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Reseña del Film argentino "El hombre de al lado"

¿Conflictos vecinales o lucha de clases?

Fuentes: Tercera Información

Alguien dijo una vez que pese a lo que se suele creer, el argumento que de forma más habitual aparece en las historias, ya sean filmadas o escritas, no es tanto una relación de amor (en el sentido amplio de la expresión) sino la intrusión de un elemento desconocido en un ambiente estable y la […]

Alguien dijo una vez que pese a lo que se suele creer, el argumento que de forma más habitual aparece en las historias, ya sean filmadas o escritas, no es tanto una relación de amor (en el sentido amplio de la expresión) sino la intrusión de un elemento desconocido en un ambiente estable y la alteración que trae consigo.

«El hombre de al lado», película codirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat y que ha cosechado un gran éxito en varios festivales (Festival Internacional de Cine de Mar del Plata o Sundance), representa precisamente esa situación. En este caso concreto será la aparición de un vecino y su intención de realizar una obra la causante de la alteración que sufrirán los ocupantes de la casa de enfrente. Así planteado puede parecer un argumento banal y muchas veces visto, pero el gran mérito de esta película es, partiendo de esa base, dar forma a un entramado, tanto en lo formal como en lo ideológico, mucho más complejo.

Todo comienza cuando una familia de clase alta, su cabeza de familia es un reputado diseñador y todos viven en la famosa Casa Curutchet, único edificio construida por Le Corbusier en América, sufre una perturbación en su forma de vida producida por el ruido causado cuando un hombre intenta construir una ventana, o dicho en las propias palabras del sujeto «atrapar unos rayos de sol». Esta «irregularidad» legal y la intromisión que supondría en la intimidad de la familia, supone el inicio de una extraña relación siempre orientada a que desista en su empeño.

A partir de este momento asistiremos a una extraña relación entre ambos vecinos magistralmente interpretados por Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz. Totalmente antagónicos, incluso en lo físico, el primero es de gustos refinados, culto, guardián de su intimidad mientras que el otro es de carácter desinhibido, socarrón y con don de gentes aunque a la vez intrigante. Cada uno intentará salirse con la suya y convencer al contrario.

Bajo el aspecto de unas rencillas vecinales se encuentra algo parecido a una fábula, teñida de thriller y humor a partes iguales, sobre una suerte de lucha de clases. Por una parte se nos muestra sin ambages una familia totalmente «snob» (magnífica la escena en el que el diseñador y un amigo disfrutan de una «sinfonía» de ruidos en la que el culmen lo representará para el acompañante los martillazos que llegan del piso de enfrente) y burguesa, encerrada en si misma y en su entorno, no hay más que ver la figura de la hija, casi autista social y con auriculares permanentemente puestos (casualmente su única señal de vida la dará con el extraño vecino) o la idea de que viven en una casa que puede ser visitada y admirada por los paseantes, cosa que les convierte en parte de un museo. Frente a ellos un hombre sin complejos, de aspecto extraño y sin ninguna cortapisa a la hora de demostrar su libertad.

Esa relación, que irá derivando en variados problemas, acabará por minar la paciencia de los habitantes de la lujosa casa que irán encolerizando poco a poco y transformando su forma de comportarse. Todo ello como reacción a la falta de decisión a la hora de abordar un conflicto doméstico que con el tiempo se irá enmarañando hasta un desenlace sorprendente.

Pero las cualidades de la película no acaban únicamente en su temática sino que se expanden a la forma en que está rodada. Alternará diferentes maneras a la hora de grabar, desde momentos con cámara en mano casi con aspecto de documental, hasta juegos de encuadre muy curiosos y en los que hay que destacar todos aquellos que van encaminados a retratar una vida fría e «inhumana» en la familia de clase alta, así la imagen en varios momentos se centra en grandes primeros planos de artefactos tecnológicos o inertes o enfoques en los que los personajes aparecen cortados o camuflados por otros elementos.

Estamos ante una interesantísima propuesta, a la que el hecho de que el boom del cine argentino haya pasado puede perjudicar, que deja al descubierto la fragilidad de unos preceptos morales burgueses, incapaces de salir de su urna de cristal y afrontar la vida real. Si Buñuel mostraba su estúpida condición en «El ángel exterminador» cuando su miedo irreal les imposibilitaba salir de un cuarto, aquí los directores argentinos lo hacen enseñando su incapacidad para resolver un asunto banal, en definitiva enfrentarse a la vida cotidiana.