Al ver las imágenes de la reciente procesión del Corpus en Granada me he acordado, hay que ver, de la pitada al himno nacional en el Camp Nou. En la procesión hemos visto al alcalde, a concejales peperos y socialistas, a jefes de la Policía Nacional, de la Policía Local, de la Guardia Civil y […]
Al ver las imágenes de la reciente procesión del Corpus en Granada me he acordado, hay que ver, de la pitada al himno nacional en el Camp Nou. En la procesión hemos visto al alcalde, a concejales peperos y socialistas, a jefes de la Policía Nacional, de la Policía Local, de la Guardia Civil y del Ejército, a diputados provinciales, a representantes del Gobierno… Todos ellos presentes a título institucional, como cargos, autoridades o representantes de los ciudadanos, con sus trajes o uniformes de gala, más, a veces, cordones, collares y medallones colgando del cuello, y bastones y varas de la mano, y alguno con el estandarte real, el pendón de Castilla… Participaban en un acto de la Iglesia católica, en el caso de Granada dirigida, por cierto, por un arzobispo que tan poco hace para combatir la pederastia en su diócesis y que editó «Cásate y se sumisa». Cuando me entero de que en la procesión una banda militar tocó el himno, me acuerdo de la pitada.
¿Puede confiarse en el talante democrático y en la imparcialidad de esos cargos y autoridades? (que no son todos; a esa procesión se negaron a acudir los concejales de IU y UPyD). Es decir, personas que vulneran la aconfesionalidad del Estado, dando a los eventos religiosos un rancio tufo nacionalcatólico, ¿merecen que se confíe en que, en el ejercicio de sus funciones, tratarán de igual modo a los ciudadanos sin distinción de religión o convicciones? Creo que no, pues, de hecho, muestran un trato discriminatorio al exhibir como cargos públicos sus querencias confesionales. Otra cosa sería que participaran en los actos a título privado: en este caso no habría nada que reprocharles.
Recordemos que, aunque la procesión del Corpus quizás sea, en algunas ciudades, la ocasión en que las fuerzas vivas con inclinaciones nacionalcatólicas hacen mayor gala de su desprecio a la diversidad de creencias de los ciudadanos a los que deben servir, no es la única: todas ellas hacen a menudo ofrendas a entes religiosos, acuden a misas y romerías, etc., etc. Por no hablar de los ridículos honores institucionales que autoridades civiles y militares rinden a supuestos seres de ultratumba: múltiples medallas a vírgenes y cristos, imposición de fajines militares, nombramientos de capitanas perpetuas y alcaldesas generalas, etc. Vaya, hasta he acabado confundido por el esperpento y la insensatez de estas condecoraciones, que me hacen dudar no sólo de la neutralidad de quienes las promueven y mantienen. Vuelve a mi memoria la pitada.
La duda sobre la imparcialidad de esos cargos (los del más acá, me refiero) desgraciadamente se convierte, en muchos casos, en mala certeza, pues bastantes se empeñan en proporcionarnos continuas pruebas de trato discriminatorio más allá del capillismo procesional o misero (que, siendo de los cargos, es también mísero). Piénsese, por ej., en las prerrogativas económicas y de otro tipo que el Ayuntamiento de Granada concede a las cofradías, y a la Iglesia en general.
Por desgracia, lo que denuncio de mi ciudad es un mal extendido por la mayoría de los municipios españoles, por todo el Estado, y entre las beautoridades no faltan presidentes autonómicos ni ministros. Y ahora que tenemos tan vivo el escándalo que causó la gran pitada al himno nacional -ese símbolo de la patria, como se nos ha recordado en el día de las Fuerzas Armadas-, ¿qué me dicen de la reiterada interpretación del mismo himno, por parte de militares, en honor de una ‘virgen’, de un ‘cristo’, o -en el ‘Corpus’- de la ‘custodia’? ¿Nadie se escandaliza de ese acto simbólico que confunde lo patriótico con lo patrístico, la música castrense con la mística castroja y lo marcial con lo parcial? ¿Cómo quieren que no sigamos asociando el chinda-chinda a el-alma-se-serena y al nacionalcatolicismo?
Si reconocemos la importancia de los símbolos, recordemos el valor simbólico de los actos confesionales aquí denunciados, y de que hasta el propio rey (como queriendo que no olvidemos el ‘atado y bien atado’ franquista) vulnere la Constitución al procesionar en semana santa o al doblar la cerviz cada vez que se le acerca un obispo: ¿cabe mayor escándalo que quien simboliza la «unidad y permanencia» del Estado español lo humille ante las faldas virginales y los faldones episcopales o papales? Por lo que a mí respecta, no sólo no comulgo con el rey ni con el resto de cargos que cada vez que actúan de modo confesional, además de no representarnos lealmente, nos faltan al respeto; por dignidad ciudadana, dirijo una pitada hacia todos ellos. Pero no crean que con esto se siente uno satisfecho: lo que necesitan es una hermosa, laica y democrática tarjeta roja.
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