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Crisis del capitalismo: repensando alternativas desde América Latina

Fuentes: La Ventana

¿En qué radica la esencia de la crisis, más allá de la fenomenología de sus manifestaciones? ¿Por qué integral, sistémica y civilizatoria? ¿Qué alternativas emancipatorias se debaten en las actuales condiciones históricas de América Latina y el Caribe? La tercera pregunta es la principal para nuestro encuentro, porque estamos reunidos aquí luchadores y personas comprometidas. […]

¿En qué radica la esencia de la crisis, más allá de la fenomenología de sus manifestaciones? ¿Por qué integral, sistémica y civilizatoria? ¿Qué alternativas emancipatorias se debaten en las actuales condiciones históricas de América Latina y el Caribe? La tercera pregunta es la principal para nuestro encuentro, porque estamos reunidos aquí luchadores y personas comprometidas. Pero precisamente por eso es tan conveniente formular las dos primeras preguntas.

Comienzo recalcando que las alternativas no pueden existir apartadas del capitalismo, sino en el proceso de una verdadera guerra contra él. Esa afirmación mía parte de una posición intelectual que analiza las realidades desde la hipótesis de que ellas contienen un conjunto de conflictos cuyo control resulta decisivo para el funcionamiento del sistema, y de que esos conflictos son diferentes, pero tienen una articulación entre sí. Es decir, si se trata de la emancipación humana y social me guío por los conflictos, y no solamente por la descripción del sistema y su funcionamiento, o por la descripción de la emancipación. Considero que esta cuestión teórica tiene una enorme importancia práctica, que a veces es decisiva.

Paso a comentar la primera pregunta. La esencia de la crisis que confronta el capitalismo está en su naturaleza actual, no en un alto nivel de las luchas contra él. A mi juicio, esta es una premisa básica para los anticapitalistas.

¿Cuál es la naturaleza del capitalismo imperialista hoy? Sus cambios recientes, ¿son inevitables?, ¿son irreparables? No me toca desarrollar este punto, pero es imprescindible profundizar en su conocimiento. Solo añado que es necesario distinguir entre lo que es resultado de la maduración de tendencias inherentes al sistema capitalista y a más de un siglo de su fase imperialista, y los hechos y características de la etapa más reciente del capitalismo. Entre estas últimas, por ejemplo, el fin del concierto de naciones que rigió durante tanto tiempo las relaciones entre sus potencias y la suerte de ultraimperialismo de la actualidad, o el tránsito del neocolonialismo que caracterizó a la madurez mundial del sistema a un nuevo complejo neocolonialista selectivo.

Si atendemos al movimiento histórico, y no solo a la estructura económico-social y el funcionamiento del sistema, quisiera destacar cuatro de los instrumentos que el capitalismo utiliza en la actualidad: un desmontaje de gran parte de las conquistas obtenidas durante el siglo XX; un alto nivel de prevención antisubversiva ―junto a la represión pero más importante que ella―; el desarme o la neutralización de las alternativas que pretenden levantarse en su contra; y una gran guerra cultural mundial, que he tratado en numerosos trabajos, y que es la pieza clave de su estrategia. Todos estos son retos provenientes del sistema de dominación, para los revolucionarios y para las resistencias de los de abajo.

Paso al segundo aspecto de la esencia de la crisis del capitalismo: no es causada por el nivel y la fuerza de la actuación de los revolucionarios, ni de resistencias organizadas.

Hace cien años, la hegemonía burguesa europea de «la bella época» del imperialismo temprano se basaba en un gigantesco auge de las fuerzas económicas y las relaciones sociales del sistema, la explotación de las mayorías, más moderada en los centros y a través del más salvaje colonialismo o el intercambio desigual en el resto del mundo, y una larga paz entre las potencias.

Entre 1914 y 1945 esa hegemonía se rompió en pedazos y se desprestigió a fondo: la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión, el predominio del fascismo en aquel continente y la Segunda Guerra Mundial fueron los hitos principales de aquella crisis. Pero la Revolución bolchevique, los primeros años de la URSS y la Internacional Comunista crearon una nueva realidad fuera del capitalismo y opuesta a él, hubo grandes revoluciones en México y en China, se pasó de las resistencias culturales al nacionalismo político en Asia y África y hubo revoluciones por la liberación nacional en varios lugares. Se fueron extendiendo las ideas y las luchas socialistas.

