La elogiosa crítica que de la última novela de Javier Marías hace Félix de Azúa son fruto, a juicio del escritor Víctor Moreno, de la mera complicidad, toda vez que los méritos que Azúa atribuye a la obra de Marías carece de argumentación e, incluso, lo que en otros escritores sería motivo de descalificación, según la crítica mencionada es motivo de «alabanza». Moreno aboga, en suma, por una crítica literaria, también cuando se ensalza una obra, explicada.
De este modo salutífero ha recibido Azúa la última novela del escritor Javier Marías: con frases tan elogiosas que huelen más que a chamusquina a sospechosa complicidad. Seguro que más de un escritor habrá suspirado por disponer de críticos tan dispuestos a disculparle sus defectos y elevar a categoría de genio sus aciertos como novelista.
Aquí terciaré sobre las consideraciones del también novelista, mediocre como tal, poeta, un poquito mejor, y ensayista, aquí no me cabe sino bajar la testuz y aceptar sin atenuante alguno que lo es, Félix de Azúa.
Como analista, Azúa, cuando quiere y contra según quiénes, es de una crueldad irritante. Y este detalle, el de la arbitrariedad y parcialidad, es lo que, realmente, molesta.
Empieza Azúa considerando que «la trilogía de Marías es un ejemplo de literatura artística con la máxima exigencia». La frase es resumen quintaesenciado de la alabanza, pero analizada se verá que es más cuña publicitaria que argumento razonado.
Sería necesario explicar qué enjundia esconde la expresión «literatura artística con la máxima exigencia». Pero Azúa no explica nada. Se limita a soltar frases rotundas sobre la bondad del sujeto analizado, pero sin aportar la más elemental reflexión que justifique sus notas hagiográficas. Parte del a priori de que el ancho mundo participa de sus mismas ideas y sentimientos respecto a la obra de Marías. Sin embargo, ninguna de las expresiones conceptuales laudatorias que le endilga despiertan en quien esto suscribe ningún grado de aquiescencia. En parte porque ignora por completo qué quiere decir Azúa con ellas. ¿En qué consiste una literatura artística con máxima exigencia ?
Demasiada abstracción para dejarla al albur de las interpretaciones subjetivas del público, especialmente cuando interesa conocer lo que dice el que sabe. Así es imposible establecer una correspondencia entre lo que afirmamos y lo que deseamos que entienda el lector. Porque la pregunta radical que podría hacerse es la siguiente: ¿Es literatura y artística lo que escribe Marías? Y si lo es, ¿cómo logra alcanzar semejante estatus de máxima exigencia? Y otra cosa, que tampoco resulta obvia: ¿quién es Azúa para dictaminar que una novela es literatura y, además, artística exigente? ¿Quién legitima sus juicios? ¿Acaso sabe Azúa qué es una novela y qué es lo artístico? ¿Dispone, acaso, de una varita mágica de medir el nivel de exigencia artística que tienen los escritores?
Acontinuación, Azúa se despepita con una afirmación paradójica. Dice que «la prosa de Marías es densa porque es creativa». ¿Densa? Habría sido ideal que Azúa acompañase su adjetivo con una comparación. Por ejemplo, ¿densa como un bizcocho o como un puré de calabaza o como una sopa de cebolla? ¿Qué significa densa? El diccionario da como sinónimos los siguientes términos: «espesa, pesada, cerrada, trabada, viscosa, pastosa». ¿Eso es lo que quería significar? No. Seguro que Azúa estaba pensando en el sinónimo de «profunda», es decir, «repleta de significados a cuál de ellos más insondables». Y, bueno, aunque así fuera, tampoco se sabría qué significaría profundo, y, menos aún, insondable.
Otra de las generosidades de Azúa es sostener que Marías «en ningún momento apela al latiguillo, al tópico, al lugar común, a la frase hecha para facilitar las cosas». Si es así, habría que concluir que Azúa ha aprendido muy poco leyendo dicha «trilogía», porque su reseña está llena de clichés que son los que, a fuerza de repetirlos una y otra vez, han configurado la imagen de Marías como máximo pontífice de la prosa española. Y digo que no es así, porque si hay algo que Marías maneje bien son precisamente esos clichés. Pero no hay que asustarse, porque se trata de algo banal, insustancial, en un escritor. Tanto es así que Azúa, en un alarde de genuflexión crítica, justifica hasta lo más injustificable con juicios tan rocambolescos como el que sigue: «Hay críticos que le reprochan un uso poco ortodoxo de la sintaxis. Yo creo que eso debería ser una alabanza».
Lo que en otros escritores se juzgaría como argumento definitivo para descalificarlos y excluirlos del Parnaso, en Marías es signo no sólo de originalidad, sino de alabanza. ¡Cojonudo! Me pregunto qué diría un crítico si se encontrara con estas expresiones repetidas una y otra vez en una misma novela de un escritor primerizo: «Pensé que pensaría en su hijo»; «Al hacer este recorrido que hizo»; «El olor de las zonas más olorosas»; «Las manos no comprenden las medidas que rebosan las manos»; «Ya ahora no estoy seguro de quererme marchar ahora»; «Sin atreverme a pensar, volví a pensar»»; «pensar mi pensamiento».
Estos ejemplos, y podría enumerar hasta cien, están tomados de la novela de Marías «Todas las almas». Junto con ello estarían sus torpes o incorrectas utilizaciones de adjetivos y adverbios; construcciones ininteligibles; aparte sus, más que marca de la casa, habituales anacolutos. Un cargamento de «defectos gramaticales y semánticos» que una crítica exigente utilizaría sin piedad alguna para triturar a cualquier pardillo en estas lides del sintagma.
Está bien que se haga la alabanza de una novela si se considera que es la suma perfección, pero hágase basándose en elementos por los que lo merece. Porque elevar a rango de excelsitud la sintaxis de Marías es más que una boutade, una tomadura de calvicie. Sintácticamente, Marías es un horror.
No se entiende muy bien que, después de calificar la prosa de Marías como «claustrofóbica, obsesiva, casi demente en ocasiones», no se concluya que el escritor Marías es un coñazo. Azúa no lo hace. Al contrario. Ese detalle le revelará estar ante un genio, capaz de mezclar como nadie lo popular con lo exquisito; y, como señalan otros críticos, lo personal, lo fictivo (sic) y lo histórico (a fin de cuentas lo que hacen todos los escritores). A ello habría que añadir su uniformidad lingúística: todos sus personajes, hayan estudiado en Oxford o regenten una ferretería en Getafe, se expresan con el mismo registro verbal. Por supuesto, esto en Marías es un acierto y forma parte de su estilo, más que inconfundible «personalísimo».
Sostiene Azúa que a los lectores de Marías, entre los que me encuentro, nos despista «esa armonía entre la necesidad artística del material y la extremada complejidad del mismo». Que no, hombre, que no. Lo que realmente nos saca de quicio es que se justifique una obra literaria por motivos tan espurios como los aludidos. Bueno, quizás, eso se deba a que, mientras los demás hemos leído una novela sin más, Azúa «cree haber leído el Eclesiastés contemporáneo».
Eso lo explicaría todo.