La XVI Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático comenzó ayer en Cancún, en medio de discretas expectativas y la necesidad de medidas urgentes contra el calentamiento global. México, como país anfitrión, prometió que trabajará para lograr la adopción de un paquete amplio, equilibrado y significativo de decisiones, sin embargo, continúa latente la incógnita de […]
La XVI Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático comenzó ayer en Cancún, en medio de discretas expectativas y la necesidad de medidas urgentes contra el calentamiento global.
México, como país anfitrión, prometió que trabajará para lograr la adopción de un paquete amplio, equilibrado y significativo de decisiones, sin embargo, continúa latente la incógnita de cuál será el alcance de éstas, y en especial cómo será la conducta de los países desarrollados, los máximos responsables de las altas concentraciones de gases de efecto invernadero.
Entre las fórmulas que se barajan en Cancún está el llamado mecanismo REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y/o Degradación).
Recientemente, el diario mexicano La Jornada calificó la iniciativa como uno de los más increíbles ataques a los bienes comunes del planeta y la humanidad, ya que -en su opinión- quienes más se benefician de estos programas son los que más bosque y selva han destruido.
«Y que podrán seguir haciéndolo, ya que REDD acepta que dejando apenas 10 por ciento del área original se cuente como deforestación evitada», comentó el rotativo.
La propuesta de esta iniciativa parte de que como la deforestación es un factor importante de la crisis climática, hay que compensar económicamente a quienes ya no lo hagan.
Sin embargo, a la vez que las grandes empresas estimulan monetariamente a las comunidades que dejen de talar, adquieren los «derechos de emisión» de éstas, para venderlos en un mercado altamente especulativo. Entre los protagonistas de esta ecuación está la empresa estadounidense Shell.
Lo cierto es que la actual concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, provocada por la actividad industrial el hombre, alcanzó niveles tan altos que el sistema climático se desequilibró.
La concentración de CO2 y la temperatura del mundo aumentaron de forma acelerada en los últimos 50 años, y ascenderán aún más rápido en las próximas décadas si no son adoptadas decisiones que obliguen a las naciones, en especial a las desarrolladas, a replantear sus patrones de producción y consumo.
Desde ayer y hasta el 10 de diciembre Cancún será sede de la XVI sesión de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 16) y la VI Sesión de la Conferencia de las partes del Protocolo de Kyoto (CMP 6).
Las citas se inician con comités de expertos e irán en los próximos días incrementando su nivel hasta llegar al ministerial y segmentos de alto nivel con la presencia de unos 20 jefes de Estado, a diferencia de la fatídica cita de Copenhague en 2009, donde estuvieron presentes 120 mandatarios.
«No es nuestra intención repetir una experiencia como en Copenhague, en donde los presidentes redactaban el documento por adoptar», señaló en días recientes la canciller mexicana, Patricia Espinosa.
Por su parte, la secretaria de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, Christiana Figueres, dijo esperar que las negociaciones de Cancún desemboquen en un acuerdo aceptable en cuatro aspectos.
Estos son: acciones contra el calentamiento global, transferencia de tecnologías «limpias» de los países ricos hacia los pobres, reducción de las emisiones de CO2 debido a la deforestación y la creación de un fondo para asegurar el financiamiento de las operaciones a largo plazo.
«No voy a subestimar las diferencias políticas que hay que superar», estimó Figueres en una teleconferencia desde Bonn, en la cual reconoció que en varios temas existen diferencias fundamentales, entre ellas la necesidad de un segundo capítulo para el Protocolo de Kyoto.
Ese pacto fue aprobado en 1997, ratificado por 156 países y, finalmente, rechazado por dos de los principales contaminantes del mundo, Estados Unidos y Australia.
El protocolo establece el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en una media del 5,2 por ciento con respecto a los niveles de 1990 para el año 2012.
La realidad es que hasta hoy no existe siquiera seguridad del cumplimiento por parte de todos los países desarrollados de ese 5,2 por ciento, una cifra simbólica, si se tiene en cuenta que lo estimado por la ciencia.
En correspondencia con la evidencia científica, el acuerdo para un segundo período de compromisos del Protocolo de Kyoto debe fijarse en un rango entre 40 y 45 por ciento de reducción de las emisiones de las naciones ricas por debajo de los niveles de 1990 para el año 2020, y un objetivo a largo plazo (2050) entre 80 y 90 por ciento de reducción.