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Entrevista a Carlos Valmaseda sobre asuntos energéticos, biocombustibles y otros asuntos afines

«Con el uso de agrocombustibles estamos haciendo un pan como unas hostias» (I)

Fuentes: Rebelión

Carlos Valmaseda nació en Barcelona en 1962. Licenciado en Historia y diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Barcelona, trabaja actualmente como bibliotecario en Manila. Entre las actividades relacionadas con la temática en la que hemos centrado nuestra conversación podemos destacar la traducción de numerosos artículos y de los informes En busca de […]

Carlos Valmaseda nació en Barcelona en 1962. Licenciado en Historia y diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Barcelona, trabaja actualmente como bibliotecario en Manila. Entre las actividades relacionadas con la temática en la que hemos centrado nuestra conversación podemos destacar la traducción de numerosos artículos y de los informes En busca de un milagro y La transición alimentaria y agrícola de Richard Heinberg, y de los libros El fin del crecimiento, también de este mismo autor (en prensa), y Lo que todo ecologista necesita saber sobre el capitalismo, de Fred Madoff y John Bellamy Foster

Carlos Valmaseda es miembro de Espai Marx.  

El capitán T.A. «Ike» Kiefer, de la Armada estadounidense, acaba de publicar un informe demoledor, según leo en una de tus observaciones para Espai Marx. El título del informe: «Twenty-First Century Snake Oil: Why the United States Should Reject Biofuels as Part of a Rational National Security Energy Strategy» [El bálsamo de Fierabrás del siglo XXI: por qué los Estados Unidos deberían rechazar los biocombustibles como parte de una estrategia de seguridad energética nacional racional]. Por qué deberían rechazarlos me gustaría preguntarte. Antes de ello, ¿qué son los biocombustibles?

Lo primero que quizá convendría aclarar es que no soy un especialista en estos temas, aunque me interesan mucho como ciudadano y desde una perspectiva ecosocialista. Espero que mis respuestas animen a los lectores a ampliar también sus conocimientos sobre estos temas a fin de tener una opinión formada. Al final aparecen unos enlaces mínimos para poder seguir la discusión.

De acuerdo. Gracias.

En segundo lugar me gustaría decir que organizaciones ecologistas o agrarias como La Vía Campesina, prefieren utilizar el término agrocombustibles a biocombustibles puesto que el prefijo bio indica un marchamo ecológico que estos compuestos, como veremos, distan de cumplir. Si no te importa, me referiré a ellos con esa denominación.

No me importa. Tienen y tienes toda la razón. Gracias por la rectificación.

Dicho lo cual, podemos hablar de dos grupos principales de agrocombustibles en su forma líquida. El primero es el de los que proceden de cultivos ricos en azúcares o almidón (maíz, caña, remolacha…), de residuos vínicos o de biomasa lignocelulósica. A partir de ellos se genera etanol, normalmente denominado bioetanol. El segundo es el de los productos ricos en lípidos -aceites vegetales, usados o no, grasas animales, algas- que dan lugar a biodiésel.

¿Qué países los utilizan en estos momentos?

Pues no he consultado estadísticas de uso pero, en general, se utilizan en países que son ricos en la materia prima para producirlos, como los EEUU con el maíz y Brasil con la caña, o que las promueven como parte de programas contra el cambio climático, como de nuevo EEUU o Europa. La forma de promoverlo es la obligatoriedad de su uso y las subvenciones, tanto en investigación como en producción. De hecho, son estas formas de promoción las que permiten su subsistencia.

La pregunta que dejé pendiente antes. ¿Por qué, según el capitán Kiefer, USA debería rechazarlos? Kiefer no es, según todos los indicios, un ecologista infiltrado?

Si no te importa dividiré la respuesta en dos partes, una sobre la viabilidad de los agrocombustibles en general y una más concreta sobre las preocupaciones del ejército estadounidense.

Los agrocombustibles se han presentado tradicionalmente como una panacea con la que todos ganan: los usuarios de combustibles fósiles, quienes por fin tendrían una alternativa viable; el medio ambiente, y los campesinos. Parece demasiado bueno para ser verdad, y me temo que así es. La utilización de productos agrarios para su conversión en combustible será difícil que nunca llegue a ser una alternativa generalizada a los combustibles fósiles por simple física y química.

¿Simple física y química? Nos explicas un poco.

