Si para el capitalismo las personas nos convertimos en mano de obra para poder trabajar y consumir, la deslocalización de una empresa supone la rotura de esa cadena que une el trabajar con el consumir para poder trabajar
Globalización capitalista, capitalismo non stop
Una característica más de la globalización capitalista es que sus sistemas de producción, de consumo y financiero jamás se paran en el tiempo. Están en activo las 24 horas del día y los 365 del año. Si nos situamos en una estación o aeropuerto, observamos como unas personas llegan y otras se van; unas mercancías se descargan de los aviones y trenes; y otras se cargan en estos medios que vuelven a salir. De acuerdo con los diferentes usos horarios, en unos países las fábricas cesan su actividad productiva mientras en otros la comienzan; las bolsas de valores cierran mientras en otras comienza la actividad financiera. Incluso, en muchos sectores productivos, como el de las comunicaciones o los dedicados al ocio, estos están permanentemente enviando noticias o las puertas abiertas al consumo de la diversión en una forma non stop. Es decir, el switch on de las actividades productivas en unos países coincide con el switch off en otros del planeta. La economía mundial está permanentemente en activo; para el sistema capitalista a nivel mundial, el tiempo se convirtió en una línea continúa, en la cual la producción, el consumo y la actividad financiera (real y especulativa) no cesa, de la mañana a la noche, de la noche a la mañana. La globalización capitalista supone para las empresas el disponer de una total libertad en la movilidad y la flexibilidad de los recursos productivos así como de los productos acabados y los flujos de capital, sin ningún horario laboral o calendario festivo que los limite. El sistema no para ni un segundo en esa secuencia de comprar para producir y de vender para consumir.
Y a los ciudadanos nos ha convertido también en productores de plus valor y realizadores de plus valor non stop; es decir, una parte del tiempo la hemos de dedicar a trabajar y la otra a consumir para poder ir al día siguiente a trabajar y consumir: trabajamos para consumir, consumimos para trabajar. Nuestras vidas se consumen trabajando de forma non stop.
Las deslocalizaciones
Este fenómeno de la movilidad y flexibilidad de los recursos productivos hay que contemplarlo dentro de la lógica del capitalismo non stop. Se trata de la posibilidad real que tienen y defienden las empresas para poder trasladar aquella parte, o varias, de su actividad productiva de un lugar a otro del planeta, y de acuerdo con sus objetivos globales. Las causas de este traslado se debe a que, en el país de llegada, la empresa espera encontrar una reducción de los costes de producción medidos en términos de mano de obra más barata, ninguna regulación de tipo laboral o ambiental, una fiscalidad suave o nula, facilidad de repatriación de los beneficios, etc., con respecto al país de abandono. Para la empresa que efectúa este cambio de país, esta diferencia repercutirá, por lo menos, en un mejor control de sus mercados y en el aumento de los beneficios, motor de su actividad empresarial. Cuando las ventajas iniciales en el país de llegada se agotan para la empresa, una nueva deslocalización se pone en marcha. Y el que hasta ahora era país de llegada se convierte en país de abandono. La deslocalización es una característica necesaria e indispensable para el buen funcionamiento de la globalización capitalista, del capitalismo non stop.
Entonces, las consecuencias de la deslocalización se dejan sentir entre la población trabajadora. Si para el capitalismo las personas nos convertimos en mano de obra para poder trabajar y consumir, la deslocalización de una empresa supone la rotura de esa cadena que une el trabajar con el consumir para poder trabajar. Y al dejar de ser trabajadores, dejamos de ser consumidores. En la estructura de poder que existe en toda sociedad, este hecho nos revela que, en el capitalismo, las poblaciones dependemos totalmente de la clase capitalista. Nuestra sobre vivencia y bienestar depende de la ‘magnanimidad’ de los capitalistas al darnos empleo, y de la cantidad de plus valor que nos puedan extraer para que no cambien de país. Cuanto más nos dejemos explotar más seguro será nuestro empleo.
