Una historia bochornosa para la Francia de finales del siglo XIX – y para el mundo -, fue la condena, en 1894, del Capitán Alfred Dreyfus acusado de espionaje. La injusticia se extendió hasta 1906, doce años de cruento cautiverio en el penal de la Isla del Diablo, en la Guayana francesa. Una historia bochornosa […]
Una historia bochornosa para la Francia de finales del siglo XIX – y para el mundo -, fue la condena, en 1894, del Capitán Alfred Dreyfus acusado de espionaje. La injusticia se extendió hasta 1906, doce años de cruento cautiverio en el penal de la Isla del Diablo, en la Guayana francesa.
Una historia bochornosa para Estados Unidos de finales del siglo XX – y para el mundo -, es la prisión que guardan desde 1998, cinco luchadores antiterroristas, a quienes por arte de birlibirloque político, se les acusa de conspiración para cometer espionaje. En injusto cautiverio cumplen ya nueve años.
La evidencia en el caso Dreyfus: Ninguna. Un trozo de papel manuscrito, encontrado por el Servicio de Inteligencia dentro de un latón de basura a la puerta de la embajada alemana, dirigido al agregado militar y firmado con una D, bastó para condenarlo.
La evidencia en el caso de los cinco cubanos: Ninguna. En junio de 1998 el gobierno de la República de Cuba, entregó a las autoridades norteamericanas – previa mediación del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez -, numerosas páginas de documentos comprometedores, ocho horas de casetes de audio y casetes de video donde se comprobaban actos hostiles contra los propios Estados Unidos.
Las pruebas eran tan contundentes que alertaban sobre grupos terroristas en la Florida, en el mismo momento en que se entrenaban en esa zona, algunos de los pilotos que transformaron aviones de pasajeros en misiles de guerra para atacar al World Trade Center.
El FBI no hizo nada con las pruebas presentadas por Cuba. Los federales miamenses ya investigaban desde hacía años a cubanos infiltrados en los grupos terroristas y no disponían de tiempo para ocuparse de sus propios empleados.
Casi tres meses después de la alerta cubana, fueron detenidos cinco revolucionarios, quienes ciertamente buscaban información para proteger la vida de sus compatriotas. Ninguno buscó ni obtuvo datos militares. Su único propósito era conocer los movimientos de terroristas que operan contra Cuba – de manera impune y complaciente -, desde Miami.
Nada ha pasado con la abundante información entregada.
Para que sus actividades se consideren espionaje, el gobierno de Estados Unidos debe reconocer – ante todo -, que el terrorismo contra Cuba es un asunto de defensa nacional, y que los terroristas confesos basados en Miami, cumplen instrucciones militares, y están a su servicio.
Los cinco Dreyfus cubanos sufren hoy condenas impresionantes: desde 15 años hasta dos cadenas perpetuas. Sus condiciones de reclusión son tan brutales como las cumplidas por Dreyfus, y solo tienen paralelo con el tratamiento que recibieron los prisioneros en el cono sur africano, durante el apartheid.
La paradoja del caso: quienes alertan, son detenidos; quienes conspiran para asesinar, y asesinan, están libres. Los cubanos prisioneros trabajaron a favor del pueblo norteamericano, en el combate contra el terrorismo. El gobierno de Estados Unidos, con total falta de ética, desechó las informaciones reveladoras suministradas por Cuba y persiguió, encarceló, juzgó y condenó a los informantes.
El gobierno de Estados Unidos dejó libres a los terroristas de origen cubano, Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, responsables, entre otros horribles crímenes, de la voladura de una nave comercial de Cubana de Aviación con sus 73 pasajeros, en 1976. En el caso Dreyfus, el verdadero espía, el capitán Esterhazy, fue absuelto en un burlesco juicio. Un siglo después se repite la infamia.
La mejor prueba de la doble moral de la justicia estadounidense, son las palabras de la jueza Joan Lenard, quien en la redacción de la sentencia de uno de los cinco luchadores, precisa sin disfraces:
«Como una condición a su liberación supervisada, a este acusado se le prohíbe asociarse o visitar a grupos terroristas o similares o ir a los lugares donde se sabe que estos grupos están o frecuentan.»
Lo dramático del texto no es su desfachatez, sino que está redactado tres meses después del fatídico once de septiembre.
