El 27 de octubre del 2009 un Jumbo de la Boeing, procedente de New York debió aterrizar en el aeropuerto «José Martí», de La Habana, tras cubrir las tres horas previstas de travesía. Según los planes, en ese vuelo y otros sucesivos, se conducirían a las isla toneladas de instrumentos musicales, equipos de luces y […]
El 27 de octubre del 2009 un Jumbo de la Boeing, procedente de New York debió aterrizar en el aeropuerto «José Martí», de La Habana, tras cubrir las tres horas previstas de travesía. Según los planes, en ese vuelo y otros sucesivos, se conducirían a las isla toneladas de instrumentos musicales, equipos de luces y sonido, pantallas gigantes de televisión, y finalmente, alrededor de 200 músicos de la afamada Orquesta Filarmónica de la ciudad y 150 mecenas que con sus aportes habían permitido reunir el millón y medio de dólares necesarios para el proyecto. Pero ese día, ni en días posteriores, ocurrió nada inusual en la terminal aérea.
Más allá de las expectativas, la mala noticia de la suspensión de la gira de la Filarmónica de New York a Cuba, dejaba en tierra no solo a Michael Bloomberg, alcalde la ciudad, a Ban Ki Moon, Secretario General de la ONU, y a decenas de senadores, gobernadores, artistas, como Alec Baldwin, y comunicadores sociales de varios estados, sino a las esperanzas de que con la nueva administración de Barack Obama se darían los pasos largamente esperados a ambos lados del Estrecho de la Florida, para comenzar a desmontar el muro del bloqueo contra la isla que data de hace más de 47 años, y que a todas luces, es una reliquia esperpéntica de los tiempos de la Guerra Fría.
Llama la atención que, precisamente en aquellos años donde estrategas geopolíticos como Winston Churchill y George Kennan sentaron las bases para el enfrentamiento multilateral de lo que consideraban «el desafío de la expansión comunista», se hayan estimulado las giras de artistas estadounidenses por el mundo como expresión de buena voluntad y también, con el no disimulado propósito de promover la cultura y la civilización occidental y al sistema capitalista, en general. En aquellas guerras culturales, no hubo neutrales ni indiferentes. La compañía danzarína de José Limón o los piquetes jazzísticos de Louis Armstrong o Dizzie Guillespie se vieron acosados por la Secretaría de Estado con tentadoras ofertas económicas para llevar la cultura estadounidense al Medio o el Lejano Oriente, y también a la URSS, Polonia, Hungría y Alemania. «De vez en cuando -comentaba entonces un irónico Guillespie, tras leer las noticias sobre acciones racistas en su país- convendría que se organizase una gira de buena voluntad por el Mississippi».
Entonces, ¿cómo un proyecto cultural e ideológico de este tipo, redituable para Estados Unidos, desde todos los puntos de vista, ha logrado ser paralizado por el momento, impidiendo el despegue del Jumbo de la Boeing hacia los cielos de la isla?
Los dos conciertos cubanos frustrados de la más prestigiosa orquesta sinfónica de su país, fundada en 1842, debieron ser el broche de oro de la llamada gira «Horizontes asiáticos», que incluyó presentaciones en capitales como Tokio, Seúl y Hanoi. «Así que se le permite a la Filarmónica llevar un programa de intercambio cultural a la anterior capital de Viet Nam del Norte, una nación con la cual estábamos en guerra recientemente -ha comentado Alec Baldwin en «The Huffington Post«-, que se cobró más de 55.000 vidas estadounidenses, pero a Cuba le prohíben ir, ¿por qué?, ¿quién se beneficia con esta política?»
Sin dudas unas preguntas ineludibles, las mismas que haría ante un enigma cualquier periodista o investigador, no hablando ya de Holmes, Perry Mason o Colombo. En rigor, ¿a quién beneficia una decisión política de esta índole, que ha herido un proyecto cultural en nombre de la nación, si, como es evidente, se opone radicalmente a sus intereses, incluso, a sus tradiciones?