Delphi: un caso típico de deslocalización
Los hechos. «Más de 3.000 trabajadores españoles han sido despedidos de sus empresas en los últimos seis años, a causa de las llamadas deslocalizaciones de multinacionales extranjeras en el sector de componentes del automóvil. Una cifra que aumentará en los próximos meses a 5.000 trabajadores, si se hace efectivo el cierre anunciado por la compañía americana de componentes, Delphi, en su planta de Puerto Real, (Cádiz) y el traslado de su producción a Polonia y la India. Y es que el movimiento de factorías hacia los países del Este o hacia países del norte de África donde la mano de obra es más barata y las materias primas se encuentran mas cerca, ha aumentado considerablemente, y lo seguirá haciendo. Según un informe elaborado por la consultora Pricewaterhouse Coopers, los fabricantes de automóviles en todo el mundo trasladarán una parte de su producción en los próximos cinco años a Europa Central y Oriental».1
Las causas. Detrás de cada deslocalización o cierre, encontramos dos tipos de causas, ambas complementarias, que llamaremos estructurales y concretas de cada empresas.
El descontento. La reacción inmediata por parte del comité de empresa de Delphi fue la de convocar una serie de manifestaciones de los trabajadores, sus mujeres e hijos procedentes de distintos puntos de la provincia de Cádiz. El presidente del comité, Antonio Pina, ha explicado «que los manifestantes, al frente de los cuales iban las mujeres de los trabajadores con pancartas, realizaron un recorrido por las calles del municipio hasta el antiguo Ayuntamiento, en el paseo marítimo de la localidad. Además, Pina calificó de apoteósica la convocatoria, que comenzó a las 17.00 horas, por la «cantidad impresionante de personas», ya que «hoy domingo se ha acercado gente de todos lados». Tras este acto reivindicativo, los trabajadores de Delphi volverán este lunes a la fábrica «en condiciones normales, a trabajar cada uno en su turno y sin ningún problema», aunque «esperando una llamada». Por otro lado, recalcó que los trabajadores están teniendo el apoyo de grupos políticos, de asociaciones, del ámbito eclesiástico, de la universidad, así como de otros compañeros que vienen de diferentes puntos de España como Navarra y Barcelona, además de agradecer a todos la «colaboración y el apoyo que están prestando para conseguir tumbar a esta multinacional».4 Posteriormente, con la iniciativa de los sindicatos UGT y CCOO, que encabezaron la manifestación, y bajo el lema Contra el cierre de Delphi y por el futuro de la Bahía de Cádiz «unas 80.000 personas se unieron a la protesta en un ambiente distendido y donde no faltaron las consignas a favor del mantenimiento del empleo y la actividad industrial. A la marcha se sumaron también los principales líderes sindicales regionales y provinciales, así como los alcaldes de los 14 municipios de la Bahía de Cádiz. Además, los sindicatos han preparado más concentraciones hasta el 1 de mayo lo que incluye una huelga general para el día 18 de abril en los 14 municipios que forman al Bahía de Cádiz».5 Además, hasta el obispo de Cádiz quiso manifestar su apoyo: «sin duda el obispo quiso estar cerca de sus fieles especialmente maltratados por crisis laborales en el entorno de la Bahía de Cádiz. Parece que, además, era una manifestación que reunía a todas las fuerzas políticas, sindicales y sociales de la provincia por lo que el obispo, al participar en ella, no se ponía a favor ni en contra de nadie sino que se solidarizaba con unos fieles que atraviesan unos difíciles momentos».6
¿Qué solución? Ahora bien, lo que ocurre en la mayoría de las deslocalizaciones es que una gran parte de los trabajadores afectados, unas veces apoyados y otras abandonados a su suerte por sus comités sindicales, buscan asegurarse una salida en base a despidos y prejubilaciones pactadas con la empresa y la Administración: Es decir, entre los sindicatos y los partidos no aparece la propuesta de un plan de reflotación de la empresa, y menos una visión colectiva de responsabilizarse de la misma, mediante la formula combinada de nacionalización y control obrero. Lo que se aconseja es:
¿Qué solución proponen estas opiniones para evitar el cierre? Excepto la de Galindo Lucas, nos parece que ninguna de ellas mantiene la defensa de continuar con la empresa en activo, con capital público (Estado) y menos con gestión privada (obreros). Veamos:
Para nosotros, la solución que proponemos consistiría en una doble asignación de responsabilidades: Una, que el gobierno de Andalucía, apoyado por el resto de las administraciones (Estado, municipios, diputaciones) y las entidades civiles que han expresado su apoyo, asuma nacionalizar / expropiar Delphi; y dos, que los trabajadores de la misma acepten organizarla y gestionarla en régimen de control obrero. Esta solución concentraría las medidas que se sugieren en las cuatro propuestas, ya que serviría de aviso y disuasión a todas aquellas empresas que cuenten con la deslocalización entre sus posibles objetivos. Es decir, el gobierno autonómico de turno, sería el responsable de penalizar cualquier intento de deslocalización con la nacionalización / expropiación de la empresa de acuerdo con el precio justo que establezca la Ley en ese momento.