No hablaré del período 1945-1989/91, porque es muy conocido, solo quiero recordar que durante esa época hubo grandes revoluciones e el Tercer Mundo, un gran número de conflictos y profundos cambios de las personas, entre otros eventos. El capitalismo fue negado o desafiado en muchísimos terrenos.

Hoy no estamos a ese nivel. Las luchas de clases y de liberación nacional han sufrido una profunda disminución a escala mundial en las últimas décadas. El capitalismo se recompuso y pasó a la ofensiva con una gran efectividad. Pero en América Latina estamos tratando de revertir la situación. ¿Cómo le podremos sacar provecho a la crisis que sufre el capitalismo a causa de su naturaleza actual?

Menciono entonces desafíos para los revolucionarios y para las resistencias de los de abajo, provenientes de sus propias realidades: dispersión de sus fuerzas, confusiones y divisiones, falta de claridad en las estrategias, escasez de organizaciones efectivas, poco desarrollo de un pensamiento creador que sirva como ayuda y guía, y pocas habilidades movilizadoras de la acción política. Pero todo eso y mucho más será discutido en este Taller.

Comento la segunda pregunta. La crisis integral, ¿lo es realmente? ¿Es indispensable que sea tan completa, o es un recurso subjetivo que acostumbramos a utilizar, causado por el peso tan tremendo que tiene el determinismo en las elaboraciones intelectuales correspondientes a la modernidad capitalista? Es muy comprensible que ese determinismo nos influya mucho, pero estamos obligados a liberarnos de él.

Ante todo, la crisis no es integral. Si atendemos a la financiera que se desató hace poco en 2008, se puede constatar que:

1- no disminuyó el poder de los Estados Unidos, y quizás reforzó la convicción entre los demás imperialistas de que es inevitable que ese país ostente el poder supremo;

2- demostró que el poder del Estado sigue siendo fundamental para mantener el dominio económico capitalista;

3- China, India, Brasil, Rusia y algunos otros países del Tercer Mundo no sufrieron la crisis;

4- América Latina no ha sido doblegada por esa crisis; y

5- el grupo constituido por numerosos países que son los más empobrecidos y abandonados del mundo viven su crisis permanente, ajena a la crisis financiera citada.

Lo fundamental del capitalismo contemporáneo ha seguido funcionando: la hipercentralización, la financiarización y el cobro de tributos, el saqueo sistemático y el necolonialismo selectivo, los mecanismos internacionales que son propiedad de ellos y una potencia que es suprema en lo militar y lo político, y predominante en lo cultural.

La crisis del medio en que vivimos es gravísima y es palpable que será cada vez peor. Pero también es, por lo mismo, un indicador serio de los datos esenciales del conflicto. Nosotros hemos avanzado en integrar esa crisis a nuestras luchas y a nuestras ideas, ellos no la integran a sus posiciones por dos razones básicas: no se lo permite la lógica depredadora de su sistema económico y de dominación, y no tenemos fuerzas suficientes para obligarlos a hacerlo. Desarrollamos los aspectos más creativos de nuestras ideas y sentimientos cuando integramos la conciencia ecológica hacia nuevas concepciones del mundo, el orden social y la vida; es decir, damos pasos creativos importantes que ya los capitalistas no pueden dar, nos adelantamos y nos vamos volviendo superiores a ellos.

Cuando tengamos fuerzas suficientes, podremos extender a cientos de millones de personas humildes esa conciencia ecológica y movilizarlos para luchar por ella, y se integrará en un complejo emancipador poderoso y opuesto al capitalismo, pero sobre todo creador de una nueva manera de vivir y de entender el mundo.

