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Reseña del libro de Ignacio Sánchez-Cuenca "La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política", Madrid, Los Libros de la Catarata

¿Crítica totalmente consistente?

Fuentes: El viejo topo

Una introducción, tres capítulos -«La maldición del escritor», «La obsesión nacional» y «La crisis: merecíamos algo mejor»- y unas conclusiones -«El ocaso de los figurones»- constituyen la estructura del nuevo libro del profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid, Ignacio Sánchez-Cuenca [ISC]. «Contra las imposturas y falacias político-intelectuales». este podría ser […]

Una introducción, tres capítulos -«La maldición del escritor», «La obsesión nacional» y «La crisis: merecíamos algo mejor»- y unas conclusiones -«El ocaso de los figurones»- constituyen la estructura del nuevo libro del profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid, Ignacio Sánchez-Cuenca [ISC].

«Contra las imposturas y falacias político-intelectuales». este podría ser también el subtítulo del libro. Una de sus tesis, expuesta ya en la introducción: «son muchos los ejemplos de intelectuales que han interpretado el reconocimiento público que reciben por su obra literaria o ensayística como una forma de impunidad» (p. 14). Algunos de los nombres citados y analizados: Félix de Azúa, Fernando Savater, Joan Juaristi, Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina. Hay más ejemplos. Otra de las tesis del autor, que tiene que ver con nuestra historia y con las nuevas generaciones: «La generación de la Transición, que vivió unas circunstancias completamente extraordinarias, fue en gran medida autodidacta, por lo que presenta ciertas limitaciones formativas (las propias de una licenciatura en Derecho o en Filosofía y Letras en la universidad española de la época) que se han ido haciendo más evidentes con el paso del tiempo» (p. 14). El autor, no digo ni creo que sea totalmente justo en este nudo, pone el ejemplo del análisis político: desde las aproximaciones subjetivas con términos superficiales y literarios de aquellos años hasta la presencia de «numerosos expertos deseosos de participar en dicho debate aportando argumentos que tienen más base que la pura ocurrencia». Hay matices a introducir: ni todo aquello fue subjetivismo ni todo esto es concienzudo estudio científico. Una tercera tesis, complementaria de las anteriores, se expone en los compases finales del primer capítulo: «En España sobran figurones y santones. El perfil del escritor que colabora con los medios enviando artículos de opinión en los que expresa puntos de vista políticos poco razonados, sin haberse informado suficientemente sobre el tema, debería haberse superado hace tiempo (p. 74). No ha sido el caso en su opinión. Probablemente tenga razón si a los figurones y santones añadimos algunos «científicos sociales».

Se trata pues de comentar críticamente la vanidad, la falta de argumentación critica, la ausencia de investigación empírica, las descalificaciones ad hominem, las falacias que asaltan a numerosas reflexiones. Tareas, todas ellas, sin duda interesantes. Como la de exigir, sin necesidad de ser experto en tal o cual tema, un mínimo decoro intelectual cuando se interviene en el ágora pública. Nada que objetar. Solo elogios. En la senda de Sokal y Bricmont en otras circunstancias y ámbitos.

Pero no siempre el autor está libre de los pecados que, con razón, pretende -y consigue en muchos casos- criticar, incluso denunciar (intelectualmente hablando por supuesto). Por ejemplo, ISC afirma, refiriéndose a la evolución política de algunos intelectuales que fueron jóvenes de extrema de izquierda, que todo el mundo tiene derecho «a evolucionar ideológicamente y no puede sino celebrarse que, quienes defendieron dogmáticamente el marxismo-leninismo en su juventud, hayan acabado después defendiendo el liberalismo (por más que lo hagan con el mismo dogmatismo que entonces)». No seré quien defienda a estos intelectuales neoliberales maduros -Andreu Mas-Colell es ejemplo destacado- pero parece obvio que convendría una mayor concreción: de quiénes está hablando exactamente el autor, y que no basta con afirmar que siguen siendo dogmáticos una vez reconvertirlos en neoliberales sino que convendría demostrarlo o cuanto menos argumentos plausiblemente.