Las nacionalizaciones / expropiaciones: capitalismo desde el estado
Justificación. ¿Por qué proponemos la gestión obrera de la empresa, combinada con la nacionalización? Apuntamos dos razones. Una, porque el Estado, aún siendo de clase y obligado a potenciar la acumulación de capital ayudándose con la legitimación, es más redistributivo que el mercado capitalista. Además, la propiedad de los bienes productivos queda en el sector público, y no en manos privadas. Dos, va siendo hora de recuperar la idea de que las empresas pueden y deben ser gestionadas por los trabajadores, como ámbitos sociales dónde experimentar las bases de una sociedad sin clases. Es el momento de recuperar el orgullo de clase, los valores y la cultura de clase, de abandonar la falsa conciencia que nos da el sistema y sustituirla por la conciencia de clase. Dejar de ser la clase en sí para convertirse en la clase para sí, sujeto social llamado a transformar la sociedad capitalista.
En el caso concreto de Delphi, los trabajadores sólo tendrán derecho al uso fructus, al valor añadido que producen por su actividad en la fábrica. Hay que ir abandonando la formula de la propiedad privada de los recursos productivos, aunque sea de manera colectiva como en las cooperativas, y ensayar la comunidad de bienes más allá del concepto de socio o accionista. Actualmente, dentro del capitalismo se está practicando en muchos de los sectores productivos (educación, sanidad, limpieza, armamento, suministro de agua y electricidad, ocio) una formula en la que las inversiones las hace el Estado con capital público y la gestión corre a cargo del sector privado que se lleva los beneficios. En el caso de Delphi y empresas que padezcan deslocalizaciones, hay que invertir esta formula, de forma que la privatización del sector público se haga en función de los trabajadores y no del capital.
Referente histórico. En pleno neoliberalismo, se nos acusará que, proponer la vuelta a las nacionalizaciones, es de románticos, ignorantes, antisistemas, o todo a la vez. Esta gente no quiere recordar el hecho de que las primeras formas de economía dirigida y centralizada nacieron durante la I Guerra mundial, y aún antes de la revolución rusa de 1917, para poder hacer frente a ese conflicto que se presentaba largo y costoso. Pues bien, si la idea y la necesidad de un control capitalista desde el Estado se hizo sentir con el desencadenamiento de esa I Guerra, sin borrarse en los tiempos de posguerra, podemos asegurar que la II Guerra mundial ha intensificado el proceso de las nacionalizaciones. Además de Alemania, Francia e Inglaterra, otros países europeos (Italia, Austria, etc.) comenzaron la tarea de nacionalizar empresas e industrias, en gran escala. Es decir, las nacionalizaciones son el resultado de un período del capitalismo que ha de afrontar los problemas sociales y económicos sobrevenidos después de estas dos guerras. Veamos el alcance de las nacionalizaciones en los tres países europeos capitalistas más destacados en ese momento:
En consecuencia, podemos hablar y reclamar la nacionalización de Delphi sin que ello suponga una petición antisistema, una propuesta anticapitalista. La nacionalización es una variante del capitalismo desde el estado.
