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Contra Cuba, desfachatados en crisis

Fuentes: Cubarte

Acerca del ímpetu emancipador en nuestra América habrá criterios diversos: simpatía, solidaridad, discrepancias, insatisfacción con los logros alcanzados, quizás indiferencia o ignorancia más o menos voluntaria. De sus poderosos enemigos ¿qué podría merecer sino rabia, odio, hostilidad? Pero algo parece estar fuera de duda: ese ímpetu existe, anda. Por eso le ladran los perros del […]

Acerca del ímpetu emancipador en nuestra América habrá criterios diversos: simpatía, solidaridad, discrepancias, insatisfacción con los logros alcanzados, quizás indiferencia o ignorancia más o menos voluntaria. De sus poderosos enemigos ¿qué podría merecer sino rabia, odio, hostilidad? Pero algo parece estar fuera de duda: ese ímpetu existe, anda. Por eso le ladran los perros del imperio. Muchos ladridos son en particular contra Cuba, por un ejemplo que debe hacérsele pagar caro, para que no siga propagándose.

El imperio sigue teniendo servidores, como los actuales gobiernos de Colombia y la Honduras del golpe, o el de Costa Rica, que, años después de haber disuelto su propio ejército, renuncia a las declaraciones de neutralidad y pacifismo y abre el territorio del país a las fuerzas estadounidenses. El sometimiento gubernamental de esos gobiernos al imperio recuerda que los mercenarios que invadieron Playa Girón tuvieron campos de entrenamiento en Centroamérica.

La realidad política de esa franja intercontinental no es hoy la misma de entonces: los sandinistas han vuelto al gobierno en Nicaragua, y el de El Salvador ha cambiado. Actualmente los gobiernos antimperialistas en nuestra América -la Casa Blanca, para distorsionar la realidad, los llama «antiestadounidenses»- son varios, no como en 1961 y hasta fecha más bien cercana. El apoyo explícito de distintos pueblos del mundo a Cuba y a otros países que se han sumado a la resistencia antimperialista merece gratitud, hasta por la misma desventaja material en que se brinda.

Entre las acciones imperiales contra Cuba se mantiene el bloqueo económico, financiero y comercial, con relieve de guerra económica, pero ninguna ha alcanzado la victoria. Por el contrario, la invasión de 1961, a la que precedió el intento de aniquilar con bombardeos piratas la pobre defensa antiaérea que Cuba tenía entonces, cargó con la primera derrota militar del imperialismo en nuestra América. Ello ratificó el valor de una Revolución cuya fuerza se basaba y se basa más en su carácter justiciero y emancipador, y en el consiguiente apoyo del pueblo, que en el poderío de las armas, aunque las tiene para su defensa.

Sería ingenuo aspirar a que el gran gendarme se resignara a la resistencia del país que él, acostumbrado a imponer su voluntad, no ha dejado de acosar. El mandón sigue siendo poderoso, y su decadencia agrava los peligrosos que él encarna. Su propósito de acabar con la Revolución Cubana puede tornársele más irracional y compulsivo aún. Por el escaso margen de supervivencia que a ella se le vaticinaba al desaparecer el campo socialista europeo, calculó que era posible acelerar su derrocamiento reforzando la agresión mediática que había capitalizado la mafia de Miami, harto desacreditada por sus continuas derrotas. Se necesitaban, pues, otros sitios para la campaña, sin descuidar los que ya hubiera. ¡Qué bueno si lograba sumar el garbo de la civilizada Europa!

Una labor preponderante se le reservaría a España, donde las aspiraciones de algunos a seguir siendo metrópoli colonial se trenzan, a menudo en los mismos portadores, con la herencia del franquismo. Desde su seno, y con el propio Caudillo como artífice regio, se urdió la «Transición a la Democracia», para borrar el legado republicano propio y, de paso, dar lecciones al mundo. Su esencia se está viendo en las «soluciones» aplicadas para paliar, con sacrificio de los más pobres, la crisis del capitalismo que allí manda. A propósito del anterior artículo que publiqué en esta columna, «Crisis y desfachatez de un sistema», una lectora española me escribió sugiriéndome que hablara no sólo de desfachatados, sino también de «fachatados que por lo generalísimo coinciden en la vocación subimperial».

