Participando del movimiento contra la emergencia climática (EC) con distintos grupos, el otro día que se celebraba el día de solidaridad con la causa palestina, me encontré con una situación interesante.
No era mi objetivo que dicha organización se posicionara, sino el informar. Pero al hacerlo se me comentó que la organización había decidido no tocar el tema de Palestina por no ser estrictamente climático. Lo entiendo, y entiendo que muchas veces hay que acotar lo que hacemos para no dispersarnos, para concentrar energías en una cosa y también de cara a la calle, para tener una posición más concreta. El siguiente argumento era que el cambio climático no discernía, que iba a afectar de igual forma tanto a las personas palestinas como a judías. Y en eso tampoco tengo nada que rebatir. O sí: afectará a las dos, sí, como al final afectará a todo el mundo (o está afectando), PERO NO POR IGUAL.
Atendiendo a una de las máximas más populares del movimiento climático “Cambiar el sistema, no el clima!” también tenemos ese análisis, a no ser que lo reduzcamos mucho hasta pensar que lo que hay que cambiar del sistema sólo es lo referente al clima! El cambiar el sistema es todo ello, y muchas de las cosas que incluye son otras injusticias, de género, de clase, laborales, raciales o entre pueblos. Por lo tanto, quizás no debemos perocuparnos de todas cuando hablamos de clima, pero sí tener la certeza que igual que el clima, hay otros aspectos afectados unidos a él.
Por lo demás, de lo poco que se puede rescatar de todas las decisiones y políticas institucionales que se han llevado a cabo en estos casi 30 años a nivel internacional (desde las conferencias de Nueva York y Río en 1992, a la de Kioto en 1997 y posteriores), la que más consenso y afianzada ha estado de siempre es el diferente nivel de responsabilidad de los distintos países para con la emergencia climática. Y ahí habría que añadir además de los distintos países, a las distintas clases, las distintas comunidades, géneros, etc. Por lo tanto, sí: judíos y palestinos sufrirán (sufren) los efectos de la emergencia climática, pero no por igual.
Y principalmente la razón estriba en el problema político que sufren desde que se creó el estado de Israel, que no es otro que la hegemonía de este último y el continuo expolio de territorio y recursos palestinos. O más aún, la política sistemática de hacerles la vida imposible, de ocupar sus territorios desde 1967, de destruirles sus cultivos, sus casas, de cercarles, de impedirles acceso, impedirles energía, impedirles organizarse, el hecho de abusar de ellos laboralmente… o de falta de financiación, pues los impuestos pagados por palestinos no se reinvierten allá (se calcula que así se pierden 350 millones de dólares al año). Niveles de acoso y derribo que rallan el genocidio.
En esa situación, sin agua, sin tierra, sin accesos para comercio, sin energía… el cambio climático afectará mucho más a la población palestina. Sin duda. Pero además, ese efecto, es provocado. Es resultado de una política de aniquilamiento.
Igualmente sabemos que no a todas las personas nos afecta por igual porque el que tiene medios (económicos) le puede hacer frente de una forma u otra, pero el que no los tiene no. La capacidad económica influye en cómo te afecte. Y es de sobra conocida que Israel ha impedido desarrollarse económicamente a Palestina, y que el pueblo palestino en Israel vive en la pobreza (por no hablar de los que aún viven en campos de refugiados).
Quizás falte cultura política, o histórica para ver eso, pero solo poniendo en el buscador “emergencia climática Palestina” los resultados son cientos, y en inglés muchos más. En cierta forma, esa es también la razón detrás de A Planeta, el aglutinar las luchas en torno al cambio climático de forma que no se excluyan causas de esa emergencia, u otros efectos parejos a la emergencia climática también a tener en cuenta. Y como razón de fondo el profundizar en que la razón final y lo que hay que cambiar (eliminar) es el capitalismo.
Como en muchas otras circunstancias, en este caso se da que una consecuencia se convierte también causa, porque añade otros elementos a la causa, al problema. En este caso, de la misma forma que es un efecto, el cambio climático se convierte también en elemento que incidirá más en el conflicto israelí-palestino. Sobre todo si no hay cambios de política, o si la política israelí continúa en la misma dirección. Sin embargo, la emergencia climática (EC) es ignorada en muchos de los informes sobre el conflicto. Pero sus pautas y desarrollo son simples de predecir. Actualmente, podemos observar que la política de ocupación militar israelí está incidiendo en la obtención de tierras y recursos, en parte empujados por una necesidad mayor debido a las condiciones derivadas de la EC, y con un efecto directo en el pueblo palestino de West Bank, la Franja de Gaza y los Altos del Golán. Las mismas Naciones Unidas, a través de su Programa de Desarrollo, consideran la ocupación israelí como un “riesgo” medioambiental en sí misma
En realidad, existe poco interés en la ciudadanía israelí y en el gobierno ante la emergencia climática, como lo han denunciado los activistas climáticos locales, como Strike 4 Future Israel. La única propuesta climática del gobierno pasa por utilizar el gas en lugar de otros combustibles fósiles. Una encuesta realizada en 2018 estableció que de 26 países encuestados, Israel era el menos preocupado por EC. Y en realidad eso puede ser debido a que su política expansionista ha sido utilizada para paliar esos efectos a través de recursos y territorio palestinos.
