Recomiendo:
0

Correo expreso

Fuentes: Página 12

La mujer dobla el documento firmado por ella y el escribano. Lo mete en el sobre. Al humedecer el borde engomado toma conciencia del acto. De tanto comunicarse por mail en Internet la ayuda de la lengua le resulta extraña y asquerosa. Pega el sobre y parte al correo, urgente, tal la exigencia de su […]

La mujer dobla el documento firmado por ella y el escribano. Lo mete en el sobre. Al humedecer el borde engomado toma conciencia del acto. De tanto comunicarse por mail en Internet la ayuda de la lengua le resulta extraña y asquerosa. Pega el sobre y parte al correo, urgente, tal la exigencia de su hijo. Hace la cola. Ya en la ventanilla, pregunta el precio. El empleado responde: simple, 4 pesos; de puerta a puerta, 80 pesos; o «expreso», 18 pesos. La mujer abre los ojos como manzanas verdes. 80 pesos ni mamada, no es que no pueda, es que está a fin de mes. Simple, ni en pedo, en una de ésas ni llega. Como el documento es importante acepta el término medio de 18 pesos, porque el buen empleado le asegura que llega en cuatro días. Paga, agarra el recibo y se va contenta. Por mail avisa que en cuatro días llega el documento. El hijo agradecido y feliz. Pasan los días. El hijo avisa por mail que la carta no ha llegado, y a la noche por teléfono pregunta: ¿estás segura de haber puesto bien la dirección? La mujer responde que sí. ¿Estás segura? Sí, aún no estoy turulata. Al noveno día que el hijo le informa que no ha llegado nada, la mujer espera que abran el correo a las 9 de la mañana. Entra con toda la bronca. El buen empleado le dice que «reclamos» es al fondo junto a los casilleros postales. Pero allí empiezan a atender recién a las diez. Intenta algo con el empleado, pero se da cuenta de que el muchacho cumple su trabajo, así que se va a la esquina y pide un café y hojea un diario. Vuelve a las menos cuarto y ya hay cinco que le ganaron de mano haciendo la cola en ese encajonamiento infame. Por fin enfrenta a una chica que la atiende, y olvidando que puede ser su nieta le dice de todo. La chica trata de explicar, pide comprensión y cumple con todo lo que le han dicho que debe hacer en ese puesto, dice que va a averiguar y desaparece. Vuelve al rato con una hoja rotulada «Seguimiento de envíos». La mujer considera que es una hoja de mierda que no sirve para un pito, se encrespa más y grita que esto es una irrespetuosidad. La calma de la chica la tranquiliza y ahora en voz baja le dice esto es una vil cargada porque esto es un pomo, ¿entendés?, yo sé que ustedes son empleados y los que tienen que poner la cara no la ponen… Y acepta llenar el formulario «Atención al cliente», Nº 49. Busca dónde apoyarse para llenarlo. Debe ir al enorme salón de entrada. Cubre los casilleros correspondientes y en «descripción del caso» deja sentada la queja del mal servicio brindado y etc., etc. Remata con: que se tenga en cuenta este reclamo para resarcir lo que corresponda. Sabe que es al pedo, pero lo mismo lo pone. Vuelve al redil. La cola creció. Como no es boluda, enarbolando el formulario pide permiso para que la dejen pasar. Al entregarlo toma conciencia de que con este simple trámite los del correo se la llevan de arriba y ella no saca nada en limpio. Así que como ahora además de la chiquilina atiende un hombre de barba, reinicia la pelea con él. Reitera sus derechos a voz en cuello y recalca que ella pagó por un servicio que no cumplieron. El barba se defiende diciendo que ellos controlan el correo hasta que sale del país y que después la responsabilidad le cabe al «país de destino». La mujer insiste en que a ella quien le ofrece el servicio es el «país de origen» y que ellos tienen la responsabilidad y en tal caso si el «país de destino» hace mal las cosas, ustedes, el «país de origen», deberían preocuparse y cambiar lo que haya que cambiar. Protesta hasta que los de la cola bufan que entran tarde al trabajo y esas cosas. Quijotesca, se va con el grito en ristre. Le envía un mail al hijo actualizando la situación. A los 18 días de haber enviado la carta «expreso», el hijo avisa por mail que la acaba de recibir y «por favor mamá, la próxima vez usá el correo simple que llega en cinco días y es más barato». La mujer respira en paz, cree alcanzar un estado de beatitud. Y para dar por terminado el embrollo decide tirar los papeles de reclamo a la basura. En un formulario alcanza a leer: «Gracias por utilizar nuestro servicio».

Enrique Medina es escritor argentino.