bien entre las huestes imperialistas/sionistas y, ante todo, que el mayor centro de operaciones del Mossad en Europa se ubica en París: qué curioso, donde murió Bourdain. Por último, como se ve en esta columna él era un honesto y decidido opositor a la guerra de Vietnam y eso, históricamente, tampoco lo olvidan los gringos: piénsese nomás en Malcolm X, Martin Luther King y John Lennon, por citar solo tres casos de asesinato derivados del sentimiento probélico hacia seres humanos cien por ciento antibelicistas: en los dos primeros casos, con el «agravante», para los blancos, claro, de ser «negritos» y, en el tercer caso, con la desventaja de ser inmigrante.

12. Tributo a Icíar Bollaín

Aquí solo pretende dejar al lector inferir de qué lado puede estar la razón, no imponerla con epítetos o imperativos, con prurito de irrefutables. Le he seguido la huella a Icíar Bollaín como actriz ( Tierra y Libertad , de Loach), como guionista y como directora: Hola ¿estás sola? (1995); Flores de otro mundo (1999); Te doy mis ojos (2003); Mataharis (2007); Katmandú, un espejo en el cielo (2011), En tierra extraña (2014), El olivo (2016). Ya antes, había hecho También la lluvia (2010), en la que adapta un guion de Paul Laverty, su compañero, para mezclar ficción y realidad, y al revés, cual Al Pacino en su filme En busca de Ricardo III . En También la lluvia (expresión precedida por «El agua es nuestra») logra la amalgama entre reconstruir la llegada de Colón a América y la historia paralela de Fray Bartolomé de las Casas y Montesinos (el bueno, jejeje).

A la vez, muestra la lucha de campesinos e indígenas de Cochabamba para recuperar el agua que les pertenece por derecho propio, pero que por designio de los políticos ha pasado a las trasnacionales que la explotan con un alza abusiva en las tarifas y presentan el producto como si fuera nacional: «Aguas de Bolivia». Entre las muchas virtudes del filme (problemas del país anfitrión; dificultad de rodar; mostrar la corrupción a varios niveles, etc.), se destaca la presentación de los personajes, a medio camino entre el arte y la vida, la dignidad y la indignidad: en esta, por buscar sobrevivir. Muy bien, Costa (Luis Tosar), y Daniel/Hetuey, el boliviano Juan C. Aduviri: el primero, con su aparente dureza, luego real, la que se disuelve con la lección que recibe al tener que salvar una vida; el segundo, valiente luchador por su país, el bienestar de su gente, la causa del agua («El agua es vida», dice); también, un ser urgido de dinero ante las condiciones adversas y quizás por eso víctima consciente del chantaje a cambio de renunciar a las manifestaciones: a las que, a la postre…

Hubiera sido muy fácil, casi obvio, presentarlo como alguien incorruptible, pero eso sería negar su frágil condición humana y renunciar a la ambigüedad artística que en nada se parece a lo real. En efecto, casi todos pretenden cambiar al mundo; otros aspiran a revolucionar su país; pero, pocos se transforman a sí mismos, pocos luchan la vida entera: ésos son los imprescindibles, de los que habla Bertolt Brecht en su poema.

13. ¿Duele la muerte de un poeta? Sí, Fermín Fernández Belloso

¿Puede doler tanto la muerte de un poeta, a quien no es aun propiamente su amigo? ¿Tiene que ver esto con algo que va mucho más allá de la vana vanidad, es decir, por contraste, la empatía, la conexión cósmica, la afinidad ética/estética? La respuesta es tan sencilla como compleja: sí, depende del grado de sensibilidad de quien haya escuchado/conocido su obra. Todo esto, para decir que saludé al poeta español Fermín Fernández Belloso el 27/abr/2018 con ocasión de la FILBO. Dos meses y dos días después, a la una de la tarde, un infarto fulminante acabó con él. Todo este tiempo, lo he recordado y aún sorprende que su muerte me duela, como si fuera la de un hermano a quien uno ha querido mucho y con quien no se ve hace tiempo: factor cuya relatividad es extraña pues algo cercano nos parece que sucedió hace años y algo que sucedió hace mucho, nos parece que fue ayer. Aunque, claro, recuerdo más su poesía, que, con absoluta bondad y nobleza, me brindó mientras charlamos.

