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Contra la tortura

Fuentes: Gara/Rebelión

La tortura produce miedo y hasta pánico incluso en quienes todavía no la han sufrido. Este es uno de los secretos que explican que se hable tan poco de ella, que sean tan pocos los que se atrevan a denunciarla, combatirla y esclarecer sus causas y efectos. Enfrentarse radicalmente a la tortura exige, además de […]

La tortura produce miedo y hasta pánico incluso en quienes todavía no la han sufrido. Este es uno de los secretos que explican que se hable tan poco de ella, que sean tan pocos los que se atrevan a denunciarla, combatirla y esclarecer sus causas y efectos. Enfrentarse radicalmente a la tortura exige, además de otras cosas, también bucear en la propia personalidad, bajar a las profundidades de los instintos humanos, de los anclajes esenciales que conectan lo social con lo biológico en la identidad individual. En las situaciones extremas a las que tan frecuentemente se llega en la tortura, un psicoanalista diría que la persona se enfrenta al choque total entre el eros y el tanatos, el principio de la vida y el de la muerte. Pero sin lo social y lo colectivo no existiría ninguna individualidad. Esto hace que la tortura sea siempre una realidad socialmente estructurada con efectos estructurantes cotidianos amplios y a veces masivos, especialmente en aquellas naciones que la sufren durante generaciones, como Euskal Herria. Efectos estructurantes porque la tortura es parte de un proceso que empieza, parcialmente, en la represión de libertades democráticas básicas, detención, juicio, cárcel o exilio, o la vuelta a una libertad traumatizada y siempre precaria, restringida e incierta. Tras este proceso tan común en nuestro pueblo, nunca hay un aumento de libertades sino siempre su merma, su reducción. La tortura es un momento decisivo en este retroceso práctico y también es una advertencia de nuevos recortes que se producirán más temprano que tarde. La amarga experiencia generacional basada en la objetividad de este proceso es la que lleva a muchas vascas y vascos a decir que todavía no han sufrido tortura.

La tortura existe, antes que nada, porque existen necesidades de tortura, y no porque ciertos sujetos psicópatas y/o sociópatas obtengan placer maltratando a otras personas. Son las necesidades de opresión las que hacen necesaria la tortura, las que recurren a individuos crueles para su práctica, pero también a personas que podemos calificar como «normales», «corrientes», que sienten cariño y hasta amor por sus familiares, mascotas domésticas y adoran a sus dioses respectivos, incluido el que dicen que nació en Belén. Los sujetos psicópatas y sociópatas existen en sociedades explotadoras con instituciones autoritarias, disciplinarias y violentas diseñadas para asegurar la explotación social, en las que pueden desarrollar impunemente sus gustos y caprichos, pero las personas normales pueden degradarse hasta ser torturadoras si aceptan los fines últimos y la lógica instrumental de la explotación. Y los aceptan si deciden mantener y ampliar los beneficios materiales y simbólicos que obtienen con esa situación. Estas sociedades han creado ideologías y normas justificadoras de la tortura, de sus variedades en intensidad y táctica de aplicación, desde las presiones amenazantes que causan angustia y miedo en la primera infancia hasta la sofisticada tortura blanca e indemostrable, pasando por los malos tratos de todo tipo, sin olvidar su apología explícita desarrollada por la industria político-cultural capitalista. Protegidos por esas ideologías justificadoras, individuos corrientes aplican con normalidad diversos malos tratos y grados de tortura en su vida cotidiana, y hace falta sólo que se reúnan varias condiciones especiales en un momento concreto para que demuestren ser grandes torturadores.

La tortura es necesaria porque a ella tiene que recurrir tarde o temprano todo sistema basado en la extracción forzada de un beneficio, de un excedente producido por terceros. En toda sociedad basada en la expropiación de la mayoría por la minoría, la tortura refleja en sus tácticas de aplicación las formas históricas de injusticia y, a la vez, refleja la forma estatal que asegura ese orden injusto. Según cambien las formas y los niveles de expropiación y opresión, cambian las formas de tortura; y conforme aumentan las dificultades para la acumulación de la propiedad privada y las resistencias de las masas trabajadoras, respondiendo a este aumento, aumentan las torturas en intensidad, en cantidad y en cualificación tecnocientífica. En la medida en que la explotación de la fuerza social de trabajo, sobre todo de la mujer, se introduce en la estructura psíquica de las masas tanto por el aumento del trabajo complejo como por la mercantilización de las subjetividades, emociones y afectividades, en esta medida la tortura mejora sus tácticas psicológicas de tormento mental y psicosomático. Dentro de esta tendencia se readaptan tres constantes significativas como son, primera, la extrema y especial brutalidad sádico-sexual contra las mujeres, que nos remite al contenido material sexo-económico y simbólico de su explotación por el hombre, una variante de esta tortura sexual machista es su práctica homófoba; segunda, la brutalidad practicada por opresores nacionales, racistas y chauvinistas, que nos remite a los beneficios que produce la opresión nacional; y, tercera, la dureza aplicada a las clases oprimidas del propio país para derrotar sus luchas, lo que nos remite a los beneficios de la explotación de clase. La tortura adquiere su más inhumana y criminal esencia cuando la sufre una mujer independentista, socialista y antipatriarcal.

Todo aumento de civilización exige y conlleva un aumento de la efectividad de la tortura porque, hasta ahora, toda civilización se ha basado en saltos en la explotación y, a la vez y dialécticamente contradictorio, en aumentos de creatividad crítica y de resistencia progresivamente consciente de las masas explotadas. La mejora tecnocientífica de la tortura responde al aumento de los antagonismos causados por esta tendencia contradictoria ascendente. Por esto se tortura mejor en la civilización capitalista que en la feudal y tributaria-esclavista; y en la civilización capitalista se tortura mejor en los imperialismos tecnocientíficamente dominantes que en los Estados menos desarrollados. Una de las mejoras de la tortura en la actual civilización radica en su gran invisibilidad, en que se aplica cada vez más pero se ve cada vez menos. Luchar contra la tortura requiere no sólo exigir el respeto hacia los elementales derechos democráticos así como la introducción de controles audiovisuales y la presencia de abogados y médicos. Estas son medidas imprescindibles e inmediatas, pero insuficientes a corto plazo porque la tortura nace y se sostiene en la objetividad social de la explotación con sus niveles específicos e interrelacionados que se refuerzan mutuamente. Nos enfrentamos a una dinámica opresora que exige desde la intimidación en la primera infancia hasta los exterminios masivos en las contrarrevoluciones y guerras imperialistas, recorridos transversalmente por la explotación sexo-económica y nacional. Debemos combatir todas las formas de tortura existentes en estas injusticias.