Al menos ya han conseguido que muchos nos pongamos a escribir algo sobre ellos, ya sea en forma de tuits, o en forma de columna o en un blog. Pero bueno, si hay algo que tienen en común todos los virales es que sus anónimos creadores ven recompensado su anonimato con ríos de tinta y […]
Al menos ya han conseguido que muchos nos pongamos a escribir algo sobre ellos, ya sea en forma de tuits, o en forma de columna o en un blog. Pero bueno, si hay algo que tienen en común todos los virales es que sus anónimos creadores ven recompensado su anonimato con ríos de tinta y bits. Esta producción en respuesta a un viral es una forma de sobrecompensanción del ego de los que presumen de ser revolucionarios sin rostro.
Y sí, me refería al Partido X, el partido del futuro que vuelve con el espíritu de la transición española. Estas visiones postpolíticas de la, valga la redundancia, política, no son novedosas. En mi pueblo se presentó a las elecciones hace unos años un partido que decía no ser «ni de izquierdas ni de derechas». Decían haber superado esa dicotomía, que ellos eran «social», y que, como dicen ahora en el Partido X, ellos se presentaban como un dispositivo al servicio de la sociedad, para recoger sus propuestas. Llegó un día, después de unas elecciones locales en las que consiguieron más de setecientos votos, en el que se les presentó una oportunidad para hacer funcionar ese dispositivo tan novedoso que nos ofrecían: unos fondos europeos daban la oportunidad de peatonalizar la calle principal del pueblo para que pasara por ella un tranvía que conectaría nuestro pueblo con otro, y con la capital. El debate fue grande, partidos a favor, partidos en contra, partidos que presentaban alternativas al trazado, ciudadanos a favor, ciudadanos en contra, ciudadanos que no saben/no contestan. Es decir, un debate con partidos y ciudadanos que defendían sus posturas abiertamente y expuestas con anterioridad. Este partido, en cambio, implosionó. Al presentarse como un aglutinador de propuestas ciudadanas y no querer posicionarse a favor de una o de otra; al optar por la equidistancia, no pudo participar en el debate y quedó fuera de juego. A las pocas semanas este partido desapareció, ya que este problema alrededor del debate sobre el tranvía en el pueblo se les reprodujo con otros temas.
Una visión postpolítica tiene estas cosas. Imaginad ahora que en lugar de ciudadanos a favor del tranvía / ciudadanos en contra del tranvía tenemos ciudadanos a favor de la reforma laboral / ciudadanos en contra de la reforma laboral; o lo que viene siendo la lucha de clases. A mi personalmente me importa poco si el Partido X es una broma o una nueva propuesta de la guerrilla comunicacional; a mi lo que me preocupa es que, tanto si se trata de lo primero como de lo segundo, se está haciendo de altavoz de una idea muy peligrosa: la dicotomía entre ciudadanos a favor de la reforma laboral / ciudadanos en contra de la reforma laboral se resuelve con un horizonte común, «y punto»; una visión de la democracia que recuerda a la suma de voluntades que consigue la armonía en el libre mercado, el sueño de Hayek y sus chicos de Chicago. Ni la democracia puede consistir en hacer «click aquí», ni es deseable que lo sea. Afirmar que «no tenemos un programa, nuestro programa es la democracia» es tan vano como decir «no hay camino para la paz, la paz es el camino». Bueno, vale, ¿y qué? La democracia no es un programa, es un marco político para la toma de decisiones. Ese no es nuestro problema ahora: nuestro problema es que en plena crisis, los más ricos ganan más y los más pobres, lo son más. Esto no se resuelve con un «y punto», sino poniendo sobre la mesa la dicotomía que las propuestas postpolíticas quieren negar: ciudadanos a favor de la reforma laboral / ciudadanos en contra de la reforma laboral. Insisto: la lucha de clases.
Por otra parte, recuerdo un disco de Def Con Dos en el que en un corte preguntaban con voz desganada: «¿Que qué dice la gente?». En ocasiones, la gente dice Amanecer Dorado. Ni izquierdas ni derechas. Ni rojos, ni negros (que cantaban los jóvenes fascistas italianos en las manifestaciones estudiantiles para hacer aparecer a los estudiantes de izquierda como sectarios frente a los estudiantes despolitizados). Todo vale, ¿no?
En cuanto a esta estética futurista… Coupland ya bautizó a la Generación X reconociendo que no sabía ni a qué ni por qué le ponía esa etiqueta. Era un síntoma de la peor de las derivas postmodernas. No somos una incógnita; el proceso de reconstrucción de la conciencia de clase está siendo muy duro y difícil, máxime cuando la otra clase, la que en plena crisis gasta y gana más, tiene sus niveles de conciencia por las nubes («La lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando», dijo W. Buffet).
Luego está ese secretismo. Exigir «transparencia» sin dar a conocer quién está detrás de esas siglas… Decir que en el futuro ya han ganado (¿son los «observadores» de Fringe? ¿Pertenecen al Gobierno de «Fuego Nórdico»?)… O simplemente se trata de un viral publicitario, de una vuelta de tuerca aun más retorcida de aquellos que emplearon el método asambleario para publicitar su compañía telefónica, pero esta vez aplicado por una marca de lejía neutra…
Decía Grouxo Marx, o eso le atribuyen, que él no ingresaría en un club que aceptase a alguien como él mismo como socio; exacto: yo no pertenecería a ningún club que aceptase a Emilio Botín, De Cospedal o… Llámalo X, como socio.