Hay que ser muy ingenuo, o querer serlo, para creer que la propaganda contra Cuba tiene el fin de combatir sus reales o presuntos errores, y ayudarla a salir de sus carencias, agravadas por el propio bloqueo imperialista. Basta un mínimo inventario de los regímenes en los cuales el imperio ha tenido y tiene sus principales aliados, y de los proyectos justicieros que ha derrocado o coadyuvado a derrocar por vías cruentas. Son datos fáciles de conseguir. No tendría mayor sentido recordárselos a quienes prefieran seguir ignorándolos.

A veces se tiene la impresión de que las campañas contra Cuba se rigen por una doble intención malvada: atribuirle aberraciones fabricadas, que la hagan antipática, indefendible, y no insistir en los que pudieran ser sus verdaderos problemas. ¿No se propone con ello el imperio -ayudado por sus poderosos medios- alcanzar una doble victoria macabra? Sataniza a Cuba, y ella podría desatenderse de sus males internos, pues las acusaciones que se le hacen se basan en la mentira, materia fundamental de la propaganda imperialista.

En la táctica imperial la mentira incluye exagerar errores, si los encuentra, o inventarlos, y silenciar aciertos y virtudes. Sin el afán de agotar la lista de estos últimos, ciñámonos a hechos rotundos que encarnan valoraciones implícitas, y a enjuiciamientos explícitos hechos por organismos internacionales nada sospechosos de subordinarse a una Internacional Comunista enmascarada. ¡Ojalá existiera, aunque fuera así!

Entre los ejemplos que pueden citarse de las aludidas valoraciones implícitas está el respeto ganado por Cuba en el Movimiento de Países No Alineados, que ha presidido en dos ocasiones. Otro ejemplo es la creciente repulsa mundial contra el bloqueo: ratificada en numerosas votaciones de la Asamblea General de la ONU a lo largo de años, ha corroborado el aislamiento de los Estados Unidos y de los contadísimos subordinados suyos en la política de cerco económico a Cuba.

En cuanto a las valoraciones explícitas, apuntemos otras dos muestras, ambas en el ámbito de la ONU. Cuba fue reconocida recientemente por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) como el único país de la América Latina y el Caribe que ha eliminado la desnutrición infantil; y, respaldada por los países que lo integran, fue electa para ocupar en el período 2010-2011 la vicepresidencia correspondiente al Grupo Latinoamericano y del Caribe en la mesa directiva del Consejo de Derechos Humanos, con sede en Ginebra.

El logro cubano reconocido por el UNICEF se inscribe en la médula del sentido popular de la Revolución Cubana, y es una victoria que ella ha mantenido a contrapelo de la crisis económica mundial y de sus propias limitaciones materiales, a pesar del bloqueo imperialista y de los severos estragos ocasionados por huracanes. Es un logro inseparable de sus esfuerzos y sus frutos en la atención a la niñez y en la salud pública, los cuales podrían estar entre los estímulos de Barak Obama en su afán de ganar el apoyo de los más desamparados de su país con la promesa de asegurarles la atención médica que no tienen.

El triunfo de Cuba en el terreno de los derechos humanos desmiente directamente uno de los asideros preferidos de la propaganda contrarrevolucionaria hecha para desacreditarla: supuestas violaciones de esos derechos. Para descubrir la naturaleza calumniosa de tales acusaciones debería ser suficiente saber que vienen de la potencia que ha legalizado la tortura y tiene en su expediente, entre otras monstruosidades menos conocidas, o ignoradas -ya se sabe lo de los «vuelos secretos» de la CIA, con prisioneros a bordo-, las que ha cometido en Abu Grahib y en el territorio de Guantánamo, usurpado a Cuba desde hace más de un siglo. Pero hay quienes disfrutan dejándose engañar, o posando de candorosos. Entre los rasgos de esa actitud figura querer seguir confiando en que la presencia de Obama en la Casa Blanca representa un cambio importante en la naturaleza del imperio en general, y particularmente en su política hacia Cuba. En efecto, si lo que quiere decirse es eso, Obama es distinto del anterior presidente. A ello dediqué hace unas semanas en esta misma columna el artículo «Sí, Obama es mejor que Bush». No hay dudas de que el imperio necesitaba un cabecilla que se diferenciara de su predecesor, demasiado desprestigiado ya por los fracasos bélicos y por ser torpe, como tarado, o por hacer ese papel. En ese sentido, Obama resulta más peligroso, porque sirve mejor al afán hegemónico del imperio.