Viabilidad económica y financiación. Dos grandes apartados sobre los que reflexionar: viabilidad económica y financiación.
Viabilidad económica. Con respecto a este apartado, Galindo Lucas nos informa de que, a pesar de que Delphi «es una empresa en dificultades, lo que hace que el valor de expropiación sea muy bajo, las malas perspectivas de la planta no implican que la inversión vaya a resultar ruinosa para el ente público; primero, porque el costo inicial va a consistir únicamente en el pago del justo precio, más algún que otro gasto de constitución, fácil de afrontar por cualquier ayuntamiento. En segundo lugar y si bien es cierto que la política de rescisión de contratos y el anuncio del cierre ha perjudicado la rentabilidad de Delphi, no existe crisis en el sector. Según JA Jiménez, director general de la Asociación Española de Fabricantes de Equipos y componentes para Automoción, la situación constituye un hecho puntual y no la verdadera coyuntura del sector. La decisión de la empresa consiste en trasladar la fabricación de amortiguadores, direcciones y rodamientos a la empresa matriz. Si es así, sería interesante para el capital publico acometer esta empresa y competir con la multinacional».11
Financiación. Aquí nos encontramos con dos factores a considerar. Uno es determinar los criterios para establecer el precio justo de las instalaciones, pero este es un aspecto, que por su carácter técnico, corresponde a las autoridades competentes decidir. Y dos, cuales van a ser las fuentes que financien la nacionalización de Delphi. A simple vista, enumeraremos varias:
Resumen. Sumando nuestros argumentos con los de Galindo Lucas, diríamos que «la solución óptima consistiría en la expropiación de la factoría Delphi por parte del Estado español y su reprivatización por ley (para evitar competidores malintencionados y OPAs hostiles) hacia un consorcio de nueva creación, propiedad de los ayuntamientos de la Bahía de Cádiz, la Junta de Andalucía y el Estado, amén de otros accionistas minoritarios. Esta solución no sólo es barata, sino que, aparte del justo precio, sólo requiere voluntad por parte de nuestros dirigentes políticos. Si el problema no llega a solucionarse será porque nuestros políticos son rehenes de intereses privados. Se trata por tanto de un asunto meramente mercantil, aunque a la hora de la verdad, este tipo de intereses son lo que determinan las políticas públicas y hasta las relaciones entre estados».14
Gestión y control obrero
Un poco de historia. Decía Gramsci que «la revolución proletaria no es el acto arbitrario de una organización que se afirme revolucionaria, ni de un sistema de organizaciones que se afirmen revolucionarias. La revolución proletaria es un largísimo proceso histórico que se realiza con el nacimiento y el desarrollo de determinadas fuerzas productivas (que nosotros resumimos con la expresión proletariado) en un determinado ambiente histórico (que resumimos con las expresiones modo de propiedad individual, modo de producción capitalista, sistema de fábrica o fabril, modo de la organización de la sociedad en el Estado democrático-parlamentario)».15
Dentro de esos procesos de cambio social, un objetivo de los movimientos obreros europeos fue la democracia industrial, el control directo de las fábricas por parte de los obreros. Porque, si la explotación estaba en la base del sistema productivo, las fábricas, los talleres, tenían que ser el lugar donde comenzar la revolución. Citando de nuevo a Gramsci, «el proceso revolucionario se realiza en el campo de la producción, donde las relaciones son de opresor a oprimido, de explotador a explotado, donde no hay libertad para el obrero ni existe la democracia; el proceso revolucionario se realiza allí donde el obrero no es nadie y quiere convertirse en el todo, allí donde el poder del propietario es ilimitado, poder de vida o muerte sobre el obrero, sobre la mujer del obrero, sobre los hijos del obrero».16 De aquí que, por nuestra parte, propongamos reconsiderar la vuelta a esta vieja ambición que existía dentro de los movimientos obreros.