Pero, lo que más me aterra, antes que sorprende, es que algunos de los poemas que me leyó, de su libro Días de silencio (Pigmalión/Pijao, 2017), tienen metáforas contundentes de su propia partida. Retomo fragmentos, como si fueran un plano-secuencia cinético/poético y como si sus textos fueran ahora míos: eso mismo es lo que siento que todavía me toca, la transferencia artística encarnada en mí, ahora parte de mi hemoglobina mental/corporal, porque afecta sensaciones, emociones y fibras motoras. Su libro, dedicado a sus padres y premonitorio en no pocos aspectos, consta de cuatro partes. De ellas, vienen trozos de lo que hoy mora en mí del querido poeta: Habito en una casa que ya no tiene dueño, en un rincón de algún planeta. Una estación sin trenes, sin viajeros, que no permitirá ya mi retorno. Una luz que se apaga en un altar hundido. Ya no me duele el silencio en el alma, ni esta ausencia de vida. Un rastro de amargura nos invade por la leve fragancia de la ausencia. Me siento desahuciado en esta sociedad de los ausentes que me trata de loco. Empiezo otra semana sin querer anunciar que sigo vivo. Sin importar a nadie. Ya no me pertenece nada tuyo. Ya no me pertenezco. Los lunes amanezco muerto. Me vuelvo a pervertir cada domingo. Me pierdo en cada mapa del tesoro. He licuado a mi dios, cada mañana le concedo la muerte. No cruje el universo, la ciudad no ha temblado. El periódico calla. La misma firma, el mismo tanatorio. Siempre la misma muerte. Me desperté temblando, muerto de miedo, hambre y pobreza. Hoy he perdido el último bocado de toda mi esperanza. Aquí ya no hay caminos para las aves. Se han destapado todos los miedos. Después llegó la guerra. Ahora ya no suenan las alarmas en este campo muerto. En esta tierra devastada y quebrada solo existe silencio. Ya no soporto tanto silencio. Siempre es de noche en esta casa que ya no habito. Pronto vendrán las luces para ahuyentar el miedo. Sigo atrapado en todas las ausencias. Ahora el horizonte no busca referencias en puntos cardinales. Siempre es de noche. No seré nave en ninguna tormenta, ni sueño del sonámbulo, ni hogar deshabitado. Porque yo mismo podré ser el silencio.

Solo espero no encarnar esas palabras puesto que no hablo sino de lo que en mí ha quedado de su poesía: tengo la esperanza y el carácter necesarios para continuar la brega, que mi amigo consignó en la dedicatoria de su libro: «Estos Días de silencio para LCMS, para que disfrute con estos versos en su interior. Por todas las palabras, por todos los silencios, por todos los versos que nos quedan por compartir. Con afecto, Fermín».

Para concluir, recordé que el arte da lo que la vida y la muerte niegan. Posibilita disfrutar lo que no es más que la mirada fragmentaria de un poeta sobre el mundo, un atisbo de verdad sobre la existencia, una pequeña parcela sobre la inmensidad del cosmos. Así se trate de un solo ser humano que, al partir, antes de cumplir los cuarenta, dejó un recuerdo imborrable en mi memoria, por lo traumática que resultó su partida: la de un amigo, que no importa si alcanzó a serlo. En todo caso, lo es. Es muy fácil comprobar el dolor que puede producir la muerte de un poeta, así esa amistad no se hubiera dado o apenas asomara en el horizonte.

