A propósito de un artículo de Pablo Heller sobre el legado teórico y político de Antonio Gramsci
Con cierto retraso, tuve hace poco tiempo la oportunidad de leer un artículo de Pablo Heller publicado en la revista En Defensa del Marxismoen noviembre pasado. El texto se propone hacer una lectura crítica del legado teórico y político del comunista sardo y de paso polemizar con aquellas corrientes trotskistas que «ensalzan los aportes de Gramsci, y destacan los puntos de contacto y la convergencia del pensamiento de Gramsci con el de Trotsky y Lenin».
Esta impostación del tema marca una gran limitación para la argumentación que propone el artículo. Heller intenta demostrar por qué Gramsci no tiene nada que aportar, pero lo único que demuestra es un conocimiento casi nulo de su obra.
A diferencia de lo que dice Heller, no se trata de «ensalzar» a nadie. Por el contrario, una lectura crítica y reflexiva de las ideas de Gramsci desde el punto de vista del trotskismo, permite rescatar muchos de los temas tratados por aquel (como los del Estado, la crisis orgánica, las «revoluciones pasivas», la hegemonía) para separarlos de sus interpretaciones socialdemócratas y volver a pensarlos desde el marxismo revolucionario.
Ese trabajo puede realizarse con dos condiciones: un posicionamiento claro desde la teoría de la revolución permanente que supone conocer profundamente el pensamiento de Trotsky, y un estudio serio de la obra de Gramsci. Desde estas premisas hemos realizado desde el PTS y la Fracción Trotskista una serie de trabajos destinados a pensar convergencias y divergencias entre Trotsky y Gramsci.
Heller, por el contrario, propone renunciar de antemano a este tipo de trabajo. Y su ausencia de cualquier reflexión seria sobre el tema se expresa en que solamente puede exponer puntos de vista que toma prestados de otro lado.
El artículo consiste en una repetición de algunos argumentos vertidos por Perry Anderson en su clásico trabajo Las antinomias de Antonio Gramsci, texto pionero en la crítica por izquierda a las lecturas reformistas de Gramsci, pero marcado por ciertas debilidades interpretativas, a lo que se suma la característica reivindicación del «catastrofismo» propia del Partido Obrero.
Armado con la fórmula Anderson + catastrofismo (junto con un eco del Althusser cientificista en algún párrafo) el autor sale al cruce de toda una serie de temas gramscianos que son tratados con suma superficialidad. Veamos.
¿Gramsci teórico del consenso en Occidente?
Renunciando de antemano a cualquier estudio serio sobre Gramsci, Heller se dedica a reproducir acríticamente y empeorándolos los argumentos de Anderson. Destaca que, preguntándose sobre las razones de la derrota del ascenso revolucionario posterior a la guerra y la Revolución rusa en Europa Occidental, Gramsci estableció una diferencia entre Oriente -donde el Estado era todo- y Occidente- donde la fortaleza de la burguesía se basaba en la sociedad civil-. Dice que esta idea es errónea y sostiene que Bordiga explicó que el Estado burgués en Occidente era superior tanto por el consenso como por el mayor poder represivo.
El autor repite un error de interpretación de Anderson, en el caso del marxista inglés más justificado por el contexto en que se publicó su libro, que es el de presentar a Gramsci como un teórico del consenso burgués en Occidente, que habría planteado el problema de la relativa fortaleza del régimen parlamentario pero no ofreció una explicación convincente del tema. Una lectura atenta de los Cuadernos de la cárcel arroja una imagen bastante distinta. La diferencia entre Oriente y Occidente va acompañada de una reflexión sobre los cambios en las formas del poder estatal en la primera posguerra que se sintetiza en la idea del Estado integral, la cual indica que frente a la irrupción de las masas el Estado avanza sobre las organizaciones «privadas», especialmente sindicatos y partidos, que pasan a jugar roles de «policía» incluso en los regímenes considerados más democráticos desde el punto de vista burgués. Si se reconoce el peso que esta reflexión tiene en los Cuadernos de la cárcel, la imagen de un Gramsci teórico del consenso parlamentario queda ampliamente cuestionada, abriendo la posibilidad de una comprensión mayor de sus desarrollos teóricos que coinciden a su vez con los análisis de Trotsky en torno a la estatización de los sindicatos, el bonapartismo, la crisis de la democracia parlamentaria, etc.
