El pasado 17 de diciembre pasado, Rouillan recobraba la libertad después de 21 años en prisión por su actividad en el grupo armado Acción Directa. Recogemos la segunda parte de esta entrevista (ver primera parte) DIAGONAL : Se supone que los presos políticos ya no existen en los Estados de derecho… JEAN-MARC ROUILLAN : En […]
El pasado 17 de diciembre pasado, Rouillan recobraba la libertad después de 21 años en prisión por su actividad en el grupo armado Acción Directa. Recogemos la segunda parte de esta entrevista (ver primera parte)
DIAGONAL : Se supone que los presos políticos ya no existen en los Estados de derecho…
JEAN-MARC ROUILLAN : En Francia en el año 1981, a los pocos meses de gobierno, Mitterand disolvió la Corte de Seguridad del Estado, que se encargaba de juzgar a los presos políticos y que había nacido durante la guerra de Argelia. Cuando firmó el decreto, que fue acompañado de una amnistía de la que nos beneficiamos, hizo una declaración del estilo «a partir de ahora ya no habrá prisioneros políticos». Lo que quiere decir que, de un día para otro, siendo parte de la misma organización, realizando los mismo actos y con los mismos fines, las mismas personas ya no eran presos políticos sino lo que se llamó a partir de entonces un «criminal ideológico».
D. : En esas nuevas condiciones, ¿cómo se desarrolla vuestro juicio a partir de la detención en 1987?
J-M.R. : Desde luego se quiso hacer de nosotros un símbolo, reduciéndolo todo a «los cuatro de Acción Directa». Así que se multiplicaron los procesos para alimentar una campaña que proclamase «los hemos cogido», mostrándonos en público como a osos con un anillo en la nariz. Nosotros nos negamos a participar en el juicio, a defendernos y a tener abogados, provocando incidentes constantemente y leyendo declaraciones políticas, pero sin ninguna colaboración con el proceso que estaba en marcha. Intentamos mantener la mayor distancia posible con él. Esa distancia frente al poder es la única forma de política, como recordaba Alain Badiou en uno de sus últimos libros. Lo cierto es que se creó un ambiente muy tenso, pero a partir de un momento los periodistas dejaron de venir, los bancos de acusados estaban vacíos y se convirtió todo en una especie de justicia administrativa. Llegamos a decir : «Cuando acaben, envíenos los resultados por correo». Tuvimos, cada uno, dos cadenas perpetuas sin posibilidad de excarcelación.
D : ¿En esas penas se incluía la incomunicación? ¿Quién decide aplicar esa medida y sobre todo por un período de siete años?
J-M.R. : El objetivo del proceso era, como en todo juicio político, montar un personaje mediático y, luego, doblegarnos para obtener el arrepentimiento y la renuncia a nuestra lucha. La incomunicación es el medio de presionarnos. En teoría es el juez de instrucción el que la decide y no se puede estar en incomunicación más de un año salvo acuerdo expreso del Ministerio del Interior, pero todo lo que está relacionado con asuntos políticos lo deciden directamente las altas esferas gubernamentales. Salimos de ese régimen porque se había convertido en algo demasiado flagrante y porque empezaba a haber cada vez más protestas contra nuestras condiciones de detención. Lo que sucedía es que había que doblegarnos rápidamente e imponernos la colaboración. Todo se articuló alrededor de «si queréis salir del aislamiento hay que colaborar». Como protesta contra este chantaje hicimos varias huelgas de hambre. Pero con todo y con eso yo pasé siete años y medio de aislamiento total, sin ninguna comunicación con el resto de la población penal, derecho a visitas administrados con cuentagotas y comunicaciones muy lentas por carta.
D. : ¿Cómo resististeis las presiones?
J-M.R. : Cuando realizamos las operaciones, a mediados de los ’80, cuando vimos todas las campañas de renuncia en Italia y otros lugares, nos dimos cuenta de que la represión estaba siendo muy dura. Así que nos planteamos si íbamos a llegar hasta el final. En los años ’70 había muchas organizaciones y operaciones como las de Acción Directa. Pero el hecho de que la gente no asumiese, por las razones que fuera, la responsabilidad de las operaciones hacía que se hubiesen olvidado, y eso lo sabíamos. Así que desde un principio nos dijimos : vamos a asumir la responsabilidad y mantenerla para asegurar así la existencia política de esas acciones. En cierta manera entramos en el juego del Estado : el Estado quería convertirnos en símbolos y nosotros nos dijimos «de acuerdo, vamos a jugar el juego, pero a nuestra manera». Lo importante es que gracias a eso no hemos desaparecido en prisión, varios movimientos han seguido haciendo referencia a nosotros porque nos negamos a ceder. Precisamente el compromiso revolucionario consiste en llevar una estrategia hasta el final. Eso es el compromiso político. Hay un momento en el que hay que decir «no» y cuando llevas ya varios años condenado y ves lo que te espera, te haces la pregunta ; pero decidimos no ceder a la presión y seguimos diciendo «no».
D : ¿Cómo explicas que tres años después del fin de tu pena mínima y tras varias negativas, se te conceda ahora la semi-libertad?
J-M.R. : Creo que el aumento del movimiento de apoyo a los prisioneros de Acción Directa ha sido juzgado contraproducente para el nuevo Gobierno. Desde nuestra detención todos los gobiernos se han empeñado en hacernos desaparecer del panorama, tanto política como físicamente. De los cuatro prisioneros más mediatizados, Joëlle sólo salió de prisión para morir, Nathalie está gravemente enferma y Georges ha tenido que ser internado dos veces debido a trastornos psíquicos aparecidos en sus largos años de incomunicación. Yo creo que se estaba volviendo a hablar demasiado de nosotros y Sarkozy ha decidido cortar por lo sano y echarnos a la calle.
D : Es difícil separar tu estancia en la prisión de los textos y testimonios que has escrito.
J-M.R. : No empecé a escribir de inmediato, pero, en general si los de fuera no empiezan a preocuparse por lo que ocurre en la prisión, dentro de poco van a tener problemas dentro de la prisión, porque hoy, con la criminalización de todas las acciones políticas, la gente más sincera de la extrema izquierda dentro de poco pasará temporadas en la cárcel. Y no sólo ellos. Como en el siglo XIX, la prisión es el arma de la lucha contra los pobres.