14. Confesión (casi) total de otro patiero

Una de las cosas que más me enaltecen en la vida es recibir el libro de un amigo, así sea virtual al inicio: luego, real. En efecto, con ocasión del XI Encuentro Internacional de Escritores de Sincelejo, tuve la fortuna de heredar el bello libro de poesía, con dedicatoria ya fijada, Ojos viendo pasar el mundo (Editorial Artes y Letras, 2017), del orgulloso campesino y colega Cristo García Tapia (Chochó, Sucre, 1951), de quien también podría decirse que es un auténtico patiero, como lo fuera el gran Héctor Rojas H. Ya desde la carátula se siente la mirada sincera y ética por honesta del poeta, así como la mirada ídem de su esposa Betty, autora a su vez de la toma de esos cuatro ojos, mitad en color, mitad en b/n, que es como a intervalos irregulares se ve la vida; además, con un sugerente sentido de igualdad, desde la doble mirada de padre/madre y hombre/mujer inmersos en una sociedad machista y desigual.

En su libro, se nota una voz singular, propia, ajena a la impostura y contenta de lo telúrico, de un poeta cuyos ojos ven pasar el mundo grato e ingrato, luminoso y oscuro, vital y letal, siempre con la sensibilidad a flor de piel y dispuesta a percibir por igual fortunas y desgracias, certezas y avatares, penas que laceran y pócimas que salvan, así al final el lector deba volver a aterrizar en una latitud que no engaña a los sentidos, al cuerpo ni a la mente, menos, al corazón: corazón que sale fortalecido y airoso, exánime y aun así exento de fracaso, luego de una lectura tan gratificante, por estar a medio camino entre la sencillez y la profundidad, como aleccionadora, por hallarse inmersa entre vida y muerte, risa y sollozo, amor y dolor, incluso con recurrentes ramalazos al hecho trágico y, en simultánea, liberador, del suicidio: «En su faz, si miras a un ahogado, / el plancton de la melancolía. Si a un ahorcado, pendiendo de una / cuerda, / la rotunda indefensión de un hombre» (p. 76).

El de su hermano mayor, Jorge Efraín (romántico e inconsciente nombre mezcla de autor y personaje), quien el 6/oct/2013 decidió irse por su propia mano, como lo dice el poeta con una sutileza que doblega/ennoblece: «Bajo el agobio del día, / caprichosa luz en extinción, / un hombre sitiado por la desolación ve / ondear su cuerpo» (p. 104). Ya antes, en otro poema: «Un patio que se ocupa de la primitiva / edad de mi madre. / Del ahorcado que cuelga en la tarde/ de mis párpados» (98). Y más atrás, lo citado y, no obstante, humano, más que necesario, de reiterar: «En su faz, si miras a un ahogado, / el plancton de la melancolía. / Si a un ahorcado, pendiendo de una / cuerda, / la rotunda indefensión de un hombre» (76).

Así, pronto comienzan a aparecer palabras clave: ojos, patio, árbol, pájaro, madre, padre, hermana, abuela, materia, caverna, viento, atardecer, ahorcado, unidad, erotismo, mirada, mar, estridor (canto de cigarras/chicharras). También, figuras literarias: Una entre miles de posibilidades de la semilla, el pájaro (metáfora, p. 30). Uno debería tener una mujer/ que al levantarse, / a cualquier hora, / nos abra siempre las puertas/ del día (sinécdoque, 13). O solitarios como lobos, han emigrado, / a las frescas y altas montañas del origen (símil, 17); Lejos de aquellos días de jornalero precoz, / sol paradojal, / aun quema en mi madre tu brasa inclemente/ sobre mí (metonimia, 105); Y el sueño, / tiniebla o luz, efímera inmortalidad (oxímoron, 41); De loros y pájaros sobre altos y/ tupidos árboles. / De grillos profanando la sacralidad/ de la hierba. / Del estridor de las cigarras apagándose/ en la luz (anáfora, 97).