Las diversas propuestas que se han ido formulando a lo largo del tiempo sobre la gestión y el control obrero podríamos agruparlas en tres grandes corrientes: las cooperativas, los consejos de fábrica y la autogestión. Muy similares entre ellas, las formas de control obrero estuvieron en el punto de mira de los principales pensadores de la izquierda, pues eran conscientes de que cada una de ellas presentaba, a priori, unas ventajas pero también unos inconvenientes para la transformación social que había que ponderar seriamente.
El cooperativismo. Es cierto que los pensadores de Lochdale nunca se propusieron ir contra el sistema capitalista. De todas formas, pasado algún tiempo, Marx y Lenin disponían de una realidad para poder apreciar hasta donde la economía social podía ser una alternativa para el cambio social:
Como decíamos, hoy es fácil comprobar que la economía social no remontó los principios de Rochdale (Manchester), base del movimiento cooperativista: cooperativismo interclasista, matrícula abierta, neutralidad política, un socio un voto, interés limitado sobre el capital, ventas al contado, ganancias que vuelven al socio, educación y formación. Es decir, el espíritu del cooperativismo del siglo XIX no tenía como horizonte la expropiación de los expropiadores, la superación histórica de la propiedad privada de los medios de producción y de todas las consecuencias, desde la mercantilización hasta el dinero; la economía social no se convirtió ni se convierte en parte de un proceso de transformación, de lucha de clases, que tenía que ascender desde las fábricas cooperativas hasta el comunismo, pasando por el control obrero, la ocupación de fábricas, la autogestión, etc. Es decir, y para finalizar con una de las preocupaciones de Marx: la economía social «es una forma colectiva de apropiación privada que anula el poder de la patronal en una empresa, sin que ello implique necesariamente abolir el capitalismo».22 El cooperativismo nunca se planteó cruzar la línea, romper con la lógica de acumulación del sistema y ensayar posibles formas alternativas de sociedad al capitalismo; como diría posteriormente Lenin, hay que superar la naturaleza burguesa de las cooperativas, en las que por debajo de su aparente diferencia y complejidad, existe la explotación de la fuerza de trabajo, de género, y de nacionalidad, para convertirlas en «una asociación comunista de producción y consumo que agrupe a toda la población».23
Los consejos de fábrica. No nos vamos a remontar a los soviets,24 ni a Lenin, que pedía todo el poder del Estado para estos grupos.25 Nos centraremos en A. Gramsci, fuerte defensor de los consejos de fábrica como instituciones obreras capaces de ejercer la democracia y la gestión en el proceso productivo, y en Trotsky, que manifiesta serias objeciones sobre el papel de estas organizaciones obreras:
Para Gramsci los consejos de fábrica suponen «los gérmenes del ‘orden nuevo’ naciendo en el seno del ‘viejo orden’ que todavía existe. Gramsci los contempla como una ‘tercera forma’ de organización obrera (siendo las dos primeras los sindicatos y el partido), que no suplanta a las anteriores pero tiene un contenido innovador más profundo, ya que no se amolda a la legalidad capitalista sino que nace rompiendo con ella, y no es una ‘asociación voluntaria’ sino un órgano que abarca a todos los trabajadores, con base directa en la organización fabril».