Considerar civilizatoria la crisis depende de la posición teórica que compartamos. A mi juicio, «civilización» es uno de los conceptos centrales del dominio cultural e ideológico capitalista surgido en Europa, que tuvo un aire científico sociológico con aquella clasificación colonialista de «salvajes, bárbaros y civilizados», y una ideología abierta de colonialismo y racismo con la oposición «barbarie-civilización», que tantos estragos ha hecho, pero que ya combatía José Martí hace un siglo y cuarto. «Civilización» está cargado de un sentido de clasificación de las personas, de dominación sobre las mayorías y destrucción del equilibrio con el medio natural, en nombre del dominio que el llamado «hombre civilizado» debía ejercer sobre la naturaleza.

Comparto totalmente lo que plantean los materiales del Taller, incluido el salto cultural necesario para vencer y superar al sistema hegemónico capitalista, pero prefiero calificar a ese salto de liberador.

Situados en un terreno diferente y opuesto, partimos de constatar que la cultura del capitalismo ha sido la única capaz de sustentar una dominación mundial, y que debemos aprovechar la debilidad que se está apoderando de sus fundamentos para combatirla a fondo, levantar la cultura nuestra y desarrollar sus instrumentos. Los lenguajes no son inocentes, pueden servir a la dominación o a la liberación. Necesitamos liberar el lenguaje, para pensar desde nosotros y para nosotros, identificarnos, apreciarnos y sentirnos capaces, y poder actuar eficazmente.

No comentaré nada sobre el carácter sistémico de la crisis, para continuar con los comentarios a la tercera pregunta, que ya inicié con esta última idea.

En América Latina y el Caribe se está dando un proceso que es favorable, en términos generales, a la conquista de alternativas emancipatorias. A los efectos del trabajo que llevaremos a cabo en el Taller, quisiera distinguir cuatro aspectos de esas alternativas. Es necesario analizarlos y profundizar en cada uno de ellos, pero sin olvidar nunca que no existen separados unos de otros, ni será posible, a mi juicio, obtener el logro de cada uno de ellos sin vincularlo en grados más o menos íntimos con los otros. Esos aspectos son: el mejoramiento humano; la justicia social; la liberación nacional; y avances tendientes a la integración continental de un bloque de revolucionarios y de aliados que estén dispuestos a pelear por su autonomía y sus intereses.

Considero que una victoria muy importante de los movimientos y las ideas emancipatorias actuales es que están logrando integrar cada vez más y con mayor profundidad los dos primeros aspectos. Ambos constituyen anhelos muy antiguos de los seres humanos y tienen una historia muy larga de sentimientos, ideas, luchas y sacrificios en todo el mundo.

Hace dos siglos, en nuestro continente se pusieron a la orden del día al mismo tiempo y se relacionaron la libertad, la justicia social y la integración continental, lo cual fue un acontecimiento trascendental a escala mundial. La gran revolución social victoriosa de Haití logró la independencia nacional del primer Estado de la región. La revolución fue la vía predominante para la creación de aquellos Estados soberanos, a través de procesos que combinaron la libertad y la justicia social, lo que les permitió movilizar a muchos miles de personas; la revolución puso su impronta a la época de la independencia. La nación y el nacionalismo tuvieron significados anticoloniales y populares, cuando en Europa apenas comenzaban a tener importancia, y ejércitos internacionalistas decidieron la suerte de la mayor parte de la América del Sur.

En las nuevas repúblicas la libertad fue muy recortada, la justicia social fue negada a las mayorías, las naciones se forjaron paulatinamente ―tanto que algunas no se han completado todavía― y el capitalismo mundial logró mantener vínculos favorables a él, que el imperialismo convirtió en neocolonialismo. Pero el resultado de conjunto fue un formidable avance, le dio singularidad a este continente en la universalización del capitalismo y constituyó un gran aporte cultural que mantiene vigencia y utilidad hasta hoy.

Ese aporte forma parte de una acumulación cultural continental que se desplegó en el curso del siglo XX: identidades, experiencias, ideas, resistencias, rebeldías, capacidades económicas, cultura política y social latinoamericanas. Esa acumulación es capaz, potencialmente, de enfrentar en mejores condiciones que otras regiones del mundo los males a los que ha sido sometido en las últimas décadas y la rapacidad y la agresividad del imperialismo. Es un punto de partida idóneo para las actividades y las ideas emancipatorias actuales, pero estas tendrán que ser, sin embargo, muy ambiciosas y profundamente creativas y originales.