Y con joyas de creación como cuando la materia deja de ser sombra, de Platón, y ahora su átomo es «presencia viva en la pared de la caverna» (26). El universo es el ojo (25). En lugar de ti, / […] un rayito de sol (85). Si no es el patio, los pájaros, alisios/ descarriados. […] ¿Qué es poesía? (84) Tal vez, / […] sea sueño la poesía. / Fugacidad del instante. Nunca/ memoria (30). Más que en tu Dios, / creo en la firmeza de tus senos/ lastimando dulcemente mis labios (122). ¿Qué se lleva el que parte? El uno y lo absoluto. / La inmortalidad del instante (44). Uno e indivisible: El patio y mi madre somos uno/ e indivisible. / Como la tarde y el viento. / Como el pájaro y el árbol. (95). ¿Qué comeremos hoy? / «Candela de marzo», / respondía maternal su voz. / […] A pan recién horneado, / aquella candela de marzo sabía (103). Me siento y la función empieza: / el circo soy yo (127).

He aquí la confesión (casi) total de otro patiero: ser que ha deambulado entre los árboles frutales de su patio de infancia o del jardín de su madre centenaria que cultiva musaendas, oyendo la voz del tiempo, entre los ramajes de unos y de otro/as. El casi, no es insuficiencia sino sinónimo de parcela, en tanto Cristo, García, claro, habla de su muy subjetiva/objetiva visión del mundo y de su concepción poética, centrada en la vida cotidiana, en los amores y dolores que nos colman y/o rebajan, en la tremenda fuerza cósmica y erótica que por fortuna nos supera, para hacernos conscientes de nuestra grandeza y que, por complemento más que por contraste, nos conmina a reconocer nuestra pequeñez, aquí en este lejano puntico azul, del que habló el polímata Carl Sagan: todo ello, con un hondo sentido ontológico, en tanto desvelo/búsqueda por las infinitas variaciones del ser y su devenir existencial/metafísico.

15. El ESMAD: ¿escuadrón antidisturbios? Todo lo contrario

A propósito de las manifestaciones a favor de la Universidad Pública y, más allá, sobre educación gratuita y de calidad, así como contra la mal llamada Ley de Financiamiento, eufemismo por Reforma Tributaria (y a la vez por presión del FMI a Colombia para que pague su deuda externa), la que sin aplicarse aún ha comenzado a cobrarse en la mayoría de productos de la bolsita (no canasta) familiar, hay que hacer precisiones sobre el «Escuadrón Móvil Antidisturbios», ESMAD, unidad especial de la Dirección de Seguridad Ciudadana (DISEC), de la Policía Nacional. Su misión básica: 1. Controlar disturbios. 2. Restablecer el orden. 3. Mantener la seguridad de los habitantes. Se creó, en el gobierno Pastrana, por directiva transitoria N° 0205, del 24/feb/1999, «para solventar una coyuntura temporal» (como el IVA, otra, que ahora se pretende aumentar, no disminuir). Luego, por Res. N° 01363, 14/abr/1999, su director, Gral. Rosso José Serrano, lo formaliza. Finalmente, el 17/jul/2007, se aprueba la Res. N° 02467, por la que se crea «el distintivo del Curso de Control de Multitudes de los Escuadrones Móviles Antidisturbios de la Policía Nacional».

Cada escuadrón se compone de cinco oficiales, ocho suboficiales y 150 patrulleros; ¿unidad mínima de intervención?: un oficial, cuatro suboficiales, 50 patrulleros. Sus miembros llevan protector corporal, 12 kilos, un bastón tonfa, escudo antimotines, apoyados por tanquetas que disparan agua a presión y quienes pueden hacer detenciones «de ciudadanos que sobrepasen la autoridad». Los eventos con mayor presencia del ESMAD son: paros nacionales de campesinos y de transporte, protestas en universidades públicas y privadas, partidos de fútbol profesional. Tiene presencia permanente con 23 escuadrones, en 20 ciudades: tres en Bogotá, dos en Medellín y uno en 18 más, donde operan dentro de su área de influencia: Barrancabermeja, Barranquilla, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Cúcuta, Ibagué, Manizales, Montería, Neiva, Palmira, Pasto, Pereira, Popayán, Riohacha, Valledupar, Villavicencio, Yopal. Son unidades desconcentradas de la DISEC y dependen para operar de los comandos de región: es decir, descentralización, ahí sí, a conveniencia, no aplicable para otros efectos.

