«Un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice». Albert Camus La prensa no es ajena a los cambios que traen las grandes crisis. En las páginas del periódico Combat, surgido al calor de la Resistencia francesa, Albert Camus escribía en agosto de 1944, apenas unos días después […]
«Un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice».
Albert Camus
La prensa no es ajena a los cambios que traen las grandes crisis. En las páginas del periódico Combat, surgido al calor de la Resistencia francesa, Albert Camus escribía en agosto de 1944, apenas unos días después de la liberación de París, una crítica a la nueva prensa [1] . En primer lugar echaba la vista atrás: sí, la vieja prensa «había perdido sus principios y su moral»; cegada por el dinero, embaucada por el poder, había caído en «la indiferencia por las cosas nobles». Todo ello había dejado el terreno abonado para que, durante la ocupación y el régimen de Vichy, esta prensa fuera «la vergüenza» del país.
De forma clandestina habían surgido nuevos periódicos comprometidos con un amor a la verdad que no se entendía sin la necesidad de tomar partido. Para alcanzar lo primero, era necesario lo segundo. Así lo pensaba Camus que, sin embargo, se quejaba de que la prensa liberada -en la que incluía sus propios esfuerzos- no era muy satisfactoria. Frente al sensacionalismo, a la escritura rápida y poco meditada, a los riesgos del moralismo y la ausencia de crítica, el pensador francés apostaba por «liberar a los periódicos del poder del dinero» y «levantar al país levantando su lenguaje». Camus pretendía que fuera la prensa quien ayudara a Francia a recuperar «su voz más íntima».
Amigo de periodistas asesinados por los nazis, el autor francés sabía que las palabras tienen un valor. Hay que pensar cada una de ellas antes de lanzarlas a lo público. Es más, ahora que se acercan nuevos tiempos, dice, hay que hacer el esfuerzo de, si no palabras nuevas, al menos apostar por un nuevo ordenamiento de estas. Los artículos deben gozar de cierta profundidad, y las informaciones resultar veraces, valientes. La responsabilidad del periodista no se muestra solo ante sí mismo, sino ante los miles de lectores que necesitan esta nueva prensa.
El pasado año el diario Le Monde se hizo eco de nuevas reflexiones de Camus sobre el periodismo que se suman a las ya referidas. Las había escrito en 1939, nada más comenzar la Segunda Guerra Mundial, y habían permanecido inéditas desde entonces por culpa de la censura. Allí recogía cuatro virtudes que a su entender debía acoger el buen periodista: lucidez, desobediencia, obstinación e ironía. Ellas le acercarían a la verdad sin dogmatismos, le permitirían cuidar la palabra, encontrar un tono acorde con la hondura que requería el momento político. Estas virtudes mantendrían firme, finalmente, al periodista en la crítica independiente a los grandes poderes erigidos sobre el dinero.
A pesar de que se diga a menudo que estamos en la crisis europea más importante desde la Segunda Guerra Mundial, no hay comparación. Entonces, millones de cadáveres se apilaban asesinados en las tierras europeas. Muchos de quienes volvían a poner en marcha sus países procedían, como el propio Camus, de una lucha gris contra el fascismo. Tenían el ascendente moral del resistente, y procedían de una formación, de una cultura política muy distinta a la actual. Sí que nos puede servir la reflexión de Camus, sin embargo, para trazar cierto paralelismo entre la vieja prensa española de antes de la crisis y la nueva prensa «liberada» que está surgiendo. Es este un proceso para el que incluso ya se han acuñado conceptos como primavera mediática .
Para conocer cómo surgen estos nuevos medios, es inevitable ligar su suerte a la de nuestros tiempos. Desde el inicio de la grave crisis económica que padecemos, en 2008, más de 10.000 periodistas han sido despedidos en nuestro país. Esta cifra supone el 81% de los despedidos en Europa desde entonces. Entre ellos hay quienes se han visto en la calle, con indemnizaciones por pagar , de la mano de empresarios como Jaume Roures. El conglomerado mediático de izquierdas-si es que tal cosa es posible- que Roures pretendía erigir al calor del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, ha terminado como ha terminado . El otro periódico de la izquierda que otrora aspiraba a ser el más digno representante de la vieja prensa, prestigioso y progresista, no lo hizo mucho mejor. Juan Luis Cebrián optó por echar a 129 trabajadores de El País, acogiéndose a la nueva reforma laboral conservadora, mientras mantenía su obsceno sueldo de 13 millones de euros.
Muchos de estos periodistas despedidos, animados por los relativos bajos costes que supone fundar un nuevo medio digital, se unieron para levantar nuevos proyectos. No es casualidad que los hayan definido desde la crítica, el coraje frente a la corrupción, la independencia. Y es que también surgen acompañados de resistencias cívicas como el 15M o las mareas en defensa de lo público, a las que dan voz y en las que se reflejan.