Veamos una afirmación de Gramsci en tal sentido:
Parece que el único camino para buscar el origen de la decadencia de los regímenes parlamentarios es éste, o sea investigar en la sociedad civil; y ciertamente que en este camino no se puede dejar de estudiar el fenómeno sindical; pero una vez más, no el fenómeno sindical entendido en su sentido elemental de asociacionismo de todos los grupos sociales y para cualquier fin, sino aquel típico por excelencia, o sea de los elementos sociales de nueva formación, que anteriormente no tenían ‘vela en este entierro» y que por el solo hecho de unirse modifican la estructura política de la sociedad. Habría que investigar cómo ha sucedido que los viejos sindicalistas sorelianos (o casi) en cierto punto se hayan convertido simplemente en asociacionistas o unionistas en general. Quizá el germen de esta decadencia estaba en el mismo Sorel; o sea en un cierto fetichismo sindical o economista (C15 §47, redactado en mayo del 33) [1].
El catastrofismo o la incomprensión de la crisis orgánica
El segundo argumento es made in PO: buscando combatir el economicismo y el ultraizquierdismo, Gramsci habría identificado la política de «ofensiva permanente» con la idea del derrumbe del capitalismo, terminando por desconocer el carácter dislocador del sistema que tienen las crisis capitalistas. La expresión más clara de esto sería la categoría de «crisis orgánica» que Heller nos invita a abandonar y que según él se define por una expresión vaga tal como «lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer». Aquí la falta de sutileza juega una mala pasada al autor. La categoría de crisis orgánica, no supone que la crisis no tenga potencial revolucionario, por el contrario, supone una dislocación de la autoridad del Estado y de los partidos, en la que la crisis económica se articula como crisis social y política. El alerta de Gramsci simplemente consiste en que la crisis por sí misma no es sinónimo de situación revolucionaria y mucho menos de revolución triunfante. En suma, la crisis como tal no reemplaza la acción del partido que es en definitiva el «elemento decisivo de toda situación».
Veamos cómo define Gramsci la crisis orgánica:
En cierto punto de su vida histórica los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales, o sea que los partidos tradicionales en aquella determinada forma organizativa, con aquellos determinados hombres que los constituyen, los representan y los dirigen no son ya reconocidos como su expresión por su clase o fracción de clase. Cuando estas crisis tienen lugar, la situación inmediata se vuelve delicada y peligrosa, porque el campo queda abierto a soluciones de fuerza, a la actividad de potencias oscuras representadas por los hombres providenciales o carismáticos ¿Cómo se crean estas situaciones de oposición entre representantes y representados, que del terreno de los partidos (organizaciones de partido en sentido estricto, campo electoral-parlamentario, organización periodística) se refleja en todo el organismo estatal, reforzando la posición relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de la alta finanza, de la Iglesia y en general de todos los organismos relativamente independientes de las fluctuaciones de la opinión pública? En cada país el proceso es distinto, si bien el contenido es el mismo. Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que se produce ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra) o porque vastas masas (especialmente de campesinos y de pequeñoburgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución. Se habla de «crisis de autoridad» y esto precisamente es la crisis de hegemonía, o crisis del Estado en su conjunto. (C13 §23, redactado entre mayo de 1932 y primeros meses de 1934).
La categoría de crisis orgánica presenta una relación simultánea pero discontinua entre crisis económica y revolución. Por eso, Gramsci destaca la posibilidad de salidas bonapartistas o cesaristas frente a las crisis de la autoridad estatal. Pero precisamente esa relación discontinua es la que impulsa a los marxistas a desarrollar una política, tendiente a que la crisis orgánica se desarrolle como situación revolucionaria con acciones históricas independientes de las masas. En ese sentido señala Gramsci que:
Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; solo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertos modos de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal. (C13 §17, escrito entre mayo de 1932 y primeros meses de 1934).