Dos pistas pueden ser seguidas hasta llegar al nudo de la cuestión. La primera, la implacable oposición a la gira por parte de la Fundación Cubano Americana y de políticos, como el senador por New Jersey Bob Menéndez, y los Representantes por la Florida Lincoln Díaz Balart e Ileana Ros-Lethinem, expertos cabilderos y profesionales de la extorsión política contra todo lo que signifique un destello de luz capaz de atravesar en espeso muro de sombras que es el bloqueo contra la isla; enemigos viscerales de cualquier cosa que amenace las ganancias millonarias de la industria miamense del odio y el resentimiento, que llega a niveles grotescos y freudianos. La segunda, la reciente visita a la isla, del 17 al 22 de septiembre, de Bisa Williams, Subsecretaria de Estado Adjunta para América Latina, quien fuese jefa del Buró Cuba, de esa misma dependencia, en tiempos de George W. Bush, y cercana colaboradora de John Negroponte.
La visita de la señora Williams le permitió ser testigo presencial de un hecho cultural sin precedentes: el concierto de Juanes y otros artistas extranjeros y cubanos en la Plaza de la Revolución que convocó a más de un millón de jóvenes. Aceptado y ganado por Cuba, con altura y respeto, un desafío cultural abierto, sin temor a la confrontación de puntos de vista, la Sra. Williams debió considerar que tales intercambios no favorecen a los intereses neoconservadores políticos que representan, aún desde las entrañas de la nueva administración demócrata.
El envío a Cuba de Bisa Williams, y la posterior cancelación de la gira de la Filarmónica de New York, según diplomáticos cubanos en Estados Unidos, constituyen «los primeros golpes neoconservadores a la política de apertura (del presidente Obama) hacia Cuba». Esto, y lo retorcido del procedimiento de las Secretaría de Estado y el Tesoro al permitir el viaje a los músicos, pero no a los mecenas que hacían posible dicho viaje, denuncia a las claras la procedencia de una medida «medieval», como la calificase Enrique Pérez Mesa, Director Adjunto de la Orquesta Sinfónica de La Habana: en ello se expresan las artes truculentas de esa parte jurásica del exilio cubano que se aferra a la guerra de exterminio y a la asfixia total del pueblo cubano para presionar a la Revolución, y las maquiavélicas técnicas políticas de los neoconservadores que acosan al presidente Obama, desde dentro y fuera de su gobierno, y que no en vano reverencian la filosofía de Leo Strauss.
Los cubanos, acostumbrados ya a tales acciones hostiles, miran con calma y optimismo la cartelera del Teatro Auditorium «Amadeo Roldan». Saben que tarde o temprano podrán disfrutar de los conciertos temporalmente pospuestos, y que la cordura y la cultura de dos pueblos vecinos será capaz de saltar todas las barreras artificiales que se les interponga.
Ya se sabe que en los programas de los conciertos que se preparaban con esmero por músicos de ambos países, junto a la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler y obras, como «Tres lindas cubanas», de Gonzalo Romeu, estaba incluido el Concierto para Piano y Orquesta número 4, en Sol Mayor, Opus 58, de Ludwig Van Beethoven, estrenado públicamente en un teatro vienés, el 22 de diciembre de 1808, para Emil Ludwig, su biógrafo, «… el más perfecto concierto para un solo instrumento jamás compuesto».
Es curioso que al describir el segundo movimiento de dicha obra, el gran Franz Liszt lo haya descrito «como un diálogo entre el piano (Orfeo) y las Furias, representadas por las cuerdas al unísono».
Impedir su ejecución en La Habana, aunque sea por el momento, no honra a las Furias de nuestros días, ni favorece diálogo alguno, pero pone en evidencia la manera artera y egoísta en ellas mantienen secuestrada, a toda costa, la política de los Estados Unidos hacia Cuba.
Al final, ningún ruido impedirá, por horrísono que sea, que un día se escuchen en las tibias noches habaneras, tocadas por virtuosos de las dos orillas, las notas alegres del concierto de un hombre que clamaba por la hermandad de todos los seres humanos.
Elíades Acosta Matos, filósofo, doctor en ciencias políticas, escritor, es miembro del equipo de Progreso Semanal/Weekly.