La Marea , infoLibre , cuartopoder , periodismohumano o eldiario.es vienen así a unirse a portales tradicionales de información política como Diagonal , también en papel, y forman parte de un amplio abanico de nuevos medios digitales que surgen en campos afines ( Mongolia , Líbero , Encubierta o Alternativas Económicas , entre otros) y que están adquiriendo cada vez mayor relevancia en esta crisis.
Sin embargo, el que Roures haya optado por mantener una web llamada Público con contenidos análogos, o que Cebrián haya acogido la franquicia del Huffington Post con un contenido político más centrado, pero con una vocación igualmente «progresista», nos alerta de cuestiones importantes a tener en cuenta por esta nueva prensa.
Estos dos casos nos muestran que resulta compatible mantener medios jerárquicos, sin escrúpulos a la hora de echar trabajadores, y a la vez ofrecer contenidos «de izquierdas» que peroren sobre las maldades de las relaciones laborales en España. Decir una cosa en público y hacer la contraria en los despachos es de lo que más exaspera últimamente a los ciudadanos. Y no debería sorprender que el periodismo, principal cortafuegos crítico frente al poder y donde la credibilidad es un factor esencial, se presente como un sector especialmente sensible en este aspecto.
Por tanto, frente a los venenos heredados de las prácticas de la vieja prensa se podrían establecer tres grandes antídotos.
En primer lugar, si la falta de miramientos hacia los trabajadores ha sido moneda corriente, parece evidente que ahora debería respetarse un funcionamiento democrático que permita a los periodistas gozar, además, de las máximas protecciones laborales. Y donde, a diferencia de lo proclamado por el Huffington Post , se paguen las colaboraciones: solo así se podrá dignificar una profesión con salarios cada vez más devaluados.
En segundo lugar la gestión financiera debe ser responsable, sin incurrir en un endeudamiento que comprometa la libertad del medio o el propio puesto de trabajo de los periodistas. Hay que celebrar no solo que esta precaución se esté llevando a cabo, sino que algunos estén abriendo incluso la propiedad del medio a los propios ciudadanos, no solo para que ayuden a sustentar aquello que demandan sino también para hacerles partícipes efectivos de él. Los comentarios a los artículos, que llegan al hilo de esta nueva mentalidad, son una sana práctica que está revolucionando el periodismo. Por un lado, la crítica al texto y las fuentes -algo que ya reclamara Camus- se torna inmediata, elevando la exigencia profesional de quien escribe que, enseguida, observa cómo su texto queda merced al juicio público. Por otro, la participación integral de los lectores se convierte en una novedosa forma de hacer política desde abajo. Todo ello se conecta con la exigencia de una mayor transparencia en la gestión del periódico.
En tercer lugar, los contenidos.
Partamos de algunas cuestiones básicas. Los medios de comunicación son instrumentos esenciales a la hora de crear un espacio público. En democracia esta esfera se asocia indisolublemente a la pluralidad: logramos un mundo común precisamente cuando se permiten innumerables perspectivas. Es decir cuando nos salimos de nuestra familia o grupo particular, de nuestro espacio privado, para acudir a lo público, allí encontramos que no existe un denominador común que homogeneice. Como indicaba Aristóteles, este respeto a la pluralidad impide que, de ciudad, el espacio público se convierta de nuevo en casa.
Eso sí, para que haya un diálogo democrático plural en la esfera pública, desde la posición que escoja cada cual, se debe partir de que las verdades de hecho no pueden manipularse . La diversidad de perspectivas y verdades políticas de una comunidad se mantienen únicamente sobre la base de un respeto a la verdad de los acontecimientos. Si se manipula, se miente o se emplea la propaganda para deformar y pintar los hechos del color que más nos gusta, el intercambio es imposible. Nos quedamos sin mundo común sobre el que dialogar.
Lo que ha sucedido en nuestro país con los contenidos de la vieja prensa es conocido. Los medios nacionales en papel pertenecen a grandes conglomerados financieros, vinculados oligárquicamente con los principales partidos políticos. Sus enfoques reflejan las posiciones conservadores, neoliberales y social liberales propias de aquellos. Son fieles representantes, además, de lo que se ha venido en denominar Cultura de la Transición (CT) . Sin salirse de estos límites hemos asistido en los últimos años a un periodismo de trinchera, empotrado ideológicamente en los partidos dominantes, lo que ha afectado no sólo a la polarización de las verdades políticas sostenidas por unos y otros sino que ha puesto en riesgo las propias verdades de hecho.
Todo ello ha dificultado hasta la crispación el diálogo gobierno-oposición que se trataba de efectuar dentro de lo establecido. Pues en realidad ha sido difícil en estos años previos a la crisis encontrar contenidos críticos con el capitalismo, o con las instituciones principales del régimen político, en el panorama mediático español. Recientemente Vicenç Navarro se quejaba desde el diario Público de la asunción del dogma neoliberal por parte de la mayoría de los medios. Es algo que les hace co-responsables de esta crisis.