En este vértice -de consistencia crítica- centraré mi aproximación sin ocultar que creo que ISC hace análisis muy agudos en la mayoría de los textos y autores comentados.

Su propósito afirma es bien distinto al del polémico libro de Morán sobre los mandarines y el cura. En su opinión, el periodista asturiano «hace juicios sumarísimos, cargados de adjetivos, muchos de ellos hirientes y ofensivos, sobre la producción intelectual de escritores, pensadores y ensayistas, entrando en el fondo de sus trabajos». Sin entrar en lo dicho, ironiza a continuación al decir que es una opción legítima que requiere, además, grandes facultades, «pues Morán opina con igual suficiencia sobre marxismo, lógica matemática y estilos literarios». Pero, en realidad, Morán no suele hacer juicios sobre marxismos y mucho menos sobre lógica matemática, si bien explica en su ensayo, como no puede ser menos, lo ocurrido en la oposición a la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia, lo que, evidentemente, no es hablar de lógica sino de un hecho puntual (e importante) de la historia de la lógica (en su vertiente académica e institucional) en nuestro país.

Doy algunos ejemplos más de esta posible inconsistencia del autor, la de criticar «vicios intelectuales» que, por supuesto, deben ser criticados, al tiempo que en ocasiones nosotros mismos cometemos similares errores (me incluyo por supuesto en el grupo).

1. El PSOE salido de Suresnes, señala, «un grupo de oportunistas que contaban con la complicidad imperialista de Alemania y Estados Unidos para dar la pátina de legitimidad progresista a una democracia liberal en la práctica dominada por la estructuras oligárquicas de toda la vida». Nada que objetar a la tesis y posición señaladas pero no sé si esa descalificación -«grupo de oportunistas»- obedece al mismo estilo intelectual que se pretende criticar.

2. Los argumentos que han ofrecido estos intelectuales, señala ISC, «sobre el origen de la violencia etarra y la naturaleza del nacionalismo son fruto, por lo general,, del desconocimiento y el prejuicio». Lo mismo cabe decir, añade, «sobre las recomendaciones (muchas veces presentadas con exigencias) en materia de política antiterrorista» (p. 96). También aquí puede haber un acuerdo de fondo pero parece evidente que hace falta concretar más y no generalizar apresuradamente. ¿Todos los argumentos esgrimidos por esos intelectuales, sin excepción, son fruto del desconocimiento y el prejuicio? ¿Qué prejuicios concretamente? ¿Desconocimiento del tema en muchos de los casos citados?

3. ISC se centra en su crítica en filósofos o literatos, en digamos no expertos, en la figura del intelectual clásico. Sin caer en ninguna descalificación general, cosa muy de reconocer, señala ejemplos de autores que como Rafael Chirbes en su novela En la orilla, ayudan y mucho a entender las causas de la situación. Pero tal vez podría haber puesto más el acento en los propios expertos cuando hablan de determinadas cuestiones de su campo o de ámbitos muy próximos. Los ejemplos de economistas señalando escenarios de barbarie y desastre en el caso del breexit está en la mente de todos. Un ejemplo más concreto, el del experto José Carlos Díez (del que también él habla) en su artículo intitulado: «Populismo: comunismo 2.0». Dos ejemplos entre 15 posibles en un artículo de 200 palabras: 1. «El Manifiesto Comunista de Marx y Engels describe los problemas del sistema capitalista, el principal su incapacidad para conseguir una distribución de la renta justa compatible con la democracia y la estabilidad social.» ¿Este es el principal problema del capitalismo según los dos jóvenes revolucionarios? 2. «El mayor experimento comunista fue el muro de Berlín en 1945.» ¿El muro de Berlín de 1945?