Si se aísla la cuestión de la crisis orgánica de las reflexiones gramscianas sobre las relaciones de fuerzas (sociales, políticas y militares) lo único que se consigue es lo mismo que Heller: no entender nada, mientras se vocifera que la crisis pondrá al PO a la cabeza de las masas.
Batalla desigual contra la filosofía
Tropezando una y otra vez en territorio hostil, el autor llega a un apartado sobre objetividad y subjetividad, en el que directamente se hunde en un pantano de lugares comunes, haciendo afirmaciones que podrían ser conmovedoras si no fueran totalmente inconsistentes:
El autor de Cuadernos en la cárcel recoge el punto de vista de los fundadores del socialismo y, más próximos a sus contemporáneos, los de Lenin y el teórico marxista húngaro Georg Lukács (1885-1971), quienes destacaron el papel activo del sujeto. La historia la hacen los hombres, aunque no en forma arbitraria sino de acuerdo con las condiciones materiales que heredan y en las cuales les toca actuar. El rescate de la subjetividad no se hace en detrimento ni a expensas de la objetividad. Sin embargo, a diferencia del equilibrio que tienen otros exponentes del marxismo, en este punto Gramsci se desbarranca […] El materialismo vulgar termina por suprimir el papel activo del sujeto en general en la construcción de la vida social, al sostener que el hombre se limita a reflejar y registrar una realidad que se procesa independientemente de su voluntad… Pero Gramsci -y la corriente «historicista» de la que él forma parte y que tiene sus mejores exponentes en el joven Lukács y en el alemán Karl Korsch (1886-1961)- tienden a caer en una unilateralidad opuesta: terminan por identificar conocimiento en general con ideología, y niegan así representación objetiva (científica) de lo real. […] Según Gramsci, en definitiva, toda objetividad puede ser identificada (sin mediaciones) con la subjetividad humana. Su rechazo al positivismo materialista adquiere así un sesgo idealista.
En estos párrafos (que hemos recortado un poco por piedad) la cantidad de errores es casi la misma que la cantidad de palabras. En primer lugar, Gramsci menciona dos veces a Lukács en todos los Cuadernos de la cárcel, y es objeto de crítica, por lo cual difícilmente se lo puede considerar inspiración de Gramsci. En segundo lugar, que Gramsci realice una valoración positiva de la ideología no implica en modo alguno que esto niegue la comprensión científica de la realidad. Por este motivo, Gramsci sostiene que la posición de Engels sobre que la materialidad del mundo está probada por el largo desarrollo de las ciencias naturales contiene la concepción correcta sobre el problema de la objetividad. Por último, es directamente disparatado afirmar que para Gramsci «toda objetividad» puede ser identificada con la subjetividad humana «sin mediaciones». De hecho establece mediaciones tales como la producción material, el lenguaje, la política, la ideología, la filosofía y la ciencia. Para no hacer aún más largo este artículo, invitamos a Heller a buscar estos términos en el índice por argumento de la edición Gerratana.
Guerra de posición y guerra de desgaste: ¿de quién habla la fábula?
Luego de su desdichado combate filosófico, Heller retoma la cuestión de Estado y sociedad civil, en los términos planteados en Las antinomias de Antonio Gramsci, para presentar a Gramsci como quien abrió el camino a Togliatti primero y al eurocomunismo después.
Desconociendo totalmente trabajos como los de Gianni Francioni y otros que hicieron observaciones sólidas sobre determinados problemas filológicos de la obra de Anderson, se limita a tomar como comprobada e infalible la lectura del marxista inglés, la cual tiene algunos problemas: en primer lugar, establece una sucesión de tres modelos (primacía de la sociedad civil, relación equilibrada, identificación de Estado y sociedad civil) para comprender la relación entre Estado y sociedad civil en Occidente que no se corresponde con la cronología de redacción de las notas. En segundo lugar, criticando el supuesto «segundo modelo» Anderson sostiene una idea del Estado como detentador exclusivo de la violencia que mal podría avenirse con el uso de la violencia contra-revolucionaria paraestatal utilizada por la burguesía en gran escala durante distintos momentos del siglo XX, en especial durante el período de entreguerras, en el que escribe Gramsci. Esto guarda relación con el tercer problema que es su desconocimiento de los alcances de la cuestión del Estado integral, a la que hicimos referencia al comienzo de este artículo.