En 1921, la Internacional Comunista (IC) convocó a una reunión sindical que fue conocida como la Internacional Sindical Roja, ocasión en que fue aprobado un brevísimo texto, sin desperdicios, sobre control obrero de las fábricas (ver EDM N° 30, mayo 2003):
Sin embargo, Trotsky, tenía otra opinión de los consejos de fábrica. Pensaba que «solo son concebibles sobre la base de una aguda lucha de clases, no sobre la base de la colaboración». Por esta razón, precisaba que si «el control se encuentra en manos de los trabajadores, esto significa que la propiedad y el derecho a enajenarla continúan en manos de los capitalistas. Por lo tanto, el régimen tiene un carácter contradictorio, constituyéndose una especie de interregno económico. Los obreros no necesitan el control para fines platónicos, sino para ejercer una influencia práctica sobre la producción y sobre las operaciones comerciales de los patronos. Sin embargo, esto no se podrá alcanzar a menos que el control, de una forma u otra, dentro de ciertos límites, se transforme en gestión directa. En forma desarrollada, el control implica, por consiguiente, una especie de poder económico dual en las fábricas, la banca, las empresas comerciales, etc. Si la participación de los trabajadores en la gestión de la producción ha de ser duradera, estable, «normal», deberá apoyarse en la colaboración y no en la lucha de clases. No obstante, en todos estos casos, no se tratará del control de los obreros sobre el capital, sino de la subordinación de la burocracia del trabajo al capital. Pero esto significa en realidad la dualidad de poder en las empresas, en los trusts, en todas las ramas de la industria, en la totalidad de la economía. Y ¿qué régimen estatal corresponde al control obrero de la producción? Es obvio que el poder no está todavía en manos de los trabajadores, pues de otro modo no tendríamos el control obrero de la producción, sino el control de la producción por el estado obrero como introducción a un régimen de producción estatal basado en la nacionalización. De lo que estamos hablando es del control obrero bajo el régimen capitalista, bajo el poder de la burguesía. En cualquier caso, una burguesía que se sienta firmemente asentada en el poder nunca tolerará la dualidad de poder en sus empresas».27
La autogestión. Llegados hasta aquí, no está de más incorporar en esta reflexión lo que supuso para la idea del control obrero la experiencia de la autogestión en Yugoslavia. Cierto autor cuenta como «el sistema de autogestión yugoslavo [y dice que] marcó un hito en su época. Podía describirse como un híbrido constituido por varias formas de organización económica. No era un socialismo planificado como ocurría en la Unión Soviética, ni tampoco una mera economía de mercado. Era más bien algo intermedio. El socialismo yugoslavo no era solamente una economía de propiedad social; abarcaba muchas otras formas de propiedad. Este sistema gozó de una gran popularidad en su época, no solamente entre la izquierda, sino también entre otros poderes políticos. La diversidad de elementos organizativos era muy amplia. Por un lado, existía en Yugoslavia una administración de cuadros relativamente estricta y una administración de cuadros del partido; por otro, una democracia directa, particularmente en las fábricas: por una parte, el control del partido; por otra, el control del trabajo. Evidentemente, estos elementos no eran siempre radicalmente opuestos, dado que el partido gobernante y el trabajador compartían la misma ideología, es decir, el comunismo, la ideología de izquierdas. Sin embargo, surgieron diversos conflictos entre estos poderes. La verdadera democracia directa tuvo lugar únicamente en los niveles inferiores. Era precisamente en estos niveles, donde existía una verdadera democracia y donde todo el mundo podía participar en la toma de decisiones. Pero, al igual que ocurría en el resto de países comunistas, la democracia en los niveles superiores era casi inexistente. El control sobre esta democracia directa lo ejercía un estricto partido de cuadros. Aunque esto era solamente una parte del todo. La otra parte estaba formada por las economías planificadas y las de mercado. Especialmente después de 1965, Yugoslavia gozaba de una economía de mercado relativamente liberalizada. Este hecho constituía una respuesta a la Unión Soviética. Toda la ideología de la autogestión yugoslava fue descrita como una especie de tercera alternativa, que los funcionarios socialistas yugoslavos ponían continuamente de manifiesto. No era ni socialismo planificado ni capitalismo. Era un punto intermedio entre estos dos polos opuestos; una democracia con un verdadero autogobierno. Y esta ideología de la tercera alternativa permitía además una política exterior mucho más flexible y beneficiosa, tanto en Oriente como en Occidente».28
