Recomiendo:
0

Colapso /La Isla de Pascua

Fuentes: La Jornada

Durante las últimas décadas, la Isla de Pascua, ubicada en el océano Pacífico a unos 3 mil kilómetros de las costas de Chile y conocida por sus enormes estatuas de piedra en medio de un paisaje desierto, constituyó un enigma inexplicable en torno del cual se formularon diversas teorías sobre su origen, asignando su autoría […]

Durante las últimas décadas, la Isla de Pascua, ubicada en el océano Pacífico a unos 3 mil kilómetros de las costas de Chile y conocida por sus enormes estatuas de piedra en medio de un paisaje desierto, constituyó un enigma inexplicable en torno del cual se formularon diversas teorías sobre su origen, asignando su autoría a los pueblos de América del Sur, a los egipcios, e incluso a seres extraterrestres. En su libro Collapse, recientemente traducido al español, el antropólogo estadunidense Jared Diamond da cuenta de las investigaciones y los resultados más recientes en torno al tema, revelando la terrible tragedia que vivieron los habitantes de esta isla, originarios de Polinesia y expertos navegantes que llegaron en soberbias canoas a este apartado lugar, luego de años de colonización de varios archipiélagos en una epopeya que tomó varias décadas de los siglos VIII y IX de nuestra era. La isla contaba entonces con bosques, de árboles con troncos de tamaño considerable, que les permitieron durante siglos construir las canoas para la pesca de delfines y peces que constituían la base de su alimentación.

La isla de forma triangular, con unos 25 kilómetros en su base y unos 170 kilómetros cuadrados de superficie, llego a tener más de 15 mil pobladores, agrupados en pequeños núcleos con ciertas rivalidades, que los llevaron a competir de una manera curiosa, fabricando esculturas. En la isla existían yacimientos de rocas de origen volcánico, que ellos aprendieron a esculpir para darles forma. De esta actividad se paso a otra más ambiciosa: construir monumentos de piedra con formas humanas, en diferentes partes de la isla donde se encontraban los asentamientos de esos grupos, en una especie de competencia arquitectónica permanente.

Para construir los monumentos, estos hombres debieron transportar por varios kilómetros bloques de piedra de más de 50 toneladas, utilizando los troncos para construir terraplenes, rodamientos y grúas primitivas.

La idea se antoja bastante avanzada; en principio resultaba mucho más inteligente que las formas de dirimir diferencias utilizadas en Europa en la época, y aun varios siglos más tarde. Desafortunadamente, esta práctica dio origen a un problema que a la larga terminó destruyéndolos a todos: la transportación de los enormes bloques de piedra hacía necesario cortar los árboles para fabricar los rodillos. La competencia duró mientras hubo troncos en el bosque; cuando éstos se terminaron, los nativos se percataron, muy tarde, de que los árboles, como todos los seres vivientes, no surgían de la nada, sino de un proceso de reproducción, por lo que nunca más tendrían árboles, y tampoco canoas para salir a pescar.

Privada de sus fuentes principales de alimentación, la población de la isla comenzó a disminuir y para el siglo XIX, cuando llegaron los primeros exploradores occidentales, encontraron una población de menos de 2 mil nativos, carentes de herramientas, con embarcaciones pequeñas y frágiles y sin memoria alguna de su pasado. Su sobrevivencia se explicaba sólo por la existencia de un clima benigno, que permitía algún tipo de agricultura; por alguna actividad de pesca costera y por la presencia de algunas aves marinas que eran cazadas eventualmente. Ninguna de las características de estos pobladores permitía pensar que sus antepasados hubiesen realizado obras tan hermosas como impresionantes.

La experiencia de la Isla de Pascua, como la de algunos otros pueblos alrededor del mundo, incluidos los mayas, debiera estar presente en nuestras conciencias, y de manera especial en las de nuestros gobernantes, porque muchas de las cosas que hoy en día estamos haciendo como nación nos están llevando necesariamente a uno o varios escenarios de autodestrucción, especialmente en nuestras ciudades, y de manera particular en la ciudad de México. Algunas tienen que ver con la generación de contaminantes, otras con el deterioro del medio ambiente y otras más con la estupidez a secas y la codicia; a ellas quiero referirme en mis próximos artículos.

http://www.jornada.unam.mx/2007/02/17/index.php?section=opinion&article=020a2pol