He ahí la parte formal; ahora, veamos la real. Vale hacer un balance entre lo que piensan defensores y opositores del organismo: más allá de la polémica, hay que dejar en claro que lo que unos y otros opinan puede contrastarse con los hechos presentados recientemente a raíz del paro universitario y de la defensa de la Universidad Pública, por una educación gratuita y de calidad, como la que se da en países que piensan primero en ella y luego en la guerra o en la seguridad «nacional»: ese caballo de batalla al que se podría llamar también nacionalismo, patrioterismo, chovinismo a ultranza. Siete países donde la enseñanza es gratuita, con universidades cuya mayoría es financiada por el Estado y con excelentes programas de becas, salud, alimentación y transporte gratuitos, nos sirven de referencia para saber por qué los estudiantes hoy luchan en Colombia por conseguir algo que se parezca, aunque sea mínimamente, claro, nadie aspira a un jardín de rosas educativo: Alemania, Austria, Brasil (obvio, ya no será así con Bolsonaro, quien ahondará en el PEC 55, de su cómplice Temer: medida que afecta a las poblaciones de estrato bajo, negra sobre todo, en salud, educación, vivienda, alimentación o fuentes de trabajo y que, poco a poco, acabará con la Universidad Pública), Chipre, Finlandia, Grecia y Noruega.

Los defensores del ESMAD, en general simpatizantes de políticos de derecha y, sobre todo, de extrema derecha, tienden a justificarlo, bastante a ciegas puesto que se dejan llevar por las informaciones de medios poco objetivos y que dependen del escándalo para su supervivencia, opinando, conjeturando, especulando que las manifestaciones suelen derivar en actos vandálicos generados por los estudiantes, a los que tildan de «subversivos, guerrilleros, comunistas», o el MinDefensa, en realidad MinGuerra, Guillermo Botero, sale a criminalizar la protesta, sin ningún asomo de respeto por los incriminados, por los sospechosos de siempre que, en la mayoría de los casos, resultan convertidos en carne de cañón por los responsables de nunca. Hoy, si algo queda claro, con los hechos recientes de protesta pacífica, consensuada, deliberante y organizada, como en los casos de la Universidad Nacional, la UPN y la Distrital, a las que se han unido, de forma espontánea, Los Andes y el Externado, es que el ESMAD ha generado los problemas, ya no disturbios, porque para eso se necesitan dos, en las calles bogotanas. De eso hay innúmeros testimonios de primera mano, de periodistas de medios alternativos, de defensores de DD.HH (y aquí cabe preguntar: ¿quién defiende a los defensores?) y de espontáneos que desde sus casas o lugares de trabajo captaron con su celular o con sus cámaras los desafueros del ESMAD, tanto en prensa, aunque menos, como en redes sociales, mucho más y los que hoy circulan por el mundo.

Los opositores al ESMAD, estudiantes, padres de familia, defensores de DDHH, ONGs como CJAR y otras, ellos sí con argumentos basados en la dialéctica, en la experiencia y en el roce diario con ese cuerpo, acusan a sus miembros de actuar haciendo uso ilegítimo, abusivo y desmedido de la fuerza. Las2Orillas, v. gr., da cuenta del «negro historial del Esmad», con «18 muertos en Bogotá» (15/nov/2018), desde su creación hasta hoy y por los cuales no ha habido una sola sanción, mucho menos una condena. Paralelo a eso ha sido denunciado por infiltración de civiles (el portal citado habla de cinco) que viajan en motos policiales, con casco y cámaras para fotografiar a quien les interesa denunciar, ayudar a detener (como pasó con un defensor de DD.HH, al que se desnudó, golpeó y humilló, frente a la impotencia de sus compañeros) y entregar al ESMAD o en buses fletados por la Policía (hay videos); el uso de armas no convencionales, balas de goma y aturdidoras, granadas dispersoras recargadas con objetos contundentes o filosos, gases lacrimógenos, porra y teaser y, más allá, por tortura, violaciones, empalamientos, chantajes, uso de armas atípicas, hasta desaparición (cinco de la UPN) y asesinato de manifestantes. Así que más que de polémica se trata del conflicto entre los dos tipos de opinión: la doxa, común, la de la conjetura y la especulación que asiste a los defensores; y la episteme, conocimiento, la de la documentación y argumentación que socorre a quienes se oponen a que el ESMAD continúe, dados sus comprobados desafueros, dadas sus temerarias y consentidas extra limitaciones.