Al tiempo que reconoce el trabajo que han realizado contra terroristas, le prohíbe volver a asociarse con ellos para que no puedan obtener más información y los criminales continúen sus «hazañas», bajo la protección del gobierno norteamericano.
La opinión pública
Siempre que se estudia la formación de la opinión pública se cita como un ejemplo de ella el alegato publicado por el legendario escritor francés Emile Zola. Aquel famoso «Yo Acuso», estremeció la Francia de aquella época; se requiere estremecer a la humanidad progresista con un nuevo «Nosotros Acusamos.»
El autor de «Germinal» fundió su vida a la de Dreyfus. Es necesario hacer lo mismo con los cinco Dreyfus cubanos.
Desde hace años se pretende sensibilizar a la opinión pública internacional, pero las puertas de los grandes medios de difusión están herméticamente cerradas. La historia se repite como en otros casos de injusticias cometidos por tribunales norteamericanos: Sacco y Vanzetti, los esposos Rosenberg, y tantos más.
Dreyfus, ante el espurio tribunal que lo juzgó, dijo: «No estoy desposeído de todos mis derechos; conservo el derecho de todo hombre a defender su honor y a hacer proclamar la verdad.»
Uno de los cinco cubanos encarcelados, René González, aseveró ante el adulterado tribunal: «Seguiremos apelando a la vocación por la verdad del pueblo norteamericano con toda la paciencia, la fe y el coraje que nos puede infundir el crimen de ser dignos.»
El tribunal francés de aquel tiempo no quiso reconocer su error; en este de ahora, varios jueces norteamericanos, dignos profesionales, han fallado en Atlanta con justicia, y sus decisiones han sido desestimadas.
También el Grupo de Trabajo sobre detención arbitraria de Naciones Unidas, tras riguroso examen de los documentos del juicio, concluyó que la gravedad de las violaciones cometidas contra ellos, hacía de la privación de libertad de estas personas un hecho ilegal.
La Miami de hoy se semeja a la Francia del siglo XIX, por su clima perverso, descontrolado, ensombrecido por la prensa amarilla que encabeza El Nuevo Herald, donde se conoció que varios de sus redactores cobraban y cobran salario gubernamental por escribir contra Cuba.
Igual que en los tiempos de Emile Zola, hay que comenzar como su famoso Yo acuso, y repetir: «Mi deber es el de hablar, yo no quiero ser cómplice.»
El mundo no puede ser cómplice ni ver con calma el crimen.
A la prensa de Miami, le cabe en toda su medida, el calificativo que diera Zola: «Y es un crimen más el haberse apoyado en la prensa inmunda». Y agregó: «Es un crimen extraviar la opinión, utilizar para una tarea de muerte a esa opinión, pervertirla hasta hacerla delirar.»
La vérité est en marche et rien ne l’arrêtera
Esta auténtica declaración de principios: La verdad está en marcha y nada la detendrá, acuñada por el autor de Los Rougon-Macquart, es una expresión de fe en los valores de los seres humanos que no permitirán la injusticia.
Intereses inconfesables urdieron la mentira. La vileza no cambia con el tiempo, se repiten las mismas injusticias: no hubo juicio justo ni en Paris ni en Miami.
En ambos casos los detenidos se mantuvieron aislados. No se mostraron evidencias, en un juicio donde el tribunal y el jurado estaban parcializados.
Se mintió. Se mintió. Se mintió.
Tiene el mundo una responsabilidad colectiva y no puede actuar de manera indiferente ante este crimen. Que no se repita la barbarie del caso Dreyfus, ahora multiplicada por cinco.
Pensemos y actuemos como Emile Zola, y estas palabras suyas encabecen la lucha:
«Yo no tengo más que una pasión, la de las luces, en nombre de la humanidad que tanto ha sufrido y que tiene derecho a la felicidad».
Cada día de encierro de estos cinco Dreyfus es un baldón para el mundo civilizado. Quienes estén a favor de la inocencia, ¡levántense! Levántense como lo hiciera Emile Zola. Este juicio, como el de Dreyfus, no se ganará en los tribunales, sino en las calles.
Solo cerrando filas apretadas podremos abrir las cinco rejas que guardan a cinco inocentes, ya no prisioneros en la Isla del Diablo, sino en las manos del mismísimo Diablo.
Guillermo Cabrera Alvarez (+). Ex director del Instituto Internacional de Periodismo, «José Marti», La Habana.
Articulo escrito para «La Revue Commune«. Publicado en Paris, septiembre 2007.