En 2011, nuestro continente vive un tiempo que puede llegar a ser de cambios trascendentales. Después de un final de siglo desolador, la primera década de este registró avances muy notables en cuanto a la formación de un polo de logros y atracción de las causas populares, compuesto por movimientos sociales combativos y gobiernos populares muy consecuentes. Otros Estados buscan autonomía respecto al imperialismo, y crecen las coordinaciones latinoamericanas. Ganan terreno las iniciativas y la idea de la integración de los países de la región. Al mismo tiempo, ningún análisis serio podrá obviar los innumerables escollos, insuficiencias y enemigos que tiene este proceso.

El momento es incierto, y prefiero referirme a él mediante algunas preguntas. ¿Se levantarán en el continente nacionalismos enfrentados al imperialismo, capaces de formar gobiernos y bloques sociales fuertes, ganar legitimidad por sus actos y encontrar fuerza en la memoria y la cultura de rebeldía, de expresarse a través de políticas, acciones e ideologías en las que participen las colectividades? ¿Serán capaces esos nacionalismos de comprender la necesidad de establecer coordinaciones internacionales antiimperialistas como un requisito para ser factibles, poder luchar, triunfar, mantenerse y avanzar?

Y si eso sucede, ¿qué predominaría: los intereses de sectores minoritarios, pero con influencia decisiva en la economía y las instituciones, y hegemónicos en la sociedad; o los intereses de la sociedad, a través de las movilizaciones, la concientización y las organizaciones populares que luchen por sus objetivos y se opongan al imperialismo y a todos los sistemas de dominación? ¿O será que en la situación actual una o la otra opción solo podrán salir adelante coordinándose, o inclusive uniéndose? Pero, ¿es posible que sostengan ese tipo de relaciones, o una opción deberá gobernar a la otra?

La causa principal actual de las resistencias y las movilizaciones populares es la injusticia social, más que la cuestión nacional. Quizás la primera necesidad a resolver sea unir ambas culturas de rebeldía, la nacional y la social, en causas que se pongan al servicio de las necesidades y los anhelos de los pueblos. Esa tarea es sumamente difícil, y exigirá ―entre otras cosas― superar historias y prejuicios que separan las diversas vertientes y hacer análisis muy críticos de los propios proyectos, las organizaciones, los métodos, el alcance que se da a los objetivos, los lenguajes. Habrá que aprender bien en qué consiste el «rescate» de lo nacional, y qué demandas y creaciones resultan imprescindibles y no postergables en materia de justicia social.

Pero serán las prácticas lo decisivo, y como le sucede a todo el que entra en política en tiempos cruciales, las cuestiones trascendentales del poder y de la organización aparecerán en toda su centralidad. Y pronto se abrirá paso una exigencia del proceso: se trata de hacer realmente una nueva política, que deberá ser no solamente opuesta, sino muy diferente a la política que hacen los que dominan.

Una cosa es comprender que la política del campo popular comete muchos errores y quizás todavía se parece demasiado a la de sus adversarios, y otra es creer que toda política es perversa, porque eso a quienes conviene es a los dueños capitalistas de la política. Es como la idea de que todo poder es perverso: solo sirve a quienes tienen el poder, mientras los que nunca lo han tenido pierden la posibilidad de tomarlo, equivocarse y aprender ejerciéndolo, y crear poder popular.

El notable desarrollo de la cultura política de los pueblos de la región ha sido determinante para que las vías políticas del sistema ―diseñadas para ofrecer recambios electorales de la dominación― se hayan vuelto contra él. Hoy millones sienten que es posible luchar otra vez por la vida y el futuro en América, y se ponen en marcha. A mi juicio, el alcance, las victorias y la permanencia de los procesos de cambio dependerán en última instancia de la calidad y el peso de las luchas de los movimientos populares organizados, combativos y concientes. Su potencial de liberación de las personas y los grupos humanos es muy grande, sus propuestas alternativas son más capaces de expresar las complejidades, las necesidades y los sueños, y sus experiencias podrían ser aportes muy importantes a la nueva política necesaria.