Heller termina el artículo equiparando, previsiblemente, la «estrategia de desgaste» kautskiana y la «guerra de posición» postulada por Gramsci. Aquí cabe señalar que si bien ambas guardan ciertas similitudes superficiales (largo aliento, acumulación de relación de fuerzas, rechazo del «ataque frontal»), en el caso de Gramsci hay dos diferencias muy importantes. La primera, que en el comunista sardo la guerra de posición no se trata de «nada más que parlamentarismo» como criticaba Rosa Luxemburgo la formulación de Kautsky y la segunda, que las relaciones de fuerzas militares juegan un papel central en la concepción de Gramsci. Un tratamiento profundo del tema excede el espacio de estas líneas, pero la guerra de posición, en el contexto de los otros temas a los que hicimos referencia (Estado integral, sindicatos y partidos como policías, crisis orgánica), supone una suerte de «movilización total» que permita la derrota del adversario más que la vulgaridad codificada por Heller como «una batalla escalonada y de más largo aliento para ocupar espacios ‘progresivamente'».
Naturalmente, que Gramsci haya concebido esta idea como algo alternativo a una supuesta «teoría del ataque frontal» atribuida erróneamente a Trotsky, contribuyó a la oposición entre sus posiciones y las del fundador del Ejército Rojo. A esto se suma que el enfoque de Gramsci plantea una dificultad evidente en aquellos momentos en que postula la guerra de posición casi como absolutamente predominante: en la guerra civil no puede existir un posicionalismo absoluto, porque a diferencia de la guerra entre Estados, no se puede evitar el combate por la decisión mediante un compromiso. La idea de Gramsci, mucho más cercana a la guerra partisana que a una insurrección clásica, no deja de tener el defecto de que al asignar a la «guerra de maniobra» un carácter subordinado, podría quedar como un esquema preconcebido en el que «la forma de la guerra» está por encima de la «guerra misma». Pero sigue bastante lejos de la «estrategia de desgaste» kautskiana que en definitiva no es ninguna estrategia, sino el arte de evitar los combates mientras se realizan campañas electorales o sindicalismo (práctica para nada desconocida por la organización a la que pertenece el autor del artículo en cuestión, dicho sea de paso).
Triste, solitario y final
Lejos de cualquier lectura atenta sobre estos problemas, nuestro autor concluye su poco feliz incursión en territorios gramscianos del siguiente modo:
Las nociones teóricas del marxista italiano, sus inconsistencias, sus fórmulas vagas y contradictorias, su confusión, podrían tener el atenuante -como lo destacan algunos autores- de su reclusión en la cárcel, pero en el caso de la izquierda actual que se identifica y reivindica sus premisas, es una señal de un desbarranque político y estratégico.
En síntesis, luego de demostrar un conocimiento de tercera mano sobre la teoría de Gramsci, comprando ingenuamente la versión de Gramsci que sostienen los propios socialdemócratas, el autor llega, después de un recorrido tan fácil para él como tortuoso para quienes leen, al objetivo real del artículo: denunciar un supuesto desbarranque político y estratégico de los trotskistas interesados en un conocimiento profundo de las ideas de Gramsci, para utilizarlas críticamente como parte de un pensamiento político práctico.
Esta conclusión de Heller me parece la mejor parte de todo el artículo. Nos recuerda, sin dudas involuntariamente, que la ignorancia no es un instrumento de la revolución.
Nota:
[1] Todas las citas de los Cuadernos de la cárcel han sido tomadas de Quaderni del carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001, cotejando las traducciones con las de la versión en español de Cuadernos de la Cárcel, Ediciones Era, México D.F., 1984. Asimismo incluimos la fecha aproximada de la redacción de las notas, siguiendo la datación de Francioni, Gianni, L’Officina Gramsciana, ipotesi sulla struttura dei «Quaderni del carcere», Napoli, Bibliopolis, 1984.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/como-no-leer-a-gramsci/