«La mafia è una montagna de mierda», Peppino Impastato
El estallido del caso Montoro reúne todos los ingredientes inmutables del pesebre castizo, desgrana cada mimbre de una corrupción más sistémica que sistemática y sacude el mostrador político-emocional a beneficio provisional de Vox. Como siempre, pasan las modas y sólo queda los escombros, en medio de un olvido que sólo se agrieta cuando estalla un nuevo desbarajuste. Entonces miramos por el retrovisor, recordamos de dónde venimos y nos pedimos qué caray nunca ha cambiado. Esquina memoria, del estado judicial de las cosas habrá que recordar que de la aznaridad quedaron tres exministros condenados y encarcelados –Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana, Jaume Matas– y que otros también fueron investigados, con causas archivadas o sentencias absolutorias por los pelos. De los gobiernos del felipismo, con rúbrica judicial firme, fueron condenados, entre otros, un ministro del Interior, la coordinadora de finanzas del partido, unos cuantos banqueros, el hermano del vicepresidente Alfonso Guerra y manderos de alcantarillado del CESID –y dimitió todo un ministro de Defensa, Nar, todo en la Casa Real–. De los gobiernos de Mariano Rajoy, ahora flota Montoro, pero Fernández Díaz espera juicio, donde le piden 15 años de cárcel por patriota mientras que su ministra de Sanidad ya fue condenada, a título lucrativo, en el caso Gürtel. Del Peugeot de Sánchez, solo en fase previa de imputación, han bajado ya tres personas –y dos han sido secretarios de organización del partido– y ahora sólo queda una al volante, que responde al nombre de Pedro. Así están las cosas. Como si olvidáramos cada día que el buque insignia del serial se llama Juan Carlos I y aún vive a cuerpo de rey en Abu Dhabi.
Y eso que el asunto Montoro no ha hecho más que empezar, cuando el mote Equipo Económico tiene demasiada polisemia. Y todos los elementos de los que, haciéndose pasar por pretendido lobby, está ya imputado por la presunta comisión de siete delitos graves. Hay otros detalles mayores –empresas de altos vuelos como gasísticas, eléctricas o del juego, vergonzosas redacciones de la ley a la carta, informes tributarios retocados para favorecer la impunidad judicial al PP o una policía patriótica, también fiscal, de doble uso bruto y chapucero: enemigos de siempre y adversarios internos dentro del propio PP. Y otros matices que parecen menores pero no lo son: un juez periférico –lejos del distrito judicial central– que durante 7 años ha investigado, tras un extraño correo pescado de otra investigación; una fiscal anticorrupción que lo advertía ya la que no quisieron escuchar en su momento; un periodista como Carlos Alsina recordando ahora cómo las gastaba el ministro –»que entendía el poder como vía para premiar favores, beneficiar a los afines y castigar a quien no comulgaba, no necesito que me lo diga un juez»–, y un periodista asediado del ABC, Javier Chicote, que es cuando más vale al más pronto –que es cuándo más cuando va a más… fraude. El resto, la hemeroteca Montoro. No es balder recordar hoy cómo se alababa de saber de las desventuras de la estirpe Pujol desde el año 2000. De rememorar cómo protegió a tres mil defraudadores millonarios urdiendo la amnistía fiscal del 2012, ese indulto masivo declarado nulo por el Constitucional con una nulidad judicial bien insulta. Y de revivir cómo aplicó aquel sadismo fiscal clasista de doble filo, con la sierra eléctrica de los peores recortes antisociales y la mayor subida de impuestos a las clases medias y populares, mientras se rescataba a la banca y se beneficiaba a las élites económicas de siempre con rebajas fiscales de hasta el 85%, sin saber. O de no olvidar cómo en el 2013 se cesó de forma fulminante a la inspectora de Hacienda que se atrevió a sancionar a CEMEX con 455 millones por fraude fiscal –una sanción que el Tribunal Supremo acabó ratificando. En concreto, en noviembre de 2023.
Cinco agujeros negros: la financiación irregular de los partidos, cuya ola de especulación urbanística pagamos todavía sus funestas consecuencias, la concertación privada de obra pública, la ingente industria del fraude fiscal y la economía global del delito
Por eso, quizás, el imprevisto caso Montoro removerá de nuevo todos los melones y todo lo que no se ha hecho y ahora nos pasa factura y fractura. El drama concurrente es que no hay nada nuevo bajo un cielo de plomo. Si rebobinamos sólo una década atrás, el análisis del momento ponía de manifiesto entonces cinco dinámicas corruptoras entrelazadas que nos dejaban un panorama a caballo entre el No sabe de Andrea Camilieri, el Crematorio de Rafa Chirbes y el Sicilia sin muertes de Guillermo Frontera. Cinco agujeros negros por donde se fuga casi todo y nos hurtaban presente y futuro: la financiación irregular de los partidos políticos, cuya ola de especulación urbanística pagamos todavía sus funestas consecuencias, la concertación privada de obra pública, la ingente industria del fraude fiscal y la economía global del delito. Entre la sentencia de la Gürtel y ocho disparos en la calle Consell de Cent la semana pasada, digámoslo así, ha pasado de todo y hemos visto de todos los colores. Como si fuera ayer, también. Porque la frase «bajo el capitalismo de connivencia, la corrupción es una tentación estructural permanente» se pronunció en julio del 2016 en el Parlament de Catalunya. Lo expresó el fiscal Sánchez Ulled, entonces delegado anticorrupción en Barcelona, en la Comisión de Estudio de las Medidas de Lucha contra la Corrupción para la Regeneración Democrática. Aquella comisión la presidía el exdiputado Benet Salellas. El fiscal arrancó la intervención afirmando: «Que me hayan invitado a esta comisión entiendo que es la primera constatación de un fracaso; el fracaso de las instituciones a la hora de prevenir y al mismo tiempo, también, de combatir la corrupción política». Como si fuese ayer, pues. Ocho temporadas después.
Sea del color que sea, hay algo que nunca cambia. Si las corrupciones nos dan tregua veraniega o no dependerá del próximo informe filtrado de la UCO. Anécdota paradójica, en los años más turbios del conflicto vasco –donde arranca la oscura carrera de Koldo Garcia–, uno de los mejores penalistas europeos sostuvo en la vista oral de un juicio que las altas instancias de la Guardia Civil siempre operaban como «un Estado dentro del Estado». Al terminar, en las escuadras imposibles de los pasillos de los palacios, un alto mando benemérito presente en la sala se le acercó y le rebatió la afirmación: «Usted se equivoca, no somos un Estado dentro del Estado. Somos el Estado». Y punto. Decimonónicamente, aún y como si fuera ayer, parecería como si la alternancia política en el Reino de España la decidiera más la corrupción –González y Rajoy, y Sánchez en cola de espera– que el voto, en acertada reflexión de Fèlix Riera sobre el turno político en el siglo XIX, mediado todavía por el escándalo. En la realidad estamos en la noria, en déjà-vu y en eterno retorno, que debería confrontar el estercolero de la corrupción con su antónimo por antonomasia: democracia política y ética de la decencia común. fuese todavía ayer.
David Fernández es periodista y activista social.
Artículo publicado en catalán en Ara .
Fuente: https://vientosur.info/101494-2/