En este panorama mediático el compromiso con la verdad de la nueva prensa le insta, como recordaba Camus, a tomar partido. Y a la vez su propia naturaleza crítica debe impedirle caer en la reproducción de cualquier dogma. Es en este dilema donde se inserta el debate sobre la pluralidad de los contenidos.
Por un lado, abrir estos nuevos lugares a la defensa de las políticas neoliberales y social liberales que han copado durante décadas el 95% de los enfoques de los medios convencionales en España supone hacer un flaco favor a la pluralidad general. Más aún cuando representan el embaucamiento por el poder y el dinero que entronizaron los viejos medios, su indiferencia hacia lo más noble de nuestra política. Con su presencia, además, es evidente que habrá menos oportunidades para las voces de los de abajo, para aquellos otros artículos que nos muestren lo que la televisión no quiere decir, lo que los otros jefes no dejan expresar, lo que el papel de la oligarquía no se atreve a mantener.
Tan importante es lo que se dice como lo que se deja de decir.
La primavera mediática, por tanto, será crítica o no será. Apelando a un pensamiento libre y transgresor es como podemos salir del monolítico dogma del mercado, de la política reducida a competición electoral y de las bondades del capital. Cuando sus verdades políticas nos inundan, pretender que no se es plural porque no se les da pábulo supone un salto mortal a la hora de mostrar la otra mejilla. Estamos continuamente pensando con ellos, a través de ellos y en su contra. Su apabulladora presencia domina el discurso desde hace tiempo.
Por otro lado, no soy partidario de silenciar los argumentos que no comparto si son veraces, si se expresan honradamente. Prefiero pensarlos, contrastarlos, contra argumentarlos. Valorarlos incluso cuando lo merezcan; abrirme a ellos para dejarme con-mover si es preciso. Pensar sin barandillas. Es por lo que apuesto en una clase universitaria, en la lectura y en el diálogo, en los encuentros académicos a los que asisto.
El riesgo está en combatir un dogma con otro dogma. En negarse a la discusión de temas controvertidos. En cerrar las colaboraciones a partir de una frontera que nunca puede estar clara. En que la presión de la opinión al final acabe desfigurando las informaciones creando una familia cerrada más; una secta que pierda el sentido de lo real. Recordemos que es la pluralidad -capaz de acoger las voces de la diferencia- la que dota de realidad a la existencia.
Las nuevas plataformas deberían así atreverse a crear, a imaginar, a conectar con las realidades más incómodas, más depauperadas, más silenciadas. Más perseguidas. La primavera mediática, si supone realmente un cambio de modelo, no se hizo para poner otros generales al mando ni para dejar los discursos dominantes en el centro del debate. No se hizo para ser equidistante. Se hizo para insertar en el espacio público voces originales, diversas, críticas, profundas. Sabemos que la vieja prensa sucumbió al mantra neo y social liberal, al poder económico y político que originó y agudizó esta crisis. Dejar de replicarlo no significa silenciarlo, ignorarlo ni dejar de escucharlo. Habrá que estar atentos para no abrazar nuevos catecismos, para no emprender nuevas censuras.
El ánimo de una renovación del periodismo acorde a los tiempos reside en la honestidad de traer al lector las verdades de hecho de nuestra actualidad, duela a quien duela; sin ataduras comerciales, bancos ni think tanks; sin grupos políticos detrás, sin iglesias. Con libertad. Con la dignidad de un trabajo bien pagado y reconocido; con una estructura organizativa democrática que nos muestre al resto que sí se puede. Dejando a un lado la parálisis efectista de los sucesos, de las discusiones circenses, de la provocación estéril, del omnipresente fútbol o de la anestésica meteorología. Y tras todo ello, con compromisos políticos muy concretos que se reconozcan honradamente. Sin dogmas, insisto, pero teniendo muy presente cómo enriquecer la pluralidad que precisamos en nuestro deteriorado espacio público.
En palabras de nuevo de Camus, por tanto, «no olvidemos el esfuerzo de crítica que parece necesario en este momento».
Comprendo la dificultad del reto, y lamento no poder ser más claro en las recetas. Cada cual pondrá la suya. Eso sí, la responsabilidad de la nueva prensa va más allá de lo que seguramente podamos atisbar. Sobre sus hombros descansan las ilusiones de tantos y tantas en informaciones independientes, en reflexiones novedosas y en el ejemplo que pueden llegar a suponer en esta crisis. Si queremos otra política, necesitamos otro periodismo.
[1] «Crítica de la nueva prensa» es el título de una columna escrita por Albert Camus en el diario Combat, el 31 de agosto de 1944. Se puede encontrar en: Albert Camus, Obras, vol. 2, Alianza Editorial, Madrid, 1996, pp. 631-634.
http://colectivonovecento.org/2013/05/13/critica-de-la-nueva-prensa/