Destaco dos rasgos muy positivos de esos movimientos populares en cuanto a la relación entre sus especificidades y el movimiento en su conjunto. Uno es su gran capacidad de comunicarse e intercambiar experiencias e ideas, apoyarse en asuntos concretos y, en situaciones cruciales para sus países, reunirse para emprender y sostener campañas. El otro es que muchos pertenecen a redes u organizaciones internacionales, sea de su tipo de movimiento o con un fin determinado. En la medida en que lo político vaya teniendo su lugar en los movimientos populares, será más factible armonizar sus necesidades y sus iniciativas con los principales problemas generales del continente. También es muy probable que entonces aparezcan otros problemas que todavía no se advierten bien.

No hay que olvidar la larga historia de controles, cooptaciones y manipulaciones de los movimientos sociales por parte de los poderes en cada país, ni la de las presiones y negociaciones de aquellos para sacarles a los dominantes demandas o ventajas para sus sectores. Así se han reformulado también consensos y hegemonías. No se trata de un toma y daca entre iguales: el mango de la sartén casi siempre lo ha tenido el poder. Pero lo necesario hoy no es reformar esa historia, sino acabar con ella, crear un nuevo orden de relaciones y avanzar hacia una nueva política y un nuevo sistema.

Los poderes revolucionarios deben evitar la antigua tentación de mandar, y también abandonar las creencias en que la diversidad social actuante los debilita y lesiona la unidad. Los movimientos deben defender sus identidades y sus campos de actuación, aportar su riqueza, pero priorizar en las grandes luchas la liberación de todos y el poder popular, sin el cual nunca estarán seguros ni irán muy lejos los éxitos de cada uno.

Opino que si las alianzas autónomas se profundizan y los poderes populares se desarrollan y tienden a extenderse, será inevitable una escalada imperialista y sobrevendrán conflictos violentos. Ante esa situación, la radicalización de los procesos será imprescindible para su propia sobrevivencia. Serían suicidas los retrocesos y las concesiones desarmantes frente a un enemigo que sabe ser implacable, pero lo principal es que, dado el nivel que han alcanzado la cultura política de los pueblos y las esperanzas de libertad, justicia social y bienestar para todos, los movimientos, los poderes y los líderes prestigiosos y audaces podrán multiplicar las fuerzas populares, si ponen la liberación efectiva de los yugos del capitalismo en la balanza de sus convocatorias a luchar.

No será suficiente pelear de riposta. La palabra «alternativa» ha expresado muy bien lo más ambicioso del campo popular durante una época terrible. Hoy sigue siendo necesario ser alternativos, y más de una vez expresa lo que podemos lograr. Sin embargo, la política revolucionaria no podrá conformarse con ser alternativa, porque la naturaleza del sistema lo ha situado históricamente en un callejón sin salida, pero su poder y sus recursos actuales le permiten maniobrar, e inclusive dejarle un nicho de tolerancia a algunas alternativas, para que se «naturalicen» como parte de las realidades y se desgasten. En la medida en que vayamos obteniendo triunfos sobre los dominantes y cambios de nosotros mismos, convertiremos las alternativas en procesos de emancipación humana y social.

Nuestra política no puede ser moderada, porque ya aprendimos que ninguna evolución progresiva llevará a la humanidad a una liberación decretada y ninguna crisis ―por extensa o profunda que sea― será suficiente para acabar con el imperialismo. Por lo tanto, estamos obligados a ser muy creativos, a convocar todas las cosas espontáneas que puedan ponerse a nuestro favor, pero al mismo tiempo a hacer cada vez más intencionada nuestra actuación, más meditada, debatida y consensuada, más hija de un pensamiento que tenga puntos de partida diferentes, y no solo opuestos a las dominaciones, y que sea capaz de pensar y actuar en otro terreno. Un movimiento que comprenda que cada aparente lugar de «llegada» es solo un hito que señala el camino hacia nuevas y complejas creaciones. Solo así nos acercaremos a la victoria.

Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5943 Tomado de Caminos