Pese al descenso de accidentes en obras tras la crisis del sector, las muertes laborales suben en el sector agrario (7,7% más) y se disparan un 16,9% en la industria. Otro año más, la siniestralidad supera con creces la media europea. «La siniestralidad laboral cae a cifras de hace 30 años». Con ese orgulloso titular, […]
Pese al descenso de accidentes en obras tras la crisis del sector, las muertes laborales suben en el sector agrario (7,7% más) y se disparan un 16,9% en la industria. Otro año más, la siniestralidad supera con creces la media europea.
«La siniestralidad laboral cae a cifras de hace 30 años». Con ese orgulloso titular, el diario El País, afirmaba el 18 de febrero que «el mayor control reduce a 844 los fallecidos en 2007», lo cual representaba «una caída del 12,6% respecto a 2006». Por supuesto, no todo era tan radiante. En España seguían muriendo más trabajadores que en la media de la Unión Europea (5,2 por cada 100.000, frente a los 4,3 comunitarios) y, además, lo cierto era que el número de accidentes había aumentado un 4,2%, aunque los mismos habían sido menos graves.
Esos días de supuesta brillantez pasaron como una fresca tormenta de verano. En el período de enero a septiembre de 2008 se produjeron en España 642 accidentes mortales, lo que representa un aumento del 1,9% respecto del mismo período del año anterior. El descenso de muertes en la construcción provocado por la desaceleración del sector se ha visto más que compensado por un crecimiento del 16,9% en los accidentes mortales en la industria, y del 7,7% en el sector agrario.
Respecto a la forma de estos accidentes, baste decir que las muertes en el trabajo provocadas por «infartos, derrames cerebrales y otras patologías no traumáticas» aumentaron un 20,5% en el período, representando más de un tercio del total.
Aunque los trabajadores que más mueren siguen siendo los de los servicios, lo cierto es que el mayor aumento de fallecidos lo representa un extraño cóctel para una estructura productiva terciarizada como la nuestra: trabajador de la industria, muerto por infarto. No parece demasiado aventurado sustentar existencia de una interrelación entre ambas variables en estos momentos de crisis: los ERE reales probables, la angustia por el trabajo pendiente de un hilo, la aceleración de los ritmos productivos a efectos de ser competitivos y no ser la factoría a extinguir en el infierno de competencia global… En definitiva, gigantescos estresores sistémicos que, desde una naturaleza psicológica difícil de aprehender, se expresan en un tétrico rosario de muerte y destrucción.
Y, por supuesto, la legislación española en la materia, más centrada en la producción de todo un elenco de trámites burocráticos, que de todas maneras no se cumplen, que en la generación de una auténtica atmósfera de seguridad en el trabajo, no puede detener esta cuenta fatal.
De la inanidad de estas «obligaciones preventivas» marcadas por la ley da bastante prueba el editorial del número 105 de la revista Erga Noticias, del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo: «En primer lugar, no parece descabellado pensar que la calidad de las evaluaciones de riesgo deja bastante que desear o bien que aquéllas no se actualizan con la frecuencia que requieren las variaciones en los procesos productivos. En segundo lugar, puede ocurrir que las evaluaciones de riesgos no deriven en la preceptiva planificación de actividades preventivas o que las actuaciones previstas en estas últimas no se materialicen en forma de acciones preventivas concretas». De todo ello se deriva «la insatisfacción generalizada con los servicios de prevención ajenos», por lo que «puesto que una amplia mayoría de las empresas españolas tienen como único ‘proveedor preventivo’ al Servicio de Prevención Ajeno, no cabe sino concluir que es necesario un cambio de modelo».
Huelgan comentarios. Porque algo va mal en una sociedad que ha asumido, desde la centralidad otorgada al proceso de extracción del plusvalor, que el accidente de trabajo es algo inevitable, algo que forma parte inseparable de toda biografía proletaria como un día de lluvia. Una sociedad que, como afirmara Andrés Bilbao, piensa que la muerte en el tajo es un precio mínimo a pagar por una industrialización orientada al beneficio de unos pocos. Una sociedad que, en definitiva, está dispuesta a entregar vidas humanas reales al altar de la acumulación del capital.
José Luis Carretero. Profesor, autor de Contratos temporales y precariedad y El bienestar malherido.