«La originalidad de la empresa industrial reside en el hecho de que la autogestión obrera se complementa con una gestión comunal. El tercer factor, el Estado, se esfuerza por aparecer más esfumado, pero no obstante está siempre presente con su planificación, su centralismo, sus impuestos, sus decretos. El equilibrio, y más frecuentemente, el desequilibrio, resulta del juego de estos tres factores. El consejo comunal interviene en el nombramiento del director, supervisa el balance anual de cada empresa, participa de la distribución de los beneficios. Participa también, de una forma más indirecta, en muchos otros asuntos: el plan de ataque, la elección de la producción, las obras sociales… La comuna es, por consiguiente, el primer «órgano de control» de la empresa, o más bien de co-gestión. Pero esto no es lo único. Otras muchas agrupaciones controlan a cada empresa y al conjunto de todas ellas: los consejos de productores que existen en diferentes niveles, desde la comuna hasta a nivel nacional, donde el Consejo Nacional de Productores ha reemplazado al Consejo de las Nacionalidades; las cámaras de comercio se destinan más bien a colaboración y coordinación; la planificación central que siempre existe pero que se desea que sea más flexible, más indicadora que imperativa (en efecto, se planifica en conjunto, dejando los detalles a las seis regiones, a los distritos y a las comunas); el Fondo Nacional de Inversiones que proporciona los recursos necesarios para la creación de empresas y entrega anticipos para su mejoramiento; existen también los impuestos a la venta y a la compra, la política de precios, los fenómenos de mercado, el control de los cambios interiores… Todos estos organismos están destinados a controlar y a equilibrar «los abusos de autonomía y liberalismo», a salvaguardar «los intereses de la comunidad entera amenazados por los intereses particulares». De este modo, al mismo tiempo que las empresas son libres y se autodirigen, son vigiladas por toda la sociedad; localmente por la comuna, en base a un plan más general que configura un sistema muy complejo de control y tutela. Por todas partes nos encontramos con ese espíritu de desconfianza y paternalismo hacia los obreros; mientras se proclama su capacidad para actuar, sus virtudes… el partido y el poder multiplican sus reservas, no disimulan sus recelos, ponen siempre vallas, como si la clase obrera fuera un niño al que se ha regalado un lindo juguete con la condición de que permanezca niño».29
Hacemos un salto en el tiempo y nos situamos en las últimas crisis económicas en Argentina, donde los trabajadores se han visto obligados a nuevos planteamientos y formas de lucha, entre ellas la autogestión o control obrero de muchas de las empresas que cerraban y despedían al personal. ¿Causas? En un artículo leemos como «la política del control obrero surge hoy porque la crisis capitalista coloca a los trabajadores ante el abismo del hambre y el paro forzoso, colocándolos frente a la disyuntiva de tomar las fábricas en sus manos y poner la producción en marcha o a engrosar el enorme ejército de desocupados. Esta es la experiencia práctica de control obrero que estamos presenciando hoy día […] En los últimos años se acumularon casos: el ingenio La Esperanza, en Jujuy; la fábrica de cerámicas Zanon, en Neuquén; la de tractores Zanello, en Córdoba; el frigorífico Yaguané, en La Matanza, son los más conocidos. Son firmas que tras una quiebra o abandono de los dueños, son reabiertas o mantenidas en funcionamiento por parte del personal. En casi todos los casos, acompañado por fuertes conflictos con cortes de ruta, manifestaciones, peleas judiciales y una reacción que rebasa las conducciones de los sindicatos tradicionales. Brukman es uno de ellos. Casi todas estas experiencias han decantado en cooperativas, salvo Zanon y Brukman cuyo planteo es el de la estatización y puesta en marcha bajo control obrero».30
Ahora bien, «la existencia de una red de seguridad social, más o menos amplia puede indicar una fuerte historia de lucha de clases, pero las reivindicaciones arrebatadas al Estado capitalista no convierten a una sociedad en socialista. La historia demuestra que socialistas reformistas en el servicio público han terminado sin transformar la sociedad, sino por el contrario se han transformado en el flanco izquierdo de defensa del capitalismo».31 La misma suerte ocurrió con el sistema cooperativo Es decir, no debemos olvidarnos que de las nacionalizaciones per se dentro del capitalismo desde el Estado, tampoco podemos esperar ninguna transformación social. Al menos, los trabajadores de Alcasa si que se previenen contra este fin: «nuestra cogestión no se puede convertir en un arma para profundizar el modelo de producción capitalista de explotación. No podemos repetir la triste historia europea, en donde el sistema de cogestión terminó eliminando conquistas y derechos de los trabajadores».32
Como vemos, es la coyuntura económica la que impone formas de sobre vivencia que obligan a los trabajadores a adoptar la gestión y el control obrero de las empresas en crisis. Aquí no hay margen para debatir los pros y contras de la conveniencia de la gestión obrera directa, del control a lo Gramsci, a lo Trotski, o a la Yugoslavia. En el caso de Delphi, y en las otras muchas empresa que seguirán igual suerte, seguramente no estará en manos de los trabajadores el poder decir aquello de lo tomas o lo dejas; es lo que hay, sino que habrá que concitar y movilizar a todas las fuerzas sociales y políticas para imponer la formula de la nacionalización / expropiación de estos activos productivos a la empresa que se deslocaliza. Como sabemos, el poder que tienen estas multinacionales, con los políticos y las leyes que les amparan, hace muy difícil el logro de tal medida. sin este apoyo general.