Mientras, científicos e instituciones palestinas proponen soluciones técnicas y prácticas que no fructifican por falta de voluntad. La Autoridad Palestina, tiene poca capacidad logística, pero en 2011 publicó una Estrategia Nacional de Adaptación al Cambio Climático. Cifraba un costo para implementar esas políticas en materia de agua y agricultura en 1.000 millones de dólares.
El oriente próximo es una de las zonas que por sus características (altas temperaturas, sequía, ) es afectada de consideración por la emergencia climática. Cada año tenemos los meses más calurosos, los veranos más calurosos, y allá el efecto es mayor. Este mayo tuvieron temperaturas de 40º, o 45º en Jericó. El verano se va a extender dos meses más y va a alcanzar los 50º, y los inviernos se están recrudeciendo. Las precipitaciones disminuirán hasta en un 25%, un cómputo muy elevado para una región con una pluviometría de por sí baja y una tierra árida. Pero además, las precipitaciones serán de forma más violenta: grandes tormentas, causando inundaciones, y el barrido de las capas fértiles. Mientras, menos lluvia significa que se secan arroyos, o que se multipliquen los incendios forestales. Tanto la sequía como las lluvias torrenciales inciden en la aridez del suelo, y por tanto en la pérdida de tierras propicias para el cultivo. Todo ello provoca aumento de enfermedades, productividad agrícola, daños de infraestructura, de propiedad, etc.
En esa situación de escasez de agua, el control de este recurso es vital. Los Acuerdos de Oslo conceden a Israel el 80% de los recursos acuíferos palestinos. El Comité Conjunto para el Agua es el órgano israelí cuyo cometido es controlar el uso del agua, también en territorio palestino. Este es el responsable de denegar permisos de uso de agua o de confiscar equipos de extracción, riego, etc. a palestinos. Así, los colonos israelíes establecidos en territorio palestino llegan a consumir seis veces más agua que los 2,9 millones de residentes palestinos (informe de Al-Haq 2013). Además en la Franja de Gaza el 97% del agua no es apta para el consumo humano. La ingesta de agua contaminada es la principal causa de muerte infantil. También el agua es restringida por el control de entrada y salida de productos en la Franja de Gaza, que incluye elementos esenciales para el suministro hídrico. Incluso se impide la construcción de casas obligando a muchas personas a vivir en tiendas, con lo que eso supone en condiciones climatologías severas.
Además del agua, Israel impide a los residentes de la Franja de Gaza utilizar las tierras situadas junto al muro, que constituyen el 20% de la tierra cultivable de Gaza. Los explosivos lanzados sobre Gaza en 2014 dañaron el suelo y redujeron la productividad agrícola (en la zona israelí también se dañaron con lo que también afectó su productividad). En West Bank y en los Altos del Golán, los militares y colonos israelíes han arrancado y quemado 800.000 olivos en el proceso de confiscación de tierras para nuevos asentamientos. Por ello, para los y las activistas palestinas la forma de luchar contra la emergencia climática en Palestina es detener la expansión de los asentamientos.
Y si la situación es crítica para la población de esos territorios todavía lo es más para los beduinos no reconocidos y los refugiados asentados en territorio israelí procedentes de Sudán y Eritrea que se elevan a 40.000. El ejército de Israel también ha arrebatado y cercado para su uso particular la mitad de las tierras destinadas a agricultura y pastoreo del valle del Jordán, de las que dependían las comunidades beduinas.
La Red Palestina de ONG Medioambientales (PENGON) participa en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), y a nivel local en la campaña de Justicia Climática, que es una iniciativa para incorporar la energía renovable a través de su promoción, y la reivindicación de la soberanía energética. Trabaja con mujeres en energía renovable, y también junto a la Autoridad Palestina, quien tiene capacidades muy restringidas. Realiza campañas concretas como la de oposición al Interconector EuroAsia, el cable eléctrico submarino entre Israel, Chipre y Grecia; o la campaña Stop Mekorot, contra dicha empresa de agua israelí, quien excluye a palestinos de este recurso.