Empecemos recordando la segunda ley de la termodinámica, que nos dice que siempre se produce una pérdida de energía útil, disipada en forma de calor, cuando se pasa de una forma de energía a otra. Cuantos más pasos demos, más energía útil perderemos. En un motor de combustión, por ejemplo, solo se aprovecha un 30% al convertir la energía química del combustible en energía mecánica. El problema es que para la producción de agrocombustibles hay que dar muchos de estos pasos. El objetivo es aprovechar la energía solar capturada por la fotosíntesis de las plantas y almacenada en forma de glúcidos y lípidos para producir hidrocarburos tras una serie de procesos químicos. Veámoslo con un poco más de detalle siguiendo las explicaciones de Kiefer: el hidrógeno combinado con el carbono en determinadas estructuras almacena gran cantidad de energía química que puede luego ser liberada mediante la combustión, esto es, añadiendo oxígeno bajo determinadas condiciones. Una vez liberada esta energía el residuo lo forman CO2 y H20. El dióxido de carbono y el agua son por tanto las «cenizas» de la combustión -de ahí lo absurdo de los «motores de agua»-. Lo interesante es que son precisamente estos dos productos los que utilizan las plantas para la formación de glúcidos -normalmente denominados hidratos de carbono- y lípidos, reiniciando así el proceso mediante la creación de biomasa. Pero, además de que el agua puede ser un producto escaso, como bien sabemos, para que se produzca esta recombinación hace falta un elemento esencial: la energía. Y esta la proporcionan los fotones procedentes del sol. El problema es que su rendimiento es muy bajo. Solo el 0,1% de la energía procedente de los rayos de sol se convierte en biomasa, unos pobres 0,3-0,5 vatios por metro cuadrado en las mejores condiciones. Para que nos hagamos una idea, los paneles solares actuales capturan unos 6 W/m2, 20 veces más.

Veinte veces más o 12 veces más, depende del valor de la horquilla que tomemos para el cálculo.

Exacto. Esto ya nos apunta que hará falta una gran cantidad de terreno cultivable para su desarrollo, algo que puede llegar a ser muy problemático. Para complicarlo un poco más, hay otros elementos químicos que son esenciales para el crecimiento de las plantas: el nitrógeno, el fósforo, el potasio y otros macro y micronutrientes que se encuentran en el suelo. De hecho, según la ley de Liebig será el elemento esencial más escaso el que determinará el crecimiento de una planta…

Perdón, perdón… «Ley de Liebig» dices. ¿Qué ley es esa? ¿No habló ya Marx de Liebig?

La ley de del Mínimo de Liebig afirma que el crecimiento de las plantas no depende del total de recursos, sino del más escaso. El autor, Justus von Liebig, ponía el ejemplo de un barril. Si las duelas que lo forman son de distinta longitud, será la más corta la que limitará la capacidad, por muy largas que sean todas las demás. Y sí, tienes razón, Marx conocía los trabajos de Liebig. Según nos recuerda John Bellamy Foster (http://pubs.socialistreviewindex.org.uk/isj96/foster.htm), Liebig publicó en 1862 la séptima edición de su obra La química orgánica en su aplicación a la agricultura y la fisiología. En su introducción acusaba a la agricultura intensiva inglesa del robo de nutrientes a otros países. El robo al parecer llegaba incluso a los huesos de los muertos en los campos de batalla de Leipzig, Waterloo y Crimea. Lo mismo cabe decir del guano importado de Sudamérica. Liebig proponía una «ley de restitución» por la que los minerales tomados de la tierra fuesen devueltos a la tierra. Marx quedó muy impresionado por sus escritos. En el primer libro de El capital afirmará que ‘haber desarrollado desde el punto de vista de las ciencias naturales el lado negativo, esto es, destructivo, de la agricultura moderna es uno de los méritos inmortales de Liebig». Para Marx la agricultura moderna crea una «brecha irreparable» en la interacción metabólica entre los seres humanos y la Tierra, uno de los temas que, por cierto, más tarde desarrollará el propio Foster en obras como «La brecha ecológica».

Volvamos al tema si te parece. Disculpas por la interrupción.

Para no alargarnos demasiado nos fijaremos solo en el primer elemento citado, el nitrógeno, aunque los picos del fósforo y del potasio, por ejemplo, son también extremadamente preocupantes. Históricamente los hombres el nitrógeno lo han conseguido a partir del estiércol, con el cultivo de especies que lo fijan al suelo, etc. A principios del siglo XX se descubrió un proceso para la producción industrial de un producto nitrogenado, el amoníaco, creando así fertilizantes que permitieron un aumento espectacular de la productividad. La cuestión es que para producir amoníaco hace falta nitrógeno e hidrógeno, hidrógeno que de forma abrumadoramente mayoritaria procede… del gas natural. Si a esto le unimos el uso intensivo de maquinaria, pesticidas -creados también a partir del petróleo-, transporte a largas distancias… vemos que la agricultura industrial es uno de los sectores más dependientes de los combustibles fósiles. Pero no acaba ahí la cosa. Una vez conseguida la biomasa que normalmente hubiésemos utilizado directamente, es decir, nos la hubiésemos comido y bebido o se la hubiésemos dado a comer a nuestros animales, ahora es necesario un nuevo paso para convertirla en un combustible líquido, bioetanol o biodiésel. Lo que nos lleva a un nuevo concepto, el de Tasa de Retorno Energético (TRE).