Recapitulando
Las deslocalizaciones forman parte de la estrategia capitalista en la búsqueda del beneficio. A su vez, si los trabajadores afectados por una de estas decisiones se centran en reivindicar despidos y jubilaciones ‘dignas’ a nivel de empresa individual, poco van a conseguir como no sea pan para hoy y hambre para mañana. Es hora de que los obreros vuelvan a organizarse como clase y actúen como tal. La unión hace la fuerza y da sentido a la lucha de clases. Entonces el conflicto ya no se centrará en la defensa de unos trabajadores afectados por la deslocalización, sino en la defensa de unos derechos de clase generalizados a todos los obreros. Lo bueno de las deslocalizaciones como el caso de Delphi, es que concita la solidaridad y la lucha de muchos otros sectores de la sociedad: este tipo de conflictos agrupa, no sólo a los ciudadanos, sino también a un montón de colectivos de los movimientos sociales y diversas asociaciones de la sociedad civil. Los diversos gobiernos afectados se ven en la necesidad de buscar el equilibrio entre los intereses del capital y los de la ciudadanía.
Si la mejor defensa es un buen ataque, por este dicho, proponemos la nacionalización y el control obrero de la empresa. Hay que salir de esas luchas por la sobre vivencia individual y volver a las luchas de recuperación del bien común, del bienestar colectivo, de la dignidad de clase. No es lo mismo atacar al capital y a sus gestores pidiéndoles recolocaciones y prejubilaciones, que nacionalización al capital y control obrero del uso fruto al Estado. Si ya de partida se les exige que se concentren en lo primero, lo que se consiga será una parte de esto; si se les reclama lo segundo, y quieren negociar algo tendrán que poner sobre la mesa de negociaciones.
Por tanto, cada vez que una empresa tome la decisión de deslocalizarse sabe que ha de enfrentarse a los obreros, no sólo de su empresa, sino de todas las empresas del entorno industrial y el resto con conciencia política de la sociedad; la alianza interclasista toma sentido transformador. A su vez, los trabajadores han de considerar al capitalismo como un sistema y no como una serie de empresas aisladas entre sí. Por eso, en nuestra propuesta pensamos más en como puede contemplar la defensa de todos los trabajadores como clase, que como obreros de una fábrica determinada.
Bibliografía
Aguirre, Facundo y Feijoo, Cecilia. Ante los cierres y despidos: ¿Defensa de la industria nacional o control obrero?
D’Amato, Paul. El socialismo es sobre el control obrero. http://www.socialistworker.org/Obrero/
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Kuljic, Todor. Autogestión de trabajadores en Yugoslavia. http://www.republicart.net/disc/aeas/kuljic0
Lenin, Vladimir Ilich. Proyecto de decreto sobre el control obrero, 1917.
Marcelo Yera, Luís. El Estado socialista y las empresas: una reflexión necesaria.
Miranda Lorenzo, Humberto. «Marxismo y socialismo autogestionario». III Conferencia Internacional La obra de Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI. La Habana.
Trotsky, León. El control obrero de la producción. 1931