En términos de dramaturgia, parecería que Geoprge W. Bush fue alumno del muy limitado Ronald Reagan, y Obama de Denzel Washington. No es que este lo haya entrenado -ni sabemos si estaría dispuesto a hacerlo-, pero se diría que desde la campaña electoral el hoy presidente, con formación académica de lujo, ha querido tener el talante de ese notable actor. Y ha tenido «suerte». Había acabado de ganar las elecciones, y una Academia que «se hizo la sueca» actuó como institución trasnacional afín a la OTAN para reforzarle su proyección con el crédito del Premio Nobel de la Paz. Recuerdo comentarios de algunas amigas de la izquierda europea cuando todavía Obama llevaba poco tiempo en la Casa Blanca. Pudieran resumirse así: «Después veré si lo critico. Ahora no puedo, porque es encantador». También a colegas varones del presidente se les ha visto encantados con él.

Todo eso ha servido para que el elegante presidente -con el que se les subió la parada a los experimentos cromáticos hechos en la secretaría de Estado con Collin Powell y Condoleezza Rice- mantenga esencialmente la misma política de guerra que Bush. Ha anunciado que sus tropas se retirarán de Iraq, cuando es ostensible que no han podido lograr la victoria que Bush dio como un hecho, pero cuando se retiren dejarán un país destruido y un gobierno fabricado al gusto de los interventores. Aun así, está por ver que la tal retirada de tropas sea más verdadera y más rápida que el desmantelamiento de la cárcel de Guantánamo. Mientras tanto, se mantiene la guerra en Afganistán, donde, como en Iraq, las fuerzas del imperio cometen crímenes y obscenidades de todo tipo.

Cuando aún no ha cesado la masacre de Iraq y de Afganistán, ya se perfilan otros posibles escenarios de genocidio. En Asia se tensan las amenazas contra Irán, y se propicia el rompimiento de hostilidades entre las dos Coreas, acudiendo los promotores a hechos como el hundimiento de una corbeta militar de la Corea del Sur, aliada del imperio, para fabricar un pretexto que dé pie al conflicto armado. En la América Latina se está asistiendo al ya mencionado despliegue político y militar, con la presencia de tropas estadounidenses en Costa Rica y el proyecto de siete bases militares en Colombia.

Todo eso complace al Premio Nobel de la Paz que encabeza una política de guerra más astuta que la diseñada por el equipo de Bush. Está creando las condiciones para que parezca que los choques son, sobre todo, locales -Corea del Sur contra Corea del Norte, Colombia contra Venezuela, hasta Israel contra Irán-, no obra de los Estados Unidos, cuya autoridad podría ser «desobedecida» por lacayos «díscolos». Detrás de esos rejuegos está el mismo gobierno al que los hechos acusan del ya aludido hundimiento -con numerosos muertos y heridos por medio- de una nave militar aliada.

Habría que ser demasiado cándido -y la candidez también se paga, en todos los sentidos- para creer que Israel, Corea del Sur o Colombia y sus socios regionales actúan por su cuenta, y que la guerra que ellos declarasen o hiciesen a sus adversarios sería menos cosa del imperio que la invasión a Cuba en 1961. Sí cabe esperar que, de estallar esos conflictos, el gobierno de los Estados Unidos les dé a sus servidores, cuando menos, un apoyo directo infinitamente mayor que el que dieron a sus mercenarios derrotados en Playa Girón.

En lo tocante a Cuba, el imperio mantiene el bloqueo. A lo sumo, elimina ciertos extremos añadidos por Bush, y busca mejorar su imagen con algunas medidas puntuales enfiladas a parecer que benefician al pueblo cubano y solamente se dirigen contra su gobierno, una división falaz, pero que puede crear confusiones peligrosas cuando Cuba se esfuerza por salir de los que acaso sean los peores que ha tenido en su economía, que tanto peso tiene en el conjunto de la existencia. Diversos autores han dilucidado la estrategia de la Administración Obama, ninguno quizás con tanta precisión como el investigador cubano Esteban Morales, quien ha trazado una clara disección de esa estrategia.

Tal es el entorno que rodea hoy a Cuba, y en el que los desfachatados y fachatados en crisis arrecian su hostilidad contra ella con el fin de conseguir lo que llevan más de medio siglo intentando: derrocar la Revolución Cubana. Tal vez nunca había sido más necesaria que ahora la unidad de los revolucionarios en el enfrentamiento a la política del imperio, y a los problemas, errores y desviaciones internos que pudieran hacerle objetivamente el juego. Quizás nunca revistió tanto contenido práctico la consigna de «Patria o Muerte» , ni nos llamó con tanta fuerza a preservar la vida del país para seguir defendiendo nuestras ideas.

Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/conFilo.php?id=15644