¿En qué consiste esa tasa?

Esta tasa consiste en la cantidad de energía útil gastada en conseguir energía. Esto es, por poner un ejemplo, si para conseguir un barril de petróleo gastamos el equivalente a la energía contenida en un barril de petróleo, la TRE será 1:1. Para que nos hagamos una idea de las dimensiones del problema, en los años 30 la TRE de los pozos de petróleo llegó a ser de 100:1. Ahora se encuentra por debajo de 20:1 y descendiendo. Pero la TRE de los agrocombustibles tras todos los pasos dados está, en la mayor parte de los casos, cerca o por debajo de 1:1 en el caso del etanol y de 2:1 en los lípidos. Es decir, en la mayor parte de los casos gastamos más energía para conseguir los combustibles líquidos que la contenida en esos mismos combustibles. En cualquier caso, según Kiefer, cualquier producción por debajo de 6 no es viable, y por debajo de 3 es catabólica. Desde este punto de vista, los agrocombustibles no serían una fuente de energía, sino, en el mejor de los casos, un portador de energía. Primer punto descartado: los agrocombustibles no nos libran de la dependencia de los combustibles fósiles. Más bien son posibles precisamente por la utilización de estos mismos combustibles.

Antes de seguir, ¿qué es eso de que una producción sea catabólica?

Si te parece lo explicaré con una cita de Charles Hall, uno de los principales expertos mundiales en TRE, a partir de una entrevista que le hicieron en la revista Science: «Si tienes una TRE de 1,1:1, puedes bombear el petróleo fuera de la tierra y mirarlo. Si tienes 1,2:1 lo puedes refinar y mirarlo. A 1,3:1 lo puedes mover donde quieras, y mirarlo. Hemos investigado la TRE mínima que se necesita para conducir un camión, y necesitas al menos 3:1 en la boca del pozo. Luego, si quieres poner algo en el camión, como grano, necesitas una TRE de 5:1. Y eso incluye la amortización del camión. Pero si quieres incluir la amortización del camionero y la del trabajador petrolero y la del granjero tienes que tener lo suficiente para mantener las familias. Y entonces necesitas una TRE de 7:1. Y si quieres educación, necesitas 8:1 o 9:1. Y si quieres asistencia sanitaria, 10:1 o 11:1». Lo que nos indica Hall es que las sociedades tienen unas necesidades básicas de «mantenimiento» de su estructura compleja. Si la TRE es insuficiente gastaremos en la producción de energía parte de la necesaria para este mantenimiento, como un cuerpo que cuando no tiene suficientes alimentos gasta su grasa y su musculatura. Es decir, entra en un proceso catabólico.

Gracias. Vayamos al segundo punto.

El segundo punto, su ventaja para reducir los gases de efecto invernadero, está muy relacionado con el anterior. Aunque no fuese cierto lo que veremos en el siguiente punto, esto es, que para producir cultivos para agrocombustibles se están eliminando zonas boscosas en países tanto del Norte como del Sur, y por tanto eliminando sumideros de CO2, no se puede negar que si para conseguir los agrocombustibles debemos utilizar combustibles fósiles, mal conseguiremos reducir la emisión de gases de efecto invernadero. No generaremos tantos al quemarlos en el transporte, pero sí en su proceso de elaboración.

Vayamos al último punto, la relación de los agrocombustibles con la situación de campesinado.

Vayamos allí.

Se ha argumentado que al competir con la producción para el consumo humano los agrocombustibles fueron los causantes del brutal aumento del precio de los alimentos en 2007-2008. También se les acusa, como decía anteriormente, de provocar la deforestación en Brasil, Indonesia o algunos países africanos para la producción industrial de agrocombustibles. Sea esto cierto o no, que probablemente lo es, lo que más me preocupa, como señala Saturnino «Jun» Borrás, es que entramos en una nueva etapa en el proceso histórico de usurpación y desposesión que se caracterizaría por «la fusión de alimentos, forraje y agrocombustibles en un escenario de cambio climático (…) algo que debe alarmarnos porque da vía libre a la proliferación de monocultivos industriales de uso flexible a gran escala.» Este proceso se realiza en un marco de acaparamiento de tierras, incluido el «acaparamiento verde», amenazando a los sectores de agricultura tradicional todavía resistentes. No es casualidad que muchas organizaciones agrícolas de pequeños campesinos, sean quienes más se oponen a la extensión de los agrocombustibles.

Keifer da otros argumentos sobre por qué los agrocombustibles no son una buena idea -baja densidad energética, problemas de corrosión…-, pero creo que con lo expuesto ya nos hacemos una idea. En resumen y dicho de forma castiza, con el uso de agrocombustibles estamos haciendo un pan como unas hostias.

Lo castizo no quita lo valiente, más bien lo contrario. Te pregunto a continuación por el ejército estadounidense.

De acuerdo.

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.