4. En este espléndido aislamiento, señala ISC en las conclusiones, «florece el pensador irrepetible, partidario del monólogo interior, de avanzar al margen de lo que digan o hagan sus colegas. Surge así el intelectual en el que su obra y su personalidad se confunden, capaz de escribir volúmenes larguísimos con pensamiento original. Algunos nombres señeros que vienen de inmediato a la cabeza por su condición genialoide son Rafael Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo y Gustavo Bueno». No diré nada de Bueno ni incluso de García Calvo pero es evidente que matiz es concepto y diferenciar lo que debe ser diferenciado es una de las virtudes del honesto trabajo. Ni en su obra ni en su actitud Sánchez Ferlosio, doctor honoris causa por una universidad romana, es comparable sin más a Gustavo Bueno.

5. Hablando de Luis Garicano, ISC señala con razón que el dilema Venezuela-Dinamarca no refleja de forma realista las opciones que se plantean en nuestro país. Por supuesto, por supuesto. Pero resulta sorprendente que a él le sorprenda que «un economista con sólido prestigio académico escriba en estos términos». ¡Hay tantos! Por lo demás, es muy posible que no sea suficientemente crítico y se deje impresionar por ropajes matemáticos cuando cuando afirma que «la economía es la ciencia social más desarrollada, tanto en cuanto al rigor teórico como en cuanto a procedimientos estadísticos para poner a prueba sus hipótesis» (p. 188). Para una refutación en toda regla, el largo ensayo de un economista matemático: Steve Klein, La economía desenmascarada. «La teoría económica no sólo es difícil de digerir sino que además está sencillamente equivocada». No se entiende, por ello, que al comentar el libro analizado Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, señale que en el caso de éste sus objeciones son a la totalidad pero que al comentar un ensayo de Molinas sus diferencias son simplemente «comentarios críticos que reclaman un mayor rigor en la forma en que se presentan algunas ideas» (p. 176). ¿Y por qué no también en este caso enmiendas a la totalidad?

6. La aproximación a la obra de Miguel Sebastián, La falsa bonanza, en contraste con el ensayo de Muñoz Molina, elogia el talante autocrítico del ex ministro pero acaso olvide su práctica como político, como menos ministro de Industria y su ocultamiento o desconocimiento de facto de las razones que después ha esgrimido para el estallido del gran desastre. ¿Si somos críticos con el autor de El jinete polaco no deberíamos serlos con economistas y políticos como Miguel Sebastián observando todos los nudos del paisaje, no solo algunos elaboraciones finales?

Las limitaciones de espacio me impiden centrarme con detalle en el capítulo 2 del libro: «La obsesión nacional», donde, desde mi punto de vista, las insuficiencias críticas de lo apuntado son más que evidentes. La presentación que hace de los críticos al independentismo es más que demediada y los argumentos de estos últimos olvida puntos básicos del debate. De hecho, cuando da cuenta de los firmantes del «Manifiesto de los libres e iguales» (sobre los cuales, en general, este reseñador no tiene simpatía alguna) y habla de la promotora del manifiesto, Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos (mis simpatías también son nulas) son varias las falacias ad hominem que realiza. ¿Qué importa para comentar críticamente el Manifiesto saber que ella fue la jefa de gabinete del ministro Ángel Acebes, el de las mentiras del 11M? Lo mismo puede decirse de su comentario crítico sobre Savater, otro de los firmantes del Manifiesto: «¿Para llegar a u rancio españolismo era preciso pasar por todos los colores posibles del espectro ideológico? ¿Qué sentido tenía un rodeo tan largo si la genialidad consistía en algo tan pedestre como firmar manifiestos de una pobreza intelectual alarmante el lado de gente como Jiménez Losantos?». ¿No es éste un ejemplo una falacia ad hominem que quema los ojos?

 

Fuente: El Viejo Topo, noviembre de 2016.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.