Se ha dicho que tanto defensores como detractores del ESMAD objetan mutuamente sus acusaciones y argumentan con base en documentos, testimonios, videos, que registran tanto cada desmán del ESMAD como los (supuestos) actos de vandalismo de los manifestantes. Sin embargo, en ambos casos la situación objetiva favorece hoy a quienes protestan, no a quienes los reprimen, golpean con violencia, torturan, desaparecen y/o asesinan. Y aunque se diga que a pesar de la gravedad de los hechos violentos, «la mayoría no se denuncia por la dificultad en identificar a los agresores, obtener pruebas, o porque no existen los mecanismos legales suficientes», la verdad, esto se queda sin piso argumentativo, jurídico, mediático, cuando se evidencian las arremetidas de las tanquetas intentando atropellar al transeúnte que se atraviese o de las motos por las calles tratando de capturar y maltratar a quien se aparezca o de los llamados robocops golpeando salvajemente a inocentes que, con las manos en alto, apenas gritan: «¡Sin violencia! ¡Sin violencia!» o, sencillamente, sacando sus armas, balas de goma o aturdidoras, gases lacrimógenos y porras para descargarlas contra quienes solo buscan justicia social, mejoramiento de la educación pública, mejor cobertura en salud, digna condición de vida y mayores fuentes de trabajo. Aun sabiendo que, al menos en esos cinco sectores, la situación del país no está para cucharas, remedios, tableros, balanzas o empleos.

En conclusión, sobre las protestas a favor de la educación pública, gratuita y de calidad, así como en contra de la Reforma Tributaria, el ESMAD ha jugado un papel nefasto y atentatorio contra su fin misional: no ha controlado disturbio alguno, sino que los ha provocado, en medio de manifestaciones y protestas pacíficas de estudiantes y espontáneos; no ha restablecido el orden, sino que ha generado caos y confusión; no ha garantizado la seguridad de los habitantes, ya que con sus acciones ha ayudado a expandir la inseguridad y no en términos abstractos sino concretos, como lo certifican los 18 muertos que, solo en Bogotá, ha tenido un ente creado como medida «coyuntural/temporal» y que, como el IVA y la renuencia oficial a asignar presupuesto para la U. Pública, hoy tienen contra las cuerdas a los sectores menos favorecidos, para no hablar solo de esa gaseosa clase media, y a las puertas de una tragedia humanitaria, por el desdén de los dirigentes y, en concreto, de un presidente que prefiere reunirse con Maluma/Dangond/Vives, o visitar al Papa o buscar en Francia indulgencias que no se merece (y en nutrida compañía, a costa del erario), antes que atender lo esencial para el bien-estar (sic) de un pueblo. Es decir, se va de rumba, mientras el país nacional se derrumba y el país político se envanece mediante promesas no cumplidas, jueces venales y medios mortales. Así, para terminar, el ESMAD es un organismo prodisturbios y no antidisturbios, porque no ha cumplido ninguno de los tres mandatos para los que se creó: hoy se debate sin tautologías entre la muerte y su muerte. Su propia, justa e inevitable muerte.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Su libro Ocho minutos y otros cuentos, fue lanzado en la XXX FILBO (7/may/2017), Colección 50 Libros de Cuento Colombiano Contemporáneo (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por su trabajo sobre MLK, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión y desde el 23/mar/2018, columnista de EE.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.